Villa Itatí después del incendio: volver desde la cenizas

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El 10 de diciembre del año pasado las llamas destruyeron por completo el predio de reciclado de la Cooperativa de Cartoneros en Quilmes. Pero no pudieron con el fuego sagrado de sus artífices, que dos semanas después volvían a trabajar como lo hacen desde 2001. Historia de un renacimiento

Por Pablo Spinelli
Fotos: Gabriela Hernández / vecinos de Villa Itatí

El baile de las cenizas, 23 de diciembre de 2016. Suena el candombe y los chicos de la murga “Alegría de Itatí” comienzan una danza que, aunque no lo sepan, será asumida como un exorcismo. Las relucientes zapatillas que llegaron como regalo anticipado de Navidad empiezan a ennegrecer y el polvo oscuro emerge desde el piso con el zapateo y tizna las ropas y los rostros, en los que por primera vez en dos semanas aparecen las sonrisas.

«Aprendimos a mirar por encima de nuestras narices» (Vicente Báez)

Apenas 13 días antes, el sábado 10 de diciembre a la madrugada, un fuego que empezó con un cortocircuito avanzó en pocos minutos por las instalaciones que la Cooperativa de Cartoneros de Villa Itatí construyó a lo largo de 15 años como una herramienta de trabajo y contención para un barrio castigado por las crisis y la exclusión. La lista de pérdidas materiales puede ocupar varias hojas y la suma en dinero alcanzar una decena de millones de pesos. Los sueños quemados son más caros y se dibujan en las lágrimas y en los silencios de quienes sienten perder todo y no encuentran cómo contar lo que sienten.

Unos días después del incendio, Vicente Báez, el actual presidente de la Cooperativa, no puede articular frases para narrar lo que siente y cuando lo logra lo hace en pasado. Carca o José Villalba (según dice su documento), uno de los socios fundadores, se encerró en su casa y no quiere recibir a nadie. Cecilia Lee, la monja franciscana que está con ellos desde el principio, se enfermó y pasa varios días sin poder levantarse. El impacto fue el esperable, pero la capacidad de reacción no tardó en aparecer. Hubo quienes con el fuego aún ardiendo se fueron a buscar el plástico para reciclar que les provee una de las empresas generadoras de ese material. Y otros que al día siguiente esperaron que llegue la primera máquina con la que empezaron a sacar escombros. “No hay margen de tiempo para la tristeza”, dice Cecilia y cita a Carca: “Acá no necesitamos psicólogo porque hay tantas necesidades que no podés estar pensando si estás deprimido”.

 

El de Itatí no es un galpón de reciclado más. Encierra historias que marcaron para siempre a ese pozo donde se amontonan unas 100 mil almas, en el partido de Quilmes, a la vera sur del acceso Sudeste, muy cerquita del Triángulo de Bernal y de la estación de trenes de Don Bosco. Nació en medio de otro incendio –el de la Argentina en 2001– cuando salir a revolver la basura fue el único camino que una gran parte de los habitantes de las villas y asentamientos encontraron para subsistir. Y creció en los años siguientes como un proyecto integrado al barrio, con objetivos más amplios e inquebrantables que incluyen como prioridad al futuro siempre en riesgo de los niños y adolescentes.

La murga «La Alegría de Itatí»

Hoy, la casita donde la primera comisión directiva empezó a reunirse quedó en pie en medio de los escombros. Antes, con el correr de los años, a su alrededor creció el espacio de trabajo en el que los socios levantaron una verdadera planta de reciclado de papel, cartón, metales, vidrio y plástico. Pero también hubo mucho lugar para los emprendimientos con los que apuntaron a brindar herramientas diferentes a las nuevas generaciones. El apoyo escolar, la biblioteca, la escuela de oficios, la casa de noche.

 

Podría decirse que las familias y sus integrantes también se reciclaron en ese tiempo y en ese espacio. Cuando arrancó la Cooperativa, Carca no sabía leer ni escribir. Con Claudia, su mujer, fue a talleres de alfabetización y aprendieron. Él ocupó el lugar de presidente de la organización y también fue tesorero, cargo que hoy está bajo la responsabilidad de su hijo Maximiliano, quien cuando todo empezaba tenía apenas ocho años. El joven Villalba ahora estudia Administración de Empresas en la Universidad Arturo Jauretche. No es el único universitario del barrio y todos ellos pasaron por el apoyo escolar, primero como alumnos y después como educadores.

Báez siente un cambio parecido en su vida. Él llegó desde Villa Azul, que está cruzando el acceso Sudeste, con la mente puesta en hacer crecer una herramienta con la que ganarse el pan todos los días. No abandonó esa idea y siempre plantea a sus compañeros algo nuevo para mejorar la actividad. Pero reconoce que con el tiempo incorporó una mirada ambiental y social que no tenía. “Aprendimos a mirar por encima de nuestras narices”, dice. Piensa en el reciclado que ellos hacen como parte de un engranaje importante para solucionar el problema que la basura impone a los grandes centros urbanos. Pero también está pensando en el futuro de los chicos y los adolescentes. Con el habla recuperada, ahora puede decir que lo que más lamenta son las ideas que andaban rondando para seguir creciendo y que tendrán que esperar.

La lucha contra los mercaderes de la droga y la tentación del dinero fácil a través del delito es cotidiana y cuerpo a cuerpo en los pasillos de la villa, como ya lo contó la propia Cecilia Lee en La Pulseada Nº 92 (“Los chicos que sobran” – Agosto 2011). Los miembros de la Cooperativa saben que hubo quienes se alegraron con el incendio y eso los llevará a mantener en su intimidad una eterna duda respecto del origen del fuego. Rápidamente los peritos determinaron que allí hubo un cortocircuito, pero no pueden afirmar qué fue lo que lo produjo. De todos modos eso ya es pasado. El drama trajo también a mucha gente del barrio que llegó para colaborar ese día y se quedó.


Es el caso de las cocineras del Centro Comunitario Integral que está a pocas cuadras y trabaja con chicos con capacidades diferentes. Nunca se habían acercado a la Cooperativa, pero el día del fuego acudieron a dar una mano y rápidamente se integraron. Silvia, Teli, Suimilda y Danela van ahora todos los jueves a cocinar para los socios que vuelven a levantar el proyecto. Ellas son un alivio para Ramona Saucedo, una histórica del barrio y de la asociación, quien cocina el resto de la semana. Vive a unos 50 metros del galpón y lloró sin consuelo cuando despertó con el aullido de las sirenas y los gritos de los vecinos.

El domingo 11 de diciembre, con los escombros aún humeantes, Nico (aunque en los papeles sea Omar Ellis), otro de los fundadores, emprende con La Pulseada una recorrida por el lugar. Lo hace como si fuera un cronista en medio de un territorio destruido por un terremoto o un bombardeo. No se lo ve abatido. Describe cada espacio y lo que allí había hasta el día anterior. A su alrededor hay un tinglado que se vino abajo, hierros retorcidos, papeles y libros consumidos, paredes que huelen a quemado y habrá que tirar abajo. Tiene fe en que van a poder salir adelante. Una docena de muchachos están en ronda pasando el domingo a la espera de una máquina con la qu e empezarán a reconquistar los lugares que todavía pueden colapsar. “Vamos a arrancar de vuelta como cuando lo hicimos con la Asociación, pero no va a ser lo mismo, porque nosotros no somos los mismos, sabemos cómo hacerlo, tenemos una historia”, dice. El movimiento y el panorama que hay en la Cooperativa un mes después de ese mediodía le dan la razón.

«Con un incendio nacimos, en 2001», recuerda Mario

Hay vida

La Cooperativa de Cartoneros no resucita porque en realidad nunca murió. “Con un incendio nacimos, el del país en 2001, este otro fuego no obligará a renacer”, dice Mario Daniel Romanin. Todos lo conocen como Coco y es salesiano. Tiene su asentamiento en la capilla de Don Bosco, ubicada a un par de cuadras de la villa. Se sumó al trabajo casi en los inicios y desde entonces no ha descansado. Su obsesión es el futuro de los chicos y los jóvenes y en su rescate trabaja todos los días, codo a codo con Cecilia. Su frase sintetiza lo que decía Nico: “Se destruyó todo lo material que construimos en 15 años, pero el espíritu, la amistad, el cooperativismo, la solidaridad, la experiencia de haber construido esto, sigue en pie”.

Para Cecilia, “los valores y los principios están intactos, y cuanto más dura es la realidad, el ser humano tiene la capacidad de generar nuevas oportunidades de vida, y eso lo vimos desde el primer momento después del shock que sufrimos”.

Ellos marcan dos momentos “refundantes”. Uno de ellos ocurrió el mismo día del incendio, cuando las dotaciones de bomberos todavía estaban en el predio. Con el camión que alcanzaron a sacar antes de que las llamas lo devoraran, un par de socios fue a la empresa Coto a buscar material para reciclar. “Tenemos un compromiso con los grandes generadores y había que cumplirlo”, dice Coco y recuerda: “No fue que nos reunimos para ver si vamos o no vamos, directamente los muchachos fueron. Ahí mismo ya había una decisión implícita de seguir adelante”.

El otro momento es la primera reunión de todos los socios, en lo que quedaba de la única estructura que no tuvieron que tirar abajo. En ese encuentro catártico, los que pudieron sostener la voz sin que se les quebrara hablaron de lo que sentían y empezaron a proyectar el futuro. Pudieron visualizar, entre los escombros, la posibilidad de volver a empezar en mejores condiciones que antes. Vieron lo imposible: una oportunidad en el desastre.

Hasta el 10 de diciembre, las instalaciones de la Cooperativa se fueron ensamblando a medida que fue creciendo y la distribución seguramente no era la ideal. Después del siniestro se encontraron con un predio enorme y despejado para proyectar un futuro distinto. Es Coco quien traduce –otra vez– esas sensaciones. “’¿Cómo nos soñamos?’ era la pregunta, y esa discusión que se dio acá –dice y señala la mesa en la que habla con La Pulseada–, tenía que ver también con el sueño de la reconstrucción. Ahí todos sentimos que esto es una realidad. Es decir, si cada vez que a lo largo de nuestra historia soñamos algo lo logramos, entonces es como que ya está, si ya lo tenemos soñado ya está hecho. Es algo que parece común acá, pero no es poca cosa”.

La ayuda

Tenían un aliciente y la nobleza obliga: los miembros de la Cooperativa reconocen que de inmediato los gobiernos nacional, provincial y municipal se acercaron para evaluar los daños y proyectar una ayuda que se fue concretando rápidamente, con la llegada de maquinarias para remover los escombros –primero– y con materiales para la reconstrucción –poco después–. Las incursiones incluyeron visitas sin previo aviso de la propia gobernadora María Eugenia Vidal (quien ya había ido cuando la planta de reciclado funcionaba a pleno) y del intendente Martiniano Molina. Se sumó Desarrollo Social de Nación y se formó una mesa de acción para reflotar el proyecto.

Ese apoyo no es casual y los socios de la Cooperativa lo saben. La trayectoria a lo largo de los años y el valor social que tienen sus emprendimientos son una herramienta valiosa en un territorio donde las ambulancias no entran, el sistema de salud es precario y la presencia del Estado suele estar representada únicamente por las ocasionales irrupciones de los patrulleros y la Infantería.

A 20 días del incendio, el predio ya está limpio y empezó a llenarse de ladrillos, bolsones de arena y piedra, y bolsas de cal y cemento. El primer objetivo es volver a cerrarlo para empezar a trabajar rápidamente y recuperar algún tipo de ingreso diario para los socios/trabajadores que de un día para otro quedaron sin nada. A fines de enero ese objetivo ya está cumplido. En el medio hubo ayuda de otras organizaciones hermanas, de fábricas recuperadas y de la Federación de Cartoneros, las cuales aportaron herramientas y brazos. Se sumó gente amiga con donaciones de dinero.

El barrio

Quienes más tienen que esperar son los carreros que siguen caminando la calle y deben recurrir a otros depósitos a vender. Se someten a precios más bajos y a balanzas menos confiables. Para evitar esas pequeñas estafas, los que pueden acopian el material para llevarlo a la Cooperativa cuando ésta pueda volver a operar.

Luis Baacul, uno de los nuevos integrantes de la comisión directiva, cuenta que los carreros preguntan todos los días cuándo vuelven a abrir. “Es por una cuestión de precio, porque nosotros al ofrecer mejores valores regulamos un poco el mercado. Pero también de pesaje, porque nuestra balanza era electrónica, y los otros depósitos tienen las viejas balanzas y es complicado. Ellos conocen más que nadie lo que pesa una y otra balanza”, relata.

La inserción en el barrio es fuerte y por eso también la Cooperativa tiene enemigos. Sus socios son conscientes de que hubo gente en la villa que celebró el incendio y fantaseó con el final. “Quiérase o no tenemos distancias de objetivos y metodologías de trabajo con algunos, y para otros directamente somos una amenaza porque defendemos la vida de los pibes, y somos un obstáculos para quienes les hacen daño”, dice Coco.

Se refiere a la “línea clarísima” que la Cooperativa ha mantenido respecto a la circulación de droga en los pasillos. Recuerdan que ha habido planteos concretos que los llevaron a vivir momentos de tensión. “Como vecinos seguimos relacionándonos, no podemos decir nada, pero cuando tiene que ver con la actividad educativa o productiva, siempre lo hemos dejado muy claro, estamos en veredas opuestas”.

El exorcismo

Hay un tercer momento importante de tantos que los cartoneros de Itatí han vivido en los últimos tres meses. Es el 23 de diciembre, cuando resuelven mudar la misa de Navidad de la capilla al galpón incinerado y sin techo. Hay presencias fuertes, tanto políticas como religiosas. Entre ellos el obispo de Quilmes, Carlos José Tisera, y el cardenal Mario Poli (foto), la máxima autoridad del Iglesia argentina.

En una escenografía de película, con paredes tiznadas y a medio derruir, el piso negro y polvoriento, y escombros por doquier, una multitud se hace presente. Muchos de ellos son vecinos que nunca se habían acercado. Se hace la misa, hay un pesebre viviente y arranca la murga. El baile de las cenizas que dejó a todos ennegrecidos. Para Cecilia Lee es una refundación: “Ese día el latido nuestro, como grupo de trabajo y solidario, y el latido de todo el barrio compartiendo, fueron la confirmación de que estábamos vivos”.

Las pérdidas

Las llamas consumieron maquinarias que fueron valuadas en aproximadamente 3 millones de pesos. Había enfardadoras, montacargas, trituradoras de plástico, una cinta transportadora.

En cuanto a los espacios, el fuego arrasó con el apoyo escolar, los dos grandes galpones, el comedor y la cocina, y la habitación para el sereno que todavía no se había inaugurado.

El cálculo provisorio para reconstruir la planta y volver a funcionar con normalidad, hecho por las autoridades que se acercaron para ayudar, oscila entre los 8 y los 10 millones de pesos.

 

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