El legado de Néstor Bru

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El papá de Miguel murió el 3 de enero sin conocer qué hicieron los asesinos con el cuerpo de su hijo. Una búsqueda que lo desangró durante la mitad de su vida compartida con Rosa. Una historia de amor y de lucha, desde que se conocieron en Pigüé hasta el último rastrillaje en tierras de Berisso. 

Por Pablo Spinelli
Fotos: Gabriela Hernández

En tiempo de mensajes instantáneos la noticia circuló rápido e impactó con crueldad en el espíritu melancólico que suelen arrastrar los días posteriores a las fiestas de fin de año. El 3 de enero murió Néstor Bru, el compañero casi siempre silencioso pero inclaudicable de Rosa Schonfeld en la búsqueda de Miguel, el hijo de ambos que desapareció y fue asesinado por policías platenses hace 28 años.

“Junto a su familia peleó para que se haga justicia por la desaparición de Miguel y encontrar sus restos”, lo despidió ese día la Asociación Migue Bru. Néstor murió conociendo una justicia a medias. Vio como los responsables fueron condenados, pero nunca pudo despedir los restos, que siguen desaparecidos.

Rosa también hizo pública su despedida. “Te amo PA” cierra el mensaje en su cuenta de Facebook que acompaña una serie de fotos. “Es un dolor muy grande después de compartir 56 años juntos. Vamos a recordarte siempre con tus payasadas y tus locuras”, dice. Justo la mitad de ese tiempo compartido es el que atravesaron con el dolor más profundo e insoportable para un padre y una madre.

Se habían conocido a finales en 1966 en Pigüé, en el distrito bonaerense de Saavedra, tierra de nacimiento de ambos, cuando Néstor tenía 17 años y Rosa 16. Empezaba una relación de jóvenes que fue creciendo hasta que decidieron casarse cuatro años más tarde. Ya corría el año 1970, cuando el día de los enamorados celebraron la boda y el 16 de julio nació Néstor Miguel, el primero de sus hijos.

Reconstruye el periodista Pablo Morosi en su libro Donde está Miguel parte de aquellos años de la vida familia. Él nació el 23 de noviembre de 1947 en el seno de una familia de origen francés que había llegado al país y a esa zona de la provincia de Buenos Aires a fines del siglo anterior. “Las carencias de la familia, dedicada a las labores rurales, solo le permitieron llegar hasta primer año del secundario. Después tuvo que salir a trabajar para contribuir al ingreso familiar. Durante un tiempo fue empleado en un bazar y luego se fue al campo para ayudar a su padre”.

Fue en esa etapa que adquirió algunas habilidades con los motores a la hora de reparar tractores y otras maquinarias, algo que le serviría para otros trabajos. Pasó por una empresa contratada por la Municipalidad para hacer la red de cloacas y agua corriente del pueblo, hasta que la falta de presupuesto frenó los trabajos y la familia tuvo que mudarse a Carhue -partido de Adolfo Alsina-, el pueblo que por ese entonces aún brillaba por la actividad turística de los veranos en Epecuén. En aquella época Néstor hacía perforaciones, reparaba molinos y fabricaba bebederos para el ganado.

Pero las mudanzas en busca de mejoras no cesaron. Miguel ya tenía dos años cuando la familia tuvo una breve estadía en Punta Alta hasta que salió un trabajo para Nestor en la automotriz Kaicers ubicada sobre la ruta 2, cerca de La Plata. Fue entonces que se instalaron en Berisso. El trabajo en la fábrica duró dos años, por lo que Néstor se las tuvo que rebuscar como chofer de un colectivo que llevaba obreros y alumnos de escuelas o haciendo changas.

En 1977 se decidió a buscar estabilidad y obra social ingresando a la Policía. Fue a propuesta de un familiar que entró como agente policial en la Agrupación Servicios del departamento de Automotores de Tolosa. La actividad le demandaba medio día y el ingreso era escaso, por lo que en aquellos primeros años también fue chofer de las líneas de colectivo 273 y 214.

Para entonces la familia había crecido con el nacimiento de los hermanos de Miguel. Guillermo, en 1975; Diana en 1977 y las mellizas Silvina y Paola, que llegaron al hogar en 1979, poco antes de la mudanza a una casa más grande en Villa Argüello, a pocos metros del terreno fiscal que más adelante la familia ocuparía para instalarse definitivamente.

Miguel crecía en tanto como un platense arraigado. Transitó la primaria en la Escuela 2 de Berisso y la secundaria en el Normal 3, en general con buenas calificaciones. Pero más allá de ciertas tensiones entre padre e hijo por el carácter descripto como algo “indócil” del adolescente, un episodio ocurrido en el aula iba a marcar esa relación. El relato familiar recuerda que un día Miguel reaccionó cuando alguien le dijo “villero” y él arrojó un borrador que impactó en una compañera. La expulsión de la escuela a pocos meses de egresar provocó también que Néstor decidiera echarlo de la casa. “Era necesario darle una lección porque estaba muy rebelde”, fue su explicación para el libro de Morosi.

El último rastrillaje en Berisso – Foto: Asociación Miguel Bru

Miguel terminó el secundario un año más tarde en el Normal 2 y en 1989 empezó Periodismo. Un tiempo después se mudó con amigos y compañeros de estudio hasta recalar en la casa abandonada de calle 69 entre 1 y 115, donde vivía cuando denunció por un allanamiento ilegal al servicio de calle de la Comisaría 9º, poco antes de su desaparición. Por esos años Néstor prestaba servicios en la Comisaría 11º de Ringuelet donde sin saberlo coincidiría -casi sin establecer vínculos- con uno de los que más adelante sería condenados por el asesinato de su hijo: Justo José López.

Néstor cultivó un perfil más bien bajo en la pelea por justicia si se compara con el accionar de su compañera de vida. Pero siempre acompañó la iniciativa y el empuje de Rosa, incluso en aquellos primeros días de la desaparición en los que dudaba de hacer la denuncia rápidamente. No podía comprender como integrantes de la fuerza de la cual él mismo formaba parte podían ser los responsables. Tal vez por eso aquellas primeras movilizaciones fueron concebidas como marchas del silencio.

Foto: Ezequiel Torres, para La Ciencia del Reggae

Desde entonces y casi hasta el final de sus días, cuando su salud ya se veía deteriorada, participó de todas las actividades. Presenció el juicio y la condena a los culpables por el secuestro y asesinato de Miguel y clamó por conocer el destino que le dieron al cuerpo. Estuvo en los 39 rastrillajes con resultados negativo, incluido el último realizado en Berisso hace pocos meses. Y participó hasta 2019 años en las vigilias que cada 17 de agosto los amigos y familiares realizan en la seccional policial de 5 y 59. La de 2020 no se hizo por la pandemia y en la de 2021 ya no pudo estar.

En la despedida, su legado en la búsqueda por recuperar el cuerpo de Miguel sigue presente en la fuerza de Rosa y en la lucha de su otro hijo, de sus hijas y de sus nietos y nietas, quienes, pese a que no conocieron a su tío, lo llevan marcado a fuego. Tanto como su abuelo, quien al cumplirse 20 años de la desaparición se lo tatuó en su brazo izquiedo.

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