“La vecinocracia desautoriza la democracia”

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“El problema no es solamente la baja de la edad de punibilidad, sino todo lo que viene detrás”, afirma Esteban Rodríguez Alzueta, investigador y referente del CIAJ que en 2016 publicó La máquina de la inseguridad y Hacer bardo. En diálogo con La Pulseada, habla de la invención del fantasma del “pibe chorro”, del fracaso de las policías locales y de los negocios de la Bonaerense.

Por Daniel Badenes

En los últimos años, Esteban Rodríguez se convirtió en un referente para pensar la inseguridad, las policías, las cárceles y la violencia urbana, tópicos que solían ser parte de la agenda de las derechas sin que ningún otro sector se atreviera a pensarlos. Recientemente editó dos contribuciones sobre el tema: La máquina de la inseguridad (EME – Colección Plan de Operaciones), una serie de ensayos sobre la gestión de la seguridad escritos entre fines de 2014 y principios de 2016, y Hacer bardo (Malisia Editorial), un libro colectivo que recoge el resultado de varias investigaciones y de una experiencia de extensión universitaria realizada con pibes del barrio Don Orione que da cuenta del círculo vicioso que va y viene de la estigmatización de los jóvenes a la inseguridad.

Rodríguez es abogado pero nunca sacó la matrícula: se dedicó a la enseñanza y la investigación social. Ha publicado una docena de libros desde su primer trabajo, La justicia mediática (2000), incluyendo uno sobre rock (La Pulseada 78). La reflexión sobre la cultura lo atraviesa desde sus tiempos en el grupo La Grieta del que fue fundador en 1993, y hace 12 años llena de vida el Galpón de Encomiendas y Equipajes de 18 y 71.

-Hace 12 años, cuando como parte de La Grieta organizabas la Muestra Ambulante, hablábamos de los «vecinos en alerta» como un emergente de la época. En estos libros, uno de tus conceptos clave es «vecinocracia». ¿Qué hay en el camino de un concepto a otro? ¿El miedo vecinal tomó las riendas de la política?

-El vecino es una figura política sui generis, que viene a reemplazar al ciudadano. Si el ciudadano es la dimensión individual de una nación, el vecino es la partícula elemental de un barrio. La nación se comprime y embute en cada barrio. El barrio es la mejor trinchera para los vecinos, sobre todo cuando la sociabilidad de los vecinos se define a partir de las afinidades: comparten los mismos estilos de vida, tienen más o menos las mismas pautas de consumo, los mismos prejuicios, los mismos temores. Se mira el mundo desde el barrio donde se encuentra anclado con su búnker. La casa de cada vecino es el santuario pero también la mejor casamata. No sólo se rodean de electrodomésticos con obsolescencia programada sino de armas de distinto calibre. Puede ser una 22 pero también un perro malo, serpentinas electrificadas, cámaras de videovigilancia, botones o habitaciones antipánico. Estos vecinos están dispuestos a resignar la libertad a cambio de seguridad. Si la ciudadanía es el lugar de los derechos, el vecinalismo es el lugar donde se resignan todos los derechos a cambio de seguridad. La inseguridad producto de su miedo lleva a los vecinos a desertar del espacio público. Para ellos la calle no es un espacio de encuentro sino de circulación, por eso debe permanecer siempre despejada para que transitemos lo más rápido posible de casa al trabajo y del trabajo a casa o de casa a la cancha o al supermercado, o al boliche, al shopping: los espacios donde los vecinos se amontonan para practicar los mismos tics y celebrar la vecindad. La vecinocracia desautoriza la democracia cuando resigna la esfera pública o la vuelve a ocupar pero químicamente. No sólo se opone a la república sino a la democracia. Podríamos decir que el vecinalismo compite con el populismo, pero desautoriza la movilización y la participación. Porque los vecinos no se juntan para debatir sino para manifestar su indignación, para dar rienda suelta a las emociones profundas que fueron cultivando en su caverna frente al televisor. Gente llena de miedo que mira el mundo por el ojo de una cerradura. Nada bueno puede esperarse… La solidaridad vecinal está hecha de bronca, delación y queja. Gente indolente, agrandada, llena de resentimiento: es la combinación perfecta para practicar la justicia por mano propia o el linchamiento.

Y esa mínima moralia es insumo para la política. Una política que está cada vez menos hecha de razones que de pasiones. La política contemporánea encuentra en el miedo nuestro de cada día un punto de apoyo no sólo para ganar la próxima elección sino para desplazar el centro de atención hacia cuestiones secundarias, para desplazar lo social por lo policial, para aplazar cualquier discusión.

-En ese sentido, ¿qué pensás del debate sobre la baja de la edad de punibilidad, que volvió una vez más a la agenda pública?

-Si durante el kirchnerismo nos sorprendimos dando esta discusión al interior de sus filas, hoy, con el macrismo, es un debate cantado. Lo viven como una materia pendiente, un reclamo histórico de la vecinocracia. Cada vez que se pone sobre la mesa este tema, la derecha confirma las adhesiones que supo reclutar y busca avanzar en otros temas. El problema no es solamente la baja de la edad de punibilidad, sino todo lo que viene detrás. Como dice una amiga, la baja es el caballo de Troya del punitivismo.

-¿Qué pasa en los barrios, con los pibes, cuando se dan estos debates? En Hacer bardo refieren a una fabricación social de monstruos, que se ilustra con una cita de Norbert Elias: «Dale a un grupo un nombre malo, y vivirá según él».

-Uno de los clises producidos por la vecinocracia es la del “pibe chorro”. Dicen: “En este país te matan por un par de zapatillas”, “los chorros entran por una puerta y salen por la otra”. Más allá de que no es cierto, que no hay estadísticas que confirmen estos lugares comunes, estas fórmulas tienen el peso de cualquier sentencia popular. Nosotros decimos que el pibe chorro no existe: lo que existe son los jóvenes con dificultades sociales; jóvenes que viven a la pobreza con injusticia; que fueron reclutados por las policías para que pateen con la gente que ya arregló con ellos, es decir, jóvenes que son empujados para que asocien su tiempo libre a una economía ilegal que necesita, como cualquier mercado, de fuerza de trabajo. Lo que existen son jóvenes estigmatizados por los vecinos; objeto del bulling docente practicado de manera sistemática en las escuelas por maestros que los preparan para ir a la cárcel; jóvenes hostigados por la Policía, sobreestigmatizados por el encarcelamiento masivo. El pibe chorro es una proyección de nuestros fantasmas. No estoy diciendo que no haya robos cometidos por jóvenes, digo que ese robo no es cometido por un monstruo sino por jóvenes que tienen una historia de vida, que se miden cotidianamente con rutinas sociales, escolares y políticas violentas; jóvenes que crecieron en familias con muchas dificultades, sin la sobreprotección del estado, familias objeto de la extorsión política.

 

Recuperar al ciudadano

Rodríguez presenta La máquina de la inseguridad como una continuidad de su libro anterior, Temor y control, donde planteaba un enfoque teórico, más estructural, para pensar los temas que aquí piensa a partir de coyunturas, destellos televisivos de funcionarios y frases comunes que necesita desarmar. “Hay que construir clisés que estén a la altura de las grandes audiencias”, escribe en el libro editado por EME: “Hacer ejercicios de traducción para participar de la misma disputa y salir del coto de caza donde nos movemos seguros”.

-¿Cómo le explicás al vecino atemorizado que sus estigmas son un boomerang?

-¡No hay que escupir para arriba! Los pibes viven a esos estigmas como un problema. Se dan cuenta que los vecinos cruzaron la calle cuando lo vieron, o que aceleraron el paso, o agarraron contra el pecho la mochila o la cartera; los pibes se dan cuenta, cuando entran a un comercio, que se los quieren sacar de encima lo más rápido posible. Y eso no les sucede una vez al mes sino varias veces en el mismo día. Esto genera humillación. ¿Qué hacen los pibes con esta humillación? A veces genera vergüenza y pibes silenciosos. Pero otras veces produce bronca y más violencia. La violencia es una manera de recuperar al sujeto objetivado con la estigmatización. La violencia se traduce en un insumo para componer una identidad que les permita hacer frente a los procesos de humillación de los que son objeto y seguir con la cabeza bien alta. Esa violencia asume muchas formas, no necesariamente el robo. La mayoría tiene que ver con el titeo y el bardo. Los pibes empiezan a apropiarse de nuestros prejuicios y empiezan a vestirse, a hablar, a moverse y decir que hacen las cosas que ellos, los vecinos, dicen que hacen los pibes chorros. Los pibes sobrefabulan arriba de nuestros fantasmas, y eso produce temor, aunque a ellos les hace reír. En el extremo, los vecinos no saben que los estigmas pueden ser la peor profecía autocumplida de la vecinocracia.

-Sigo con esta obsesión: cómo explicarle todo esto al vecino común. Como recuperar su atención, la sensibilidad…

-Con el vecino no se puede hablar nada, está cerrado a cualquier debate, no puede pensar ni las diferencias ni las dificultades que puede tener el otro. Estamos ante gente inteligente pero que no puede pensar, porque tiene dificultades para ponerse en el lugar del otro, para sentirlo. Los estigmas que ha producido lo van encerrando en su propio mundo hasta que éste se convierte en el único mundo posible. Por eso no son seres hospitalarios, dispuestos a cobijar al otro, sino personajes hostiles, preparados para hacerle la guerra a todos aquellos que no corroboren sus puntos de vista, sus estilos de vida, sus pautas de consumo. La pregunta que tenemos que hacernos es cómo recuperamos la figura del ciudadano, cómo recomponemos un espacio público como espacio de encuentro y discusión.

-Bueno, esa es la pregunta: cómo hacer…

-Nos hace falta una política de la amistad que nos lleve a pensar al otro no como un enemigo sino como un adversario para luego reconstituir una ética de la solidaridad. Ese tiene que ser el punto de partida.

 

La multiplicación de las policías

La máquina de la que habla en su libro, dice, es un artefacto con muchos engranajes: los funcionarios públicos, la izquierda, los vecinos en alerta, el periodismo, la familia judicial. Y por supuesto, la policía, que acaba de atravesar “la campaña de reclutamiento más grande de la historia”.

“Vengo de la izquierda, es decir, llego a todos estos temas con un montón de prejuicios -escribe-. Prejuicios que nos impidieron pensar a la policía durante décadas, que nos llevaron a invisibilizar a la policía; que nos condujeron a ´regalarle´ este tema a la derecha. Uno de esos prejuicios es que la policía es la ´yuta puta´. Vista la policía desde ese lugar común, infantil, la policía se dispone a practicar tiro al blanco. La policía no es aquello que pensar, debatir, reformar, sino lisa y llanamente: denunciar y abolir…”.

-En La máquina de la seguridad definís a la Policía Local como una duplicación de la bonaerense. ¿Fue un intento fallido o era el objetivo? ¿Qué queda hoy de las policías locales?

(Daniel) Scioli quiso crear una policía municipal, pero no encontró el consenso en la Legislatura y tampoco en la propia Bonaerense. Ni siquiera su ministro de seguridad, Alejandro Granados, estaba muy convencido. El proyecto de Marcelo Saín, en un contexto electoral, fue bochado por casi todos. Por eso, se decidió a crear por decreto la Policía Local que fue un mamarracho elucubrado por la Bonaerense con la intención de que se caiga a pedazos al año y así poder absorber su estructura y presupuesto. Que es lo que sucedió. Hoy la Policía Local depende funcionalmente de la Bonaerense. A mí me parece que toda la clase dirigente sabe que tiene un problema con la Bonaerense, sabe que es un elefante en un bazar. Sabe que, tarde o temprano, tendrá que fragmentarla. Por eso no me parece mal el debate en torno a la creación de una policía municipal con un perfil específico, preventivo, dirigida por el intendente, expuesta a controles externos donde las oposiciones políticas y los organismos de derechos humanos tengan injerencia. Ese tiene que ser el primer paso para después crear una policía judicial y eliminar la Bonaerense. Pero soy bastante pesimista al respecto, porque hoy por hoy, la Bonaerense es la mano invisible de las economías ilegales e informales que le resuelven muchos problemas a los distintos actores de las economías formales.

-Y también resuelve algunos problemas de financiamiento de la política, ¿o esto ha cambiado?

-Un porcentaje de la recaudación estructural y organizada, siempre fue al funcionariado de turno, sean ministros, intendentes, fiscales o jueces. En cada gestión siempre hay alguno que está dispuesto a morder el anzuelo. Como me dijo Fogwill alguna vez: la Bonaerense siempre fue muy democrática: ellos afanan para todos. Muchos candidatos pagaron parte de sus campañas con el dinero que recauda la Bonaerense. Muchos jueces pueden viajar por el mundo con los sobres que les separa la Bonaerense. De esa manera se cubren las espaldas y les permiten perpetuar el curro al resto de la tropa. Hasta ahí todo marcha sobre ruedas. El problema surge cuando, por ejemplo, un intendente quiere más de lo que le venía tocando. Porque cuando la Provincia no baja la plata, no presupuesta al Municipio, lo que le está diciendo al intendente es que salga a disputarle –entre otras cosas– la caja a cada Comisario. Y en eso estamos, según parece. Los sobres que llamativamente encontraron en la 1º de La Plata, no es una interna de la Bonaerense, sino entre la Bonaerense y los funcionarios locales por el reparto de las horas extras. Llama la atención que no estaban los sobres con la plata que se separaban todos los meses para algunos jueces y el Municipio…

-Otra expansión de las fuerzas de seguridad, además de la incorporación de miles de policías, se da con la seguridad privada. ¿Sigue habiendo más agentes privados que públicos? ¿Alguien los controla?

-Bueno, esta es otra gran deuda de la democracia. Sabemos todavía muy poco sobre la seguridad privada. Los registros son obsoletos y los mecanismos de control no funcionan. De modo que no sabemos casi nada sobre estas agencias. Pero la verdad me preocupan más los vecinos que los agentes de seguridad privada que, dicho sea de paso, están casi siempre desarmados, mientras que cada vez son más los vecinos que tienen un arma en su casa. ¿Quién controla a estos vecinos armados? ¿Quién les enseñó a usar un arma de fuego? Esta gente es un peligro tanto mayor que las propias policías en Argentina.

La criminalización de la protesta

“No es fácil reprimir en Argentina, hay más organizaciones que están atentas”

En 2003, con un grupo de jóvenes abogados e investigadores publicó La criminalización de la protesta social. Aquel libro podría considerarse el acta de nacimiento del Colectivo de Investigación y Acción Jurídica (CIAJ), que trajo aires nuevos al ámbito de los organismos de derechos humanos. Trabajaron fuerte en el caso de Gabriel Roser -un militante barrial al que la Policía le armó una causa- y tiempo después elaboraron un manual, El derecho a tener derechos (La Pulseada 66), con una convicción: el ejercicio de la protesta es la garantía de la democracia.

-¿Qué ha cambiado en el ejercicio del derecho a la protesta en estos 14 meses de gobierno macrista?

-Al comienzo del mandato de Macri dije que el gobierno no iba a salir a reprimir la protesta social de un día para el otro. Así fue. En este primer año fueron reprimidos casos aislados. El famoso protocolo antipiquete no se iba a aplicar a las grandes movilizaciones sino a los pequeños cortes protagonizados por organizaciones de base. Y eso recién está empezando a pasar ahora. No es fácil reprimir en Argentina. No estamos en 1995: hay experiencias militantes en nuestro haber, sabemos cómo movernos, hay más organizaciones de derechos humanos que están atentas… Eso en cuanto al gobierno nacional, porque los gobiernos provinciales siempre fueron más intolerantes hacia la protesta social. Incluso durante el kirchnerismo gestiones del mismo signo político continuaron reprimiendo y judicializando las protestas y los conflictos sociales. La represión y persecución a los mapuches, por ejemplo, no es un invento de Macri. La represión a estatales o a los ecologistas contra las mineras o los campesinos contra las sojeras o los tareferos contra las grandes empresas no fueron un invento del macrismo.

¿Ves probable que se empiece a echar mano a la ley antiterrorista, por ejemplo, frente al conflicto mapuche?

-Hay que decir es que la ley antiterrorista tampoco es un invento del macrismo. Se lo dijimos en su momento al kirchnerismo que no había que escupir para arriba. Eso está publicado en un libro que escribimos con el CIAJ, “Políticas de terror”, en 2007. Hoy el macrismo tiene el camino allanado en muchos aspectos para criminalizar y reprimir la protesta. No sólo por esta ley, sino por los pasos que se dieron en la gestión del ex secretario de Seguridad, Sergio Berni. Él puso sobre el tapete el tema de la expulsión a los inmigrantes. Berni fue el que dijo que los delincuentes entran por una puerta y salen por la otra. Berni fue el que volvió a instalar el debate sobre la baja de la edad de punibilidad. Fue el que empezó la guerra contra las drogas con el desembarco espectacular en la ciudad de Rosario. Berni dijo que había que regular la protesta y lo hizo con el aval de la ex presidenta. Es cierto que el gobierno nacional no reprimió ni judicializó la protesta pero se hizo eco del malhumor de la vecinocracia avivado por el periodismo empresarial. Entonces, Patricia Bullrich está continuando y profundizando lo que empezó el kirchnerismo en esta materia, le guste o no. ¿O acaso Cecilia Rodríguez o Sergio Berni no son o no eran kirchneristas?

-Están muy claras las continuidades pero ¿cuáles serían las rupturas? Vos participaste de la gestión del ministerio de Seguridad, con Garré y Berni como segundo… Supongo que rescatás algo de esa experiencia…

-Con Berni estuve un par de meses. Puso rápidamente a muchos funcionarios de su lado con tal de conservar sus suntuosos sueldos. Su llegada al Ministerio fue un freno de mano y nos fuimos yendo casi todos de a poco. Ese freno lo puso Presidencia. La gestión de Garré nunca fue bien vista por Presidencia. No perdamos de vista que la creación del Ministerio de Seguridad no es la consecuencia de un plan de reforma integral, sino el resultado de la crisis política que implicó el asesinato de Mariano Ferreyra y los otros asesinatos en el Indoamericano. Si a vos te crean una estructura de ministerio maravillosa y después no te nombran a las personas para ocupar esa estructura, lo que te están diciendo es que te vas a tener que recostar sobre la capacidad operativa que tiene cada una de las fuerzas. Lo que quiero decir es que se avanzó muy poco, y por eso se pudo poner en punto muerto muchas de las reformas que se quisieron desplegar. ¿Qué nos queda? La experiencia. Hay cosas que sólo podemos verlas desde la gestión, que no la vamos a encontrar en ningún libro, en ninguna investigación. Porque como le dijo Morfeo a Neo, en Matrix: “Tarde o temprano te darás cuenta que una cosa es conocer el camino de antemano y otra muy distinta recorrerlo”.

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