Viento de pueblo

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144-caviaGuillermo Cavia pilotea aviones y es periodista porque ambas actividades le permiten volar. Escribe desde chico y ahora publicó su primer libro de cuentos, con el que rescata las historias, los personajes, los aromas y los fantasmas de la infancia en su terruño natal.

Por Margarita Eva Torres

Lo maravilloso de la infancia
es que cualquier cosa es en ella una maravilla.
Gilbert Keith Chesterton

El viento es la fuerza que impulsa la vida. A veces se manifiesta en una brisa apacible, otras, en ráfagas filosas o temibles tempestades. No se sabe de dónde viene ni adónde va. No se sabe qué dejará al pasar, ni qué se llevará.

Guillermo Cavia siempre habla del viento, pero no de cualquier viento, sino del de Hinojo, el que espantaba a las liebres, mantenía a los zorros en la madriguera, enloquecía a los grillos y asustaba a los pájaros. El mismo viento que hizo volar a Eulalia, se robó sueños y rompió el hechizo de un amor inquebrantable.

En “Hinojo entre cuentos”, el periodista, piloto y escritor nos sube a bordo de ese viento misterioso que puede llevarnos al pueblo donde transcurrió su infancia, el cual a pesar del recuerdo de algunos temporales fatídicos, tiene el registro de la maravilla que sólo es posible ver con ojos de niño.

En su libro, recientemente presentado en La Plata, Cavia ofrece una crónica exquisita e inquietante basada en historias reales de personajes reales. Es la gente de ese pueblo ubicado a 19 kilómetros de Olavarría, su idiosincrasia, así como también sus escenarios, lo que está plasmado en veinte cuentos. En todos ellos está latente lo enigmático, lo fantasmagórico y también lo simple de la vida pueblerina donde todo puede ocurrir y nada es imposible.

Nadie podría imaginar que en una enorme casa, una mujer permaneció 73 años en la cama para defender un amor condenado por su padre; que otra fue estampada contra la pared durante una tormenta; que el cementerio puede ser un refugio para los amantes; que en una oficina ferroviaria supo improvisarse un quirófano o que un extraño monstruo, llamado Cuéfano, atormentó a una mujer por las noches durante varios años.

Esas son sólo algunos de los relatos que Cavia presenta en su libro, el primero, aunque, como adelantó en esta entrevista, no será el único.

-¿Cuándo nace la necesidad de escribir?

-Surge por la primera historia que me cuenta mi papá. Él era ferroviario y una madrugada, una desconocida luz azul cubrió la estación de trenes. Todo quedó bajo un profundo manto azul. Los trabajadores sintieron el impacto, que duró segundos. Luego salieron al andén, miraron por doquier, pero no vieron nada. A partir de ahí me interesé pero escribir me gustó siempre. Incluso, durante muchos años escribí un diario de todo lo que hacía en el día, tengo 4 mil hojas. Ahora lo leo y no me reconozco porque mis padres, que ya no están, en el diario están vivos. Mucha gente que ya no recuerdo está ahí, por eso no me reconozco. Lo que tenía en la memoria lo volqué ahí, ya no está conmigo, me parece que lo escribió otro. El otro día hice un viaje con un amigo y nos acordábamos de que yo escribí una novela que se llamaba “Final” y era sobre el Apocalipsis. Era la venida de Jesús a la tierra. Yo tenía 15 años y los personajes eran él, otro amigo que ahora vive en Mar del Plata, un polaco de ficción y otro que no me acuerdo, pero eran cuatro investigadores que descubrían algo que se estaba acercando a la tierra. Él se acordaba muchos detalles de esa novela, yo no me acuerdo nada y la estoy buscando.

-¿Cómo se desarrolla el momento de la creación literaria?

-Es como pensar que uno se ganó la lotería y qué haría con la plata, si viajaría. Sin tenerla uno puede soñar. Escribir es eso: volcar el sueño en algo real. Escribir es un trabajo. Yo me siento y escribo y capaz estoy todo el día escribiendo, después lo vuelvo a ver y me doy cuenta de que no estaba tan bueno o digo ¿quién escribió esto? Corrijo o lo sigo, pero para seguir algo tengo que leerlo desde el principio, porque eso me da el empuje para seguir. Antes, publicar era muy inalcanzable, ahora no lo es tanto. Son sueños que se pueden cumplir. Siempre hay que tener un proyecto, aunque sea pintar una puerta. Los proyectos nos hacen estar vivos. Escribir hay que escribir siempre, como tampoco hay que dejar de leer. Yo quería ser profesor de educación física, psicólogo o periodista, pero lo que más quería ser era piloto, así que elegí piloto y periodista, las dos cosas permiten volar. El autor de El Principito era piloto y creo que por eso escribía como escribía.

-Muchas situaciones que recreás tienen un halo de misterio que atraviesa lo cotidiano…

-Sí, porque he vivido muchas situaciones misteriosas. Por ejemplo, en mi casa teníamos un perro, al que llamábamos Apache. Una vez desapareció, lo buscamos y nada. Pasaron como 8 meses y papá nos llevó a todos en un autito que tenía a una estancia que está cerca de Tandil. Cuando llegamos, al abrir la segunda tranquera, venían unos perros a sacarnos corriendo y entre ellos estaba el Apache. Nos ladró y cuando nos conoció se vino con nosotros. Nadie sabe cómo fue a parar ahí. Es un misterio. Otro recuerdo muy significativo en mi vida es el de Falucho, el caballo de mi papá, al cual amaba. Cuando Falucho estaba por morir, no tenía más dientes y él le daba carosillo. Mi padre se propuso que el caballo no muriera acostado, entonces hizo unos caballetes, les puso unas cinchas y lo paró y lo tuvo así hasta que murió. El caballo murió de pie, como se merecía. Es más, en el galpón de chapa que teníamos, mi papá guardó sus restos. En ese galpón de chapa, también estaba Pedro Baldomero que en el libro aparece en “Los pasos de un vuelo”. Era un hombre que hacía avioncitos y lo crió mi abuela. Era un ingeniero aeronáutico sin haber estudiado nunca y sabía muchísimo, al punto que una vez lo llevaron a Buenos Aires para que le diseñara los tanques de combustible a un avión que habían construido en la terraza de un edificio.

-¿Por qué el viento está presente en todos tus relatos?

-El viento viene desde todos lados, impulsa los molinos, los barcos, el agua, las olas y la vida, sin viento no somos nada. A veces viene y es una tempestad, pero la vida es así. Por eso el viento fluye en los cuentos, porque es esencial. Es parte de la vida. En el primer cuento, el viento mata a Eulalia, al estamparla contra la pared. Pero también trae algo que no se sabe qué es pero se lleva una nena. En definitiva, es la tormenta de la vida. La nena era mi hermana y la historia real es que ella falleció cuando yo era chico y cuando pasó eso es como que a mi se me terminó la infancia, pero el lector no se daría cuenta. En el cuento parece como que un extraterrestre se lleva a la nena y deja otra, y el chico se da cuenta.

-La muerte es también otro elemento constante en tus historias…

-Es que la muerte está constantemente, de hecho, quién sabe si estoy acá. No sé si te pasó que alguna vez cruzaste una avenida y te preguntaste cuándo pasaste, porque vas distraído. A mi me pasa muchas veces y digo que capaz en ese momento, o no, ocurrió un accidente y ni me enteré. Por ahí en ese momento uno murió y ni se enteró y sigue su vida como si no hubiese pasado nada. A mí me ha pasado muchas veces, yo sufrí un golpe de corriente muy fuerte y quién sabe si estoy vivo. Por ahí todo esto es una fantasía. La vida es el primer indicio de que hay una muerte, están unidas. No puede una vivir sin la otra. La muerte es lo único eterno, es para siempre y es para todos. No hay distinción de nada. Es lo más igualitario que existe.

tapa-del-libro-¿De dónde sale el Cuéfano que atormenta a Lucía, en el cuento que lleva su nombre?

-Cuando me cuentan la historia de Lucía con el Cuéfano, yo no sabía qué era. Buscando encontré que Cuéfano significa “viejo” en un antiguo dialecto italiano. Entonces, ella le decía Cuéfano a un viejo que aparecía desde el entretecho. Lucía se vestía de monja y lo que yo no sabía era que el Cuéfano la violaba casi todas las noches. Esta mujer vive todavía, está en un internado en Remedios de Escalada y cumplió cien años. El Cuéfano ya no está más en su vida, parece que se quemó con la casa o se cayó en el pozo.

-¿Cómo fue el trabajo de construir los escenarios con sus singularidades?

-Mucha gente me contó historias. Incluso me senté en algunos lugares para recrear momentos. Por ejemplo, la casa donde habitaba el Cuéfano se incendió el año pasado. Hay un cuento donde yo hablo de un pozo que va al mar. Esa es otra historia que no está contada pero hay apenas un detalle: cuando se quemó la casa, entré y efectivamente está el pozo. El pozo existe. Si llega al mar o no, no sé. Hay que meterse para saber.

-¿Cómo viviste la presentación del libro en tu pueblo?

-Fue increíble. Me imaginé que iban a estar los compañeros del secundario, algunos profesores que me habían dicho que iban a ir, que seríamos alrededor de 50. Pero me pasó algo increíble. Cuando fui a buscar a Marta, la persona que cuidó a Adela, la protagonista de “La niña Adela”, había algunos autos estacionados en el lugar donde se iba a hacer la presentación. Cuando volví, no tenía lugar para estacionar el mío. Había gente que incluso se quedó afuera y no me dejaban entrar porque querían que firme los libros. La chica de Cultura me obligó a entrar porque había gente mayor esperándome. Yo no podía creer.

-¿Qué sentís cuando volvés a Hinojo?

-La sensación fue maravillosa porque todo está latente en Hinojo, no ha cambiado demasiado. Está todo casi idéntico: el Club Unión y el Ferroviario tienen el mismo olor de siempre. Están las casas de toda la vida. La esencia está para seguir contándola. Algunos personajes que nombro ya fallecieron, pero están en el cementerio que es otro lugar interesante del pueblo.

-¿Cómo fue dejar Hinojo para instalarte en La Plata?

-Vivo en La Plata desde los ’90 y vine cuando terminé el secundario. De La Plata me atrapó la Plaza Moreno, los relatos acerca del cementerio, el hecho de que tenga el mismo diagrama de la ciudad. Es por eso que en este libro incluí “La casa de la vuelta”, que es un cuento que transcurre en La Plata.

-¿A qué atribuís la magia de Hinojo?

-Por el patio de mi casa pasaba el tren a vapor y eso ya es impactante. Yo vi los teléfonos con manijita; ir a la Unión Telefónica para pedir una llamada a Buenos Aires que tardaba tres horas con suerte. Yo no soy tan grande y sin embargo vi todo eso que parece de otro siglo. A Hinojo todo llegó mucho más tarde y ese retraso hermoso hizo que la infancia sea perfecta. Yo jugaba al cowboy, le apuntaba al tren y desde el tren me tiraban, el maquinista me tiraba y yo esperaba eso.

-¿Sos creyente?

-Sí. Creo que hay algo, que tal vez sea el viento, pero hay algo que nos hace estar a todos unidos. Creo en algo muy poderoso, que puede uno llamar como quiera, que domina todos los tiempos y todas las cosas. En el universo somos una nada.

-¿Cuáles son tus proyectos literarios?

-Tengo más historias de Hinojo, pero también escribo otras cosas, como cuentos impresionantes y tengo la idea de escribir una obra de teatro que ya tiene título: “La unión telefónica”. Las historias están como en un espacio y de pronto bajan, mágicamente.

Guillermo Cavia es un rastreador de historias. Con sus palabras, congela el tiempo, lo hace su aliado para traer, a bordo del viento, rostros y palabras, situaciones y vivencias. A modo de prólogo, Andrés Mazzitelli afirma que el autor “sobrevuela con alas de papel y hélices de palabras la realidad y la irrealidad de su pueblo natal. Con destreza de artesano encuentra el rumbo entre nubes de crudeza y de ternura, sin perder jamás ese perfume de duende y de ángel que siempre impregna sus textos y su mirada”.

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