Padre Leopoldo Esteban: “Hay que destruir las estructuras sociales injustas”

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Es de La Plata y ejerció su ministerio en Villa Elisa hasta que decidió partir a la selva paraguaya. Admirador de Carlitos Cajade, llamó a aplicar la verdadera Teología de la Liberación y aseguró que la Iglesia debe “desprenderse de muchos lujos y cosas que son arrastre de la Edad Media”. Hoy, como misionero en el Chaco Boreal, siente que halló la verdadera realización sacerdotal al “estar donde nadie quiere estar y hacer lo que nadie quiere hacer”.

Por Margarita Eva Torres

Jesús enseñó que dar el ejemplo es la mejor manera de proclamar su amor y advirtió que “no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón”. Él no vivió como un rey, sino que prefirió mezclarse con los más humildes, con los pobres de toda pobreza. Esa opción es el legado vital del cristianismo y el padre Leopoldo Esteban demuestra comprenderlo profundamente al preguntarse siempre “¿qué haría Jesús en mi lugar?”. Es que representa al sector de la Iglesia que se despoja de todo y que da el ejemplo, como San Francisco de Así, la Madre Teresa, los obispos Angelelli, Ponce de León, Romero y otros tantos testigos silenciosos, silenciados e ignorados.

El padre Leopoldo Esteban ejerció su ministerio en Villa Elisa hasta que optó por irse a la selva paraguaya. En el 2000 fue designado responsable de la Pastoral Indígena de la Diócesis de Benjamín Aceval y en 2001 pasó a pertenecer a la diócesis de esa zona de misión.

Formando parte del clero del Paraguay, fue sancionado por el Arzobispo de La Plata, monseñor Héctor Aguer, quien le prohibió el ejercicio del ministerio en ésta jurisdicción a causa de sus enfrentamientos con el grupo religioso Miles Christi y por defender a gran parte del laicado de Villa Elisa.

Ya hace varios años que se restableció la paz con el Obispo y se le levantó la sanción disciplinaria y hoy asegura que halló la verdadera realización sacerdotal “estando donde nadie quiere estar y haciendo lo que nadie quiere hacer”.

 

Las necesidades

De paso por La Plata, el padre Leopoldo recibe a La Pulseada en la casa de su hermano. Era un mediodía lluvioso y oscuro. Lo encontramos sentado en la cabecera de la mesa, concentrando en su notebook. Un gran crucifijo de plata pendía en su pecho. Sus dedos gruesos tenían cierta dificultad para manejar el mouse digital, pero se las arreglaba. Al tiempo que nos mostraba fotos de la obra misionera, relataba su experiencia, y su rostro, surcado por soles y vientos, se encendía al recordar las historias con sus hermanos de la América profunda.

La misión San Francisco Javier está ubicada en lo que se llama Bajo Chaco, dentro del Departamento de Presidente Hayes, República de Paraguay. “Es una zona muy muy pobre. La diócesis abarca 600 kilómetros de recorrido y cuenta sólo con nueve sacerdotes”. El padre Leopoldo recuerda que cuando llegó “los indígenas de la zona me hicieron una pregunta muy fuerte: ‘¿Para los católicos, nosotros somos personas?, porque hace 10 años que pedimos un sacerdote o un catequista y nadie quiere venir’”.

El padre Leopoldo asegura que su “proyecto de vida” siempre fue “armar una misión en algún lugar necesitado”. Y vaya si lo encontró: los pobladores se morían de cualquier afección, desde un resfrío hasta problemas respiratorios o la picadura de algún insecto. Pasó con un niño que murió por una infección causada por piojos y una mujer que falleció y que tenía sarna. Aún hoy, en la era de la tecno medicina un pico de fiebre sigue siendo para ellos una amenaza temible.

El cura fue y vino varias veces hasta que la sexta fue la vencida y se instaló definitivamente. Si bien San Francisco Javier está en jurisdicción de Presidente Hayes, es habitual encontrar allí a personas de Formosa. “Son los mismos indígenas que van de un lado y de otro; para ellos no hay fronteras geográficas ni religiosas porque, como ellos dicen, hay un solo Dios, podemos rezar, compartir y luchar juntos”.

 

Los contrastes

Leopoldo Esteban recuerda su paso por nuestra ciudad: “la parroquia San Luis Gonzaga de Villa Elisa es una de las más organizadas de la diócesis de La Plata. Allí teníamos tres Cáritas con 6.300 asistidos, muchísimas actividades, todas las comodidades y todo lo necesario. En cambio, en la misión donde me encuentro ahora uno tiene que hacer de todo. De hecho trabajo como paramédico, me especialicé en tuberculosis, lepra y en atención primaria de la salud porque no hay médicos. Hasta nos ha tocado hacer partos”.

En el consultorio donde se atiende a las personas en Cerrito, zona de Presidente Hayes, dos bancos pegados hacen de camilla. Los recursos son los que se improvisan. El padre Leopoldo contó la historia de “una niña y mellizos que nacieron ochomesinos, de madre tuberculosa, con todo en contra. Sin embargo, el parto se hizo en su choza y salieron adelante perfectamente”.

La salud es una de las áreas en las que más avanzó el trabajo misionero: “después de una mortandad muy grande en la que 200 niños perdieron la vida, armamos un centro de atención integral infantil y también construimos un jardín bilingüe toba–castellano”.

No anda con protocolo ni acartonamientos. Charlar con Leopoldo Esteban es como hacerlo con un amigo. Al oírlo cobran sentido las palabras de Jesús que le pidió a su pueblo que no hiciera lo mismo que hacen “los hipócritas a los que les gusta orar de pie en las esquinas de las calles para ser vistos”. Y los instó a buscarlo en la intimidad y en silencio, porque “tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará”.

Leopoldo, como el cura mapuche que evangeliza junto a él en la selva, es un hombre de la Iglesia viva, la del servicio auténtico y palpable. Admitió que el catolicismo “tiene que cambiar muchas cosas; tiene que sacarse mucho polvo del camino. Desprenderse de muchos lujos y cosas que son arrastre de la Edad Media o de la época de Constantino y que no le hacen ningún bien”. Aventuró que “Cristo debe estar siendo crucificado de vuelta en esos sagrarios de oro y plata”, porque para él “la Iglesia pasa por el pesebre de Belén”.

“Creo que siempre va a haber gente que encarne la verdadera Iglesia de Cristo, pero también siempre va a haber gente que aparece como Iglesia pero no lo es. A veces es más fácil decir que, como hay muchas cosas que no me gustan, me voy, pero lo importante es enfrentar las cosas desde adentro y transformar la sociedad y la Iglesia”, afirmó Leopoldo al reconocer que es de los hombres la responsabilidad del curso que toma la Iglesia como institución.

“Los católicos que están detrás del poder y del dinero y de cosas que no tienen nada que ver con Cristo no son felices. Incluso muchas veces mueren como han vivido, muy mal”, e insistió en que “la felicidad está en vivir la Iglesia como Cristo quiere”, es decir, “tratando a los demás como ustedes quisieran ser tratados”.

La altura del trono

El mate ya se había lavado y un exquisito olor a puchero se sentía desde la cocina. Ya no llovía pero el viento persistía y golpeaba contra la ventana las hojas de una planta que estaba en el patio interno. No daban ganas de salir. No daban ganas de cortar la conversación. Los temas fluían y por momentos Leopoldo dejaba de ser sacerdote para ser maestro, paramédico, periodista o un simple vecino platense.

Muestra las fotos de la cabaña de troncos donde vive y bromeaba sobre su baño: “no tiene yacuzzi”, sino apenas una manguera conectada a la canilla que hace de ducha. “Una vez un hombre me preguntó: -¿A usted quién le paga por hacer este trabajo? ¿El gobierno de Argentina o el de Paraguay?-Ninguno de los dos –le contesté. -¿Entonces, es por amor al arte? -No, tampoco. Es por amor al otro. Además, si hubiese que pagarlo no tiene precio”.

Rechaza de plano la caridad que se ejerce “para sacarse al pobre de encima” y desde su trabajo diario brega por “una caridad como la del buen samaritano, que es una caridad completa” porque “no se puede servir y perseverar en el amor al prójimo si no hay fe y si no hay amor a Dios”.

“Creo que hay sacerdotes por vocación y sacerdotes por ocasión”, advierte el padre Leopoldo. Y asegura que hay personas que ingresaron al seminario “por tener un status, por ser alguien, por tener un techo y comida o por seguridad, pero eso es muy distinto que lo que Jesús quiere para la Iglesia. Yo creo que la Iglesia tiene que replantear su forma de vida desde los sacerdotes y las religiosas que queremos ser verdaderamente evangelizadores”.

Es inimaginable la realidad con la que cada día se enfrentan “en medio de la nada”. Todo allí es impredecible y Leopoldo ha conocido todos los oficios, incluso el de funebrero: “a veces nos llaman para buscar el cadáver de un indígena y tenemos que limpiarlo y prepararlo”. Conseguir un cajón es toda una odisea. Por eso, generalmente “se lo envuelve con su ropa de cama y su colchón y luego se lo entierra, tratando de que sea lo más digno posible”.

“En esta época –agrega- se habla mucho de los pobres, pero están más desprotegidos que nunca. Hace falta que mucha gente se baje de su trono. Hay que mirar a Jesús y entonces vamos a tener una Iglesia mucho más fiel a lo que Cristo quiere”.

En San Francisco Javier la evangelización cristiana respeta los valores de los pueblos originarios. Es apasionante “descubrir todo aquello que hay de noble, bueno y justo en todas las culturas antiguas y que son siembra del único Dios”.

La misión, además de su objetivo religioso, se propone instruir, brindar herramientas a los pobladores para que “logren sus propios recursos respetando su cultura” y saberes ancestrales. El cura sabe que “algunas sectas y cierta corriente de la Iglesia Católica -que gracias a Dios ha cambiado-, decían que todo lo antiguo era pecado y es una tontería porque en toda cultura hay elementos positivos y negativos”.

A diferencia de la ciudad, los habitantes de la selva “no tienen cáncer, estrés, ni problemas psiquiátricos”. Es que “se toman la vida de una manera distinta y a pesar de que a veces no tienen ni para comer, nunca dejan de sonreír”. Y contó cuando “una señora me vino a pedir una pala y le dije: -Te felicito, vas a hacer huerta-. Pero ella me contestó: -No, voy a enterrar a mi hija que acaba de morir. Me conmoví tanto que me puse a llorar, pero la mujer me decía: -Tranquilícese padre, ella está con Dios”.

“A veces te traen algo, un cacho de banana y vos les preguntás qué quieren a cambio, o cuánto vale eso y ellos dicen: ‘No, los frutos de la naturaleza son de todos’. Siempre tienen tiempo para los demás, para sentarse y escuchar al otro. En cambio, nosotros siempre andamos apurados. Ellos dicen: ‘Los blancos preguntan y ya en la preguntan incluyen la respuesta, entonces-¿Para qué preguntan? Eso quiere decir que no les interesan nuestras respuestas’”.

También mencionó la especial atención que los jóvenes le dan a los ancianos de la comunidad: “la sabiduría toba dice que cuando un joven no escucha a sus mayores está por mal camino. El joven escucha lo que el anciano le cuenta veinte veces y no por eso le dice que está mal de la cabeza, sino que lo escucha cada vez. Esa es la tradición oral, lo que llamamos la escuela de los ancianos, que está muy viva entre ellos”.

 

“Hay que hacer cosas como las que hizo el padre Cajade”

La modernidad se hace presente en Presidente Hayes sólo desde el lado del consumo, como suele ocurrir en los pueblos relegados. A la hora de vender, todos somos iguales y el dinero es dinero, provenga de donde provenga. Y a pesar de faltar casi todo, la lógica mercantil logra penetrar de algún modo, haciéndoles cambiar costumbres que se vuelven en contra de sus intereses. Pasó por ejemplo con la chicha, relató el cura misionero, que “antes les daba mucha energía” pero que luego comenzaron a reemplazar “por una caña química que daña su salud”.

La alimentación, a pesar de que mejoró mucho a partir del trabajo de los misioneros y la puesta en funcionamiento del comedor, sigue siendo deficitaria y eso incide directamente en la proliferación de algunas enfermedades que, en otros medios, ya ni siquiera existen. El sacerdote explicó que “cuando llegamos a la aldea, había 40 casos de tuberculosis por año. Logramos reducirlos a tres casos y en 2010 hubo cinco  muertes porque el gobierno actual de Paraguay, que prometió ayudar a los aborígenes, hizo todo lo contrario”.

Leopoldo es crítico de la gestión de Fernando Lugo: “desilusionó al pueblo”. Y tampoco tiene demasiadas expectativas con el resto de las administraciones de América Latina: “son gobiernos de tinte socialista pero un socialismo de la aristocracia, con grandes lujos. Son socialistas príncipes y eso es incompatible”.

Consideró tener autoridad para hablar de la pobreza y las condiciones humanas que ésta genera porque vive como, para y con los pobres. Por eso se enoja con el asistencialismo y el clientelismo que propugnan algunos sectores gubernamentales. En todo momento cuestionó esas prácticas y la falta de interés por diseñar políticas a largo plazo que reviertan la falta de oportunidades a que están condenados cientos de miles de personas. Aseguró que “la desocupación es la madre de todos los vicios” y que la ayuda estatal a los indigentes siempre tiene que ser “a cambio de trabajo, porque esa es la manera de dignificar al pobre”.

“¿Quién va a emplear a una persona mal oliente, enferma o desnutrida? Primero hay que levantar su dignidad, recuperar su salud y capacitarla para algún trabajo que sea capaz de hacer”, expresó el cura y opinó que en casi todos los países de la región hay una burocracia estatal que “vive de los pobres y de los proyectos” y –en ese marco- calificó a Paraguay como “el país de los proyectos” que nunca se concretan y llenan los bolsillos de los funcionarios.

Propugnó “hacer un cambio en la sociedad, pero desde abajo y hacer cosas como las que hizo el padre Cajade y tantos otros”, y aunque admite que “no podemos solucionar todo”, propone que “tratemos de solucionar al menos lo que Dios nos presenta hoy… A veces no vamos a poder dar todo lo que el otro necesita, pero sí podremos lograr que se sienta amado, querido”.

 

Carlitos, presente

La historia de Leopoldo en La Plata tuvo luces y sombras y, aunque no quiso ahondar demasiado, admitió que fue traumático su retiro de la órbita católica local. Fue supervisor del colegio San Francisco de Asís y de la parroquia San Luis Gonzaga de Villa Elisa pero renunció para irse a la misión. El cura había mantenido un cruce verbal con miembros de la congregación Miles Christi que había asumido la conducción del colegio. “Nunca hubiera renunciado si hubiera sabido que iban a venir semejantes situaciones como las que vinieron con Miles Christi”, resistidos incluso por muchos padres de los alumnos del establecimiento. “No fue mi intención ir contra el Obispo ni contra la Iglesia, sino decir la verdad con claridad, por amor al prójimo y a la Iglesia única de Cristo y esto me valió la sanción disciplinar que hace años fue levantada”. Monseñor Héctor Aguer le prohibió entonces el ejercicio del ministerio sacerdotal en la Arquidiócesis de La Plata.

Pero como dice el refrán, no hay mal que por bien no venga y hoy el padre Leopoldo asegura estar experimentado una comunión mucho más íntima con su Dios al servir a los postergados del mundo. Y a la hora de elegir referentes se inclina por los hombres que, además de la fe, pusieron el cuerpo y el ejemplo. Con ternura explícita recordó a su par y coterráneo, Carlos Cajade: “lo conocí, lo admiro y para mi está vivo y sigue presente. Me dolió mucho la incomprensión y poco apoyo que tuvo por parte de la Iglesia porque toda su vida fue dar amor”.

“La Iglesia es divina” pero “hay sectores de la parte humana de ella que a veces son injustos y sufren de males como la envidia o los celos. Yo creo que la Iglesia tendría que hacer justicia con todo lo que hizo el padre Cajade. Su obra es invalorable y continúa y va a continuar con toda la gente que él formó, a pesar de que alguno de la Iglesia, al enterarse de la muerte de Cajade, dijo: ‘un problema menos’”.

Tras más de dos horas de charla, el padre Leo –como muchos lo llaman- habló de la necesidad de aplicar la verdadera Teología de la Liberación que apunta, fundamentalmente a “destruir las estructuras sociales injustas” y a la liberación del pecado personal y social. También implica “una puesta en práctica del evangelio por una auténtica conversión, no por la violencia”. Al respecto, dijo que es preciso que esa doctrina “se ponga fuerte” y añadió: “se habla mucho del pecado sexual pero no se habla del pecado de tanta gente que, con sus malos negocios y con su ambición de poder y de dinero desde dentro y fuera de la Iglesia destruyen familias, empresas y llevan países a la quiebra”.

Taxativo, el sacerdote no esquivó la vinculación entre la jerarquía católica y el poder político y económico de todas las épocas: “si algún día la Iglesia deja de tener un estado como el Vaticano y todos los museos pasan a ser patrimonio mundial, se hará un favor” y preguntó: “si las mafias están metidas en todas las estructuras humanas ¿Por qué no van a estar metidas en las estructuras humanas de la Iglesia?”.

Horas después de la entrevista, el padre Leopoldo abandonaba las diagonales, los tilos y los edificios para internarse en ese espeso rincón verde y húmedo donde cada día la fe se pone en acción y el rostro de Dios se multiplica en los rostros de los más humildes.

 

 

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