Mariposas buscando primaveras

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Romina y su hijo se hicieron conocidos el año pasado cuando él, con 14 años y adicciones, desapareció tras huir de un espantoso circuito de internaciones. El caso es la caricatura de un sistema que para los pibes pobres sólo propone encierro y monstruos de papel. Y la prueba de que la compañía, un proyecto de vida, un beso y un dibujo pueden ayudar a levantarse. En su casa, lo vimos despertar de una siesta para tomarse un mate con su mamá, que nos presentó “al verdadero A.D.”.

Por Javier Sahade y María Laura D’ Amico

Producción Josefina López Mac Kenzie, J.S., M.L.D.

Ilustración Juan Bertola 

 “Los ojos de los niños / cuando el mundo los disfraza de cautivos (…)

Pequeña niña vio una mariposa en la cabeza rota /

de una vaca en Guanacache”

(Bagualín. Dúo Orozco Barrientos) 

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El perro rengo levanta la cabeza, para las orejas y mira hacia la puerta. Corriendo la cortina, aparece A.D., recién levantado de la siesta. Saluda, se abriga, abraza a su abuela, besa a su mamá y en el patio de la casa que alquilan desde hace unos meses en Altos de San Lorenzo, se suma a la segunda pava de la ronda de mates.

“Ahora estoy bien”, dice, abrazándose a sí mismo por la refrescada de la tarde. Tiene 15 años y es hincha de Estudiantes. “Del Pincha, como su mamá”, aclara Romina. “Se vendió, porque antes era de Boca”, lo carga la abuela. Pelo oscuro rapadito, ojos marrones y algunas cicatrices en una pierna producto de un accidente en moto que tuvo hace poco y por el cual suma seis operaciones. Cuerpo de adolescente en el último estirón.

Sobre la mesita del mate hay una manchita de dulce de leche y junto al tarro de azúcar, un cuadrito mostrado con orgullo: la foto de A.D. con su maestra. “Estoy yendo a la escuela”, cuenta. “Ese cuadrito me lo hizo para mí”, explica la mamá. Y las seis letras del nombre de ella fueron la primera palabra que escribió, hace unos 4 meses, porque está aprendiendo a leer y escribir. “Está aprendiendo de a poquito —se suma sonriendo su hermanito de 10 años—. Yo lo quiero ayudar, pero no me deja”.

Levantado de la siesta y de tantas otras cosas, A.D. sueña con avanzar, crecer, enamorarse, ser mecánico, arreglar autos y motos, “armar y desarmar” motores… dejar atrás su disfraz de cautivo. “En su momento —dice Romina—, Andrea Fortino (ex funcionaria de la secretaría de Niñez de la Provincia y directora del Servicio Zonal de Promoción y Protección de los Derechos del Niño en La Plata) me dijo: ‘Tu hijo ya no tiene solución’. Me gustaría que lo vea ahora”.

Crónica de dos o tres letras

“Me gustaría gritarles a muchas mamás que no todo está perdido, porque decir que no tiene solución es dejar que tu hijo vaya perdiendo su vida poco a poco… Esperar lo peor. Yo siempre les digo a ellos: ustedes me tienen que enterrar a mí, no yo a ustedes”.

La mujer que habla es Romina González, de 31 años. Tiene buzo y pantalón negros, como los rulos que le caen sobre la espalda. El viento le mueve el pelo y la obliga a hablar fuerte. Pero ella está acostumbrada. La voz se escucha firme; el discurso está hilado. Las manos son las del trabajo, con uñas cortas y algo resecas. Con esas manos acaricia a un perro descaderado que camina arrastrándose y la busca con el hocico. En la muñeca izquierda, donde termina el buzo empieza un tatuaje en tinta negra. Son tres letras. Con ellas comienza el nombre de su hijo. En total tiene cinco hijos.

Su voz se hizo conocida en junio del año pasado, cuando apareció muerto en un callejón de Tolosa, con el cuerpo semidesnudo y la cabeza destrozada, Rodrigo Simonetti, un nene de once años también de San Lorenzo (La Pulseada 102). Al enterarse de esa noticia, Romina pensó que el cuerpo hallado podía ser el de su hijo, que una vez más se había escapado de su casa.

A.D. tenía entonces catorce años y, como andaba en la calle, no tardó en conocer las drogas. Romina tenía miedo de que terminara muerto o preso, como algunos pibes con los que andaba. Entonces acudió a los medios locales y esas dos letras que preservaban la identidad de su hijo comenzaron a repetirse en las páginas de los diarios. “No podía estar tranquila sin saber dónde estaba y me alteraba cuando me llamaban de una comisaría —recuerda junto a La Pulseada—. La remé como pude, con cuatro chicos más, sin trabajo, teniendo problemas en mi casa, amenazas…”.

También recurrió a organismos públicos: “En mi desesperación, fui a golpear la puerta hasta que me la abrieran. Quieras o no me la tenías que abrir y escucharme porque para algo estás en ese puesto de trabajo”. Con la intervención de la justicia de Familia y la secretaría de Niñez de la Provincia comenzó un circuito de internaciones. La primera, en el hospital de Niños de La Plata y luego en distintos centros que no estaban preparados para atender casos de adicción. A.D. se escapaba una y otra vez. “Salió dañado de cada lugar en donde estuvo… Yo no sabía si estaba haciendo bien como mamá”, dice Romina.

Sentada en una reposera desvencijada en el patio de su casa, la mujer recuerda que en junio de 2012 la jueza Silvia Mendilaharzo le quitó la patria potestad con la excusa de la vulnerabilidad en que vivía la familia, y ordenó la internación de A.D. lejos de La Plata: en la clínica psiquiátrica privada Ferromed de Junín. A.D. estuvo encerrado allí durante dos semanas en condiciones infrahumanas. Logró salir gracias a una medida cautelar presentada por el defensor oficial del fuero de Responsabilidad Juvenil Julián Axat (ver aparte). Lo trasladaron otra vez al Niños de La Plata, pero a una sala impropia para un tratamiento de adicciones. Y se volvió a escapar.

“Él tenía un problema de salud mental y me lo mandaron a un área de infectología; totalmente nada que ver —resume Romina—. Lo tenían en un cuadrado y tenían terror porque lo medicaban, lo dormían y decían que si se despertaba era un desastre. Las mamás pedían por favor que lo saquen de ahí. Yo les decía que si lo trataban despabilado y se ponían a hablar con él, era el chico más dulce que podías conocer, porque si vos le das la oportunidad a un chico…”.

“Yo siempre digo —continúa la mamá de A.D.— que un chico de la calle se te hace el malo y el rebelde, pero si le das un poco de amor demuestra realmente lo que es. Me ha sucedido al buscar a A.D…Tantas veces que me ha tocado caminar en el centro, buscarlo, noche y día, y parar a esos chicos, y por ahí en el momento te contestan mal, son re malos, pero vos les hablás bien o tratás de darles una palabra y son re dulces”.

La asistencia

A.D. estuvo desaparecido varios días; funcionarios provinciales fueron denunciados por “abandono de persona” y hasta el subsecretario de Niñez, Sebastián Gastelú, tuvo que declarar ante el juez en lo contencioso administrativo Luis Arias. El caso se convirtió en un ejemplo de la falta de políticas públicas (por ejemplo, centros de salud adecuados) para los chicos con derechos vulnerados que padecen adicciones. La última internación fue en la clínica neuropsiquiátrica San Pablo de La Plata.

“Ahí hubo varios inconvenientes… Se pasaban mucho de medicación. Iba de visita y no me dejaban verlo. O si me dejaban, lo encontraba todo el tiempo dormido”, recuerda su mamá. Sin embargo, A.D. permaneció en ese lugar casi cinco meses, hasta principios de este año.

La abogada de Romina recusó a la jueza Mendilaharzo y la causa pasó a manos de Hugo Rondina. Para Romina se trató de un cambio sustancial porque el nuevo juez tuvo en cuenta la opinión de su hijo para continuar el tratamiento. “Lo primero que hizo fue decir: ‘Yo quiero hablar con la mamá, qué es lo que ella quiere para A.D.’ —cita la mujer, y agrega—: Yo siempre dije que mi hijo no estaba loco, no estaba para un neuropsiquiátrico. Mi hijo necesitaba ayuda en adicciones. En su momento no me equivoqué cuando decía que mandarlo a un neuropsiquiátrico para que lo tuvieran drogado todo el tiempo no cambiaba nada. Después, al pasar el tiempo, él iba a ser dependiente de esa medicación”.

“Yo a Rondina le dije que quería que A.D. concurriera a los talleres, a una psicóloga. Y el juez me dijo que íbamos a probar con eso. En su momento estaba la orden de llevarlo a otra comunidad terapéutica privada, como Ferromed, pero el juez me dio la oportunidad de que él pudiera hacer un tratamiento ambulatorio”.

Desde entonces se activaron una serie de dispositivos estatales. En la actualidad, un operador de la secretaría de Niñez va a buscar a A.D. dos veces por semana a su casa, lo acompaña hasta el Servicio de Asistencia Familiar (SAF), creado en el marco de la ley que rige el fuero de Responsabilidad Penal Juvenil. Allí hace talleres y una maestra particular le está enseñando a leer y escribir. “Él dejó la escuela en tercer grado. Es como que le están enseñando todo de nuevo”, resume Romina.

Los cinco hermanos (Nadia, de 16; A.D., de 15; Pablo, de 10; Lautaro, de 7; y Thiago, de 6) participan de talleres en el SAF. “Lo bueno es que el chico que viene a buscarlo busca también a los hermanos. Hay un acompañamiento y está buena la unión que están creando en ellos. Antes se llevaban terrible, porque él tenía otras actitudes. Hoy es otra cosa… Mis hijos me sorprendieron de lo que son capaces de hacer, y de la inteligencia que tienen”.

La asistencia a A.D. se complementa con su participación en dos talleres del programa Envión, que lleva adelante el ministerio de Desarrollo Social para chicos de entre 12 y 21 años. Los lunes y los jueves, otra persona se ocupa de ir a buscarlo y acompañarlo al taller, de ida y de vuelta a su casa.

“Ha hecho cosas que yo digo ‘¡¿dónde las tenía guardadas?!’ ¡Tantas cosas hermosas! —se maravilla Romina—. Tengo todo guardado en una vitrina en la casa de mi mamá. Porque él demostraba todo el tiempo ser un nene rebelde, malo. Ahora vas a encontrar al verdadero A.D.. Ese chico que tiene amor, que necesitaba acompañamiento, que es capaz de hacer muchas cosas. Si él se lo propone va a cumplir lo que quiera”.

Dame un beso”

Romina nació en La Plata, en una familia con una estructura similar a la que construyó. Como su mamá trabajaba muchas horas fuera de la casa, ella se tenía que hacer cargo de sus hermanos menores. Completó la Primaria y después conoció al padre de sus hijos. A los 15 tuvo a Nadia y abandonó la escuela. “A partir de ahí no fue muy buena mi vida porque lamentablemente el papá de A.D. era muy agresivo, la pasé muy mal. Después tuve la pérdida de un hijo. Creo que eso es también lo que me cuesta, pensar que le puede pasar algo a A.D., porque me costó mucho reponerme a la pérdida de mi hijo y creo que hoy no soportaría algo así”.

“Él es muy especial para mí. Le tocó remar muchas cosas malas conmigo… —expresa Romina—. Y siempre al lado mío. A él le tocó que su hermanito, al año de vida, estuviera en el hospital durante tres meses… La pérdida de su papá. Fueron muchas cosas fuertes. Creo que lo golpearon mucho esas pérdidas porque no tenía a su mamá”.

“Con todo lo que se hizo, hubo un pequeño cambio –explica—. Ahora está más en casa, o si sale me avisa a dónde va. También hubo situaciones en las que él fue viendo pérdidas de amigos… por la misma vida que llevaba”. El cambio del que Romina habla también tiene que ver con ella. Antes trabajaba en una empresa “doce horas al día, para que a mis hijos no les faltara nada —sintetiza—. Un día mi hija me dijo ‘no nos falta nada, pero nos falta una mamá. Vos no estás nunca’. Quizás uno no se da cuenta del daño que les estamos causando. Esas cosas las fui aprendiendo”.

El mes pasado, recomendada por el juez Arias, Romina empezó a trabajar en el hospital especializado San Lucas, que queda en Olmos (el mismo donde los trabajadores se enamoraron de Mailén Cantero mientras la ayudaban a recuperarse: La Pulseada 113). “A mí me encanta trabajar con chicos y con discapacidad, porque necesitan amor. Lo fui aprendiendo a raíz de todo lo que pasé. He visto muchos chicos que necesitan ese acompañamiento”, dice Romina.

Con ese empleo más una pensión y la Asignación Universal por Hijo, se las arregla para vivir. Ahora está alquilando una pieza en la calle 79, al fondo de un pasillo largo. Ahí es donde recibió a La Pulseada con un mate caliente con yuyos y azúcar. La pieza es pequeña y con las paredes sin revocar, y la rodea un patio de tierra desde el cual se ven las demás casas de la manzana, unidas sin siquiera un alambre. Los chiquitos juegan, los perros corren gallinas o buscan restos de comida en un paquete de salchichas vacío. También se ve un caballo y se oye el ruido de botellas que algún carrero del barrio apila para vender. Y a un costado, el humo blanco de la basura quemándose.

“A veces no sabés qué más hacer —dice Romina, encogida en la reposera—. La cabeza te explota porque no sabés de qué manera ayudar a tu hijo”.

En la segunda calentada de pava, aparece A.D., un poco desorientado. Recién se despierta de una siesta. A Romina se le nota en la cara que estaba esperando que llegara. “Yo animo a muchas mamás a que sientan que no es en vano. Uno se cae pero no importa, te levantás. Nada es fácil. Si vos tenés constancia y ponés acompañamiento y amor, que es lo que ellos buscan, vos sacás adelante a tu hijo”.

“Antes me pasaba que se iba, me daba un beso y yo temblaba porque si me daba un beso era porque no volvía. Y ahora me dice: ‘Voy hasta acá nomás, tengo unas ganas de darte un beso… pero vos decís que cuando te doy un beso es porque algo va a pasar, ja’. Y yo le digo: ‘Bueno, si me prometás que volvés, dame un beso’”.

Negar el destino

“Conocí a muchas mamás con hijos en situaciones similares. Yo iba a las casas… Algunas decían: ‘Ya está, se criaron así y van a seguir así’. Es como asumir que tarde o temprano te van a matar a tu hijo”, avanza Romina.

—¿No quisiste nunca asumir que ése es el destino de los pibes de barrio?

—Exactamente. En Altos de San Lorenzo hay muchas situaciones así y las mamás te dicen: ‘Si no trabajo, ¿con qué comen?’. Pero así se te van desviando. O venir cansada, me ha pasado, y no fijarme qué necesitaba mi hijo, no escucharlo. Tenemos que aprender a escucharlo. Hoy cuando lo veo medio caído le digo: ‘Bueno, ¿qué pasa, te peleaste con alguien?’. Si hicieron algo, por más mínimo que sea, que para vos sea grande… Que ellos vean que te interesa, y mucho. Si te hizo un corazón en un papelito, valoralo así el chico tenga 15, 16 o 17 años. Yo he visto madres que reaccionan: ‘Ah, sos un analfabeto, un boludo, mirá lo que estás haciendo’. Ellos lo hacen con amor y vos lo tomaste como… Eso me lo enseñó mi hijo.

“El solamente quiere que lo valores —repite Romina—. Viene y me da un abrazo, un beso… Las mínimas cosas. Antes por ahí venía y me decía: ‘Mami, ¿vamos a tomar unos mates?’. Y yo le decía que no tenía tiempo, pero hoy le digo: ‘Dale, hijo, vamos a tomar unos mates’. Y así se va animando a hablar y que ellos hablen puede evitar que pasen cosas como las que él pasó”.

—Pero es entendible la situación de muchas madres de varios hijos que pelean solas…

—Sí, eso es verdad. Me tocó remarla sola. ¿Cómo hacés si tenés varios hijos? Sí o sí tenés que trabajar. ¿Cómo hacés para acompañarlos o ver con quiénes se juntan? Mi hija cuida a sus hermanitos y me pasó que me plantee que es mi hija y no la mamá. A veces llegás al extremo de decirles, de golpe y porrazo, sos papá… Ahora aprendí a compartir un momento con mis hijos. Digo: ‘Bueno, hoy me tomo el día para ir a la plaza, al zoológico, al cine, a almorzar algo al centro’. No sabés lo bien que te sentís y lo importante que es para ellos… Antes no tenía diálogo con ellos y hoy es salir y dedicarnos a nosotros: qué te pasa, qué tenés para contarme, qué te pasó en la escuela, en el jardín. Las cosas materiales no te hacen feliz. Es difícil, pero yo prefiero llorar por una lucha por mi hijo y no llorar porque no lo tengo.

 

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