La Pulseada y el conejo

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Por Verona Demaestri

Eran épocas de otros alias. Habían dejado de ser seudónimos que invisibilizaban identidades “subversivas” para eludir firmas incompatibles en medios antagónicos. Comenzaba el nuevo milenio y para Eduardo Painceira usar alias era un hábito, más que una excepción. Implosionaba 2001 y sería Pablo Mugica.

El hombre de las mil vidas (Rabito, Conejo, Lalo…) asomaba la mirada recta a través de sus anteojos de carey y se malhumoraba cuando nosotros, entonces jovencísimos y deseantes periodistas, llegábamos impuntuales a cada reunión. “En otra época eso te costaba la vida”, sentenciaba y argumentaba que había que sostener esas estrategias básicas de anti seguimiento, línea divisoria entre vivos o muertos. Los jovencísimos no dimensionábamos entonces la profundidad de sus palabras.

Todos sosteníamos un sueño con forma de revista a cuatro colores (“porque tiene que ser linda, gustarle a los chicos”, decía el cura). En una larga mesa de La Modelo, Cajade hablaba de Kentenich, el fundador de la obra de Schoenstatt, para quien había que tener “el oído en el corazón de Dios y la mano en el pulso del tiempo”. Por asociación surgió el nombre de La Pulseada, para interpretar el pulso de ese tiempo, en una revista llena de creyentes y casi ningún católico.

Painceira era ambos. Se anunciaba impenetrable y resistente pero no como sinónimo de impermeabilidad. Sobraba la sonrisa de un niño, el encuentro imprevisto con la poesía en cualquier de sus formas (cine, literatura, música), y cualquier injusticia para desarmarlo. Para mostrarlo en su estado natural, la ternura.

Número 1 de La Pulseada, abril de 2002. Painceira abre el juego con la entrevista principal e ineludible a Carlos Cajade y pregunta: ¿Desde la Iglesia, no corrés peligro de aislarte del mundo? Cajade responde: “Soy fruto de una generación que mantenía ideales sociales como naturales a su propia cultura y que hoy tiene 30 mil desaparecidos. (…) en materia económica, Occidente es fundamentalista. En casa le llamamos irónicamente ‘economía religiosa de libre mercado’ ya que es como un Dios al que no se le puede discutir. Hay que cumplir sus dogmas aunque aplicarlos implique que los niños se mueran de hambre o habiten en la calle y no en una casa digna. Caso contrario, el fundamentalismo te excomulga”.

Painceira y Cajade comulgan. Y la entrevista se vuelve distópica…

Había una vez un conejo que no creía en la suerte, era el periodista con más oficio de todos. Su reloj adelanta.

* Co-fundadora de La Pulseada

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