Pasajeras de una pesadilla

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El segundo largometraje del realizador local Gustavo Provitina aborda el dramático tema del secuestro y la explotación sexual. La Pulseada tuvo acceso antes de su estreno a “La sombra en la ventana” -protagonizada por Manuela Pal- y conversó sobre la obra con su director y guionista.

Por Carlos Gassmann

María ha sido vendida por su padre a una red de trata de personas. La explotación y el maltrato dañaron su equilibrio psicológico. Una muerte marcará la noche más violenta de su vida hundiéndola en la miseria de su propia historia. Mientras María intenta sostener el frágil hilo de su cordura, el sistema de abuso y perversión que la somete empieza a desmoronarse estrepitosamente. La locura y el espanto se mezclarán con otros sucesos trágicos en un laberinto de bajezas y traiciones que culminarán en un desenlace inesperado”.

Tal es la sinopsis oficial de “La sombra en la ventana”, película escrita y dirigida por Gustavo Provitina, quien se graduó en la UNLP con “El sur de Homero” (2013), film en el que la vida y la obra de Manzi son puestas en conexión con diferentes momentos históricos argentinos y que contó con la participación de -entre otros- Horacio Ferrer, Raúl March, Hipólito Paz, Sergio Pujol y Horacio Salas.

En su segundo trabajo de largo aliento -antes había filmado varios cortos-, se propuso representar un calvario como el que debe haber atravesado Marita Verón, entre otras cientos y cientos de víctimas, partiendo de considerar, por un lado, que “la reducción de un individuo a la miserable condición de objeto útil” es “una de las formas más perversas de esclavitud” y, por otro, que para ocuparse de “un conflicto social tan grave hay que eludir todo tratamiento morboso”.

Se trata de una iniciativa realizada “a pulmón”, con un gran esfuerzo, que incluyó el aporte monetario voluntario de “productores asociados” reclutados a través del sitio web “Panal”.

El estreno nacional del film está previsto para antes de fin de año y además la película ya tiene comprometida su participación en festivales de cine sobre la violencia en general -y sobre la violencia de género en particular- a desarrollarse en México y otros países.

Después de sumarse a la lista de los primeros en apreciar una copia completa de “La sombra en la ventana”, La Pulseada entrevistó a Provitina:

–¿Cómo fue y cuánto tiempo llevó el proceso transcurrido desde la idea inicial hasta la conclusión del film?
El guión fue escrito en 2012. El formato original era el de un unitario para la televisión. Integraba un conjunto de trece programas de ficción de 50 minutos presentado a un concurso del INCAA. El título inicial era “Cautiva”. Lamentablemente el proyecto no fue elegido. Quedó archivado durante un tiempo con el resto de los guiones presentados, hasta que decidí retomarlo un año después, en una versión ampliada, con la idea de conservar la atmósfera intimista primigenia pero adaptada al formato de un largometraje. El proceso transcurrido desde el primer borrador hasta el filme concluido fue de cuatro largos años.

–Tu primer largometraje pertenece al género que preferís llamar, antes que «documental», «cine-ensayo». ¿Qué desafíos implicó pasar al terreno de la ficción? ¿Ayudó en la dirección de actores tu experiencia teatral? ¿O el cine tiene otras especificidades?
El primer desafío es narrativo. Contar desde la ficción exige poner en juego una estilización de la realidad que el cine-ensayo o el documental restringen desde su matriz. Cuando hablo de estilización me refiero a una utilización del lenguaje audiovisual diferente, aunque la premisa para todos los géneros cinematográficos, en el fondo, es la misma: establecer un lazo de empatía crítica con el espectador. La selección de recursos expresivos, en la ficción, está en función de instalar un contrato de identificación emocional que parte de un conflicto humano, con las tensiones y modulaciones psicológicas que esto representa. La recepción del público varía cuando se enfrenta a una ficción, le exige otros atributos que en el cine de no ficción son menos cuestionados, entre ellos la verosimilitud del mundo narrado. Saber que el filme pone en escena situaciones del orden de lo cotidiano desarrolladas a partir de un guión y representadas por actores genera una expectativa de orden artístico que amplía la calidad de observación del espectador. Por esa razón las críticas suelen ser más severas para los filmes de ficción. La persuasión de los actores -además de un guión sólido- es una pieza fundamental del engranaje narrativo. Estudié muchos años actuación con Raúl Serrano. Necesitaba aprender un método conceptual y materialmente sólido. Lo encontré en el “método de las acciones físicas” de Stanislavski. Confirmé lo aprendido en esa etapa cuando dirigí mis primeros cortos. La dirección de actores cumple una función determinante para el realizador que pretenda dedicarse a la ficción. La experiencia teatral sirve para entender una norma básica: saber qué pedirles a los actores y cómo acompañarlos en el proceso de construcción dramática para que ganen seguridad en la creación de los personajes.

–¿Cuáles son las influencias que te atraviesan y se reflejan en tu película, ya sea en lo estrictamente cinematográfico o en relación con otras artes?
La presencia de los precursores es decisiva en las fases de aprendizaje. Los grandes maestros que admiro -Tarkovski, Bergman, Cassavetes, Bresson, Antonioni, Jarmusch, Bille August, Kieslowski- representan fuentes de inspiración inextinguibles. Los estudio hasta el cansancio pero sería presuntuoso de mi parte, además de exagerado, decir que están reflejados en la película. Ojalá pudiera decirlo. Mi trabajo está muy lejos de esas alturas. “La sombra en la ventana” es una película de cámara, muy pequeña, cuya única pretensión es reflejar la tragedia de la explotación sexual, el maltrato y la aniquilación de las mujeres víctimas de las redes de trata de personas.

–Aunque no es un filme realista, hay aspectos del guión que parecen tomados de la crónica periodística diaria, como la complicidad de la policía y la justicia en la trata de personas. ¿Por qué elegiste este tema? ¿En qué se inspiró el guión?
La crónica policial se filtra en pequeñas dosis. El propósito era contar una tragedia, en el sentido clásico del término, con todos sus componentes: el abandono de Dios, el incesto, la muerte, la locura. Elegí ese tema inspirado en la lectura del libro de Roberto Bolaño “2666”. Quedé muy impresionado por los pasajes de la novela donde se describen los femicidios. La violencia física y verbal resume la actualidad y la agota porque afecta todas las áreas de la condición humana. Vivimos en un mundo perverso habitado por insospechados depredadores, siempre al acecho, dispuestos al ataque velado, brutal y sin remordimientos. En este momento de mi vida, francamente, cuando camino por la calle pienso que somos el blanco móvil de un psicópata agazapado detrás de la mira telescópica de un arma. El pesimismo de esa imagen es una metáfora, naturalmente, que sintetiza mi desconfianza actual en los seres humanos. La película refleja esa desilusión, orientada -a mi pesar- por las crónicas y las noticias de los diarios.

–¿Estás de acuerdo en que la película, más que la narración convencional de una historia, busca recrear la atmósfera opresiva y la sensación de encierro y desesperación a la que son arrastradas esta suerte de esclavas contemporáneas?
Estoy de acuerdo en que la estructura dramática de “La sombra en la ventana” se aparta de las convenciones formales clásicas. La fuente de inspiración visual de la película fueron las pinturas de Egon Schiele, Edvard Munch y Francis Bacon. Esas eran las referencias plásticas que veía mientras escribía el guión. Quería expresar la atmósfera opresiva y devastadora que exhalan sus cuadros. La primera vez que hablé con Sofía Meschini, la directora de arte, supe que había captado a la perfección el sentido de esas imágenes. Abrevé también en una joya de Roman Polanski que he visto innumerables veces: “Repulsión”. Esas y otras referencias fueron indispensables para abonar la idea que crece en el subsuelo dramático del filme. La premisa clave para mí es que el encierro enloquece a quienes lo padecen. La locura empieza por una forma de reclusión mental. Todo aislamiento, impuesto o voluntario, es capaz de llevar a la alienación y sus consecuencias siempre son oscuras: la depresión, el progresivo alejamiento de la realidad y hasta el suicidio.

–¿Cómo se vinculan el realizador y el teórico del cine? ¿Se influyen recíprocamente?
El ejercicio de mi función docente y de la crítica en la revista “La cueva de Chauvet” me estimulan a estudiar constantemente las más variadas propuestas del arte audiovisual. Eso me permite crecer en un sentido pero, a la vez, debo admitir que esas funciones influyen negativamente en mi oficio de realizador y guionista. Para entregarse a la creación uno debería limitar el peso de las especulaciones teóricas y dejarse llevar por los impulsos, sin pretender controlarlos mediante la memoria crítica y la opresión de la tradición. Yo no he podido hallar el punto de equilibrio entre estas polaridades y no pocas veces quedo paralizado en el preciso instante en el que una nueva idea me visita. Le hago tantas preguntas que al final se marcha.

–Afirmás que «el cine, además de un medio de expresión artística, busca estimular la conciencia crítica». ¿Cómo entra eso en juego en el caso de «La sombra en la ventana»?
Estimular la conciencia crítica significa que el espectador elabore su propio discurso, su mirada particular, su interpretación moral de lo representado en el film. Justamente por no tratarse de una película construida según el canon de la narrativa convencional, el modo en que se presentan los conflictos deja margen para una observación -reflexiva y distante a la vez- de la alienación irremediable de esas criaturas. La consecuencia de esta elección estética es el hermetismo, quizá, la dificultad para absorber la información, la sensación de una falta de unidad, que es el riesgo de toda búsqueda artística tajante. Los espectadores que han desarrollado una conciencia crítica comprometida suelen agradecer esas dificultades. Por otra parte, las precarias condiciones en que fue rodada “La sombra en la ventana” afectaron el resultado final, pero también impulsaron otros desafíos. Mi agradecimiento a todos los que participaron en la película se torna una obligación porque han logrado adaptarse con entusiasmo, dedicación y profesionalismo a circunstancias de rodaje muy adversas. Hacer cine en la Argentina exige una voluntad titánica y más aún cuando carecemos de la infraestructura técnica y económica necesarias. Es un proceso místico, una travesía épica sólo posible de concretar mediante la imaginación, compromiso y sensibilidad de un equipo humano dispuesto a compartir su magia por amor al arte.

Ficha técnica

Dirección y guión: Gustavo Provitina – Producción general: María Luján González Raffino – Dirección de fotografía: Ana Mussi – Dirección de arte: Sofía Meschini – Sonido: Agustín Zabaleta – Montaje: Patricia Fabreguettes y Gustavo Provitina – Cámara: Natalia Pinilla – Maquillaje: Carla Zucarelli – Vestuario: Rosario Gullón Álvarez – Música: obras de M. Ravel y E. Satie interpretadas por Silvia García Toledo (piano) – Elenco: Manuela Pal (María), Jorge Booth (El Muerto), Julieta Andrae (Benedicta), Alejandro Lise (Osmen), Néstor Gianotti (Hugo), Clara Saccone (Sandra), María Eugenia Hoppe (Rita), Leticia Grisolía (La Madre), Gladys Pilla (Lourdes) y Leonel Compagnet (Sombra) – Duración: 77 minutos.

Episodios del horror

La sombra en la ventana” es un drama que, si hubiera que ubicarlo en las estanterías de un videoclub, iría a parar a “cine arte” o “cine de autor”, dado que está muy lejos de los formatos comerciales habituales. Estamos en medio de la atmósfera opresiva que semejante historia requiere. Algunos lugares conocidos de La Plata aparecen fugazmente en el cuadro. Como la catedral, por ejemplo, vista desde el suelo del auto donde trasladan a María sus secuestradores. Más que una narración lineal hay breves secuencias que se van encadenando, generalmente mediante fundidos a negro, que incluyen monólogos o diálogos, divididas en tres grandes capítulos, titulados sucesivamente “Cautiva”, “Sombras” y “Espectros”. El espectador es llevado, a veces por el recurso de la cámara subjetiva, a sentir lo mismo que María: desesperación y claustrofobia. Ha sido vendida por su padre, un policía que la golpeaba, abusaba de ella y la mantenía encerrada, a una organización de trata de personas, ante la pasividad de su madre que no reaccionaba. Aunque la película no es ni pretende ser realista, hay dos datos del guión que parecen extraídos de la crónica periodística diaria: la participación de la policía (representada por la figura del padre, violador y entregador) y la complicidad de la justicia (hay un magistrado que es cliente del prostíbulo y al que atienden reiteradamente por teléfono llamándolo “doctor”). El clima sórdido recuerda algunas de las películas del gran cineasta mexicano Arturo Ripstein, especialmente “La mujer del puerto” (1991), que también transcurre en un prostíbulo. Hay una apelación reiterada al “fuera de foco”. En parte, porque la imagen pretende sugerir más que mostrar. Pero también porque la trama está poblada de diferentes clases de fantasmas. Hay quienes aún respiran pero se sienten muertos en vida, como el mismo personaje central. Y hay espectros que resurgen constantemente, como el de ese padre bestial que se le aparece todo el tiempo a María, que no puede desprenderse de su imagen lasciva y sudorosa abalanzándose contra su cuerpo mientras la somete; o como el de Rita, otra de las chicas secuestradas que ha perdido la vida. Quizás ésa, la del padre incestuoso y cruel, sea la más recurrente de las “sombras” que acechan a María desde la ventana. En gran parte la acción transcurre en el cuarto de empapelado descascarado, donde las cautivas deben recibir a los hombres, apenas alumbrado por una luz mortecina (porque “ustedes no deben ver las caras de los clientes ni ellos las de ustedes”). La pantalla se mantiene la mayor parte del tiempo casi a oscuras, en correspondencia con las tinieblas que envuelven a las miserables criaturas que pueblan esta ficción. Entre los integrantes de un reparto de parejo rendimiento, se destaca el trabajo de Manuela Pal, nieta e hija de actores, con amplia experiencia en televisión, cine y teatro -quien con gran entrega encarna a la sufrida protagonista- y de Néstor Gianotti -quien se pone en la piel de Hugo, un patético miembro del grupo criminal cuyos delirios místicos le sirven tanto para justificar sus acciones (“Judas no fue un traidor: hizo lo que tenía que hacer para que la profecía se cumpliera”) como para soñar con comprar a María y recorrer con ella los caminos predicando-. Las angustiosas escenas se acoplan bien con una música inquietante, compuesta por fragmentos de “Pavana para una infanta difunta” de Maurice Ravel y “Vejaciones” de Erik Satie, magníficamente interpretados por la pianista Silvia García Toledo y grabados en los míticos Estudios ION.

El perfil del director

Gustavo Provitina durante el rodaje

Nacido en La Plata en 1971, Gustavo Provitina se formó en varias disciplinas artísticas. Músico y compositor, tocó el bandoneón en orquestas típicas, creó entre otras partituras la banda sonora de una película y ocupó la vicepresidencia segunda de la Academia Nacional del Tango. Publicó en 2015 un libro de conversaciones con Horacio Ferrer titulado “La palabra prendida”. De su paso por la carrera de Letras es testimonio la serie de cuentos inédita “Variaciones del tártaro”. Además, cursó teatro con Raúl Serrano y se desempeñó como actor y director. Como dramaturgo escribió las obras “Shakespeare, la sombra en el laberinto”, “Noche en Estocolmo” y “Sitiado”. Desde hace varios años conduce en Radio Universidad el programa “Los misteriosos espejos”, donde conjuga sus pasiones por el cine y el tango. Asimismo es Licenciado en Realización en Cine, Video y TV por la Facultad de Bellas Artes de la UNLP. Entre 2000 y 2004 dirigió y escribió los cortometrajes “Aquelarre de musas”, “La niebla”, “El beso” y “Rodaje” (en este último también participó como intérprete). Hasta ahora ha sido realizador y guionista de dos largometrajes: “El sur de Homero” (2013) y “La sombra en la ventana” (2017). Como teórico y crítico de cine editó el libro “El cine-ensayo: la mirada que piensa” (2014) y colabora con las revistas “Guregandik”, “El extranjero” y “La cueva de Chauvet”. Es docente en la Facultad de Bellas Artes de la UNLP, la Universidad Nacional de las Artes (ex IUNA) y el Colegio Nacional de La Plata.

 

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