La sobremesa del cumple de Carlitos

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Las páginas de este BARUYO están ilustradas con hojas de un cuaderno muy especial que llenaron dos baruyeros, los hermanos Yesi y Matías, para hacerle un regalo a Carlitos Cajade. “Una tarde estábamos al pedo como bocina de avión, como dirán, y a Matías se le ocurrió – cuenta Yesi- hacerlo y ya llegamos hasta la mitad del cuaderno. Después se nos ocurrió que lo firmemos entre todos los chicos de Baruyo y lo llevemos al monumento del Hogar, donde está el cura. Pusimos recortes de revistas, fotos, recuerdos… Lo vamos a llevar allá como un regalo. Salió con mucho amor y vamos a ver si muy pronto lo terminamos”.
En la edición papel, las páginas de este BARUYO están ilustradas con hojas de un cuaderno muy especial que llenaron dos baruyeros, los hermanos Yesi y Matías, para hacerle un regalo a Carlitos Cajade. “Una tarde estábamos al pedo como bocina de avión, como dirán, y a Matías se le ocurrió – cuenta Yesi- hacerlo y ya llegamos hasta la mitad del cuaderno. Después se nos ocurrió que lo firmemos entre todos los chicos de Baruyo y lo llevemos al monumento del Hogar, donde está el cura. Pusimos recortes de revistas, fotos, recuerdos… Lo vamos a llevar allá como un regalo. Salió con mucho amor y vamos a ver si muy pronto lo terminamos”.

En este mes de mayo, Carlitos Cajade estaría cumpliendo años y en Baruyo decidimos festejarlo. Y como en toda mesa de cumpleaños, además de comida y algo para tomar, siempre hay anécdotas (divertidas o emotivas), acá trajimos algunas.

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Nos contó Ana, una vecina del Barrio Aeropuerto, que el cura siempre llevaba a los chicos al jardín donde trabajaba de portera una amiga suya. Ella siempre lo miraba de atrás de la ventana y se hacía la que limpiaba el vidrio. Decía que era muy lindo y muy bueno. Y después, cuando el cura miraba para el vidrio, siempre estaba la chica tirándole besos. Además, siempre iba a la misa para que él le de la hostia.

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Cuentan los pibes del Hogar que no eran pocas las oportunidades que lo hacían enojar al cura. En una época, por ejemplo, le solían robar el mosquitero de la ventana de la pieza de Carlitos. Se lo llevaban con marco y todo hasta el estanque que en ese momento tenía peces y lo usaban de red, para pescar. Todavía alguno debe estar corriendo después de aquella tarde en la que el cura los descubrió.

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Romina, de la Casita de los Niños, nos contó que una vez el cura tenía que ir al Hospital a bendecir a un chiquito que estaba enfermo, pero se olvidó el papelito con el nombre del bebé. Entonces tuvo que bendecir a todos los bebés del hospital.

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Esta anécdota se escuchó varias veces en rueda de amigos y recuerda un día que la jerarquía de la Iglesia iba a visitar al Hogar. Carlitos les pidió a los chicos que no le digan “cura” porque estaba mal visto. Le tenían que decir “Padre”. Además, ese día tenía que tener su uniforme, que nunca usaba porque andaba siempre así nomás. Entonces, como no tenía el “cosito” blanco que usan los curas en la camisa y en la casa había un cartón de leche, lo cortó y se lo puso en el cuello. Pero se le notaba una letra de la marca de la leche. Fue una situación incómoda. Además, apenas llegaron las visitas, uno de los pibes le dijo “¡cura, cura!”… Ese día todo lo que había planeado le salió mal.

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Recuerda el “Gordo” Eduardo Pereyra, que cuando estaban haciendo las primeras tres casas del Hogar, la plata no alcanzaba. Entonces, los que estaban con él le decían que sólo terminara una en lugar de dejar tres a medio armar. Luego vino un hombre de un corralón y les preguntó quién era Carlos Cajade y él le contesta “yo”. ¿Necesitan algo para terminar las casas?, preguntó el visitante. Y el cura se dio vuelta y les dijo al resto: “hombres de poca fe”.

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El Moqui, uno de los jóvenes del Barrio Aeropuerto que pasó su infancia en la Casa de los Niños, se acuerda que cuando Carlitos llegaba les preguntaba a los chicos “¿Cómo está la barra?” Y que hacían competencia de jueguitos con la pelota, pero que el cura siempre les ganaba

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Mariano Gulino conoció al cura de muy chico porque su papá, Juan Carlos Gulino, es un amigo del cura de toda la vida. “Un día el cura iba a comer a la casa de mis viejos –recuerda Mariano-; creo que habíamos ido a una misa de él y después de ahí mis viejos se fueron en su auto y yo con el cura. Yo lo miraba un poco con adoración y me acuerdo que nos pusimos a hablar de fútbol y de Estudiantes y me llamó la atención lo informado que estaba el tipo. Me empezó a nombrar a jugadores de las inferiores, la reserva. Dije “no puede ser que el tipo lo abarque todo”.

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Marcelo Blanco, el ex coordinador de la Obra y vecino de Barrio Aeropuerto, cuenta una historia que habla del compromiso que tenía Carlitos con la comunidad: “Me acuerdo que estábamos con los vecinos en 7 y 603 reclamando soluciones porque había muchos accidentes de tránsito. Estábamos discutiendo con un concejal que se había acercado y de golpe vemos pasar al cura con su camioneta bordó. Clavó las guampas y frenó sin importarle nada. Se acercó y tomó posición a favor de nosotros, algo recontra importante porque nos hacía sentir protegidos por él. “Bue, apuren el trámite y arreglen lo que tienen que arreglar”, lo apuró al concejal que no sabía dónde meterse. Así era él. Era un domingo al mediodía y se podría haber ido a su casa después de dar misa, pero frenó para estar con nosotros. Fue grande y seguirá siendo grande y su reconocimiento no lo compró en una feria. Es el fruto de todo un trabajo social”.

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Eran tan masivos los bautismos que hacía el cura en Barrio Aeropuerto, que casi todos los pibes del barrio fueron bautizados por él. Uno de ellos es Cristian, el primo de Ana Bader, educadora de Casa Joven y una de las “adultas” de Baruyo. La tía de Ana, nos dejó esta foto del día que tomó la Primera Comunión y estas palabras que recuerdan a dos que ya no están: “Se cruzaron una vez (quizás más). Uno le habló de Jesús, el otro lo comprendió todo. Al poco tiempo de que Cristian tomara la comunión, Carlitos se fue. Hoy, si existe un lugar para los que sólo dan amor, ahí están. Juntos”.

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