La escenografía de una joven rebeldía

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Para los viejos platenses, la 51 está irreconocible: “Desapareció hasta la rambla fundacional que vertebraban bancos de madera y elegantes faroles decimonínicos con pie”, escribe Painceira. Foto: Gabriela Hernández
Para los viejos platenses, la 51 está irreconocible: “Desapareció hasta la rambla fundacional que vertebraban bancos de madera y elegantes faroles decimonínicos con pie”, escribe Painceira. Foto: Gabriela Hernández
Para los viejos platenses, la 51 está irreconocible: “Desapareció hasta la rambla fundacional que vertebraban bancos de madera y elegantes faroles decimonínicos con pie”, escribe Painceira. Foto: Gabriela Hernández

Presentamos un fragmento del libro de Lalo Painceira que repasa cuáles eran los lugares de encuentro de la cultura platense en los ‘60. Tanto los sitios de una clase media conservadora como aquellos donde, discutiendo sobre arte y política, se formó una generación renovadora a la que el autor rinde homenaje.

Por Lalo Painceira 

Los bares tenían su importancia en la vida social de la ciudad. Su personalidad estaba dada por la clientela habitual —en algunos casos, de rasgos distintivos—. Si se sigue el orden creciente de numeración de las calles del centro de La Plata, por 7 desde 44 hasta 60, el primer café era La Cosechera (7 y 45), que debía su nombre a la empresa de seguros aledaña. El edificio que lo contenía fue el primer rascacielos platense, que seguía las líneas modernistas del Cavanagh de Buenos Aires, pero más pequeño. Fue construido en 1935 por los mismos arquitectos que el porteño, con un notable frente, definidamente Art Decó que todavía perdura. “La Cosechera” era un café tradicional que había sido elegido por la gente de pensamiento conservador, de riguroso traje y corbata, personas que cuando se ponía el sol podían estirar la tertulia compartiendo “la copa en el estaño” del viejo y amplio restaurante Gentile (7 entre 45 y 46), o en el Jockey Club. Al atardecer y a la noche, “La Cosechera” mutaba y se poblaba de parroquianos vestidos de informalidad. En su sótano funcionaba el teatro independiente “La Lechuza” (hoy en 58 entre 10 y 11), un reducto vanguardístico comandado por Lisandro Selva que hizo conocer a los platenses desde el teatro de avanzada europeo, como Ionesco, hasta el realismo comprometido estadounidense. Y no puedo dejar de mencionar su inolvidable puesta de “Las brujas de Salem”, de Arthur Miller.

A la vuelta, sobre 44 entre plaza Italia y 6, estaba el Teatro Nuevo, con una actitud más política y comprometida al estilo del movimiento independiente porteño. En ese reducto de 44 actuaba en ese tiempo, dando sus primeros pasos, un grupo de berissenses encabezados por Lito Cruz y Federico Luppi, al que se sumaban Víctor Manso, Walter Zuleta, Mariano García Izquierdo (además recordado poeta) y Martín Adjemián.

En 7 y 47 había otro bar, el Bristol, cuyos clientes habituales eran los estudiantes universitarios y algunos sectores radicales y anarquistas, socios en las mismas agrupaciones estudiantiles; allí se prologaban o epilogaban las reuniones nocturnas de la Federación Universitaria de La Plata (FULP). Era el escenario de acuerdos, “trenzas” y “roscas” entre los diferentes grupos. A media cuadra del Bristol pero sobre 47 estaba el Teutonia, cervecería típica alemana con mucha madera a la vista, reservados y hasta un palco para orquesta. Al Teutonia concurrían los jóvenes de la sociedad platense, los mismos que a las 5 de la tarde habían tomado el té con masas en La Perla o simplemente habían permanecido parados en la esquina, para ser vistos y mirar a las chicas del centro. En 48 entre 7 y 8, pegado al Cine Mayo, estaba el viejo bar Astro, que después fue remodelado. El Astro original era pequeño, casi sin mesas, famoso por sus precios económicos y sus sándwiches de mortadela que se acompañaban con gaseosas hoy inexistentes, como la Sidral que constituían el sueño de los chicos que concurrían a las funciones matutinas de series y dibujos de los domingos en el Astro, o de los adolescentes que iban religiosamente a los continuados de los martes en el Mayo. Además, eran muchos los que se mostraban en la puerta de La Perla pero, a la hora de consumir, se pasaban al “Astro”, una de las tantas simulaciones típicas de la clase media platense.

En 7 y 49 se instalaba el reinado de La París, tradicional confitería que convocaba a un grupo heterogéneo pero de cierto nivel social o cultural, distribuido en un salón amplio que no contaba, como hoy, con una barra central. La tenía instalada en la pared lateral lindante con su cocina. (…) Concurrían profesionales, empleados públicos, bancarios, estudiantes y profesores universitarios, y tenían su mesa los poetas de la generación del ‘40, como Roberto Themis Speroni, Gustavo García Saraví, Horacio Nuñez West y los Ponce de León. También iban a La París las familias platenses.

En la vereda de enfrente, sobre 7, se levantaba el majestuoso edificio del Jockey Club, en cuyos salones se mezclaron a través de la historia figuras progresistas como Alejandro Korn o los Sánchez Viamonte, con la pequeña burguesía conservadora y radical. A media cuadra de La Paris, sobre 49 y hacia 8, junto al cine Rocha, estaba el bar americano Víctor, con asistencia de adolescentes de los barrios que empezaban a acercarse al centro. Siempre sobre 49, pero entre 8 y 9, estaba el edificio de La Protectora, con sus baños turcos y  restaurante. Además, era sede del teatro independiente Los Duendes. Al lado, pero hacia 8, había un restaurante cuyo nombre no recuerdo y enfrente, el local de La Veneciana, heladería histórica de la ciudad. Junto a ella se instaló una fábrica de sándwiches de miga que vendía a precios económicos sus formidables planchas y rollos. En la esquina de 9, pero sobre 49, se abrió el primer bar americano de La Plata, pequeño pero similar a los que maravillaban en Mar del Plata y con las mismas ofertas. El segundo y deslumbrante bar americano se abrió en 8 y 47. En diagonal 80 y 48, pegado a la tradicional basílica de San Ponciano, estaba la otra heladería histórica platense: Pérsico.

El resto de los cafés y pizzerías se enhebraban a lo largo de calle 7 hacia 60: El Parlamento” (7 y 51), El Cabildo (7 y 54), Pizzería Sorrento (7, 56 y 57) y en 7 y 59, el Costa Brava. Cada uno con sus clientes habituales. “El Cabildo”, que ya se había reducido al local de la esquina, con los alumnos de la Escuela de Teatro y algunos de sus profesores notables, como Oscar Fessler y Francisco Javier, que se mezclaban con tangueros melancólicamente fieles a la historia del lugar. El “Parlamento” era el sitio de reunión de platenses de la llamada generación intermedia, para hablar de política. Ubicado frente a la Legislatura, sostuvo esa identidad aun cuando los golpes militares dejaron sin funcionamiento por largos años al Poder Legislativo. “El Parlamento” es el único de calle 7 que mantiene las características de entonces, incluida las de su clientela. Sorrento era el lugar elegido para comer pizza después del cine, el teatro y ensayos de coros o de orquestas. Allí se mezclaban todos: familias, profesionales, artistas, intelectuales, estudiantes, trabajadores. Costa Brava, en cambio, era el reducto de los alumnos de Bellas Artes que allí estiraban con un café o una copa de vino o ginebra el trabajo en los talleres y el debate de las clases. Las mesas las compartían estudiantes y profesores.

Había otros sitios de reunión emblemáticos para la época. La cervecería Modelo, en 54 y 5, que guarda intacta su identidad, congregaba a grupos heterogéneos con fuerte presencia estudiantil universitaria, algunos intelectuales e integrantes de coros; la pizzería Bacci, en diagonal 79 entre 1 y 2, que comenzó a imponerse a mediados y finales de los ‘60, con una clientela similar a Sorrento pero entre los jóvenes predominaban quienes habían comenzado a adherir a los sectores progresistas del peronismo. Otros lugares emblemáticos de aquella ciudad de fines de los cincuenta y comienzos de los sesenta fueron el Rivadavia, en 50 entre 7 y 8, que permanecía abierto toda la noche y contaba con billares y mesas de ajedrez o dados, con reservados para comer sus famosas milanesas cortadas con papas fritas acompañadas por cerveza o vino, al que concurrían muchos estudiantes universitarios. A su lado, La Aguada, otro de los que hoy mantienen el aspecto de antaño, que permanecía abierto hasta la madrugada porque recibía a quienes habían ido a la función noche o trasnoche del cine o el teatro o, simplemente, a los trasnochadores.

En aquellos años, el cine fue una de las ventanas más potentes para asomarse al mundo, a la coyuntura histórica que se vivía. Fue un aporte fundamental en la formación nuestra y de los jóvenes en general. La concurrencia era masiva y no para las superproducciones comerciales, como sucede hoy, sino para las películas de mayor valor y contenido artístico y hasta ideológico. La Plata contaba con varias salas ubicadas casi todas en el centro, sobre la calle 7 o sobre 48, 49 y también sobre 8. Había otras más alejadas, como las juveniles y bullangueras del Belgrano (diagonal 80 y 49) y el Roca (1 entre 43 y 44, frente a la Estación), y el Güemes y el América sobre 51 entre 5 y 6, desaparecidos a fines de los ‘50, además de otras pocas salas periféricas. Pero el cine que provocaba y abría las mentes se estrenaba en las salas del centro: principalmente en Astro, Ocho, París, Mayo y Rocha, y en pocas oportunidades en el San Martín, que era enorme. El Select no era sala de estrenos pero sí de ciclos de Cineclub después de que éste abandonara el coqueto cine París y luego el Astro. No había, como hoy, un horario continuado de exhibición, sino secciones. Lo máximo era agregar una película a horario más temprano que a la tarde y los fines de semana, el trasnoche. Porque en todos los cines se exhibían dos películas por función y en algunos, como Roca, Belgrano, América y Güemes, tres. Un clásico: para los aniversarios de Gardel, se exhibían sus tres películas y cuando Carlitos finalizaba una canción, la gente aplaudía como si hubiera cantado en vivo.

Como ya mencioné, el nuevo cine convocaba a gran cantidad de público y se hacían colas para ver La dolce vita (1959), ese magnífico fresco que trazó Fellini de la Italia de los cincuenta; Los cuatrocientos golpes (1958) de Truffaut; La noche (1960), del todavía pavesiano Antonioni (a La aventura tuve la suerte de verla como primera película en el viejo Astro y me deslumbró); Hiroshima mon amour,, de Resnais y Duras (1959) o Recordando con ira (1958) de Richardson y Osborne.

Ese es el cine que nos formó junto a nuestras lecturas, que se discutían entre artistas, universitarios e intelectuales en los cafés que nos congregaban, porque nos sentíamos expresados por esos parientes tan lejanos. Tendría que retomar la primera persona, nos sentíamos expresados por esos parientes tan lejanos. En la producción nacional cinematográfica la identificación pasaba por el cine de Leopoldo Torre Nilsson y luego, por la irrupción de aquella generación constituida por directores como Lautaro Murúa (que vivió en La Plata), Rodolfo Kuhn, David Kohn (que en sus últimos años se radicó en City Bell), José Martínez Suárez y desde ya, Leonardo Favio.

En este recorrido tengo que hacer una mención especial; en realidad, un homenaje. No puede obviarse el Club de Ajedrez de 6 y 54, que albergó nada menos que a Rodolfo Walsh cuando estuvo radicado en La Plata, a fines de los cincuenta. En sus mesas comenzó a trabajar Operación masacre, publicado primero como notas periodísticas en el diario Mayoría en julio de 1957. Esa historia empezó allí, frente a la plaza San Martín, como lo recuerda Walsh en su libro: “Seis meses más tarde, una noche asfixiante de verano, frente a un vaso de cerveza, un  hombre me dice: −Hay un fusilado que vive…”. Sirva como testigo de la vinculación de Walsh con La Plata, el padrón electoral, donde todavía figura, en la Sección Primera: “Walsh, Rodolfo. Clase 1927. LE: 4.330.759, calle 54 Nº 418”.

Como indiqué anteriormente, el teatro independiente fue otra actividad convocante de los jóvenes. Las principales salas estaban en sitios cercanos al centro. La Lechuza (7 y 45) y Teatro Nuevo (6 y 44); Los Duendes, un temprano desprendimiento de La Lechuza (49, 8 y 9); el de la Universidad que dirigía Gené (en Bellas Artes); el CLIMN, del Centro Max Nordau (58 entre 10 y 11); el teatro Universitario, heredado del mítico grupo que integraron en los ‘40, entre otros, Clarita Maiztegui y Atilio Gamerro y que en su nueva versión dirigían María Mombrú y Enrique Escope. Por último, el elenco oficial bonaerense, la Comedia de la Provincia, que tenía sede en calle 47 entre 7 y 8.

Esta era la gran escenografía en la que nos movíamos los jóvenes, algunos casi adolescentes, con inquietudes a flor de piel y mentes abiertas.

Es en este paisaje urbano que debe ubicarse al bar Capitol, nuestro albergue de cada noche desde el 7 de octubre de 1960 hasta fines de 1962. Se constituyó en uno de los centros de la movida platense a partir de 1961, movida que se extendió a los pocos meses hacia 7 con la apertura de un bar al lado (el “Adriático”, con un entrepiso con mesas) y, pegado, continuando hacia 7,  la cervecería Tirol Chopp. En las noches de verano, las mesas de la vereda borraban toda frontera entre bar y bar y hasta se llegaban a confundir con las del bar Parlamento.

¿Por qué elegimos el Capitol? No hay una razón concreta. Fuimos el 7 de octubre de 1960 y nos sentimos cómodos, y además nos gustó porque estaba abierto toda la noche y los músicos de jazz, la mayoría conocidos y amigos nuestros, le aportaban un clima particular. En ese bar se visibilizó, a través de nosotros, la vanguardia que protagonizamos desde el Grupo Sí.

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2 commentsOn La escenografía de una joven rebeldía

  • Estimado redactor con todo repeto quisiera agregar lo siguiente:
    El restaurante que estaba sobre la calle 49 entre las de 8 y 9, el cual decis no recordar su nombre, se llamaba «LAS MALVINAS». Tenia un gran salon comedor sitio obligados o lugar de encuentro para cenar con amigos, contemporaneo del viejo Bar y Cervesería con sus famosas picadas, hoy devenido en restaurante, el que aun persiste con escasa concurrencia, que es LA AGUADA, sobre 50 7 y 8.- Enfrente de este, los mismos dueños Toles ( el petiso) y Pereyra habilitaron un Bar Americano que se llamo Tutti Frutti.- Cuando recurde algo mas prometo agregarlo, aunque la memoria ya me esta siendo infiel. Es muy agradable leer esos recuerdos y es seguro que debemos haber compartido aunque sea desde otra mes o mostrador algun cafe o wisky o vino. Un Abrazo. Guillermo y viva la nostalgia

  • quisiera aportar algunos recuerdos que al leer estas líneas vienen a mi mente, tales como el bar La Jaulita, en 47 entre 7 y 8, frente al cine mayo mas hacia 8, donde se vendían los mejores panchos de la ciudad. Otro emblemático fue el bar lácteo El Pato Donald, muy concurrido por los jóvenes, y se encontraba ubicado en diagonal 80 entre 47 y 48.
    Otro sitio destacado de aquellos años fue El Rayo, bar y confitería que se encontraba en calle 1 y 44, típico por la elaboración de merengues, que los amantes del turf, en oportunidades de aciertos, a la salida del hipódromo, solían llevar a sus familias la tradicional bandeja de merengues de dulce de leche o crema. Seguramente deben quedar en el olvido involuntario otros tantos sitios donde podíamos disfrutar sanamente de gratos momentos. Gracias por estos recuerdos.

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