Historias de senegaleses: migrar para trabajar

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En medio de un avance de la violencia oficial en operativos de desalojo de vendedores ambulantes, los migrantes africanos de La Plata cuentan quiénes son, por qué vinieron y qué sueñan para el futuro. Una mirada antropológica que derriba mitos y pone sobre el tapete el racismo de los argentinos.

Por María Soledad Vampa
Fotos: Gabriela Hernández

La Coordinadora Migrante realizó una reunión en Trabajo Social para abordar la problemática

Djiby tiene 23 años y hace 3 que reside en La Plata. Llegó desde Senegal tras su hermano que ya estaba instalado y trabajando en la ciudad, allá quedaron otras cuatro hermanas mujeres con el resto de su familia, dice que extraña su país y cuando La Pulseada le pregunta por sus deseos asegura que lo que quiere es “un trabajo tranquilo donde nadie pueda molestarlo”. Khadim hace 5 años que vive en La Plata, es carpintero y cuenta que no ha conseguido trabajo en su oficio, por eso se dedica al comercio callejero. “Pablo”, como elije que lo llamen, es otro integrante de la comunidad senegalesa; está radicado en Argentina hace ya 15 años y su oficio como metalúrgico le permitió emplearse en una obra con un contrato temporario. Ahora ese proyecto se terminó y está buscando un nuevo puesto, le pesa la incertidumbre de volver a quedar sin su salario estable. “Cualquier persona que no trabaja no puede progresar”, asegura. Abdou, de 24 años, lo confirma: “Trabajar es la meta que me empujó a venir”.

El trabajo es un eje central en la vida de los migrantes senegaleses que llegan al país desde la década del ’90 y se calcula que ya son unos cinco mil. Cada uno con su historia cuenta que decidió viajar por la situación económica. “En mi país no estaba tranquilo, no me alcanzaba lo que tenía para poder ayudar a mi familia y decidí salir del país para poder ayudarles mejor. Fue un largo viaje antes de llegar, pero después de que llegué doy gracias a dios”, dice Djiby. Su primo Abdou lo reitera: “Quiero ganar mi vida más tranquilo, para ayudar a mi familia”.

“En realidad las primeras rutas migratorias de Senegal se dieron dentro del mismo continente, en África; luego, por un vínculo colonial, empezaron a dirigirse hacia Europa, principalmente Francia y después países aledaños como Italia o España. Y recién cuando Europa recrudece su política de fronteras cerradas empiezan a surgir otros destinos”, explica María Luz Espiro, antropóloga e integrante de un equipo interdisciplinario de etnografía de la facultad de Ciencias Naturales y Museo de la UNLP, que hace años estudia el tema.

La investigadora agrega que aquella era una migración diferente a la actual: “Se dio alrededor del ‘95 y era centralmente del sur de Senegal, de Casamance. Ahí, si bien venían los varones primero, había un grupo familiar que llegaba después”. Desde principios del 2000 en adelante esa composición fue variando y los migrantes son centralmente varones jóvenes solos, aunque se calcula que ya residen en el país al menos 50 mujeres senegalesas, cuatro de ellas en La Plata (ver recuadro).

La comunidad comenzó a ser visible en las calles de nuestra ciudad y en otras localidades vendiendo bijouterie o accesorios de temporada. Se fueron integrando al paisaje de cada barrio comercial. Basta recorrer –por ejemplo–, calle 12 entre Plaza Moreno y la avenida 60, donde hay un puesto en cada cuadra en ambas manos. Mientras ellos acomodan silenciosos y prolijos su mercadería en mantas y telgopores sobre las veredas en centros y paseos comerciales, a su alrededor se van tejiendo mitos y relatos. Esos sentidos comunes aparecen incluso en las crónicas de los medios de comunicación que buscan contar el fenómeno. Notas con  más opinión que datos concretos hablan de “reclutamiento” y “mercadería de dudosa procedencia”, e insisten en la ilegalidad. Esos son los prejuicios que les juegan en contra, sobre todo en el último tiempo en el que los operativos contra la venta ambulante aumentaron y se recrudecieron.

Pablo alterna su trabajo en la construcción con su puesto en calle 12.

Mitos y racismo

“Lo que falta es la plata, tengo que ayudar a mi familia, yo soy el hijo grande de mi papá. Mi papá tiene muchos años ahora, por eso yo vengo para ayudarlo. Porque no puedo seguir en la escuela, él me ayudo, ahora si él no puede es mi turno, es cultural. Ahora tengo muchos años, 24 y es mucho”, dice Abdou desde su puesto frente a una hamburguesería donde exhibe anteojos, gorros de lana y pantuflas. “Yo no tengo mucho tiempo, vengo de la casa, trabajo, vengo a las 9 y hasta las 20:30 estoy; me voy a mi casa, a comer, a rezar porque soy musulmán, voy y duermo y mañana vengo acá. Todos los días –describe su rutina–.Yo no tengo ni domingo ni sábado trabajo todos los días porque eso me empujó para venir acá”. Frente a uno de los mitos que supone que llegan expulsados de África por conflictos armados o guerrillas los senegaleses citan motivos económicos como la razón central de su viaje.

Y Argentina comenzó a instalarse como un destino más amable cuando se desarrolló cierta estructura que los recibe. “Empiezan a elegir Argentina porque ya hay unas primeras redes que están reforzándose. La migración se construye a partir de redes. Eso hay que entenderlo, no van a venir sin ningún contacto o un mínimo conocimiento, siempre hay un pariente, un conocido que los va a estar recibiendo”, subraya Espiro como un factor central para los migrantes.

Las investigadoras sobre migración africana hacen hincapié en la capacidad asociativa de estas culturas, sus lazos de solidaridad, el desarrollo de economías comunitarias e incluso las estrategias de ahorro colectivo. Esas son las redes fundamentales sobre las que hacen pie sobre todo cuando la migración está ligada al comercio.  Abdou cuenta que viajó solo pero que al llegar lo esperaba un tío que fue quien lo proveyó de contactos y algunos recursos para empezar. “Yo tengo amigos como te dije, ese amigo te puede mostrar un poco, ayudar como puedes hacer. Si no tenés amigos no podes saber dónde vas a ir, donde ir para comprar”.

Registrar la existencia de estos vínculos derriba otra de las versiones acerca de esta población ligada a la idea de “mafias” que los sostienen o los explotan. La venta ambulante es para ellos el mercado laboral posible frente a las barreras del idioma y el abanico de problemas que se abre para obtener la residencia, aún cuando la Ley de Migraciones argentina (la 25.871, sancionada en 2004) reconoce la migración como un derecho humano y a la regularización migratoria como una obligación del Estado (ver recuadro). “Sabemos que en la práctica cuesta que las personas puedan gozar de sus derechos. La ley garantiza, por ejemplo, que con la residencia precaria, que es a la documentación que acceden, puedan acceder a la salud, la educación, el trabajo, y vemos que la realidad no es tan así. La cuestión de la lengua también es una barrera, por eso la venta ambulante es una salida, porque con aprender las palabras vinculadas a vender ya pueden hacerlo”, analiza Espiro.

¿Qué otras cuestiones operan contra la integración de una comunidad claramente ligada al trabajo, con ese deseo y objetivo? “En Argentina hay un racismo latente muy fuerte. Aunque no nos asumamos como una sociedad racista, lo somos profundamente” sentencia Espiro. Abdou lo confirma cuando dice que al llegar “hay mucha cosa, porque si vos vas a ir a otro país seguramente vas a aprender otras cosas como el idioma, otras personas, otras culturas. Hay mucha gente, hay gente que son re buenos y te da muchas cosas, te da ayuda, pero también hay personas que te molestan que vos no puedes solucionarlo, no puedes hacer nada, pasa alguna gente y te molesta, te hace mal, eso también, hay de eso”.

La antropóloga  analiza que “los nuevos migrantes africanos y los senegaleses en particular son un poco herederos de esa negación histórica sobre el componente afro de nuestra cultura. Es muy difícil que tomen un negro en un trabajo al menos que no sea un trabajo de fuerza. Es muy difícil que se los tome por algún oficio o por conocimiento universitario que hayan tenido en Senegal”.

Abdou tiene “diplomas” porque en su país estudiaba, cuenta que sólo le falta el de la facultad. Le hubiese gustado hacer la carrera de Medicina. “¿Por qué quiero hacer Medicina? Porque si me siento mal de mi cabeza tengo un objetivo de que me saque la cosa que me hace mal. Es un sentimiento muy feliz para mí cuando una persona se siente mal que vos puedas sacarlo, no es la plata, yo tengo ese sentimiento para hacer medicina, pero ahora no creo más –se desalienta–. Si vos tienes un trabajo que puedas trabajar 8 horas, después podés estudiar otras 10, pero en esta venta… por ahí un día acá no vendes un peso, no depende de las horas que vos trabajas, depende del cliente que vos tenés”.

“Todo es caro”

La mayoría de los vendedores consultados da cuenta de que en el último tiempo la crisis económica se hizo notar tanto en las ventas como en el costo de vida. “Ahora es muy difícil vender, para la gente, como se cambia el gobierno todo se cambia, porque todo es caro. Pagar es caro, alquilar, la luz, el gas, todo es caro. Cuando yo llego, para tomar el colectivo se pone $3, ahora se pone $10 y pico, es mucho. Eso, si vos no trabajas ¿de dónde vas a tener esa plata? Yo no puedo pedir”, ejemplifica Abdou.

A las dificultades del contexto se suma un recrudecimiento de los controles municipales frente a la proliferación de la venta ambulante. Desde la llegada de los primeros senegaleses a la ciudad en 2006 la situación en cuanto a los operativos ha ido empeorando por la cantidad y por la violencia con la que se llevan adelante.

“Dicen que es ilegal. Pero es la única forma que tenemos para laburar, para poder sobrevivir nosotros. No es que traemos la mercadería de nuestro país. Cada chico que llega nosotros le ayudamos para comprar mercadería pero le compra en este país, en los locales mayoristas. Entonces si la mercadería de nosotros es ilegal hay que empezar en los locales mayoristas”, explicó Bamba a Radio Futura cuando lo entrevistaron después de pasar la noche en la comisaría Primera. A Bamba lo detuvieron el mes pasado en un violento operativo protagonizado por Control Ciudadano y la Policía Local. En el momento en que fue detenido no estaba vendiendo.

Los operativos de la Secretaría de Convivencia y Control Ciudadano se ensañan con los puesteros de 7 y 47 (Foto: Reporte Platense)

Los funcionarios municipales amparan su accionar en el incumplimiento de ordenanzas, del Código contravencional municipal, y normativas impositivas; a la vez que ellos mismos incumplen con principios básicos de su labor sin respetar ningún protocolo. En los operativos la mayoría de las veces la sustracción de las mercaderías se realiza sin la elaboración del acta correspondiente y sin testigos. También aparece el pedido de coimas y el hostigamiento por parte de la Policía y los agentes municipales.

Organismos como la Comisión Provincial por la Memoria encendieron una alerta sobre el accionar de estas fuerzas, en particular con la comunidad senegalesa, no sólo por la selectividad de las acciones, sino por la violencia que despliegan. Insultos, malos tratos, golpes y abusos de los que ni siquiera quedan exentas las mujeres. “El vínculo es diferente que con los hombres pero también es violento, no es que por ser mujeres no hay violencia física y a eso se suma la violencia sexual, el acoso, las propuestas sexuales desde un lugar de poder”, denuncia Sonia Voscoboinik, compañera de investigación de Espiro (ver recuadro).

Frente a estos embates surgen, otra vez, las redes de la comunidad. “Hay una cuestión cultural de base que es una fuerte cohesión, prácticas y dinámicas de moverse en grupo que tienen que ver con tradiciones africanas y étnicas. La cuestión de la vida comunitaria es algo muy tradicional de las sociedades africanas, ellos tienen asociaciones propias, no sólo civiles sino religiosas, por las cuales canalizan los problemas cotidianos, tienen una forma de solidaridad grupal muy aceitada desde la cual resuelven cosas. Tampoco voy a plantear una cuestión idílica, como en todo grupo social hay clivajes, hay disputas. Pero la cuestión es mantenerse en grupo, también para mantener las costumbres, moverse en un medio que les es propio”, describe Espiro.

Las investigadoras subrayan esta característica una y otra vez. Consideran que conocer sus costumbres implica despojarlos del status de víctimas y reconocerlos como agentes con capacidad de acción, de cambio, de tomar decisiones, iniciativas y riesgos. “También se ha ido formando una representación que partió de afuera pero que ellos se la han apropiado un poco, de ‘nosotros somos tranquilos, no somos combativos, no somos violentos’. Y lo que ha pasado es que los enfrentamientos con la Policía y Control Urbano sí son muy violentos”, agrega la antropóloga.

En este punto la población local empezó a intervenir, reconociendo el vínculo de estos migrantes con su trabajo. “Déjenlos laburar en paz”, “¿Qué quieren que sean chorros?”, se escucha entre el tumulto de gente que se agolpa cuando empleados municipales intentan llevarse sus mercaderías. “Y ya van varios años de contacto, la gente los conoce de estar en la calle, hay relaciones con la población local, aunque a veces el conocimiento sigue siendo muy superficial, aún priman muchos estereotipos en torno a quiénes son y qué es lo que hacen, y también es nuestra responsabilidad como investigadores desarmarlos”, concluye Espiro.

“Ése es mi problema yo no puedo pedir, es una cosa muy difícil para mí, es natural para mí hacer esto –dice Abdou desde su puesto de trabajo–. Y bueno eso es lo que puedo hacer ahora. Pero yo quiero trabajar más tranquilo, yo puedo tener casa, auto, todo, yo quiero, yo tengo un objetivo, yo quiero una vida más linda como todos. Yo puedo ir a mi país …”

–¿Te gustaría volver?  

–Sí obvio, porque yo quiero a mi mamá–. Y ese recuerdo le dibuja a Abdou una amplia sonrisa. //LP


Senegaleses esperan la liberación de dos connacionales, en la comisaría Primera

Y legales

Entre Argentina y Senegal no existen representaciones diplomáticas. El país africano dejó de tener embajada en la Argentina en 2002, cuando fue cerrada al igual que la de otros países en el marco de un ajuste de Cancillería por la crisis económica. En 2015 la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner dispuso por decreto la reapertura de la embajada argentina en Senegal, pero no se supo más nada de esa iniciativa.

Las personas que llegaron en los ‘90 todavía contaban con la embajada y muchos viajaban habiendo tramitado su visa. El contexto fue cambiando y hoy la opción que les queda para establecerse en el país es solicitar refugio y mientras tanto obtener una residencia precaria. La otra vía es ingresar a través de Brasil donde sí tienen embajada.

Otra institución que tienen como referencia es la Asociación de Residentes Senegaleses en Argentina (ARSA), una asociación civil que actúa frente a las cuestiones de tramitación de la residencia dentro de los límites en que le es posible. Desde ARSA activaron todo lo necesario para que se realizara un programa de regularización entre enero y julio de 2013.

Ese plan se articuló con el embajador más cercano, que reside en Brasilia, y permitió que 1.700 personas se inscribieran y alrededor de 900 terminaran el proceso y obtuvieran la documentación temporaria. “Eso fue una movida grande donde se armó una mesa de trabajo en el CELS con varias organizaciones que acompañamos en los trámites. Una vez que se terminó en julio esa regularización todas las personas que llegaron quedaron en la misma situación que antes: con la precaria, pidiendo refugio, esperando si lo deniegan para volver a renovarlo y así sucesivamente en una situación muy vulnerable. Se está intentando repetir la experiencia pero en este contexto es mucho más difícil”, cuenta la antropóloga María Luz Espiro.


Las mujeres

Sonia Voscoboinik es profesora de Psicología e integrante del equipo de investigación sobre migraciones africanas junto con María Luz Espiro. Su línea de trabajo se centra en las migraciones de las mujeres senegalesas y sus prácticas asociativas. Voscoboinik explica que la migración femenina es más recurrente hacia Europa. En destinos más remotos, como Argentina o Latinoamérica, es menos frecuente que la masculina pero existe. “Hay dos formas principales de migrar para ellas: acompañar al marido o casarse a distancia y venir, pero también se puede ver otro patrón que es la migración independiente. Viajan solas y se encuentran en el destino con un familiar”.

En La Plata hay 4 mujeres, dos llegaron recientemente, pero las dos primeras ya hace tiempo que están. Las migrantes tienen su propia forma de trabajo: “Durante el año se dedican mayormente a la venta ambulante, y en temporada muchas viajan a ciudades costeras donde también venden pero se dedican más al trenzado”, señala Voscoboinik.

“Uno de los mitos más comunes es por qué no hay mujeres o niños en estas migraciones, bueno sí los hay aunque pocos. También hay algo muy paradójico en relación a estas mujeres y es que  por un lado cuando se las asocia a las prácticas musulmanas se dice que están muy sometidas, muy dominadas; pero por otro lado cuando circulan, por sus cuerpos de color se las asocia con muchísima facilidad a la prostitución. Han tenido situaciones con policías, con agentes de control urbano y con transeúntes y es súper violento para ellas”.


La ley, el decreto y la justicia

La Ley de Migraciones 25.871, sancionada en 2004, reconoce la migración como un derecho humano y a la regularización migratoria como una obligación del Estado. En enero de 2017, el presidente Mauricio Macri firmó un decreto que la modificaba en un sentido regresivo y ponía condiciones más estrictas para el ingreso y permanencia de extranjeros en el país. El DNU abría un amplio el abanico de conflictos, como la venta ambulante, que podían terminar en la deportación. En marzo de este año la Sala V de la Cámara Contencioso Administrativo Federal declaró inconstitucional ese decreto en un fallo de 50 carillas donde consideraron que no existe una “situación crítica” que amerite tomar medidas que avancen hacia una reforma de la política migratoria sin la intervención del Parlamento.


Poco refugio

Los datos estadísticos sistematizados por la Comisión Nacional para los Refugiados registran las solicitudes de refugio entre 1985 y 2016. En los últimos 5 años hubo 6.093 solicitudes de estatuto de refugiado de las cuales 2.174 fueron de personas de nacionalidad senegalesa, un 35%. Sin embargo ése mismo informe no consigna a esta comunidad entre las principales nacionalidades a las que sí se les ha dado ése estatuto.


46% negros de origen

En el primer censo que se realizó en 1778 en el territorio de lo que sería Argentina se registraron 92 mil afrodescendientes (negros y pardos) sobre un total de 200 mil habitantes: el 46% de la población.

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