El folclore como filosofía de lo cotidiano

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Foto Luis Ferraris

Wagner-Taján es uno de los dúos platenses que mejor suenan. Con dos discos y 15 años de trayectoria, se unieron a la plataforma “Cuchá!”, que integran 12 músicos-productores locales. 

Por Juan Manuel Mannarino 

“Te´i de llevar conmigo/ por los andares del tiempo/

luna que acuna mis sueños/alma que calma el desvelo”.

(“Te’i de llevar”, aire de chaya de Tato Taján).

El padre de Octavio “Tato” Taján, un melómano que llegó a ser colaborador del festival folclórico de Coronel Dorrego, le hacía escuchar a Cafrune, a Yupanqui y a los grupos vocales populares. A 300 kilómetros de allí, en la ciudad de Azul, Vilma Wagner tomaba clases de piano con partituras clásicas. Sus vidas no parecían cruzarse hasta que el destino los empujó a La Plata. En la Facultad de Bellas Artes, donde estudiaban composición, ocurrió el hechizo. Una especie de simbiosis que —lo saben ahora, con su hijo Thiago de tres años correteando por el living de la casa de Tolosa— es un delicado equilibrio. Para todo dúo folclórico de mujer y hombre, desde Suna Rocha y Raúl Carnota hasta Juan Quintero y Luna Monti, hay una regla muy frecuente: quien es pareja en lo musical suele serlo en la vida. Si algo falla en el camino, la sociedad artística corre riesgo de desmoronarse. Taján-Wagner, a 15 años de estar juntos, se sienten un dúo sólido, se lamentan de algunas duplas que se rompieron antes de tiempo y piensan en cómo es que sigue la mística.

—Cuando se toca de a dos, compartiendo horas de ensayo, se da un vínculo profundo, difícil de explicar. No es algo natural, es algo que se construyó con los años, una cosa espiritual y al mismo tiempo bien arraigada en nuestra realidad —dice Tato Taján, guitarrista y cantor, de 34 años, y le cede la palabra a Vilma, pianista y cantora, de 32.

Así son: él habla, ella escucha, algunos de los dos juega con su hijo, ella toma la palabra, él ceba mate. Parecen una sola voz.

—Es algo íntimo, muy recíproco. Con la música buscamos que nos pase lo mismo. Hoy ya no nos interesa buscar la mejor técnica, el mejor arreglo. No alcanza con ser buenos músicos. Si no nos conectamos con el público, es inútil —dice Vilma—.

Hay una pausa. Thiago, que mira dibujitos en una computadora, les grita. Se miran. Se levanta Tato. Vilma explica la repartición de espacios en el hogar. Cuando hacen arreglos de los temas también hay diferencias.

—Tato está en el fondo, con su estudio, y mi lugar está en el hall de entrada. Él es el más cerebral, el que está más al tanto de lo que sucede en la música folclórica —sonríe la ex integrante de Fulanas Trío, y confiesa no escuchar “mucho folclore”—. Dice que ahora volvió a conectarse con los clásicos latinoamericanos, como Chabuca Granda y Violeta Parra, y que le gustan Jamiroquai, Stevie Wonder, “ritmos que me hagan mover más el cuerpo”.

—No soy tan folclórico —se defiende Tato—. Escucho otras cosas, como Jorge Drexler, bandas de jazz, de blues, y ahora estoy metido en la música electrónica. Hay que estar abiertos a mezclar sonidos diferentes, aunque es cierto también que siempre se vuelve a las raíces. Para mí, Juan Falú es un referente irremplazable. No hay ni habrá nadie como él.

El folclore, confiesan, los cautivó “de grandes”. Vilma era tecladista de rock en el grupo Guacha Vucha, donde también hacía coros. Un día escuchó a Liliana Herrero y descubrió que la fusión entre rock y folclore era posible. Algo similar le pasó a Tato. Cuando conoció los arreglos del Chango Farías Gómez y las composiciones de Raúl Carnota, supo que la chacarera no era una forma anclada en dos tonos y que su interpretación abría un universo dinámico.

—¿Por qué dicen que hacen música de “raíz folclórica”?

Tato: “Porque nos gusta sentirnos partes de una tradición, como la de Omar Moreno Palacios, aunque también somos gente de ciudad, que fue a la universidad y no viste poncho y botas de cuero. Entonces, la raíz folclórica no se refiera a algo autóctono ni remoto. El folclore es un término amplio y abre algunas discusiones interesantes y otras no tanto. Nosotros elegimos estar en el campo de la fusión, porque en cada arreglo que hacemos está nuestro propio decir. Es estar entre lo intuitivo y lo que se aprende estudiando. Ojo, tampoco es que nos quedamos en el hecho de ser virtuosos. Buscamos la calidad en el sonido de las voces, de la guitarra y el piano, pero también queremos que despierte algún tipo de emoción”.

Vilma: “No somos prejuiciosos. Nos interesa tocar tanto en escenarios grandes como  chiquitos. Hemos ido varias veces a Cosquín y la pasamos muy bien. Si el clima es el apropiado, si hay buen trato, nos sentimos cómodos. No hacemos música para que quede encerrada. Tiene que salir y ser apropiada por los que la escuchan”.

—¿Y qué tipo de folclore es el que hacen?

Tato: “El que conecta con lo que nos pasa todos los días. Elegimos composiciones que hablen de temas vigentes, como las ilusiones, las pérdidas, los amores, los desengaños. Que rescaten, más que ideas abstractas, los hechos que nos ocurren en la vida. Nosotros, por ejemplo, no somos los mismos que cuando empezamos. Ahora tenemos una familia, no nos obsesiona tocar cada mes. Nuestro próximo disco no está fácil de armar. Estamos más exigentes con los repertorios.

Vilma: “Nos gusta tener intercambios con los músicos del país. Hemos ido a varias provincias a tocar y después nos quedamos en la casa de los músicos de cada lugar. Y cuando ellos vienen a La Plata, somos anfitriones. Es una forma de sentir la música que no se reduce al sólo hecho de tocar sino que se relaciona más con una interacción entre personas de carne y hueso. Aparte, nosotros no podríamos vivir solamente del dúo.

—¿Por qué?

Vilma: “Antes que nada, porque lo que hacemos no es comercial ni masivo. Además no es lo único que nos gusta. También somos docentes en la facultad, armamos talleres y estamos en proyectos de investigación. Son tareas complementarias que nos permiten ganarnos la vida y al mismo tiempo nos alimentan la inquietud por seguir estudiando y formando músicos”.

Tato: “Estamos cada vez más celosos y queremos tener el control total de lo que hacemos. Hay que aprender a ser productores, gestores y distribuidores de lo propio. Antes delegábamos en otros y los resultados no fueron buenos. En el circuito de la autogestión hay que repensar todo el tiempo cómo hacer para llegar a la gente. Sigue arraigada la idea de que un músico que es bueno será llamado alguna vez por una compañía grande. Eso ya no ocurre, porque el disco circula por internet y no por las disquerías. Lo que ocurre es que hay mucha demanda musical para pocos públicos y no es fácil conseguir fecha en una sala. Entonces los músicos debemos unirnos para defender nuestras propuestas, pero aprendiendo otras cosas: cómo promocionar un espectáculo o definiendo colectivamente de qué forma nos pensamos como músicos independientes”.

El dúo hace un repaso y no idealiza el camino recorrido. Después de dos discos (“Alma redonda”, de 2006, y “Piedra lunar”, de 2011), de ganarse la amistad de Jorge Fandermole, de hacer giras por todo el país, sintieron que fue necesario barajar y dar de nuevo. Ahora, dicen, están pasando por una etapa de cierta pausa.

En “Alma redonda” había interpretaciones bellísimas de clásicos como “Zamba del silbador”, de Leguizamón-Castilla, y temas más contemporáneos, como “Sólo luz”, de Raúl Carnota. En “Piedra lunar”, el dúo se animó a composiciones propias, como “El queredor”, “Canción de luna lejana”, “Te’i de llevar” y “Una pena buena”. Tan singular como su sincronía de voces —que recuerda a otro dúo magnífico nacido en La Plata, el de Martín Acosta y Jeannine Martín—, suena el ensamble camarístico de piano y guitarra —que incorpora invitados como Mariano Cantero en percusión y Juan Pablo Di Leone en flauta—. El repertorio pasa de una tonada a un candombe, de una zamba a una chaya y de una polca infantil a una chacarera, recorriendo autores tan diversos como Ricardo Vilca, Rubén Rada, Antonio Pantoja, Jaime Dávalos y Aca Seca Trío.

Hoy el dúo es parte del colectivo “Cuchá! Músicos Platenses Produciendo (MPP)”, una plataforma que reúne a 12 músicos-productores independientes. El año pasado ya armaron un ciclo en la Facultad de Bellas Artes y van por más. “Nos partió la cabeza un encuentro musical que conocimos en 2007 en Rosario. Volvimos con la sensación de que era necesario abrir un espacio amplio, de folclore y alrededores. Participamos de lo que se conoció como ‘Música compartida’ y ahora con ‘Cuchá!’ buscamos un destino colectivo. No estamos solos”, sostienen.

De Cuchá!, que se piensa “como un conjunto de propuestas musicales originales en el marco de una heterogeneidad de estilos en torno al folclore argentino y latinoamericano, las músicas urbanas y la canción de autor”, participan entre otros Gisela Magri, Federico Arreceygor y los grupos “Saatva” y “La dimensión cangrejo”. Vilma y Tato saben que lo de “músico independiente” suena a cliché, pero no los asusta. “Lo musical no se reduce a querer tocar y conseguir fechas. Nosotros defendemos la idea de la diversidad y para eso queremos tener nuestros propios estudios, sello y ciclos, y conseguir subsidios por diferentes vías. Eso es ser músico independiente”, dice Tato.

“La diversidad –cuentan ambos— también trae problemas y es difícil llegar a acuerdos. Cuchá! no es un grupo homogéneo y sus integrantes, que creen más en la evolución que en la pureza de los géneros, adoptan la máxima del Chango Farías Gómez: demostrar que se puede seguir tocando lo nuestro y dejar que la discusión acerca de lo que es y lo que no es folclore se salde en el plano musical.

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