Suna Rocha: la estampa criolla que deslumbró a Don Ata

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133-SunaRochaBajo el madrinazgo de Mercedes Sosa, y junto a su pareja artística y de la vida, Raúl Carnota, estremeció a los grandes escenarios del folclore. De Córdoba a Buenos Aires supo construir una trayectoria de 30 años con una voz tan lírica como moderna y uno de los mejores repertorios de la música popular. Suna recuerda a “Don Ata” con unas cartas íntimas.

Por Juan Manuel Mannarino

Corría 1984, Luna Park. El concierto sigue viéndose en YouTube: Mercedes Sosa, en uno de los recitales célebres tras el regreso de la democracia, invita a dos desconocidos para interpretar una canción: la zamba “Grito Santiagueño”. El compositor, un tal Raúl Carnota, melenudo y de botas, sube con un bombo. Lo acompaña una joven de rasgos aindiados, con una flor roja en la oreja, el pelo recogido en una trenza y una sonrisa tímida. Se la ve emocionada y entona grave, mirando seria a la platea. Ambos habían sido premio revelación de Cosquín el año anterior, pero eran ignotos para el gran público. Ambos también eran pareja y tendrían una hija de nombre Guadalupe.

-Fue el bautismo de fuego. El público aplaudió tanto que Mercedes nos invitó a dos Lunas más –dice ahora Suna, una mujer de 67 años y 30 años de carrera, en su departamento laberíntico de Buenos Aires donde vive sola. Ese edificio fue la morada de Carlos Gardel. La estampa sigue siendo la misma: los ojos filosos, la belleza criolla, la voz áspera.

El rito de iniciación, entonces, fue de la mano de Mercedes Sosa. Rocha dice que le abrió el camino: subir a un escenario grande sin escalas previas suele ser un milagro. Pero haber sido su contemporánea creó una sombra difícil de superar para cualquier cantora popular. Fue tan magnética –lo es y lo será- la figura de la “Negra” que lo absorbió todo: carisma, industria, reconocimiento, prensa.

A comienzos de los ´80, la joven cordobesa nacida en Las Arrias, Departamento de Tulumba, fue parte del grupo de música andina Ollantay. Luego pisó el programa televisivo “Tiempo de Folklore” y en un concierto en San Telmo fue “descubierta” por Mercedes, que luego la invitaría al Luna. A Suna le costó hacerse un lugar en el vasto y complejo mundo del folclore –no fue la única: también le pasó a otras notables intérpretes como Suma Paz- y eso que la discográfica “Polygram” los contrató para grabar un material exclusivo titulado simplemente como “Suna Rocha-Raúl Carnota”. Es uno de los más bellos de su extensa trayectoria –once discos y cientos de recitales en el país y el exterior-, con composiciones de Carnota como “Coplas sin luna” y “Sólo luz”, y temas como “El seclanteño”, del notable Ariel Petrocelli que después cantaría con Pedro Aznar. Fue, quizás, una de las duplas mixtas precursoras de la música popular argentina -junto a Oscar Matus-Mercedes Sosa- y que hoy tiene su cumbre en otras como Juan Quintero-Luna Monti y Octavio Taján-Wilma Wagner. Allí apareció una huella que jamás abandonaría: un repertorio ecléctico, entre tradicional y contemporáneo, capaz de pasar de un carnavalito a una zamba, de un huayno a una vidala en una voz tan lírica como moderna.

-Con Raúl nos entendíamos de memoria. Fue una época maravillosa, salíamos de gira y pisamos los escenarios del país. Pero después nos peleamos y él nunca pudo separar lo personal de lo artístico.

-¿A qué te referís?

-A él le habrá sido difícil, no volvimos a actuar. Y eso que lo seguía invitando. Ni siquiera me nombraba en los reportajes, pero para mí es uno de los grandes compositores de la música popular.

Carnota murió el año pasado –a los 66 años y de una enfermedad, una pérdida tan inesperada como sensible-, y ahora, en homenaje, Suna está grabando un nuevo disco en homenaje: “Suna interpreta Raúl”. Acompañada por el pianista Eduardo Spinassi, será un acústico “simple, sencillo, pero con asombro permanente hacia su obra”. La “cantora popular” –y no cantante, como prefiere definirse-, dice que sigue recorriendo el país –y a veces “un viajecito por Europa”- con las zambas, chacareras, bagualas, vidalas y “melodías latinoamericanas”. Otra de las marcas de estilo de Suna es la exquisita selección de armonías, ritmos y letras del acervo popular, yendo de clásicos como Atahualpa Yupanqui, Ramón Navarro y Peteco Carabajal a no tan conocidos como Pancho Cabral e Ica Novo.

-Mercedes me dijo: «Suna, vos tendrías que enseñarles a los jóvenes a elegir los temas». No sé si estaba en condiciones entonces, pero ahora me siento capacitada. Elegir una buena poesía, una linda música, no es algo sencillo. Que tengan sustancia, belleza, sencillez. Ahora hay mucha basura.

-¿Dónde lo ves?

-Es un mundo rápido, cambiante, cibernético. Pero hay que volver a estudiar las raíces. Es como un edificio, primero ponés los cimientos y después edificás de a dos, de a seis, de a veinte pisos. Para eso deben escuchar a Yupanqui, al Cuchi Leguizamón, y después largarse a la aventura de crear. En las letras veo que se tratan temas poco trascendentes,  casi todas inherentes al amor. Macanudo si se habla del amor universal, pero no el de una chica y un muchachito. Que me dejaste, que te dejé. ¿Y eso? Eso llevará a lo anodino, a lo superficial, y morirá pronto.

Tú crees que eres distinto,

porque te dicen poeta,

y tienes un mundo aparte,

más allá de las estrellas.

De tanto mirar la luna,

ya nada sabes mirar.

Eres como un pobre ciego,

que no sabe a dónde va.

(“Te dicen poeta”, de Atahualpa Yupanqui)

Suna, que tararea la letra de Atahualpa cual manifiesto –y la cantó en el disco “Maldición de Malinche”-, muestra las garras: que los periodistas ni saben su nombre cuando la entrevistan, que los músicos no conocen “la Argentina Profunda”, que no hay exigencia en la composición. Entre las voces femeninas, rescata a Ángela Irene –“aunque ella no me mencione nunca”–, a Melania Pérez –“se portó muy mal conmigo pero canta bárbaro”–, Mónica Abraham, la Bruja Salguero, pero susurra que no le gusta Liliana Herrero. Cuando habla de Atahualpa, entonces, le brillan los ojos. Se pone tierna, romántica, evocativa. Y ríe: “Ata me decía que Jairo era uno de los mejores, pero bromeaba con Teresa, su mujer. Lástima que está ´Teresa, poné la mesa´, decía, y nos desmayábamos”.

Lo conoció en sus últimos años de vida. “Era un tipo solitario, tan inteligente y profundo, de un humor raro y una mirada feroz”, y dice que lo acompañó en su enfermedad. Basta escucharla un rato para ver cómo se refleja en él, en forma y sustancia. Don Ata era cariñoso –“me cansé de desmentirlo siempre: sólo fui su amiga, nunca pasó más nada”-, algo esquivo y tímido, pero temible. Tan implacable que nunca se atrevió a grabarlo: debió esperar la muerte. “Le tenía demasiado respeto, nunca me animé a invitarlo a un concierto. Sólo una vez lo canté en vida, fue cuando hicimos ‘La Añera’ con Pedro Aznar y me dijo que era una porquería”. El ex bajista de Serú Girán sigue participando en sus discos, “aunque somos bravos y chocamos bastante, él me apoda ´Pocha`. Es hermoso lo que hace con el folclore. Para mí, el folclore es el latir de la identidad. La música es un elemento de unión de los pueblos”.

Suna, la periodista

El encanto en la conversación, sin embargo, dura poco. Suna vuelve a mostrarse hostil y cuenta que estudió periodismo, a la cual denomina como “segunda profesión”, le agradece “una formación general”, pero no la ejercita. La principal comunicación, dice, es el canto: emocionar con historias “reales, mágicas, como la de Eulogia Tapia en el norte”. Una “manera de expresión” que nació en la escuela primaria y nunca se interrumpió. A Suna le gusta definirse como una cantora “de vocación profunda”, como la tierra de verdes algarrobales que la vio nacer. “Con sabor a criolledad y puro sentido provinciano”, sonríe, con esos dientes blancos perfectos admirados por “varios muchachos”. De pronto, se interrumpe: “Vengo de la naturaleza, y políticamente quiero participar de la Patria Grande latinoamericana. El disco ´SOS Agua´ -2010- fe una toma de posición ante la pérdida de los recursos naturales”. Y continúa:

-Alguna vez hice un programa de radio que se llamaba “Mi país sin llave”, donde solía entrevistar a artistas. Pero luego me sacaron. Este país sigue sin llave, conocemos más Miami y Europa que las pinturas rupestres de Cerro Colorado. Es increíble que no conozcamos nuestro país. Yo hice eso con mi música: primero, aquí; después, allá.

Escribió, además, uno de los pocos textos de entrevistas a cantantes y compositores de la música popular: “Así es mi tierra”, que compila notas a Marcelo Berbel, Ramón Navarro, Jorge Marziali y Ramón Ayala, entre otros.

-El libro parece un homenaje a tus maestros.

-Sí, pero lo hice sin más pretensión que la de dejar testimonio de los Horacio Guaraní, Eduardo Falú, Luis Landriscina. Una suerte de memoria de las distintas músicas de nuestra cultura. ¡Sabés cuánto estuvo Sixto Palavecino para mandarme el reportaje y las fotos! Me dio mucho trabajo. Me sorprendí que circulara en escuelas y algunos dijeron que le sirvió en un sentido didáctico. Y eso está bueno. La que menos importancia le dio al libro fui yo. Y siento que debería reeditarse.

La intérprete, que se reconoce como “poca ortodoxa del folclore” –así lo demuestran los arreglos modernos de los temas y sus vínculos con Pedro Aznar, Fernando Cabrera, Milton Nascimiento, Jorge Drexler, Emilio Del Guercio- aunque nunca se relacionó con artistas de rock y del pop a la manera de Mercedes Sosa y Liliana Herrero, camina escurridizamente por los pasillos del departamento, donde hay alfombras, cuadros y objetos rústicos que conviven con una decoración moderna –“acá hago los ejercicios de canto, porque sigo estudiando técnicas con una profesora, los vecinos están acostumbrados a que grite”-. Luego se afloja y muestra una cartas que le escribió desde París el “Tata”, como lo llamaba a Yupanqui. Lee: “A Suna Rocha, en la noche de un martes de marzo, del corazón queriendo cantar y uno que lo hace callado”. Y bromea: “El periodista Marcelo Simón me dijo que era una declaración de amor”.

Otra, de abril de 1991: “Paisanita querida, dame el primer saludo hacia tu rancho para decirte que llegué sin haber comido por razones de sobrevivencia –no quiso comer el lunch del avión-. Me esperaba Mario Durán, hermano médico de Villa Dolores, jefe de Médico Sin Fronteras. Le entregué toda la documentación de soledad y dolor. Partiré hacia Holanda y volveré a Francia a visitar el cementerio de Montparnasse a dejar claveles a unos amigos: Cortázar, Asturias, Baudelaire. Diré en voz baja: espérenme”. Suna se maravilla: “Mi corazón anda en paz, con este solo desvelo que padezco desde que nací. Leer todo lo posible y oír a Bach. Y las vidalas de los que se fueron cantando. Al fin, la vida es ese paso extraño que uno elige aún sabiendo que terminará despedazado de amor y de silencio”. Y cierra: “Suna, te deseo salud y buenos trabajos. No bajes la guardia, niña, y cuidate de esas tentaciones que ofrece el arte mendigo. Te recordaré como la changuita que vino a Buenos Aires a estudiar, ver, crecer y esquivar. Con cariño te saluda, coraje y prudencia. Atahualpa”.

Pregunta: “¿Cuál es el arte mendigado?” Y se responde: “El de la canción de amor frívola, de muchacha, qué piel, la arena y el mar. La fórmula fácil que vende discos y hace ruido, pero que no trasciende”. Al hablar de su carrera, Suna es reacia a mencionar los premios y cultiva bajo perfil: nunca hablará, por ejemplo, que el Congreso de la Nación la declaró Figura Ilustre del Folklore Nacional con Proyección Internacional.

Dice que, en su último disco –“La Criolla”, de 2013- volvió a un repertorio “muy folklórico”, pero que siente deseos de integrarse más con la música latinoamericana –“me gusta cantar a Rubén Blades y Calle 13, y también clásicos como “América”, la hice con charangos y quenas, no creo exista una versión femenina así”. Hace unos años, se reeditaron dos de sus mejores materiales: “Madre Tierra” -1992- y “Maldición de Malinche” -2003- . Una experiencia intensa, según Suna, fue la que vivió con Leda Valladares en el disco “América en  Cueros” -1992-, donde cantó una baguala catamarqueña: “Sin darle motivo”. Leda, dice, fue una guía indispensable en la búsqueda de las raíces. “He tenido etapas más prolíficas y a veces tardé más tiempo porque me puse más hinche con la poesía y con las melodías. Si me respetan mi formación, voy a cualquier lado. La otra vez quería que fuera a Israel con un solo instrumento…no! Soy inquieta, me gustan los arreglos para piano, percusión y guitarra y contrato arregladores para los discos. `Hice un arreglito porque estaba rotito`, dijo Ata como diciendo que en cada arreglo hay una versión distinta”.

-Tenés un par de temas compuestos, pero nunca fue lo tuyo.

-Me gusta escribir, pero respeto mucho a los letristas y a los poetas. No cualquiera puede narrar bien, sepamos distinguir cada cosa en su lugar. Poetas eran Manuel Castilla y el Tata. Hay pibes que empezaron ayer y ya hicieron todo un disco entero. No hay que apurarse.

 -¿Te gustaría ser más masiva?

-La culpa es mía. Soy media quedada, me cuesta trabajo sacarme fotos, producirme. Lo difícil no es llegar sino mantenerse, porque hay que estar proponiendo permanentemente. Soy de carácter huraño, me gusta quedarme en casa, ahora por ejemplo estoy estudiando francés en la computadora. Hay gente que va a los espectáculos, que consigue cosas por relacionarse. Igual, los que hacemos folclore sabemos que somos marginales. Algo que no entra en la cultura televisiva, ni en los grandes medios ni en las charlas sociales. Eso te genera rencor.

-¿Qué música escuchás?

-De todo. El fado de Portugal, mujeres africanas, cada cultura tiene su yeite. Amo la música brasileña, Egberto Gismonti, me encanta Joao Bosco, hay un percusionista de apellido Marcos Susano. No vas a creer que todo el día escucho folklore …no!  Es lo que menos escucho. Dijo Yupanqui: “La gente cree que porque soy folklorista, escucho todo el día folklore y como solo asado..no!!! me gusta la comida francesa, el cous cous”. De hecho, interpreté rock, folk japonés, bossa, tangos, pero para cantar siento un anclaje en nuestra identidad criolla y mestiza.

“La elegancia es todo”

Cuando viajó a Europa la vieron como una figura exótica, una suerte de Lila Downs argentina. “Mis ropas les llama la atención, para mí es ceremonial. Defiendo esa vestimenta porque en el folclore dominan los hombres y eso que la luna y la pachamama son femeninas”, cuenta y dice que le gusta vivir en el campo, que está construyendo una casa en Tuluma, el lugar donde nació –“En córdoba me tienen como santiagueña porque viví mucho tiempo en Buenos Aires, ni me registran pero ya me recuperarán. Me considero como alguien de la troupe que venimos de las provincias a trascender a la Capital Federal”-. Una certeza sobrevuela en el aire: evitar la decadencia. Le gusta que la sigan viendo elegante, con el sombrero y las polleras largas. “No quiero ser una señora patética arriba de un escenario. La elegancia es todo. Soy performática y canto con el cuerpo, me muevo mucho y tengo mucha percepción del público. He levantado espectáculos que estaban muertos. Si tuviera esa habilidad en mi vida personal, sería la señora diez, porque de 40 tiros, erro 39”, ironiza. Y cuenta una anécdota de infancia: “Mis viejos me compraban botas y bombachas y hacía de varón en las danzas escolares porque había pocos en el pueblo. Leda Valladares me dijo alguna vez: `Vos estás en el escenario como si estuvieras en el patio de tu casa´”

-¿Qué te quedó pendiente?

-Ir más al exterior, pero es mi culpa también. Soy un animal argentino. En Brasil estuve un año, pero no puedo vivir en un cielo que no sea el mío. En Alemania me ofrecieron quedarme a trabajar. Me hubiera muerto de pena.

 

 

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