Preservar la memoria como una trinchera

In Edición Impresa, Inundación -
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Fotos Fabio D´Errico

“Todos me ayudaban, todos limpiaban, gente que conocía y gente que no conocí”, recuerda la fundadora de Abuelas. Cómo fue el trabajo para recuperar el 90% de los documentos, cartas, fotos y libros que testimonian casi cuatro décadas de lucha. Lo cuenta una profesora de Historia que integra la Asociación Anahí y el grupo de guías de la Casa de calle 30 y en abril comenzó a organizar el trabajo en la casa particular de Chicha.

Por Lucía Abbattista

La tarde del 3 de abril de 2013 me confirmaron por teléfono que la casa de Chicha había sido duramente afectada por la inundación. Ella estaba bien, contaban quienes habían ido a verla. Había salido de su casa con ayuda de una empleada y de sus vecinos, después de pasar horas intentando proteger recuerdos y documentos (ver su relato en págs. 15-18 de esta revista).

Al día siguiente, como en muchos barrios, la calle 47 entre 17 y 18 aún no salía del estupor. Algunos autos seguían parados contra postes de luz, las puertas y ventanas estaban abiertas y pilas de objetos descartados crecían frente a cada casa. Las marcas del barro en las paredes señalaban algo más del metro y medio en que el agua se había estancado. Los vecinos contaban que el oleaje había sido más alto. Se decía, también, que una señora mayor había fallecido.

Llegué muy temprano, con algunas compañeras, creyendo que a partir del mediodía podríamos estar colaborando en otros espacios. Sin embargo, la parte más intensa del trabajo llevó cerca de dos meses. Más de 80 voluntarios estuvieron comprometidos activamente para poner a salvo los documentos del archivo personal de Chicha, integrante del acervo Memorias del Mundo de la UNESCO. En esa primera etapa se los secó y limpió de barro y hongos. El reordenamiento y la búsqueda de condiciones para su conservación continúan.

Cuando bajó el agua

118-ArchivoChicha2A medida que pasaban las horas el desánimo nos embargaba. Fuimos encontrando recuerdos mojados de Daniel, el hijo de Chicha, asesinado por la dictadura el 1º de agosto de 1977; cartas que había enviado a sus padres; el álbum con fotos familiares de sus vidas antes del fatídico 24 de noviembre de 1976, cuando la nuera de Chicha, Diana, fue asesinada junto a otros compañeros, y su nieta, Clara Anahí Mariani, de tres meses, fue apropiada. Esas son las fotos que Chicha muestra dulcemente a cada chica que se acerca con inquietudes sobre su identidad…

Los voluntarios nos topábamos también con fojas judiciales, carpetas de investigaciones en marcha, volantes, solicitadas y afiches de Abuelas, de la Asociación Anahí —creada por Chicha en 1996—, recortes de diarios, videos del Juicio por la Verdad y tantas otras cosas. No sabíamos por dónde empezar.

Por suerte esa misma tarde llegó la primera ayuda especializada. La Secretaría de Derechos Humanos de la Nación y el Archivo Nacional de la Memoria enviaron a compañeras formadas en conservación. La seguridad con la que improvisaron tendederos en la cochera nos permitió encauzar nuestras energías dispersas. Fueron ellas, también, las que indicaron los materiales necesarios (hilo, broches, guantes, barbijos, más tendederos y papel absorbente) y nos llevaron a tomar dimensión de que esos documentos no sólo tenían un valor afectivo y probatorio, por ser fundamentales para la justicia y la búsqueda de Clara Anahí: ese archivo es patrimonio cultural de la Humanidad y teníamos que rescatarlo.

De los días posteriores recuerdo fragmentos. Instituciones del Estado nacional, provincial y municipal, organizaciones y muchos particulares anónimos se acercaban o enviaban las primeras donaciones, y periodistas locales llegaban para registrar el momento. Fue muy importante la difusión de Indymedia, Diagonales, Otros Círculos y La Pulseada, entre otros. La lista de agradecimientos es inmensa. Los que llevábamos más tiempo colaborando con Chicha pasamos a estar a cargo de un número creciente de voluntarios, sin poder procesar del todo la responsabilidad ni tomar registro de todos los nombres. Imaginen lo que implicó un despliegue así de masivo en una casa particular. Quien mejor puede hablar de eso seguramente sea Máxima, una de las personas incondicionales de Chicha, que procuró que siempre tuviéramos algo para almorzar y mates calientes.

Simultáneamente se trabajaba para recuperar las habitaciones, en lo que tuvieron un rol fundamental los arquitectos Ana Ottavianelli y Fernando Gandolfi (que ya habían participado de la puesta en valor de la casa de Calle 30), junto a muchos otros que se acercaron y desplegaron estrategias para conseguir subsidios y donaciones de equipamientos. La familia Teruggi, los primos de Clara Anahí, llegaron con muchos amigos y fueron indispensables. Victoria Sosa Teruggi creó una estructura de coordinación cuando los demás no lográbamos encontrar el eje y su amigo Fabio D’ Errico, un italiano que estaba de vacaciones en el país, colaboró y sacó algunas de las fotos que ilustran estas páginas. Elsa Pavón y los miembros de la Asociación y de la Fundación Anahí y del equipo de la Casa de 30, estuvieron muy presentes y reactivaron de inmediato las visitas allí y las presentaciones judiciales, para que no se frenaran las acciones habituales. También participaron y consiguieron más ayuda compañeros del CODESEDH, de la Unión por los DDHH de La Plata, de HIJOS La Plata, de la CTA de La Plata y Ensenada, de la Cámara Federal de Apelaciones, fotógrafos, artistas, abogados…

A los especialistas se sumaron referentes de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, conservadores de la Cámara de Diputados, un equipo de trabajo del Archivo Histórico de la Provincia y otro del Archivo de la Comisión Provincial por la Memoria, y hubo un importante apoyo del Instituto Espacio para la Memoria. Temo ser injusta al no mencionar a todos, por lo tanto no me detendré en los nombres.

Como voluntarios se acercaron muchos estudiantes y profesionales de la Biblioteca, del Archivo de la UNLP y del Museo, y participaron diversísimos agrupamientos políticos, gremiales, sociales y culturales. El Colectivo Libélula llegó una tarde con una idea que me quedó grabada y espero puedan concretar: realizar una intervención artística con todos los broches de colores que estábamos usando, símbolos de esa tarea que nos permitió aferrarnos contra las pérdidas y el dolor de la inundación.

Aprendizajes

En aquellas semanas perdimos dimensión del tiempo. Cada vez parecía más larga la tarea, las noticias sobre la ciudad eran desoladoras y uno quería estar en mil lugares a la vez. Hubo mucho aprendizaje e intercambio, humanos y técnicos. Aprendimos que las fotos había que despegarlas mientras aún estaban mojadas, antes de que se dañasen; que colocando papel absorbente hoja por hoja podíamos intentar ganarle a la humedad que todo lo borra; que con mitad de agua y mitad de alcohol, en un rociador, podíamos combatir los hongos que con los días iban atacando los papeles; y que podíamos guardar aquellos documentos dañados en el freezer y descongelarlos en el mismo estado si necesitábamos ganar tiempo. Así fue que el 90% del material fue rescatado.

En el presente continúa el trabajo, con un equipo de Extensión de la UNLP (docentes, graduados y estudiantes de Arquitectura, Humanidades y Bellas Artes) y otras personas se siguen acercando. Todos se dedican a organizar cada carpeta junto con Chicha, a asignarle el lugar que corresponde, descubriendo en cada una mil historias y dejándolas listas para próximas búsquedas, juicios e investigaciones.

 

Chicha no está sola

Integrantes del equipo de guías de la Casa Mariani Teruggi, el sitio de memoria conocido también como Casa de la Resistencia, Casa de los Conejos o Casa de la Calle 30 y 56 recuerdan las jornadas de trabajo con el archivo ubicado en la casa particular de Chicha Mariani.

“Al principio no tenía mucha noción sobre lo que había ahí, aunque sabía que eran cosas importantes, hasta que vi la foto de Daniel Mendiburu y las cartas de Daniel Mariani a Chicha y el trabajo tomó una dimensión distinta. Sobre la gente que trabajó o ayudó el recuerdo que tengo es el de la diversidad. Un ex alumno de Chicha llegó para dejar papel de cocina y guantes para trabajar y quedó helado con la escena que ya se había vuelto cotidiana para la mayoría” (Pilar Plantamura, 20 años).

“Con aquellos archivos fue la primera vez que podía ver representado todo el trabajo de Chicha, toda su vida. Por eso lo que más impactaba era verlos arrasados por el agua. La reorganización del Archivo es compleja, hasta hoy seguimos trabajando y me sigue sorprendiendo la cantidad de información. El trabajo de Chicha ayudó en muchas causas y es importante que ella sepa que toda su búsqueda no se fue con el agua” (Ana Torres, 21 años).

“Recuerdo haber estado secando papeles en un tender armado con los hilos y broches que habíamos conseguido, en el living de la casa de Chicha y que al mismo tiempo sucedieran muchas escenas; la casa estaba llena de gente. También recuerdo discusiones y disputas por el estado de caos y vulnerabilidad. Es muy difícil ponerlo en palabras, a veces pasábamos 12 horas allí y hubo momentos en que el poco orden que se lograba parecía no alcanzar y resultaba agotador cada vez que alguien encontraba un cajón sin revisar. Pero me reconfortaba tanta gente ayudando, que muy silenciosamente llegaba, se ponía guantes, barbijo, antiparras y empezaba a secar cada papel. No puedo olvidarme de los almuerzos que preparaban para los que trabajábamos, cuando la casa se convertía en comedor comunitario. Ni de la cantidad de gente que con humor —a veces del más ácido— lograba cambiar el clima” (Luz Fernández, 26 años).

“Mientras el fondo parecía un hormiguero, había un vacío y un silencio muy fuerte adentro de la casa, porque uno sabía que Chicha estaba triste, reponiéndose. Para mí ayudarla es contribuir a cierta reparación histórica frente a la impunidad. La imagen de ella reconstruyendo su archivo recuerda la imagen de ella reconstruyendo su vida luego del ataque a la Casa de 30. Haber podido acompañarla esta vez es una forma de decirle que no está sola en la lucha” (Paula Román, 27 años).

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