Murió Lalo Painceira, el militante, el escritor, el artista, el maestro periodista que fue referencia en la ciudad e hizo escuela en La Pulseada. En esta entrega la última entrevista publicada en la revista realizada por Carlos Sahade y una semblanza en vida de Verona Demaestri, heredera de otra generación y también pionera del medio gráfico fundado por Carlitos Cajade.
Los días de mayo serán más tristes aún. En las últimas horas del martes 7 murió Eduardo “Lalo” Painceira, uno de los fundadores de La Pulseada. Maestro de varias generaciones de periodistas y artífice de una trayectoria atravesada por un compromiso militante por el que puso el cuerpo hasta que pudo.
Crítico agudo y generoso de los textos que llegaban a sus manos, hombre jugado por sus ideas, lector furioso y empecinados transmisor de sus experiencias en las redacciones, pero también en la calle, en los barrios, en las manifestaciones. Lalo siempre estaba, con un mensaje de texto, con la respuesta precisa a una inquietud, con una filosa definición de los tiempos que le tocaban vivir.
No es difícil imaginar su mirada general sobre los vientos políticos que soplan. Queda en el haber de este recuerdo conocer en profundidad su mirada crítica sobre las razones.
“La unión entre todos los sectores que defienden a la clase obrera, a los marginados por el sistema, a los olvidados, será la manifestación clara de un pueblo que resiste y que no se somete”, decía en noviembre de 2018, cuando presentaba su libro El límite de un conejo y asomaba en su horizonte la esperanza de cuatro años de un gobierno del pueblo. Angustia pensar en el impacto que pudo haber provocado en su ánimo el fracaso consumado en el final de esa experiencia.
Lalo nació el 26 de septiembre de 1939- Este año cumpliría 85 de una vida que incluyó muchas vidas. Y que en sus momentos más oscuros, que incluyeron la cárcel, la tortura y el exilio, nunca esquivaron la esperanza.
“Escribo para trascender la cárcel y sentirme libre”, planteaba en los años en que estuvo preso. “La esperanza se transmite. Es una enfermedad transmisible. Y por suerte no hay vacunas, aunque algunos tienen la vacuna de nacimiento”, respondía a La Pulseada cuando construía puentes entre aquellos hijos de los ’60 -entre quienes se incluía- y las nuevas generaciones.
Y allí aparece su amor por la revista fundada por el Carlos Cajade y el grupo de periodistas que lo siguieron en su aventura. “La infección o la transmisión de la esperanza se ven. Cuando volví a La Plata me encontré con gente, como los jóvenes de La Pulseada, con los cuales he vivido la esperanza”.
Más allá de su militancia, en la que lo identificaban como “Rabito” o “Conejo”, cuando andaba por los 30 años Lalo fue conocido en La Plata como artista plástico, como director teatral, como escritor y como periodista. Especialmente en el tradicional diario El Día, donde parecía nadar a contracorriente.
“El periodismo nunca fue objetivo porque nadie es objetivo. Cuando iba a cubrir un hecho entrevistaba a la gente a la cual le creía, la que padecía lo que estaba ocurriendo. No al funcionario. No al doctor. El periodismo militante como Rodolfo Walsh, su hija Vicky y tantos otros, venía a equilibrar un periodismo que siempre mostró la cara de los patrones, de los dueños de los diarios, del patrón-empleador, donde se disfrazaba cierta objetividad tocando las dos campanas. En el diario en el que trabajaba se hacía eso. A mí no me censuraron ninguna nota, pero como dijo (Marshall) McLuhan, el mensaje es el medio, no es tu nota que está dentro de un medio con miles de cosas e intenciones distintas. Tu nota puede generar algo, pero el mensaje es el medio. Su línea editorial. Tuve la suerte de jubilarme cuando la línea que predominaba era la defensa de la democracia”, analizaba.
En los últimos años Lalo sabia que la muerte era un límite cada vez más cercano. En parte esa conciencia impuso el titulo de su último libro –El límite de un conejo-, pese a que fue pensado medio siglo antes.
–El título del libro data de 1970. Está claro lo de “conejo” porque así te decían, pero por qué “límite”- preguntaba Carlos Sahade, otro de los fundadores de la revista.
–No sé, pero creo que cobró sentido con el último capítulo del libro donde hablo del límite de un conejo porque me estoy acercando…
–Pero lo pusiste cuando tenías 30 años.
–Supongo que habrá sido porque era una militancia en la que te enfrentabas muchas veces con el límite. Era un riesgo militar en aquel momento en que gobernaba una dictadura que fue el prólogo de lo que vino después. Por otra parte, a mí siempre me marcó un pensador que conocí gracias a mi hermano Alfredo que era (Karl Theodor) Jaspers, un filósofo existencialista que habla de que el hombre, en cada situación límite, siente su soledad. Es absolutamente solo y es absolutamente él. Vos tenés conciencia de tu existencia ante una situación límite. Por ejemplo, ante la muerte o ante el riesgo o ante otras situaciones que se dan, o ante Dios. Jaspers era cristiano. No era ateo como Sartre. Entonces puse el límite en ese sentido.
Los caminos de la libertad
Entrevista con Lalo Painceira realizada cuando publicó su tercer libro, “El límite de un Conejo”.
Por Carlos Sahade
La Pulseada y el conejo
Por Verona Demaestri