La Asociación de Cartoneros

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Nota principal: Los chicos que sobran

Cirujear, acopiar, clasificar y vender de a muchos rinde más. Permite regular los precios de la zona y rutinizar un trabajo que limpia las ciudades de cartón, diarios, papel blanco, plástico, chapa, vidrio y metales; una tarea por la que empresas privadas cobran millones a los municipios. Cuando en Itatí lo soñaron, muchos les decían que no iban a durar. Repasamos la historia de esta empresa solidaria que cumple diez años y contrasta con el abandono en la villa.

2001. Quizá como un legado, la idea nació justo el año en que murió Jorge Novak, obispo de Quilmes desde 1976, recordado por su compromiso con el otro y con los derechos humanos. En pleno corralito, los depósitos compradores de los cartoneros no tenían dinero, y éstos, que viven al día, no tenían qué comer. Además, los hostigaba la Policía, les secuestraban carros y caballos, y nadie les abría las puertas.

Empezaron con trueque, ollas populares y asambleas en la capilla barrial, donde muchos se burlaban cuando entraban. “¡Se van a caer todos los santos!”, les decían. Pero no se achicaron y dieron el gran paso: acopiar unidos para hacer valer lo juntado a la intemperie, a fuerza de calambres, frío y calor, pero ya en toneladas. Arrancaron con 212 socios y un capital de $500, y lograron llevar el kilo de cartón de $0,20 a $0,50.

Éramos esclavos de los depósitos; ya no nos pagan lo que quieren, y se hacen unos centavos más”, compara un cartonero en el documental “Cartoneros de villa Itatí” (2003).  “Primaron el ingenio y los objetivos de eliminar los intermediarios y subir la calidad de vida”, historiza ahora Cecilia Lee. Varios intermediarios de la chatarra, efectivamente, tuvieron que cerrar ante este proyecto alumbrado en la oscura Cava. Después pudieron mudarse a dos cuadras, a un galpón multiplicado en iniciativas sociales, laborales y educativas.

2008-2009. La crisis mundial fue un quiebre recordado por todos. Para Javier, “vendías, te daban la boleta y te decían: ‘vení en dos horas’. Vos vendías para comer al mediodía y comías a las 4 de la tarde”. Cecilia analiza: “La crisis se nota enseguida en la basura, porque la gente produce menos, toma menos gaseosa. Las papeleras y prensadoras cerraron entre principios de diciembre de 2008 y enero de 2009”. No iban a tener dónde vender, pero decidieron no cerrar y llegaron a amontonar 200 fardos. Tenían miedo de que se les prendieran fuego con los cohetes de Año Nuevo.

Cuando reabrieron las papeleras, todo valía la mitad que en diciembre, pero la solidaridad los había salvado: pudieron repartirse todo lo juntado. Además, se les ocurrió aumentar el valor agregado del plástico (uno de los materiales mejor cotizados). Consiguieron molino, trituradora y una capacitación en la Universidad Tecnológica, y avanzaron con esta idea ecológica y rentable: un bidón triturado se paga $2,50; uno sólo lavado se paga $1, compara Rubén, y se entusiasma al describir la enfardadora semiautomática que tienen. Antes se les embarraba todo si llovía y las fábricas les descontaban la mitad de lo pesado, porque estaba sucio.

2011. Estamos mucho mejor. Hasta 2008-2009 a veces no había dinero en la caja”, resume Cecilia. Manejan un fondo común, tienen legitimidad, a veces reciben una mano del Estado o de empresas y aceitaron una rutina laboral que empieza con el desayuno. Veinte personas clasifican y enfardan en el galpón. Otros están afuera, levantando cartón.

También brindan acompañamiento, apoyo y talleres de oficios en el Centro Educativo Eduardo Mignogna (bautizado en honor al director del documental sobre la Asociación, en el que trabajaron lo periodistas platenses Ana Cacopardo, Ingrid Jaschek y Pablo Spinelli). La Asociación es “un lugar de mucha vida, creatividad y sueños” en un “lugar de dolor y exclusión”, describe Cecilia. En el galpón, asegura, se oyen menos lamentos que cargadas.

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