De sol a sol

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109-Inundaciones-ObraCada casita de la Obra del padre Cajade se transformó de golpe en centro de emergencia. Durante todo el día, todos cumplieron el papel de “padres, hermanos y amigos”, como quería el cura de cada dirigente.

Por Carlos Sahade

En la imprenta sólo entró un poco de agua. En Casa Joven, medio metro. En el gimnasio de 50 entre 17 y 18, metro y medio. En el resto de la Obra, nada. Pero todos abrieron para ayudar.

“La gente de cada emprendimiento trabajó de sol a sol para entregar comida, ropa, artículos de limpieza, colchones”, asegura Daniel Cajade, el responsable de la Obra que fundó el cura, su tío. Todo era producto de donaciones, casi siempre anónimas, que finalmente fueron derivadas al gimnasio de calle 50. “Recibimos cuatro camiones del Ejército a través de Desarrollo Social de la Nación. De la Provincia, nada y de la Municipalidad, menos”, enfatiza Daniel y agrega: “a través del Servicio Zonal nos preguntaron si necesitábamos algo. Les pedí que nos llevaran agua en forma urgente. Nunca apareció nadie. Municipio y Provincia, menos diez”.

Chispita y la unidad del pueblo

“¡¡¡Gracias Luxor por pintarnos el protector!!!”. En la casita de 151 entre 69 y 70 sólo hubo goteras y Claudia Auge inmediatamente mandó el mensajito al artista que pintó las paredes de Chispita con uno de sus “santos populares” (La Pulseada 108).

En cambio, en la zona tuvieron más de un metro y medio, sobre todo Las Palmeras, por 143 y 72. Al día siguiente, “silencio de muerte porque Los Hornos estaba de luto”, define Claudia, impresionada por el deambular sin rumbo de quienes habían perdido todo y no sabían dónde ir. “No había violencia. Había dolor, incertidumbre. Al principio, ni siquiera bronca. No se hablaba porque no había palabras. Sólo gestos y silencio. Al cuarto día recién se pudo decir algo”. Mucho antes, desde el jueves al mediodía, Chispita empezó a recibir donaciones y a asistir al barrio y a familias de 19 y 89, 172 y 56, de atrás del Cementerio… Abastecieron a 294 familias, más de 1.500 personas. Trabajaron todos los días de 13 a 22. Con respeto y solidaridad. “Hubo mucha unidad en el pueblo. El pobre con el pobre. Eso fue una bendición espectacular”, continúa Claudia. “¡Gracias a todos!”, resume afortunadamente luego de enumerar una lista interminable de personas e instituciones que ayudaron, entre los que no estaban ni la Municipalidad ni la Provincia. Sólo hubo una presencia oficial producto de la casualidad. Del Ministerio de Salud fueron a vacunar a la escuela 35 de 90 y 155, pero estaba inundada. Les sugirieron que fueran a Chispita. Estuvieron dos días. Vacunaron a 401 personas y dos médicos atendieron a 200 pibes y a más de cien adultos.

Ya habían pasado dos semanas cuando un chiquito dijo: “no necesito nada; quiero volver a la Casita”. Claudia entendió que los pibes necesitaban otra vez de la contención que siempre brinda Chispita.

Las estrellas de Casa Joven

En 97 entre 6 y 7 recibieron medio metro de agua. Muchos de los 40 adolescentes que asisten a ese emprendimiento se inundaron. Sin embargo, casi todos participaron de la limpieza y salieron “a patear el barrio” para ver cómo estaban los vecinos. “Desde el primer día estuvieron a la par nuestra. Fueron la estrella de estos días tristes. Se portaron de maravilla y mostraron mucha madurez”, asegura Ana Bader, la responsable de Casa Joven. El barrio se movilizó y ayudó. “Los pibes sacaron el agua y limpiaron y las familias se acercaron a dar una mano”. La situación era tremenda en 6 y 600 y en la zona que va de 94 a 95, de 7 a 13. La necesidad era tanta que se empezó a trabajar en red con la Mesa Barrial. Cuando La Pulseada visitó Casa Joven, algunos seguían limpiando, otros buscaban monedas para comprar chicles y tres o cuatro frente a un tablero de ajedrez buscaban la forma de evitar un jaque mate y ganar de una vez por todas.

Lo lindo de la Casa de los Bebés

En la Casa de los Bebés de 4 entre 601 y 602 casi no entró el agua, pero estuvo una semana sin luz ni agua. Recibe a 60 chicos, algunos recién nacidos y de 5 años los más grandes. Las familias de 40 de esos chicos se inundaron. El barrio quedó devastado. Como Carlitos Cajade, Isabel Benítez sabe la importancia de ponerle el oído a tanto dolor. “El miércoles estuve escuchando a la gente. Después empecé a recorrer las casas y en cada una, media hora. Cada uno quería decir lo que pasó. Horrible. Todo precario. Se les mojó lo poco que tenían. Quedó todo bajo el agua. La desolación, las caras. ¿Qué les podías decir? Era barro, barro, barro, casillas caídas, casas caídas”.

Sin luz, sin agua, la casita abrió para los vecinos y para otros que venían de más lejos. Desde el jueves, todo el día, sábado y domingo también. Y así, sin luz ni agua, una mamá se alojó ahí con sus hijos, uno recién nacido.

“Los conteníamos como podíamos”, asegura Isabel y recuerda que hubo chicos “que empezaron a levantar fiebre. Un vecino los llevó al Hospital de Niños y el médico que los atendió se vino para la casa. Les dijo que tenían que echar la pared abajo porque es una casilla de madera con el agujero más chico así (y separa bastante el índice del pulgar)”. No lo hizo. “¡Y qué va a hacer! –comprende Isabel-. Llevó lavandina, juntó cartones y la forró con cartón. En esa casa, cuando los fuimos a ver, tenían el colchón parado secándose y el colchón en donde estaban acostados los chicos era uno que encontraron y que no estaba tan mojado… El olor que había en esa casillita era tremendo”.

15 días después de la inundación, el piso del salón más grande de la Casita estaba repleto de ropa y bolsas. Algunos vecinos buscaban qué llevarse. “No le saques fotos”, pide Isabel, “porque no es lindo”. Quería despejar todo rápido y volver a la actividad de siempre. Las mamás necesitan dejar los chicos para ir a trabajar e Isabel quiere volver a mostrar su mejor sonrisa.

El Ejército revivió en la Casa de los Niños

“¿Esta es la casita del padre Cajade?”, preguntaban y empezaban a descargar. Así de simple, sin decir más. Era mucho el trabajo y demasiada la necesidad. Romina Palayo, la coordinadora de la Casa de los Niños de 6 y 602, todavía está sorprendida de la cantidad de gente que venía a donar cosas y de los lugares de donde llegaban: Venado Tuerto, Bomberas Voluntarias de Bragado, Trelew… “venían de todos lados”, sintetiza y da gracias a Dios porque “de la Municipalidad no recibimos nada y de la Provincia, tampoco”.

Recuerda que “al principio parecía que uno no iba a dar abasto porque la fila era tremenda, pero era bajar y entregar, bajar y entregar”.

Para Romina “era lindo ver cómo caía la gente con las donaciones como si fuera responsabilidad de todos que no faltara nada. También era lindo ver que hasta el Ejército cumplió un rol que no pensábamos que iba a volver a cumplir: estar con la gente que se emocionaba de verlos. Bajaban alimentos, charlaban con los chicos…”. Amplía su sonrisa franca cuando cuenta que en un momento llegó “la brujita” Verón y “él solito con otro señor se bajó todo un camión y hasta se sacó fotos con los nenes”.

Romina sigue sorprendida por las escenas que vivió, por los relatos que escuchó, por el agua que cayó y repite una y otra vez: “Nunca vi una cosa así”. Y sigue para adelante.

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