Vencedor de miedos

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Foto Luis Ferraris

Foto Luis Ferraris

El Negro nos toca de cerca, como tantos pibes que ofrecen a domicilio nuestra revista. Desde su niñez adversa aprendió el arte de vivir. Hoy construye su casa y cuida a su familia, y en los ratos libres despunta las virtudes de las artes marciales. Pero más allá de los cinturones, este legendario vendedor de La Pulseada venció muchos miedos y nos deja unos cuantos mensajes.

Gabriel “Colo” López

Al armar esta nota, que en realidad tiene más de homenaje que de suceso, descubro una frase en la radio: «Somos víctimas de víctimas«. Lo sabemos, y no sólo por radios sino por palparlo: no existe hoy en el mundo quien desconozca el sufrimiento. La necesidad no es sólo económica. Y cuando es así, cuando el dolor es el que conmueve al mundo, indefectiblemente es tiempo de entender el cambio.

Marcelo Lizarraga no es noticia por un logro, título o cinturón. Sino porque sabe, desde que llegó a la vida el 30 de mayo de 1983, que el verdadero “triunfo es poder levantarse todos los días”. Él logró el cambio y nos explicó el secreto.

El querido Negro, que sabe ofrecer esta revista por las calles de City Bell y también de La Plata, se hizo merecedor de estas páginas por practicar la paz, por sentirse seguro de sí mismo aun “cuando el Estado es el que practica la violencia”, dice él, que encontró en las artes marciales, en sus formas, la esencia de la calma. Aunque a los que lo vemos de afuera todo eso nos parezca violento.

Es uno de diez hermanos, “todos bien distintos”, se ríe, y deja la sensación de que esa mueca es una de sus mejores defensas. Cuando ni lo esperaba ni lo deseaba, frente a escenas de la vida familiar, Marce tuvo que aprender tomas de defensa. Pienso en el papá y en la mamá de Marcelo y me viene otra vez la frase que capté en la radio… Tal vez, Marcelo, la crudeza del invierno de la humanidad nos haya tocado más cerca.

Además de ese kung-fu que practica, otras prácticas están bien desarrolladas en su interior. Como el agradecimiento. Eso le permite superar la realidad que cruza en bicicleta por las calles: “¿En qué cabeza cabe que mandes a tu hijo de tres o cinco años a pedir…? Ese niño tiene que estar en la plaza −sostiene. Y confiesa−: Yo, aunque me carguen y me digan de todo, a los 27 años me compro juguetes y a veces vivo como no pude vivir de chico”.

Sin puños, con su expresión natural, espontánea, sigue las preguntas y escapa de cualquier tono serio, ayudado por la música que pone en el celular. Un clásico italiano de Andrea Bocelli primero, y en otro momento elige cumbia electrónica, como para vencer cualquier pensamiento malo. Y le comento que esa misma estrategia musical usa el técnico de fútbol y profesor de natación Daniel Córdoba, sin dudas otro negro feliz.

Con ese envión habla de Martina, su hija de tres años, y después de Felipe, de uno, que ahora debe pasar por una operación de tráquea. Marcelo sabe que uno no es dueño de los hijos, que pueden parecerse en alguna cosita o rasgo, pero que el único dueño y maestro en el camino es uno solo: Dios. Por algo Marcelito encaja en la obra de Carlos Cajade, en la distribución de La Pulseada desde que salió por la imprenta el número 1. Y hoy sigue, a paso firme y fiel.

La misma fidelidad y amistad sincera que tiene en su instructor de artes marciales del Club Atlético City Bell, Pablo Silvestri. “Yo le pedía moneditas cuando era chico y él trabajaba en una remisería, por mi barrio. Pero en vez de darme monedas me ponía a hacer flexiones de brazos«.

Cuando empezó con la disciplina, «a los tres meses salté de la escala de raso para rendir cinturón blanco; a los seis meses alcancé el verde y a los ocho meses ya era cinturón rojo”, explica. Todo muy rápido, como aprendió en su vida. En 2005 fue campeón sudamericano en el nivel Mayores. Sin embargo, no aparenta estar tan interesado en chapear. Más bien el orgullo pasa por los obstáculos que hubo que dejar atrás.

De nuevo sorprende, al revisar su listado del “Messenger” y buscar una conversación que guardó hace muy poco. «Esto me lo escribió mi profesor Pablo, cuando rechacé un trabajo…», dice. Era un empleo “en blanco”, pero el ambiente asomaba más bien oscuro. «Me parece una decisión correcta y de mucha entereza. No hay nada que agradecer, Marcelo. Caminar por el sendero recto te llevará adonde realmente querés llegar. Lo sabio es reconocerlo«, es la respuesta.

Mantenga distancia

Si los éxitos materiales o deportivos no han hecho otra cosa que confundir a la mayor parte de los que los obtuvieron, y si a Marcelo nada de eso de figurar lo motiva, nos preguntamos cuál es el fin de sus esfuerzos, a qué aspirará en el futuro… «A vencer los miedos», responde. El Negro argumenta que «todos sabemos en qué podemos estar flojos. Hay que volver al camino… Pensar antes de reaccionar«. Por eso, no está en él buscar medalla o viaje para sentirse ganador a nivel internacional. «Respirar te ayuda, te ‘rebaja’ todo lo que tenemos en la cabeza y esto que practico en una clase de dos horas me permite estar tranquilo como el agua».

Aprendió a relacionarse mejor con los conflictos que puede traer estar inmersos en la sociedad de hoy. «Ante los problemas hay que dejarse fluir«, aconseja. Y sigue regalando frases que mezclan reflexión adulta y picardía juvenil: «No hay que enfrentarse como perros y gatos. Primero, evitar el conflicto, hablar siempre cordialmente y si el otro se queda con la misma actitud de ataque, hay que demostrarle hasta debilidad. Si el agresor cambia de sintonía, puedo llegar a reducirlo si es el caso de alguien que me vino con un arma, tomándolo del brazo. Yo a mis amigos les enseño técnicas para defenderse, para controlar una situación y no para pelearse«.

La entrevista abrió paso a la anécdota de un hombre que, en medio del desierto, buscaba ayuda, y en un momento ve a otro que viene hacia él en la dirección opuesta. Pensó que podría ser alguien que lo salvaría. Pero mientras más se acercaba descubría que venía tan cansado y sediento como él, y que insólitamente llevaba colgando al hombro una puerta de automóvil. “¿Por qué llevas eso?”, le preguntó. “Porque cuando haga más calor puedo abrir la ventanilla y estar un poco más aliviado”.

Esta metáfora habla de que los seres humanos llevamos cargas innecesarias en la mente, y los problemas son como esa puerta, que puede ser por el pasado vivido o el futuro que nos intriga demasiado. Marcelo sabe que “la actitud” es la mejor pose victoriosa. La misma actitud que eligió para que en su vida nueva no aparezcan más las escenas viejas de la violencia, o para salir adelante cuando tiraba de un carro juntando cartones. Para que el alcohol deje de ser el remedio y no maneje nuestros actos. Es la misma actitud del espíritu para levantarse a medianoche, una, dos, tres veces, para cuidar del hijito que nació con un problema de salud.

Marcelo fue haciendo su propio curso de “automaestría” ante cada jornada de las difíciles, lo que en el mundo deportivo llaman finales. Ganó unas cuantas el Negro, pero no hace carteles. Y cuando se hacía muy difícil atravesarla solo, aparecieron a su lado maestros. Liliana Centeno, aquella asistente social que lo ayudó en el emprendimiento del pan casero. Chaparro, aquel vecino que brindaba “las más hermosas palabras» para recuperar la paz en momentos en que ganaba la angustia. El propio grupo de Scouts, que le “permitió ser mas persona y saber qué ayuda necesita toda la comunidad«. Edgardo Damián Pesclevi, para enseñarle el oficio de pintor. Y siempre Marcelo emergió de las olas bravas que llegaban para sacudirlo. Algún libro de Dios, cuando no hay almohada que apacigüe el dolor, fue otro compañero y protector. Batalla tras batalla, Marcelo llegó hasta donde está hoy, levantando el viejo sueño de la casa propia en 447 y 32, City Bell.

Ya es hora de entregar la nota, que tiene más de homenaje, y descubro que en otro programa de FM alguien opina: «No sabemos aceptar al otro tal como es«. Esta vez ya no está Marcelo, pero mientras recuerdo su visita a mi casa, donde tuvimos la entrevista, puedo vislumbrar por qué el mundo está gastado y otoñal como se lo empieza a contemplar. Hemos dejado de ver al otro como un posible amigo y hasta a confundirlo con un rival a enfrentar. Será por eso, quizá, que Marcelo no está tan interesado en competir como en entrenarse. Todavía lo veo sonriente, después de haber contado todas sus pruebas; agradecido, ligero de equipaje, cruzando la calle y dejando en la esquina el último adiós y el mensaje final.

-Gracias, Marcelo

-Gracias a vos, Gabriel, y gracias a la vida que me ha dado tanto.

 

Aprender a ser mejor y nunca parar

Por Pablo Silvestri *

Lo conocí a Marcelo aproximadamente por el año 94. En ese entonces, con mi padre teníamos una remisería cerca de un supermercado, donde él sabia frecuentar la puerta tratando de rebuscárselas para obtener algunas monedas. Un día le propuse que de cada viaje que él consiguiera del súper, yo le daría un dinero… y fue así como se hizo muy asiduo de la remisería. Más tarde lo convencería de tomar clases de Kung Fú, las que yo dictaba en un club de la zona.

Con el tiempo se empezó a apasionar y a mi me sirvió para poder trabajar en aspectos como la moral, el honor, la palabra, el respeto al prójimo, el compromiso y la importancia de tratar de ser alguien mejor siempre. Para practicar Kung Fú, hacen falta entre otras cosas, auto conocerse, templanza y espíritu de superación. Con el tiempo, Marcelo fue atravesando distintas etapas en la escuela, las graduaciones, la competición, etc. Hoy ya es un hombre, tiene dos hijos, su trabajo y la gente lo quiere… A mi, me hace mucho bien saber esto, puesto que tranquilamente habría tenido justificaciones suficientes para elegir un camino más oscuro… Sin embargo eligió ser responsable y tratar de ser mejor padre y mejor persona. Me consta que le preocupa equivocarse en no hacer lo correcto y se esmera en ser recto en la vida, aunque no la tiene para nada servida… Resumiendo, puedo decir que hoy, Marcelo es una persona con la que se puede contar. Es a veces un poco atolondrado y atorrante… pero al mismo tiempo se lo ve atento en aprender a ser mejor, creo que está muy bien para ser alguien que tuvo que patear la calle desde tan chiquito. La escuela de wushu/kung fu a la que pertenece Marcelo, se llama Xiwang, que en chino, significa Esperanza… Desde estas líneas le deseo que siga siempre adelante y recordar “Nunca Parar”.

* Instructor de artes marciales

 

“Preparado para ganar”

En octubre pasado se desarrolló en la Argentina el Torneo Panamericano de Wushu, una competencia que Marcelo esperaba con mucha expectativa porque significaba estar en contacto con sus pares de Canadá, EE.UU., México y otros países de América. Pocos días después, Marcelo pasó por La Pulseada.

-¿Y cómo te fue?

-Perdí.

-¿Perdiste o no ganaste?

-No ganar es perder.

-¿Te parece?

-Y, yo estaba preparado para ganar.

Marcelo tomó las revistas y siguió camino buscando nuevas fuerzas para vencer la decepción, la bronca, la tristeza.

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