Cultura y autogestión: la trama que dibuja otra ciudad

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En los últimos 20 años los espacios independientes de La Plata se multiplicaron, subsistieron y se reinventaron en función de cada contexto social y político. Desde la búsqueda de grietas en el neoliberalismo en los ‘90 y la lucha por el reconocimiento oficial en los primeros 2000 a una organización colectiva en los últimos años que facilitó el acceso a mecanismos para sobrevivir a las crisis y resurgir en la pandemia. 

Por Mariana Arocena
Fotografías: Otra Óptica/ Archivo La Pulseada/Jorge Vimercati

Recorrer los últimos 20 años de los espacios culturales independientes en La Plata implica, necesariamente, una lección de historia reciente porque no hay forma de hacerlo por fuera del contexto social y político de cada década. Y eso es posible porque la versión de la historia que buscamos retomar es la de aquellos y aquellas que desde la autogestión y el arte han trabajado para construir una agenda que diversifique el acceso al consumo y a la producción de cultura.

Los primeros pasos 

La Grieta es un colectivo que surgió como una publicación a principios de los años ‘90 que buscaba debatir con las tradiciones literarias y artísticas de la época. Gabriela Pesclevi, que lo integra desde el momento fundacional cuenta: “En aquel contexto de desasosiego, la vida cultural que nosotros forjábamos era una que podía hacer preguntas a lo que estaba muy solidificado, generar intersticios de debate, de luz, donde podíamos ingresar a persuadir, a conmover cuestiones del sistema. Mirábamos más atrás, esa fisura, esa derrota que significaron los 30.000 desaparecidos; y nos referenciábamos con las Madres de Plaza de Mayo que fueron, son y serán un faro.”

En 1995 empezó a organizarse lo que fue la Muestra ambulante en Meridiano V, el espacio de exposición de obras y producciones artísticas se extendía a todo el barrio y los y las vecinas abrían sus puertas para contenerlo. “En ese momento se estaba alimentando un hacer a conciencia que no repitiera dogmas ni modelos estancos de la vida cultural. Queríamos pensar esa vida desde los lugares de riesgo, de ficción, de tensión, poner al acceso de la gente piezas de arte que hicieran movilizar el pensamiento, que todo lo que podría reivindicarse de los saberes de un barrio estuviera presente. La Grieta alojó en sus comienzos tanto nuestra devoción por el mundo editorial como la devoción por la creación de comunidad”.

En 2004, a raíz de la participación del grupo en las asambleas barriales que se dieron después de la crisis, decidieron buscar un espacio físico y se instalaron en el Galpón de Encomiendas y Equipajes del ferrocarril, donde aún funciona el espacio cultural. “Teníamos la conciencia de que habitar ese lugar era una responsabilidad que dialogaba con la historia de esa comunidad en particular y también con las instituciones y comenzamos con el proyecto de Arte y Literatura para jóvenes del barrio”, cuenta Gabriela. Años más tarde fundarían la Biblioteca La Chicharra, que sigue siendo un espacio de “mediación de lecturas” para pibes y pibas de la zona y los colegios.

Mientras este colectivo iniciaba una nueva etapa en la esquina de 18 y 71, otros espacios crecían al fuego lento de la reconstrucción social y económica de aquellos años. En 2005, dos estudiantes de comunicación social se acercaron a un grupo de centros culturales con la idea de realizar su tesis en torno a la situación de estos lugares. De esas reuniones participaban, entre otros, el Centro Cultura y Comunicación, El Faldón, El Núcleo, Estación Provincial, el Centro Cultural Daniel Omar Favero, La Grieta, Viejo Almacén El Obrero, Teatro del Fondo, Galpón Sur y el Acorazado de Bolsillo. Encontrarse en los problemas comunes pronto les mostró el potencial de reunirse, compartir y pensar salidas en conjunto. Se formó entonces la Red de Centros Culturales, la primera organización que nucleó a este tipo de espacios y expresiones en la ciudad.

A mediados de los 2000, la Red de Centros Culturales fue la primera organización que nucleó a este tipo de espacios y expresiones en la ciudad

Esteban Ramos, participaba de esos primeros encuentros como integrante del centro cultural Estación Provincial. Cuenta a La Pulseada que “al compartir las mismas problemáticas, sobre todo en torno al histórico tema de la habilitación, germinó la idea de crear la red. Entre los espacios ya nos conocíamos pero no se trabajaba o articulaba nada en particular.”

La Biblioteca La Chicharra en el galpón de La Grieta convoca a pibes y pibas del barrio.

“Somos una red constituida por diferentes espacios culturales multidisciplinarios, autónomos y autogestionados de la ciudad de La Plata. La iniciativa ciudadana, la participación genuina y colectiva definen e impulsan nuestro accionar cotidiano. Planteamos un tipo de gestión cultural de carácter inclusivo, solidario y articulado que tiene como protagonista a la comunidad. Es por ello, que lejos de perseguir el lucro como finalidad, nuestros espacios sostienen una oferta cultural accesible en donde el total de los recursos percibidos (vía gestión de eventos, talleres, y demás actividades) son destinados directamente al sostenimiento de los mismos” se definía en su blog la Red de centros culturales por ese entonces, sintetizando la esencia que caracteriza a estos espacios.

La Grieta nació en los ’90 como una publicación contracultural.

Un marco que contenga

La articulación dio pie a una etapa de trabajo en común en la gestión de festivales y encuentros, e instancias de formación y visibilización, a la vez que se construyeron mesas de diálogo con actores estatales para generar políticas culturales que les permitieran la regularización y el fomento económico.

Después de Cromañón los centros quedaron equiparados con las exigencias de un bar comercial sin tener los mismos recursos ni objetivos

En 2008 se aprobó la Ordenanza 10.463 de Apoyo a Centros Culturales que introduce por primera vez a nivel nacional, la figura de Centro Cultural Alternativo en una normativa municipal. Contemplaba también una partida mensual de apoyo a los espacios para financiar gastos operativos mínimos como servicios y una mesa de Articulación de Políticas Culturales local integrada por el secretario de cultura municipal, un coordinador de la Comisión de Cultura del Concejo Deliberante y tres representantes de los espacios culturales.

En la práctica la habilitación iba a seguir siendo un logro difícil de alcanzar porque la reglamentación no contemplaba la actividad nocturna de esos centros, lo cual implicaba equipararlos administrativamente a los bares, sobre todo después de la reforma en 2011 del código de nocturnidad. No obstante, la norma fue un avance y sería tomada como modelo para próximas ordenanzas y legislaciones en diferentes municipios y provincias. Este logro fue sólo el punto de partida: en 2015 fue reemplazado por otra reglamentación más representativa de las necesidades del sector.

Quizá la mayor riqueza fue comenzar a experimentar la organización colectiva como medio para lograr objetivos comunes. Empezaron a conectarse las redes, las demandas resultaron compartidas con centros culturales de otras ciudades y comenzó a enlazarse un tejido vivo que contiene a un tipo de gestión cultural comunitaria crecido al margen de los dispositivos legales conocidos hasta ese momento. No son bares, no persiguen fines de lucro, no tienen dueños ni empleadores. Este vacío legal fue al mismo tiempo la herramienta de muchos municipios para las clausuras masivas que se intensificaron después de la tragedia de Cromañón y la bandera que habilitó la expansión y el crecimiento de un campo de disputa de políticas culturales vinculadas al reconocimiento del territorio y de los y las trabajadoras de la cultura.

Este proceso de organización de la gestión cultural independiente de la ciudad y la región se dio en paralelo con los efectos de la tragedia en el boliche de Once ocurrida el 30 de diciembre de 2004. De alguna manera puso sobre la mesa debates que incidían directamente sobre las condiciones y posibilidad de existencia de los espacios culturales: la importancia de ofrecer entornos seguros para la actividad, pero al mismo tiempo, la necesidad de generar políticas que ofrecieran los mecanismos para que esa transición fuera posible para organizaciones sin fines de lucro.

El Centro Cultural Estación Provincial fue epicentro de festivales, como Ciudad Alterna, y carnavales.

“Desde la red se logró visibilizar el gran potencial cultural emergente que tenía -y tiene- la ciudad de La Plata. Se promovió y acompañó la creación de decenas de espacios culturales en la ciudad y en toda la provincia, tanto en materia legal como artística, técnica o comunicacional, en paralelo a que emergían redes de espacios y movimientos en todo el país.”, dice Ramos.

Facundo Arroyo, periodista y exeditor del diario De Garage, recuerda que antes de Cromañón algunos lugares eran como sótanos o pasillos, donde pasaba una sola persona y donde era impensado poder salir de ahí si pasaba algo similar. “Pero en ese momento la Municipalidad perseguía más a los afters, asociados a la movida electrónica. Después de la tragedia no hubo un cierre masivo de lugares en La Plata, sino clausuras”, evoca.

Fue un antes y un después en el modo de habitar los eventos, bares y espacios culturales. En ese contexto desde los municipios (sobre todo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires -CABA- y el primer cordón del conurbano) comenzó la ola de clausuras de espacios culturales.

Empezar a poner en orden, sobre todo aquellos lugares donde generalmente circulaba la música de la ciudad, requería de un proceso de adecuación que contemplara las características específicas de estos espacios y ello -por decantación- implicaba repensar e incluso diseñar las políticas vigentes para incluir, entre otras cosas, fomentos económicos para que organizaciones sin fines de lucro pudieran seguir adelante.

Además, cuando ocurrió Cromañon la música rock se volvió algo clandestina y se trasladó hacia el sur del AMBA con epicentro en La Plata porque los controles eran menos rígidos que en CABA. Con el tiempo fueron reformándose todos los lugares donde generalmente circulaba la música como Guajira, Pura Vida, C’est la vie o Lucamba, entre otros, en paralelo con el proceso de implementar la ordenanza.

Crecer

Arroyo narró esos años desde las columnas de De Garage. Dice que “lo que generó ese traslado de la música fue un movimiento nuevo en el rock argentino, quebrando paradigmas. Un rock independiente que se desprendió de las multinacionales y se hizo fuerte en la autogestión también con internet y con el desarrollo de la tecnología. Ese caldo se empezó a cocer acá en La Plata, con el indie criollo y El Mató a un Policía Motorizado como abanderado”.

Este fortalecimiento de la autogestión independiente no sucedió sólo con la música. El circuito editorial independiente local también emergió y fue tomando fuerza con el correr de los años, con los espacios culturales como tierra de germinación de ideas. Un caso de ello es el proyecto Malisia que surgió en el garage de C’est la Vie en 2013. Junto a las editoriales Club Hem, Estructura Mental a las Estrellas (EME) y Pixel y fueron la plataforma desde la que se organizó y comenzó a proyectar una escena emergente de edición de escritores y escritoras locales, ciclos de lectura, ferias editoriales, y distribución y comercialización en puntos de venta platenses y luego de la región. En ese momento también ya se organizaba la Feria del Libro Independiente y Autogestiva (FLIA) que funcionó como marco de divulgación.

En Eso Estamos, el centro cultural nacido en 2010, hoy funciona en donde fue la Cooperativa Industrial Textil, CITA.

En 2014, este grupo de editoriales junto a la librería Malisia, artistas visuales abocados al oficio y la exploración de materiales asociados a la encuadernación y el proyecto comunicacional Agenda Cultural ZAZ que difundía semana a semana los eventos y proyectos culturales locales, formaron El Espacio. Verónica Luna, una de sus integrantes, recuerda de aquellos años el clima de efervescencia: “Cuando El Espacio comenzó en 2014 funcionó como una suerte de laboratorio de ideas, de descubrimiento de imágenes y materiales, de fábrica creativa, de explotación de manifestaciones artísticas desde distintas dimensiones, desde el libro, lo visual, desde armar un evento o la cuestión más performática. Pasaban muchas cosas todo el tiempo, fue un momento de gran aprendizaje: mucha gente compartiendo sus lecturas, sus proyectos, sus producciones. Eso se fue transformando hacia una fuente de trabajo cultural independiente autogestionado con todos los desafíos que conlleva la profesionalización, la puesta en orden de la autogestión en todas sus dimensiones. Esa efervescencia derivó en ser el lugar de trabajo de al menos ocho personas en la actualidad”.

En 2008 se aprobó una ordenanza de apoyo a los centros culturales que contemplaba una partida mensual para financiar gastos operativos

Si la primera década de los años dos mil sirvió para demostrar el potencial de la autogestión y la organización colectiva y hacer posibles proyectos culturales independientes, la segunda fue el tiempo de explorar esos mecanismos al máximo. Hacia 2014, la ciudad llegó a contar con más de cien espacios culturales autogestivos que a la vez se organizaron y formaron nuevas redes para reclamar políticas culturales a la altura de ese escenario sumamente fértil. Nacieron la RECA (Red de Espacios Culturales Alternativos), la UCECCA (Unión de Espacios Culturales Alternativos y Artistas de La Plata) y la Red de Espacios Culturales; que iniciaron un proceso de reuniones, eventos y encuentros para construir colectivamente el texto de una ordenanza que fuera representativa de sus condiciones de trabajo.

Hacia 2014 la ciudad llegó a contar con más de cien espacios culturales autogestivos que a la vez se organizaron y formaron nuevas redes

Los espacios también funcionaban como base para que los y las artistas se reúnan y organicen sus propios eventos. Proliferaron los festivales por disciplinas como el DANZAFUERA de la Aciadip (Asociación de Coreógrafxs Intérpretes y Afines de Danza Independiente Platense); Ciudad Alterna, que contó con cinco ediciones que movieron el reflector hacia la escena local; los ciclos de teatro independiente; los festivales de cine (llegó a haber ocho en la agenda anual); la primera Feria de Editores y ni más ni menos que la vuelta oficial de los carnavales.

Nos, los y las trabajadoras

A los eventos artísticos que coloreaban la agenda de los espacios se sumaban los talleres, el funcionamiento de cooperativas de trabajo abocadas a proyectos productivos diversos y la creación de medios de comunicación comunitarios que aún hoy siguen funcionando, como Radio Estación Sur en el centro cultural Daniel Omar Favero o Radionauta en el Centro Social y Cultural Olga Vázquez. De la mano con este desarrollo creció el trabajo de profesionales y oficios vinculados a las producciones culturales como sonidistas, fotógrafos, docentes, comunicadores sociales, diseñadores gráficos, escenógrafos, entre otros. Se consolidaron los circuitos, cada disciplina forjó todos los recursos necesarios para subsistir y se dieron las estrategias para potenciar los públicos. Se abrieron disquerías, librerías, salas de ensayo, estudios de grabación, galerías de arte, salas de teatro: los puntos de venta y encuentro con los públicos se diversificaron y crecieron. Los espacios culturales llegaron a ser la base del desarrollo de una economía de la autogestión.

La Pulseada en Radio Estación Sur.

Daniel Lorenzo, artista plástico platense y editor de revista Boba, dice que “en esta ciudad, donde la posibilidad de sacar algún rédito económico del quehacer artístico cultural es complejo y eventual, sobre todo en el mundo de las artes visuales, la importancia que ha tenido el sector cultural independiente y autogestivo es que ha sido sobre todo un espacio de formación constante y de intercambio con pares. Aquí el circuito está formado por chiques de clase media con familias que hacen mucho esfuerzo por mandarlos a estudiar y se presenta como un espacio donde estar, donde vivir, donde encontrarse con pares e imaginar otras formas de convivir. Acá los saberes, contactos y referencias se comparten; a diferencia de circuitos de otras ciudades donde quienes hacen arte son personas con dinero y posibilidad de dedicarse enteramente a ello”.

En julio de 2015 se realizó el Primer Foro Regional de espacios culturales autogestivos del que participaron más de 100 personas en representación de más de 80 espacios y en el que tomaron fuerza y forma, entre otros, los debates en torno a la autopercepción como trabajadores y trabajadoras de la cultura, la profesionalización y regularización de los espacios, y la articulación que debían tener con el Estado y las políticas culturales, lo que implicaba discutir los alcances y límites de la “independencia”.

En 2015 se creó el registro de espacios culturales que tardó dos años en reglamentarse. En el medio hubo una época de clausuras sistemáticas

Uno de los cabildos abiertos contra las clausuras y en reclamo de una normativa acorde al sector.

Sofía Urosevich, militante y gestora cultural cuenta: “Muchos de los espacios se llevaban adelante gracias a la voluntad de las partes, la mayoría trabajaba en otras cosas y dedicaba el tiempo que podía a gestionar un espacio cultural con otros y otras. Pero en ese momento también empiezan a crecer las cooperativas como forma de estructurar el trabajo dentro de la ciudad y los espacios sin querer fueron copiando muchas cosas de esa estructura, como cobrar todos lo mismo por la misma cantidad de tiempo, dividir las tareas sin jerarquías, o hacerse cargo de las cuestiones formales que implicaban llevar adelante personerías jurídicas. Todo eso hizo que un día comenzáramos a autopercibirnos como trabajadores y trabajadoras de la cultura”.

En septiembre de 2015 se sancionó la Ordenanza 11.301, que promovía entre otras cosas un registro de espacios culturales con habilitación provisoria y un plazo de un año para adecuarse a condiciones de seguridad e higiene acordes a la actividad diurna y nocturna específica de este tipo de espacios. Además, establecía partidas presupuestarias para el desarrollo de la actividad cultural. Ese mismo año, en diciembre, cambió la gestión gubernamental de La Plata y comenzó una época de clausuras sistemáticas de los espacios. La consecuencia fue la necesidad de una organización para que se reglamente la ordenanza, lo que se logró recién en 2017 luego de cabildos abiertos, movilizaciones y decenas de reuniones entre representantes de los colectivos culturales y el municipio.

“Gracias a esa ordenanza tuvimos un amparo legal en los primeros años de gobierno del PRO, que en el caso de La Plata no la derogó como en otros municipios, pero si demoró mucho su reglamentación y tuvimos que resistir a las clausuras”, dice Urosevich.

Las cuentas pendientes actuales en materia de regularización de estos espacios de trabajo dependen ya no de su capacidad de organización o de subsistencia, cosa que está demostrada y es lo que les ha llevado a existir de manera tan contundente en la ciudad; sino de la voluntad de los gobiernos de turno para articular políticas culturales. “La Ordenanza municipal vigente regula una actividad que no lo está a nivel provincial por lo tanto en su aplicación se choca con otros actores de jurisdicción bonaerense como Bomberos, REBA, Obras Públicas, entre otros, que truncan el acceso a las habilitaciones definitivas. Es necesaria la voluntad política de reunirse entre las áreas competentes y resolverlo. Todo lo que se ha llevado adelante es a través de la comisión de coordinación de políticas culturales que básicamente somos nosotros. Intentar generar articulación de organismos estatales no siendo parte del estado es muy complejo”, señala Sofía.

El impacto de la pandemia

En los últimos años, las consecuencias de la pandemia de COVID-19 impactaron particularmente al sector cultural ya que el cierre de espacios por el aislamiento social preventivo y obligatorio (ASPO) implicó terminar con la fuente de ingresos de cientos de personas que trabajaban como artistas, o gestores y gestoras. Una vez más, la organización colectiva fue la herramienta para demandar la declaración de la Emergencia Cultural, que en el caso de La Plata finalmente nunca sucedió y hubiera podido salvar a muchos lugares.

Las consecuencias de la pandemia fueron devastadoras y sólo las herramientas de la autogestión y la dimensión digital permitieron sobrevivir a muchos espacio

Las estrategias para resistir fueron diversas, pero todas tuvieron algo en común: poner en juego las herramientas que se aprendieron en tantos años de autogestión e incorporar la dimensión digital, nueva en muchos casos. Algunos se replegaron en los proyectos productivos como fue la cocina en el caso de La Bicicletería, un espacio cultural histórico de Barrio Hipódromo. Otros cranearon eventos vía streaming, y hubo quienes se sustentaron en las redes comunitarias con la posibilidad de asociarse.

Ahora, en un 2022 que empieza a parecerse un poco a la vieja normalidad tan añorada -con sus complejidades incluídas-, los espacios culturales que pudieron subsistir gracias al apoyo y vínculo con sus comunidades de referencia vuelven a llenar sus agendas y a trabajar por un presente y un futuro donde el acceso a la cultura deje de verse como algo de segunda y se entienda de una vez por todas como un derecho humano fundamental.

Sofía sostiene que “en todas las etapas de mayor o menor prosperidad, mayor o menor avance, lo fundamental fue entender que los espacios culturales son articuladores del derecho humano que es el acceso a la cultura, y no pueden estar sólo en el centro de la ciudad, o ser sólo dos o tres los nombrados por la Municipalidad. Para que todas, todos, todes, puedan acceder a este derecho es necesario que haya una democracia de la cultura en tanto y en cuanto todos podamos generarla, acceder a ella y encontrarnos con otres en espacios que estén anclados en los territorios. La ciudad de La Plata con más de 100 espacios culturales es un ejemplo puntual de eso, de cómo se anclan en los territorios, cómo trabajan con la comunidad y es un proceso que ha sido espontáneo”//LP

El rol de la red

La Red de Centros Culturales participó e integró el Colectivo Nacional Pueblo Hace Cultura, formado también por la Unión de Músicos Independientes que a nivel nacional promovió la Ley de la Música (aprobada en 2011), el Foro Argentino de Radios Comunitarias (FARCO) que impulsó junto a un gran conjunto de movimientos la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual; la Red Nacional de Murgas que reclamó el feriado de Carnaval y la Red Nacional de Teatro Comunitario.

Con esta organización se construyó, en base a espacios de encuentro y debates federales en diferentes partes del país, el anteproyecto de Ley por la Cultura Comunitaria “Puntos de Cultura”, presentado por un representante de cada red en 2010.

En 2011 se creó el programa Nacional Puntos de Cultura, que continúa hasta hoy como programa del Ministerio de Cultura de la Nación y  finalmente, una de las últimas acciones como Red de centros culturales, fue la participación del Primer Congreso Latinoamericano de la Cultura Comunitaria en La Paz, Bolivia.

En La Pulseada

La Pulseada acompañó el crecimiento y
la lucha de los centros culturales de la
ciudad por subsistir. En estas páginas
también tuvo su espacio mensual la Red
de Centro Culturales.

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