Tras sufrir el asesinato de su hijo Juan Pedro, Gastón Tuculet decidió comenzar a dar clases de rugby en Institutos de Menores para transmitir valores que ayuden a mejorar la sociedad. En un mano a mano con La Pulseada compartimos su historia, su experiencia y sus recuerdos a tres años del crimen.
Por Joaquín Sanchez
El domingo 10 de marzo de 2013, Gastón Tuculet recibió la peor noticia: el fallecimiento del mayor de sus tres hijos, Juan Pedro. El joven de 19 años no sobrevivió a la herida de bala que recibió en su cabeza cuando intentaba huir de lo que pensó que se trataba de un intento de robo en una estación de servicio de Villa Elisa.
“Inicialmente no se sabía lo que había pasado, fue muy loco. Juan Pedro fue a comprar una gaseosa. Paran en la estación de servicio y ahí lo encerraron dos autos. Pensó que era un robo. Le dijo al amigo que lo acompañaba ‘subí que nos roban’ y se volvían al asado en el que estaban con los chicos del club. Pensaron que ya había pasado todo. Pero el otro auto venía atrás, se les pone a la par y le pega un tiro. No hubo ninguna situación conflictiva entre ellos, ni antes ni después, eso quedó verificado en el juicio”, cuenta su padre.
La justicia comprobó que los asesinos lo confundieron con otra persona en un ajuste de cuentas relacionado a la compra y venta de drogas. Un tiempo después, con su dolor a cuestas, ese padre, profesor de educación física, eligió regresar a sus orígenes y tratar de hacer su aporte social desde la educación: retomó la docencia para entrenar a jóvenes privados de su libertad y formar a través del rugby.
“Yo había trabajado en Institutos de Menores desde que me recibí, durante 15 años y fui dejando la docencia formal para dedicarme a la carpintería. Después de que falleció Juan Pedro no quise seguir porque él había empezado a ayudarme ahí. No quería entrar más, no me hacía bien. Pero debía seguir trabajando, uno tiene que trabajar, entonces pensé en volver a la docencia. Empecé a buscar en los lugares en los que ya había trabajado, y uno de esos fue en Menores; aunque ya no se llama así, si no que ahora es la Secretaría de Niñez y Adolescencia.
Me ofrecieron acercarme a un proyecto que ya había comenzado el profesor Ariel Rodríguez un año y medio antes, y que era dar rugby en institutos de menores. Una vez ahí no sabía si iba a poder tener un grupo a cargo, y un grupo con causas penales. La profesora Silvia Mainero me invitó a presenciar una de las clases y fui, de vaqueros, cosa de que no me presionen demasiado (ríe).
Ví que trabajaban bien, que los chicos respondían a las consignas básicas y a la otra clase ya fui con buzo y me enganché, a partir de ahí empezamos a trabajar juntos”, dice Tuculet al comenzar la charla en su casa, con una mirada de dolor que va a mantener durante toda la entrevista.
-¿Qué te moviliza para ir a dar clases a los Institutos?
-Tenemos tres hijos y dos son adoptados. El destino nos juntó con ellos. Pero tenemos que ser conscientes de que si el destino no nos hubiese juntado, ellos podrían haber terminado en un Instituto de Menores. Esto es una forma, dentro de lo que uno puede dar, de tratar de corregir las fallas que tiene el sistema. Sin conocer la problemática de los chicos, voy a intentar que puedan cambiar algunas actitudes. Tampoco me sirve que ellos sepan mi problemática, ni que me traten de una manera diferente porque me pasó algo puntual. Lo que tienen que ver de los profes es que somos gente que los quiere ayudar. No todos los casos son iguales.
-¿Qué diferencias notas?
-La gente que asesinó a Juan Pedro era gente que tenía familia, una cama caliente, un trabajo, un taller, que toda su familia estuvo en el juicio… No es lo mismo que esos chicos que desde que nacieron vivieron a los cachetazos, o tirados en la calle, o reventados por el paco, o lo que sea. ¿Cuál es su parámetro de lo que está bien y lo que está mal, si nunca se lo dijeron? No es lo mismo todo. A los que mataron a Juan Pedro les pedimos cadena perpetua que no se la dieron, y apelamos, porque esos tipos tuvieron las mismas posibilidades que nosotros y eligieron vivir al margen de la ley. Esto no quiere decir que si estos chicos cometieron un delito no paguen por eso. Lo que me parece importante es que empiecen a aprender algo como para que cuando salgan no vuelvan a caer en lo mismo.
-¿Te costó esa decisión de volver al Instituto?
-No. Yo algo tenía que hacer porque soy un poco culo inquieto, aunque en ese momento el culo lo tenés en el piso. Pero en realidad no sirvo para que me paguen y no ir a trabajar, ni para sentarme detrás de un escritorio, aunque me habían dicho que podía tomarme los primeros seis meses. La verdad me da satisfacción hacer lo que hago. El dolor va por otro camino. Uno trata de seguir adelante porque tenés hijos y porque en realidad uno sale adelante por uno y por quienes lo rodean.
-¿Y cómo te está resultando la experiencia?
-Muy buena. Primero porque soy docente y uno lo lleva adentro, es una forma de encarar la vida. En el Instituto, lo que intentamos es que se manejen como en un club, con normas básicas de respeto, con un territorio bien marcado. Cuestiones básicas, que cuando hablamos nosotros ellos se callan, y viceversa luego. A medida que corre el tiempo empiezan a incorporar que tiene que ser así.
Lo que te encontrás es gente sin parámetros; todo que lo que para mí parece normal es probable que para ellos no lo sea. Lo que demuestra esto es que cuando la gente se corre de lugar es porque la dejan correrse. Si le decís lo que está bien, lo que está mal, lo entienden y aplican. Los preceptores nos dicen: “si nos hubiésemos juntado a jugar al fútbol ya hubiesen terminado a las patadas”. Y terminan a las patadas porque le tiran una pelota y nadie les dice nada. Cuando hay alguien que les explica cuáles son los valores básicos antes de empezar, responden. En realidad el rugby es eso: es convivir, es enfrentarse circunstancialmente dentro de la cancha, lo que no quiere decir que tenés que menospreciar, o faltarle el respeto al adversario.
-¿Observas cambios en sus conductas?
-Sí, empiezan a escuchar y adquirir los comportamientos que vos le marcás que son buenos. Eso no quiere decir que cuando salgan no vuelvan a caer en lo mismo. Porque eso ya no lo podemos abarcar. La idea nuestra con este programa es que todo lo que hacemos en la cancha, con las conductas afectivas que demuestran cuando le dan la mano a alguien que golpearon con un tackle, lo trasladen dentro del Instituto. Darles una herramienta más para cuando salgan.
Lo que quizás esté faltando es compatibilizar que los adultos que están dentro del Instituto puedan comprender lo que estamos haciendo, como para tener una convivencia más sana y participativa. Si logramos eso, el paso que falta cuando salgan es una contención: que si les gusta jugar al rugby, no importa cómo lo hagan, haya un club que les abra las puertas, que los puedan becar y los chicos empiecen a convivir en un entorno más sano. Y que a partir de ahí puedan elegir.
-Y además se les facilite una oportunidad laboral.
-Sí, la idea es que si ese chico va a jugar a un club, en este caso hablo de Los Tilos porque es el que conozco y sé que lo hace desde el Área Social, tenga la posibilidad de ser becado, de contactarse con compañeros que tienen una realidad mejor, y si lo conocen alguno le va a dar una mano para que comience a trabajar. Que empiece a conectarse con gente que le dé otras posibilidades.
-Nombraste a tu club, ellos se sumaron a participar de las clases…
-Sí, en estos dos años y pico deben haber ido al menos diez veces a participar, a enseñarles y a entrenar con los chicos. Esos encuentros son muy enriquecedores para ambos lados. Cuanto más cerca tengas a las dos puntas del sistema, más fácil va a ser solucionar los problemas. Esto es como una soga, si tenés las dos puntas muy estiradas, cuando la atás el nudo tiene el doble de fuerza. La idea era acercar a los chicos del club y del instituto, y que empiecen a enriquecerse entre ellos. Que los del club se enteren de las cosas que pasan, y que los del Instituto vean que hay chicos que están en una mejor situación que ellos pero que son capaces de darles una mano, porque sino piensan que todo lo que está afuera es una mierda. Arrancamos con una clínica, en la cual los chicos del club me enseñan a enseñar y hago cuatro o cinco estaciones sobre distintas técnicas propias del deporte, en las cuales se nutren entre ambos. Luego hacemos partidos todos mezclados. Una sola vez los hicimos jugar en contra, por pedido de los chicos del Instituto. Después hacemos un tercer tiempo. Charlamos de lo que hicimos, qué les pareció el entrenamiento como para que se puedan expresar, y tenemos las mismas posibilidades de hablar todos. Es un espacio en el que encuentran libertad, ellos mismos lo dicen. Tiene que haber un equilibrio entre los derechos y las obligaciones.
-¿Por qué se elige habitualmente el rugby como herramienta de inclusión?
-Lo que creo es que el rugby ha cuidado y cuida su filosofía, su historia. Evoluciona para que los referatos sean más claros, para que los jugadores se sientan protegidos, ha encontrado soluciones a la agresividad con la que se vive hoy en día, sobretodo en Argentina. Para el jugador de rugby es un orgullo que el contrario te quiera cambiar la camiseta. Lo que pasa con el que viene de otro deporte al rugby, que pasa mucho hoy en día porque se ha masificado, es que para él quizás no es normal no putear al árbitro y ahí es donde tenemos la obligación de hacerle entender que no son así las cosas. Y algo de eso pasa con los chicos del instituto. Todas las vivencias que acumulás cuando te meten 50 puntos y te la tenés que bancar, levantar la cabeza y salir a buscar la pelota, ir para adelante y no cagarte a palos … todo eso es lo que forma a una persona. Cuando todos hablan de que “los valores del rugby” son un camelo, no es así, son años de vivencias. En el fútbol vos sabés quién juega bien y que el “gordo” no queda ni de arquero; pero en rugby, están todos en el mismo nivel, y ese mismo “gordo” agarra la pelota y no lo pueden parar. Y siempre vas a tener un tipo al frente que te va a decir que podés ser mejor, que te podés superar; eso forma gente. Es lo que intentamos hacer nosotros, levantarles la autoestima. Y cuando tenés a alguien con la autoestima alta se anima a hacer cosas, y si le marcás el camino correcto puede salir del círculo vicioso e ingresar al círculo virtuoso. LP
“És muy triste aprender a amar de otra manera”
Gastón Tuculet es una persona reconocida en el ambiente del rugby por haber jugado hasta los 34 años y por su desempeño como entrenador en Los Tilos. Durante la charla toma el portarretratos con la última foto de Juan Pedro donde se lo ve posando junto con su perra Ema, por entonces cachorra, y comienza a contar cómo era “Juanpe”.
“Él está con nosotros desde que tiene tres meses”, dice en presente, y se le llenan los ojos de lágrimas, se le corta la voz. Toma agua, pide disculpas, y continúa: “Con mi mujer Adriana nos casamos, estuvimos diez años buscando y no pudimos tener hijos, entonces no dudamos en adoptar.
Juan Pedro… un pibe de primera, tenía un don particular. Era el flaco que juntaba a todos los amigos: a los nuevos, a los que tenían alguna dificultad física; no sé si era por su historia o qué. Hacía asados para ellos acá.
Uno siempre aprende de los hijos y él me enseñó un montón de cosas piolas. Con los hermanos era terrible, cuando Julia se iba a bailar él pasaba antes para ver cómo era el lugar; una vez Manuel, el menor, se iba de gira a los ocho años y como yo no podía acompañarlo se ofreció para ir. También era muy afectuoso con los primos –dos de ellos juegan en Los Pumas-. Eso sí, era medio vago para el estudio. Pero yo siempre digo que tenía todas las cosas que muchos padres no se dan cuenta que tienen que pedirle a sus hijos. Tenía marcados valores muy fuertes para la edad que tenía”.
-¿Cómo es vivir con esa ausencia?
-Muy duro. La primera vez que salimos de casa después de ese 10 de marzo fue casi dos meses después, para ir a Los Tilos a ayudar con las donaciones para los inundados. Todos tenemos una pulserita para recordarlo. Esta es igual a la que tenía Juan cuando murió. Todas las hizo Julia. Los primos también la usan. Yo nunca me hubiera puesto una pulserita. Es muy loco, hasta que no te pasa una cosa así no te das cuenta … A uno le enseñan a amar abrazando, besando o cambiando pañales, y es muy triste aprender a amar de otra manera, que es más dolorosa pero más profunda. Juan está con nosotros de alguna manera.
-¿Qué es lo que los moviliza día a día?
-Una semana antes de lo que le ocurrió, Juan Pedro no andaba bien. Se había peleado, había chocado el auto, venía de una cagada tras otra. Entonces nos juntamos acá –en el quincho de la casa– con él y mi señora y le pregunté: “¿Qué te pasa? Vos no sos así”. Se puso a llorar y nos dijo “no los quiero lastimar”. Le dije: “No nos lastimas: vos sos adoptado y lo supiste toda tu vida; tu hermana también lo sabe. ¿Querés averiguar algo? A vos te dejaron en la Basílica de Luján, te han dejado para que te encuentren, abrigado, pensá que pudo haber sido una chica de la edad de tu hermana que quizás pensó que ibas a encontrar un lugar mejor. No juzgués lo que pasó. Vos ahora podés ser el chico adoptado más feliz del mundo o el chico adoptado más infeliz del mundo. Eso lo elegís vos. Uno elige ser feliz en la vida”, le respondí. Uno adopta desde el momento en el que te lo dan, pero hay un momento en que ellos te adoptan a vos como padre, cuando elaboran todo el proceso, y no importa la edad, hay casos en los que no pasa nunca.
Si una semana antes le estábamos pidiendo eso a Juan Pedro, lo menos que podemos hacer ahora es ser felices con la realidad que nos tocó vivir. Obviamente es mucho más difícil hacerlo que pedirlo.
5 commentsOn Construir desde el dolor
GUAUUUUU!!!!! QUE HISTORIA!!!!! Se me ocurre que Juan Pedro nacio con ese destino, MORIR JOVEN, Dios lo llevo a esa familia x que ellos necesitaban aprender de ese dolor. Asi es la vida, con lagrimas aprendemos lo que vinimos a aprender. Fuerza para ellos que seguro juan Pedro los acompaña desde el cielo.
qué hermosa y conmovedora entrevista!!! GRACIAS!!!!!
Sos un ejemplo de vida Gastón, primero por haberle dado vos y Adriana un maravilloso hogar a Juan Pedro y segundo, por estar enfrentando esta adversidad dando tu experiencia de vida a aquellos que la necesitan, que de no haber recogido ustedes a Juan P. seguramente él hubiera sido tu ejemplo de vida en este Instituto de menores, paradójicamente de una manera u otra vos lo hubieras educado, adelanta y no dejes a esos chicos te necesitan como vos a Juan.
Maravilloso haber transformado su terrible dolor en una amorosa dedicación por los chicos. Un ejemplo de persona !!!!!
Una buena manera que tenemos de continuar la vida es donando los organos de nuestros seres queridos que mueren por diferentes causas, eso es amor al proximo,!!!!
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