Meriendas masivas en un rincón de Romero

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Foto Luis Ferraris

La Copa de Leche Bet-el, que depende de la parroquia San Cayetano, alimenta cada tarde a más de 150 chicos. Hasta hace poco, también servía almuerzos los sábados, pero la falta de insumos obligó a cortar ese servicio. Funciona hace cuatro años. El barrio espera ayuda municipal.

Por Mercedes Benialgo

“¡Eh, ¿vos no tomaste la leche ya?!”, pregunta Rosaura, parada en la puerta de su casa, a uno de los nenes que entran. El chico pasa corriendo como un torbellino, sin mirarla, junto con otros. “No, mami, son parecidos, pero él es otro”, la reta por lo bajo su hija Victoria.

Cuaderno en mano, la chica pasa lista a medida que van entrando los vecinitos, y escribe con lapicera el nombre de cada uno que cruza la puerta. Hay apellidos que llegan a repetirse hasta siete veces. Son los de las familias más numerosas.

Hijos de changarines humildes, desocupados o trabajadores de las quintas de los alrededores de la localidad de Melchor Romero. Ninguno de los 150 chicos pasa los doce años.

Cada tarde, entre las cinco y las seis y media, van entrando por tandas al comedor que la familia Silva levantó en el frente de su casita, casi en la esquina de 167 y 32. Ahí toman chocolatada o mate cocido, y comen yogur, gelatina, flan, galletitas, pan o tortas fritas. Según qué se consiga. Y se van corriendo a jugar a la calle otra vez.

Los comienzos

Por iniciativa de la comunidad de la parroquia de San Cayetano, hace cuatro años nació la Copa de Leche Bet-el de Romero. El nombre significa “casa de Dios”, y va acompañado de la localidad para que se distinga de un comedor que se llama igual pero que está situado en City Bell.

Todo arrancó con un sorteo del que saldría elegida una familia por barrio, que sería la encargada de plantear las necesidades de cada comunidad. Rosaura Bordón no lo dudó: desde que el único comedor de la zona había sido clausurado, no quedaba ningún sitio que asistiera con alimentos a los más chicos. Empezando por sus siete hijos y cinco nietos -a los que acaban de sumarse otros dos-, eran muchas las familias que sufrían carencias de los productos más básicos.

Así quedó conformada la Copa de Leche, al principio en una habitación de 4 por 4, que era la pieza de sus hijos menores, y más tarde en un salón más amplio que Víctor y Roberto Silva, marido e hijo de Rosaura, levantaron en seis meses. Allí, por lo menos hay una mesa y un banco largos -prestados por la parroquia, que hay que devolver cada vez que se celebra un bautismo u otra ceremonia- que permiten a los chicos merendar sentados. Algo primordial para las mujeres de la Copa.

Cuando no teníamos espacio, les dábamos la viandita para que se le llevaran a la casa, pero resulta que después lo comían los hermanos mayores o los padres, y… yo lo siento mucho, pero esto lo hago para los chicos”, cuenta Rosaura. Ella trabaja como voluntaria en el Banco Alimentario de La Plata, una asociación civil sin fines de lucro que funciona desde 2000 como intermediaria entre empresas, asociaciones y comedores de La Plata, Berisso y Ensenada, para combatir el riesgo nutricional de los más necesitados a través de la distribución de alimentos a los centros y la difusión del buen accionar de las entidades que los aportan.

En su casa se quedan sus hijas Victoria, Verónica y Cintia, junto con Celia, vecina y colaboradora de la Copa, trabajando para la merienda de cada tarde, antes de que caiga el batallón de pequeños comensales. Para Rosaura y sus hijas no hay misiones imposibles en la cocina. Antes de abrir Bet-el, colaboraban en “Mi querida flor de ceibo”, un comedor de Ringuelet al que acudían ¡600 familias! La mayor proeza, aseguran, fue hacer milanesas para todos.

Los nutrientes

A pesar de haber obtenido la personería jurídica hace algunos meses, Bet-el está en lista de espera para recibir algún tipo de asistencia. Rosaura -presidenta a partir de la constitución formal de la asociación- no se cansa de elevar cartas a la Secretaría de Desarrollo Social de la Municipalidad de La Plata pidiendo al menos “una ayuda por única vez”.

Todo el sustento lo obtienen de donaciones particulares, ferias de ropa y rifas, y últimamente Desarrollo Social de la Provincia les comenzó a entregar algunos alimentos. Cada vez que reciben prendas o productos en buen estado, los ponen a la venta en la puerta de Bet-el para que la gente del barrio lo compre por pocos pesos, que los Silva utilizan para comprar más alimentos. Para las rifas, arman una modesta canasta alimentaria o sortean un juego de sábanas o frazadas, o las cosas sin estrenar que les hayan donado. Nunca en estos cuatro años han recibido ayuda oficial, y Rosaura considera que “ya es suficiente”.

Otra estrategia que implementan para buscar sustento es pegar afiches y repartir volantes, aunque aseguran que no da demasiado resultado. Y, de a poco, las chicas se están animando a llamar por teléfono a distintos comercios. Esta idea se les ocurrió “mirando revistas”, y no les va mal: “De diez lugares, nos ayudan cuatro”, se enorgullecen con la estadística.

Aunque la necesidad de asistencia es evidente en el salón comedor (donde, paradójicamente, no hay cocina sino un anafe de piso que les regalaron desde otra Copa de Leche), para Rosaura el mayor anhelo es recibir alimentos y restablecer así el servicio de almuerzo que tenían hasta hace poco.

Cuando desde la Asociación Civil Pantalón Cortito dejaron de mandarles menudos, papas, zanahoria y cebollas -porque también ellos habían dejado de recibir esos insumos- en Bet-el ya no fue posible seguir preparando comida los sábados. “Lo que comprábamos nosotros era la fruta, porque queríamos que la comida fuera completa, pero sin carne y verdura ya no lo podíamos sostener”, cuenta Rosaura, ansiosa por volver a cocinar ni bien alguien los asista con alimentos.

En su momento de mayor esplendor, el comedor de los Silva daba un almuerzo íntegro a 20 familias que pasaban a retirar el paquete cada sábado. “Servíamos una comida rica al mes, esa era nuestra meta”, cuentan en Bet-el. Cada cuatro sábados preparaban pizzas, marineras, pollo al horno con ensalada rusa, ravioles o pastel de papas. De lujo. El resto de las semanas se repartían entre guisos de lentejas o de arroz y fideos largos.

El barrio sigue esperando la ayuda que, suponen, el gobierno local debería poder aportar. Son cerca de las cinco. Desde afuera entran algunos aplausos. Son los vecinitos que ya empiezan a revolotear por el patio. “Hola, Rosaura, ¿se sirve la copa hoy?”.

 

Carne y verdura, cocina y heladera

Si por Rosaura Bordón fuera, montaría el comedor todos los días, como antes, y no sólo los fines de semana. Para lograrlo, necesitan una mano con donaciones de carne y verdura. Y no les vendrían mal una cocina y una heladera, dos artefactos básicos que hoy les faltan.

También se impone conseguir un pizarrón para las clases de apoyo escolar de los sábados y una balanza para que en la consulta de los jueves se revise a los chicos que pesan más de 10 kilos.

Los traslados son el otro gran tema a resolver. Muchas veces no tienen otra que acercarse a retirar una donación en remís o pedir un flete si la carga es grande. “Cuando hacemos las cuentas, vemos que gastamos más en viajes que quizá el valor de lo que nos están dando”, explica Rosaura. Por suerte, últimamente pudieron contar algunas veces con la camioneta de la delegación comunal de Romero para retirar mercadería.

Para colaborar se puede llamar al 478-1945 o ir hasta Bet-el, que queda en 167 y 32 de Melchor Romero.

 

Viene con yapa

Los jueves a la tarde, Bet-el es también consultorio médico, gracias a un profesional que llega desde Ignacio Correas para recibir consultas en el salón. Cuentan con un pequeño botiquín pero necesitarían completarlo y conseguir una balanza nueva.

Los sábados a la tarde llegan las clases de apoyo escolar que ofrecen dos maestras voluntarias del barrio Malvinas Argentinas.

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