Maxi, el poeta maldito de Villa Dorrego: “¡Queremos el mundo y lo queremos ahora!”

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Che, ¿es verdad que escribís poesías? ¿Es en serio o lo hacés para chamuyar minitas, nomás?”, le preguntó un amigo en la plaza de Gregorio de Laferrere. Él, que recién empezaba a amasar palabras, le mostró sus primeros trabajos. La Pulseada lo conoció en una actividad del Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos y comparte ahora retazos de su historia y de su presente, cosido a un proyecto de escritura que ya tiene propuestas de publicación

Por Josefina López Mac Kenzie

Marrón bien nítido en los ojos, andar cadencioso, 18 años y una de las bocas más lindas del Conurbano. Ése es Maximiliano. Habla mucho y sonríe poco bajo una cortina brillante de pelo negro. La charla se abre mientras enciende la computadora portátil donde escribe casi todas las noches, una de las netbooks que otorga el plan “Conectar igualdad” del ministerio de Educación de la Nación. Pero la cierra enseguida, “porque si no me voy a colgar”, asume, y se prepara para la entrevista.

−¿Estás grabando? ¡La-la-la, queremos el mundo y lo queremos ahora! −recita pegado al grabador, y una carcajada zurce el jirón de “Cuando la música se acabe”, de The Doors.

Lo conocimos en diciembre pasado, en una actividad convocada por el Espacio de Jóvenes del Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos (MEDH). Era el cierre de los encuentros que organizan con delegados de centros y casas asistenciales del conurbano bonaerense para trabajar sobre violencia, adicciones, embarazo adolescente, maltrato policial y derechos humanos, entre otras problemáticas. Reunidos con la propuesta “Cómo construir proyectos de vida en condiciones adversas”, allí  estuvieron, entre otros, Noelia, realizadora de «Noticias Ocultas», en Solano; Sandra, que sostiene el centro «Zapatillas gastadas» en Ezpeleta; y César, alias Camilo Blajaquis, que salió de un instituto de máxima seguridad para menores, hoy se proyecta a través de la escritura y alentó a todos a trazarse un objetivo para escapar al mandato perverso y dicotómico que dice que, para los pibes pobres, “la fábrica o la cárcel”.

En esa oportunidad, Maxi resumió para los presentes su historia y sus planes: seguir escribiendo poesía, viajar y rendir materias para ponerse al día con la escuela. También contó que estaba mejor en su relación con las drogas, que se sentía y se veía mejor. Ahora los amplía, en una charla a solas sobre su vida y su descubrimiento de la escritura.

No hablo como escribo”, anticipa. Es el mayor de sus hermanos. Nació a principios de los ’90 en el hogar humilde de una familia santiagueña de hinchas de San Lorenzo de Almagro afincada en Villa Dorrego, González Catán, en el populoso partido de La Matanza. Le dicen Trapo por una vieja anécdota de amigos, de un día en que estaba “vestido como un pordiosero”, se ríe. Su mejor lugar, asegura, es “la plaza de Lafe” con amigos. “Ahí me siento cómodo”, explica.

Tendría que haber terminado la escuela en 2010 pero lo frenaron una pila de previas y tropiezos por “ir a la escuela re loco” y “andar muy cachivache”. O sea: “Metido en la falopa, el escabio, todo. Estaba perdido. Iba a la escuela y me reía de todos, cero drama”, describe. Estaba “intoxicado” siempre los fines de semana, y con mucho alcohol y marihuana encima cada día y “los lujos de cada tanto, como la merca”. La adolescencia la pasó entre psicólogos y centros de protección a las adicciones, “pero nada te ayuda si no te ayudás vos. Se te seca la mente. Te va dejando muy pelotudo”, asegura. Ahora logró pasar a tercer año y encontró una puerta en la escritura. “Sigo siendo maldito pero dejo de joder, de hostigar a los profesores. Ahora estoy más recatado”, compara.

El problema siempre fue mi casa”, subraya, y ese enunciado cruzará toda la charla. La familia es “donde yo me retuerzo sin conseguir salida muchas veces −describe−. Prefiero la amistad, la familia verdadera, el conocimiento, la locura que me sacude los sentidos”. Y resalta su suerte al tener muy buenos amigos.

La otra constante es “el tema del laburo”. El año pasado trabajó unos meses en un súper. Dejó porque tenía que rendir 12 materias. En el verano tuvo algunas entrevistas de trabajo, como una para una perfumería de su barrio donde pedían un pibe para acomodar el depósito. “Decía que era para que la acompañe a la señora al mayorista, pero ahí me recaté y me di cuenta de que era para trabajar de patovica. Se ve que a la señora la habían afanado”, calcula. También estuvo “tirando curriculums en una fabrica donde trabaja el primo de mi vieja”. Y cuenta que una vez “le prendí una vela al gauchito y conseguí”.

Las puertas

¿Cómo empezaste a interesarte por la escritura?

Bueno, todo lleva a otra cosa. Fue en 2009, yo vivía con mi padrino en una pieza de su casa. Yo ya había escuchado un poco de los Doors, así nomás. Y fui, me compré un mp3 de los truchos, un CD con todas las carpetas, y me puse a escucharlo. Y fue  cuando escuché el tema Crystal Ship, El barco de cristal…muy psicodélico, con una entonación muy poética. Jim Morrison era un poeta, un loco, la revolución, la locura −se entusiasma Maxi−. La cumbia fomenta la ignorancia. A diferencia de una letra de rock, ¿qué te dice una cumbia?”, agrega, y admite, aunque le cuesta, que las horas de inglés del colegio lo ayudaron a entender las letras.

Enseguida comenzó a tirar del ovillo de los afluentes de Jim Morrison: “Todos los malditos, porque el chabón leía a los malditos, Rimbaud, Baudelaire, Nietzsche”, cuenta. Maxi bajaba materiales de internet y sobre filosofía sacó algunas cosas de la biblioteca de la escuela.

El primer libro de Rimbaud se lo regaló Alejandro, un tallerista de cine que trabajaba en Casa Joven, un centro de día para jóvenes donde Maxi recibió apoyo escolar cuando tuvo que rendir la docena de materias de primer año. “Una vez estaba yo escribiendo no sé qué en un cuadernillo y el loco cae, cómo andás, y me dice ‘¿A ver, qué tenés ahí, me mostrás?’. Y leyó y le re gustó al chabón. Se quedó medio fascinado el chabón y me dijo que siga con ésa, me tiró la mejor onda. Y a la otra semana que volvió para el taller me llevó un libro de Rimbaud, Iluminaciones. Chocho estaba yo. Ahora lo presté a un amigo, se lo recomendé, le dije ‘esto es poesía’, ¿y sabés cómo lo extraño?”.

Otro momento de inspiración fue en un pueblito cordobés, durante un viaje invitado por el Colegio La Salle. (“Un viaje de caridad de un colegio de gente de plata −define Maxi−: ¡Yo nunca fui a un La Salle!”). Viajó con otro chico de la Casa Joven de González Catán. Una noche, después de una charla profunda entre ambos, se quedó pensando mucho desde la cucheta donde estaba. Pronto se descolgó a escribir cosas que le revolvían la cabeza. “Cuando me di cuenta, tenía muchas cosas para decir −resume−. Había jodido tanto, había vivido tantas cosas con amigos, con mujeres, que tenía algo para decir. Empecé a escribir”.

La inspiración le sigue llegando siempre de noche. “Muchas veces estoy acostado y me tengo que levantar de la cama a anotar cosas que se me ocurren. Pienso, ‘¡¡¡faaa, esto puede quedar bien, puede estar bueno, y si lo pierdo o me duermo, sabés!!!”. Escribe “según lo que me pasa y lo que veo, las cosas que me gustan, lo que leo”. Y se anima  a autodefinir su estilo incipiente: “Se asemeja más a la prosa que al verso, va de la tragedia de la muerte al deseo de morir, son distorsiones en los sentidos, en las formas de percibir, creo yo que debido a las experiencias que abarcan el desarrollo de la juventud… escritos que intento corregir, moldear, no explicitar”.

Ahora Maxi está en pleno “proyecto correctivo” y “desarrollando un poco más la fluidez de mi puño”. Hace poco, un amigo le dijo: “Mejoraste un montón la escritura” y le hizo algunas críticas que le sirvieron, cuenta, y siente que hoy tiene “otro manejo del lenguaje”. De la mano de compañeros y amigos, sus poemas comenzaron a difundirse y le llegaron, por ejemplo, al escritor Alberto Szpunberg, que se reunió con él para intercambiar algunas ideas, consejos y proyectos de publicación.

Hablando de proyectos, acá van los de Maxi para este año: conseguir trabajo, ponerse al día con la escuela y seguir escribiendo. Y lo mejor: la editorial Stella (de la obra La Salle, que trabaja con Casa Joven) está interesada en publicar sus trabajos y los de otro chico con “una historia jodida, de su identidad, que estuvo en la calle, pasó hambre, pasó muchas y escribe sobre eso”. Pese a todo, Maxi se pregunta: “¿¡Quién va a publicar las locuras que yo escribo?!”.

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Che, ¿es verdad que escribís poesías? ¿Es en serio o lo hacés para chamuyar minitas, nomás?”, le preguntó un amigo en la plaza de Gregorio de Laferrere. Él, que recién empezaba a amasar palabras, le mostró sus primeros trabajos. La Pulseada lo conoció en una actividad del Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos y comparte ahora retazos de su historia y de su presente, cosido a un proyecto de escritura que ya tiene propuestas de publicación

Por Josefina López Mac Kenzie

Marrón bien nítido en los ojos, andar cadencioso, 18 años y una de las bocas más lindas del Conurbano. Ése es Maximiliano. Habla mucho y sonríe poco bajo una cortina brillante de pelo negro. La charla se abre mientras enciende la computadora portátil donde escribe casi todas las noches, una de las netbooks que otorga el plan “Conectar igualdad” del ministerio de Educación de la Nación. Pero la cierra enseguida, “porque si no me voy a colgar”, asume, y se prepara para la entrevista.

−¿Estás grabando? ¡La-la-la, queremos el mundo y lo queremos ahora! −recita pegado al grabador, y una carcajada zurce el jirón de “Cuando la música se acabe”, de The Doors.

Lo conocimos en diciembre pasado, en una actividad convocada por el Espacio de Jóvenes del Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos (MEDH). Era el cierre de los encuentros que organizan con delegados de centros y casas asistenciales del conurbano bonaerense para trabajar sobre violencia, adicciones, embarazo adolescente, maltrato policial y derechos humanos, entre otras problemáticas. Reunidos con la propuesta “Cómo construir proyectos de vida en condiciones adversas”, allí estuvieron, entre otros, Noelia, realizadora de «Noticias Ocultas», en Solano; Sandra, que sostiene el centro «Zapatillas gastadas» en Ezpeleta; y César, alias Camilo Blajaquis, que salió de un instituto de máxima seguridad para menores, hoy se proyecta a través de la escritura y alentó a todos a trazarse un objetivo para escapar al mandato perverso y dicotómico que dice que, para los pibes pobres, “la fábrica o la cárcel”.

En esa oportunidad, Maxi resumió para los presentes su historia y sus planes: seguir escribiendo poesía, viajar y rendir materias para ponerse al día con la escuela. También contó que estaba mejor en su relación con las drogas, que se sentía y se veía mejor. Ahora los amplía, en una charla a solas sobre su vida y su descubrimiento de la escritura.

No hablo como escribo”, anticipa. Es el mayor de sus hermanos. Nació a principios de los ’90 en el hogar humilde de una familia santiagueña de hinchas de San Lorenzo de Almagro afincada en Villa Dorrego, González Catán, en el populoso partido de La Matanza. Le dicen Trapo por una vieja anécdota de amigos, de un día en que estaba “vestido como un pordiosero”, se ríe. Su mejor lugar, asegura, es “la plaza de Lafe” con amigos. “Ahí me siento cómodo”, explica.

Tendría que haber terminado la escuela en 2010 pero lo frenaron una pila de previas y tropiezos por “ir a la escuela re loco” y “andar muy cachivache”. O sea: “Metido en la falopa, el escabio, todo. Estaba perdido. Iba a la escuela y me reía de todos, cero drama”, describe. Estaba “intoxicado” siempre los fines de semana, y con mucho alcohol y marihuana encima cada día y “los lujos de cada tanto, como la merca”. La adolescencia la pasó entre psicólogos y centros de protección a las adicciones, “pero nada te ayuda si no te ayudás vos. Se te seca la mente. Te va dejando muy pelotudo”, asegura. Ahora logró pasar a tercer año y encontró una puerta en la escritura. “Sigo siendo maldito pero dejo de joder, de hostigar a los profesores. Ahora estoy más recatado”, compara.

El problema siempre fue mi casa”, subraya, y ese enunciado cruzará toda la charla. La familia es “donde yo me retuerzo sin conseguir salida muchas veces −describe−. Prefiero la amistad, la familia verdadera, el conocimiento, la locura que me sacude los sentidos”. Y resalta su suerte al tener muy buenos amigos.

La otra constante es “el tema del laburo”. El año pasado trabajó unos meses en un súper. Dejó porque tenía que rendir 12 materias. En el verano tuvo algunas entrevistas de trabajo, como una para una perfumería de su barrio donde pedían un pibe para acomodar el depósito. “Decía que era para que la acompañe a la señora al mayorista, pero ahí me recaté y me di cuenta de que era para trabajar de patovica. Se ve que a la señora la habían afanado”, calcula. También estuvo “tirando curriculums en una fabrica donde trabaja el primo de mi vieja”. Y cuenta que una vez “le prendí una vela al gauchito y conseguí”.

 

Subti: Las puertas

¿Cómo empezaste a interesarte por la escritura?

Bueno, todo lleva a otra cosa. Fue en 2009, yo vivía con mi padrino en una pieza de su casa. Yo ya había escuchado un poco de los Doors, así nomás. Y fui, me compré un mp3 de los truchos, un CD con todas las carpetas, y me puse a escucharlo. Y fue cuando escuché el tema Crystal Ship, El barco de cristal…muy psicodélico, con una entonación muy poética. Jim Morrison era un poeta, un loco, la revolución, la locura −se entusiasma Maxi−. La cumbia fomenta la ignorancia. A diferencia de una letra de rock, ¿qué te dice una cumbia?”, agrega, y admite, aunque le cuesta, que las horas de inglés del colegio lo ayudaron a entender las letras.

Enseguida comenzó a tirar del ovillo de los afluentes de Jim Morrison: “Todos los malditos, porque el chabón leía a los malditos, Rimbaud, Baudelaire, Nietzsche”, cuenta. Maxi bajaba materiales de internet y sobre filosofía sacó algunas cosas de la biblioteca de la escuela.

El primer libro de Rimbaud se lo regaló Alejandro, un tallerista de cine que trabajaba en Casa Joven, un centro de día para jóvenes donde Maxi recibió apoyo escolar cuando tuvo que rendir la docena de materias de primer año. “Una vez estaba yo escribiendo no sé qué en un cuadernillo y el loco cae, cómo andás, y me dice ‘¿A ver, qué tenés ahí, me mostrás?’. Y leyó y le re gustó al chabón. Se quedó medio fascinado el chabón y me dijo que siga con ésa, me tiró la mejor onda. Y a la otra semana que volvió para el taller me llevó un libro de Rimbaud, Iluminaciones. Chocho estaba yo. Ahora lo presté a un amigo, se lo recomendé, le dije ‘esto es poesía’, ¿y sabés cómo lo extraño?”.

Otro momento de inspiración fue en un pueblito cordobés, durante un viaje invitado por el Colegio La Salle. (“Un viaje de caridad de un colegio de gente de plata −define Maxi−: ¡Yo nunca fui a un La Salle!”). Viajó con otro chico de la Casa Joven de González Catán. Una noche, después de una charla profunda entre ambos, se quedó pensando mucho desde la cucheta donde estaba. Pronto se descolgó a escribir cosas que le revolvían la cabeza. “Cuando me di cuenta, tenía muchas cosas para decir −resume−. Había jodido tanto, había vivido tantas cosas con amigos, con mujeres, que tenía algo para decir. Empecé a escribir”.

La inspiración le sigue llegando siempre de noche. “Muchas veces estoy acostado y me tengo que levantar de la cama a anotar cosas que se me ocurren. Pienso, ‘¡¡¡faaa, esto puede quedar bien, puede estar bueno, y si lo pierdo o me duermo, sabés!!!”. Escribe “según lo que me pasa y lo que veo, las cosas que me gustan, lo que leo”. Y se anima a autodefinir su estilo incipiente: “Se asemeja más a la prosa que al verso, va de la tragedia de la muerte al deseo de morir, son distorsiones en los sentidos, en las formas de percibir, creo yo que debido a las experiencias que abarcan el desarrollo de la juventud… escritos que intento corregir, moldear, no explicitar”.

Ahora Maxi está en pleno “proyecto correctivo” y “desarrollando un poco más la fluidez de mi puño”. Hace poco, un amigo le dijo: “Mejoraste un montón la escritura” y le hizo algunas críticas que le sirvieron, cuenta, y siente que hoy tiene “otro manejo del lenguaje”. De la mano de compañeros y amigos, sus poemas comenzaron a difundirse y le llegaron, por ejemplo, al escritor Alberto Szpunberg, que se reunió con él para intercambiar algunas ideas, consejos y proyectos de publicación.

Hablando de proyectos, acá van los de Maxi para este año: conseguir trabajo, ponerse al día con la escuela y seguir escribiendo. Y lo mejor: la editorial Stella (de la obra La Salle, que trabaja con Casa Joven) está interesada en publicar sus trabajos y los de otro chico con “una historia jodida, de su identidad, que estuvo en la calle, pasó hambre, pasó muchas y escribe sobre eso”. Pese a todo, Maxi se pregunta: “¿¡Quién va a publicar las locuras que yo escribo?!”.

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