¿Cómo no pensar en Carlos Mugica?

In Memoria, Opinión y análisis -
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Un homenaje del periodista Lalo Painceira al cumplirse 47 años del asesinato de sacerdote en manos de la Triple A.

¿Cómo no pensar hoy en el cura Carlos Mugica si dio la vida por todos nosotros el 11 de mayo de 1974, por un comando parapolicial de la A, brazo armado que manejaba el entonces ministro de Acción Social, López Rega? ¿Cómo no pensar en él, no tratar de recibir su palabra hoy, como cuando estaba en su parroquia de la Villa 31 de Retiro? Mugica que nos contaba en aquél entonces, que el cambio que experimentaba la Iglesia en América Latina y en la Argentina en particular, «comienza con la presencia carismática en el mundo entero de un hombre que se llama el abate Pierre, que con la simplicidad de los profetas, enseñó un camino que hoy la Iglesia ha asumido en gran parte. Cuando nos decía: ‘Antes de hablarle de Dios al hombre sin techo hay que darle primero un techo y darle un techo ya es hablarle de Dios». No es casualidad que aquél trapense formara a dos santos latinoamericanos como Carlos Mugica y Camilo Torres. Y Mugica agregaba que «ayudar al hombre a crecer como hombre, alfabetizarlo, ayudarlo a politizarse, es ya anunciarle a Cristo, porque ha iniciado el camino de su liberación, como individuo y como pueblo». Y más adelante, en el mismo texto, resalta que los cambios en nuestra Iglesia Latinoamericana se debe a la presencia en el continente «de esos dos profetas que se llaman Camilo Torres y Helder Cámara«.

Mugica asumió la idea de su pueblo y abrazó al peronismo. Pero su pensamiento fue profundamente eclesial. Mugica fue un sacerdote católico que se hizo voz del pueblo silenciado y proscripto, de sus demandas de justicia social.

La oración que escribió y que todo cristiano debería hacer historia propia dice así: «Señor, perdóname por haberme acostumbrado a ver que los chicos que parecen tener ocho años, tengan trece; Señor, perdóname por haberme acostumbrado a chapotear por el barro, yo me puedo ir, ellos no; Señor, perdóname por haber aprendido a soportar el olor de las aguas servidas, de las que me puedo ir y ellos no; Señor, perdóname por encender la luz y olvidarme de que ellos no pueden hacerlo; Señor, yo puedo hacer huelga de hambre y ellos no: porque nadie hace huelga con su hambre; Señor, perdóname por decirles ‘no sólo de pan vive el hombre’ y no luchar con todo para que rescaten su pan; Señor, quiero quererlos por ellos y no por mí. Ayúdame; Señor, sueño con morir por ellos: ayúdame a vivir para ellos; Señor, quiero estar con ellos a la hora de la luz, Ayúdame».

Este es mi homenaje a quien conocí en una charla privada y prolongada en un café histórico ubicado en Pueyrredón y Las Heras. Charla de la que salí encendido porque Mugica transmitía ese fuego. Fuego que nada menos que el amor hasta las últimas consecuencias, de todo cristiano por su pueblo.

Carlos Mugica, presente, ahora y siempre.
Su pueblo.

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