Que lo diga el río

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Nota principal: Desmonte, negocio y silencio

Por Juan Bautista Duizeide

El título de la hermosa guarania de Juan Falú da una pista inmensa. El río, los ríos, siempre dicen, siempre muestran, para quienes sepan oír, mirar, ver. El río avisa. Y el que avisa no traiciona. Pese al dicho, instituido, en años y años de crecientes y pavor, dentro del sentido común popular: “El río es traicionero”. Mirando el río puede saberse si está creciendo o bajando, en qué partes tira más la corriente, donde hay obstáculos semi sumergidos, dónde está hondo y dónde playo, dónde se concentra la pesca.

Como todos los ríos, grandes o chicos, torrentosos o calmos, el Santiago, cerca de La Plata que le da las espaldas, a la orilla de Ensenada y Berisso, todo el tiempo dice cosas. Si de golpe dejan de saltar las lisas; si no se ven más biguás sobre las ramas caídas, con las alas abiertas, secándose; si las garzas no encantan con su planeo y sus gritos roncos la costa; si el olor del agua y del barro cambia, digan lo que digan los expertos, algo está pasando.

Pero la zona de Río Santiago no es sólo naturaleza. También es historia. Lugar de cruces, de luchas, de combates. Desde las naves de Brown fondeadas por donde ahora pasa el camino a Monte Santiago este, durante la guerra contra el Imperio del Brasil hasta las luchas contra las privatizaciones y el vaciamiento en los 90 del siglo XX, pasando por el combate aeronaval entre las fuerzas leales a Perón y las del “democrático” almirante Rojas, que a punto estuvo de bombardear democráticamente la destilería de Y.P.F. Todo el tiempo, la historia se juega por Río Santiago. Como lo supo ver Haroldo Conti, cuando a principios de 1976, meses antes de ser secuestrado y desaparecido, en su crónica Tristezas del vino de la costa o La parva muerte de la isla Paulino hizo de la isla metáfora del país vaciado, torturado y a punto de ingresar en su período más sangriento.

Si se sabe mirar, si se sabe oír, la historia habla, la política habla, por esta zona donde el abandono parece la etapa superior de la arquitectura. Acá, una obra faraónica —la más grande o quizás la única de la administración Scioli— que implica desmonte, dragado (sin tratar adecuadamente los barros que se sacan del fondo), reducción de la superficie de las islas Paulino y Monte Santiago. Un muelle con capacidad para recibir inmensos cargueros y un playón de contenedores darán mucho trabajo, argumentan. Allá, el Astillero Río Santiago, que podría generar miles de puestos de trabajo altamente calificados y bien pagos, que podría producir buques para la marina mercante argentina, aún no curada del vaciamiento sufrido durante el menemismo, sigue sin que se ponga toda su capacidad en funcionamiento…

¡Ah! En las últimas semanas volvieron a verse por el río biguás y garzas. Pocos, tímidos. Pero ahí andan. Por boca de ellos el río dice: pese a tantas cosas, todavía estoy vivo. Todavía.

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