Malvinas a 36 años: Tumbas que callan

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Fotos: Comité Internacional de la Cruz Roja- Didier Revol

Después de la identificación de los restos de 90 soldados enterrados sin nombre, persisten las dudas en torno a algunas de las 109 sepulturas que no fueron abiertas. Ex combatientes advierten que los nombres allí indicados con anterioridad podrían ser erróneos. El rol de la Comisión de Familiares digitada por la dictadura.

Por Pablo Spinelli

Fotos: Comité Internacional de la Cruz Roja- Didier Revol

Las identificaciones de 90 soldados argentinos caídos en Malvinas enterrados durante 36 años con la leyenda “soldado argentino sólo conocido por Dios” pudieron haber cerrado un círculo para el duelo definitivo de sus familiares, pero no parecen constituir el capítulo final de una historia atravesada por tantos años de ocultamiento, olvido y marginación. La existencia de tres estudios de ADN negativos difundida en abril, días después del viaje de esas familias a las Islas para ver las tumbas por primera vez con su nombre correspondiente, no hace más que abonar la hipótesis de que existen “inconsistencias”, que sectores de ex combatientes como el Centro de Ex Combatientes de Islas Malvinas (CECIM) de La Plata vienen denunciando respecto de algunas de las 109 sepulturas que ya contaban con identificaciones previas, las cuales podrían ser erróneas.

El cementerio de Darwin en 1991, durante el primer viaje de familiares de caídos a Malvinas

La historia sigue abierta también en otros terrenos y las nuevas identificaciones –más allá de su implicancia reparadora– constituyen además un elemento que se suma al botín que representa el legado de Malvinas. Una batalla alejada miles de kilómetros del campo de combate helado y más cercano al duelo ideológico en torno a “qué memoria” se impone como colectiva y qué representa para los argentinos tanto aquella guerra como el reclamo actual de soberanía.

El cementerio

En La Pulseada Nº 158 (abril 2018) se describió la disposición de las sepulturas en el cementerio de Darwin: 230 cruces de las cuales, hasta antes del trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense en el marco del plan humanitario de la Cruz Roja, había 121 que no tenían nombre y ahora fueron exhumadas para realizar las comparaciones de ADN con las 107 familias que aportaron muestras.

En esa nota también se indicó que 90 fueron identificadas en ese proceso, por lo que quedaron 31 con la misma leyenda de anonimato. Y que 17 familias que aportaron ADN no obtuvieron resultado positivo y siguen buscando a su familiar. En ellos se sustenta una posición política: que el proyecto humanitario no debe terminar hasta que se identifiquen a todos los caídos o hasta que la ciencia afirme que ya no hay posibilidades de hacerlo porque no quedan restos sin analizar.

En esta instancia quedaron 109 sepulturas que ya tenían identificación y es el universo sobre el cual se plantean las dudas. Especialmente sobre algunas –no muchas– cuyos nombres no fueron colocados en el año posterior al fin del conflicto armado por un equipo inglés que se dedicó a ello, sino mucho más adelante en el tiempo (en algunos casos dos décadas después) durante la intervención de la Comisión de Familiares de Caídos.

Política de ocultamiento

Una simple pregunta se dispara de la situación actual: ¿qué pasó con los soldados cuyos cuerpos no aparecen? Posibles respuestas se insinuaban en el momento mismo en que la guerra de 1982 entraba en su fase final y cuando la rendición por fin se produjo y los mandos argentinos se desentendieron de los caídos. Para el CECIM, la primera organización de ex combatientes creada en La Plata, aquella conducta no fue producto del apuro tras la derrota. Ernesto Alonso, uno de los sobrevivientes, lo analiza para La Pulseada: “Antes del 14 de junio ya venían planificando el día después, en acción psicológica, en acción de inteligencia, en definir qué hacer con los soldados para que no hablen y también en qué hacer con los familiares de los caídos”.

Y enmarca en esa intención la decisión de controlarlos a través de un nucleamiento que hoy no sólo sobrevive sino que además protagonizó varias de las acciones en el cementerio de Darwin. Se trata de la mencionada Comisión de Familiares de Caídos que en sus primeros 28 años de existencia estuvo presidida por Héctor Cisneros (hermano de Mario “El Perro” Cisneros, un oficial muerto en las Islas) quien en 2010 tuvo que renunciar al ser detectado en las listas de colaboradores del Batallón 601, el servicio de inteligencia de la dictadura militar.

Esa Comisión –recuerda Alonso– “estuvo muy relacionada con los militares” e intervino en la construcción de un nuevo cementerio, distinto al dejado por los ingleses en 1983 tras la primera intervención del coronel Geoffrey Cardoso. Alonso cree que Cisneros o la Comisión pudo haber manipulado los datos de esas 109 tumbas con identificación. “Las inconsistencias se ven al comparar la información que dejaron los británicos con la que hay ahora”, explica.

Comprender esa postura demanda un repaso histórico que debe arrancar el día después de la rendición argentina en los campos de batalla donde quedaron los cadáveres. Vuelven a aparecer entonces nombres de lugares como Monte Longdon, Wireless Ridge, Moody Brook, Dos Hermanas, Monte Kent, Pradera del Ganso. “Los militares argentinos se despreocuparon de la recuperación de los cuerpos”, dice Alonso al detallar paso a paso ese recorrido.

Por esa “indiferencia” el primer contacto con los cadáveres en los campos de batalla fue de los ingleses, quienes de todos modos realizaron un trabajo que fue clave con el paso de los años. Crearon el primer cementerio y cuando no les fue posible el reconocimiento de los cuerpos dejaron datos precisos sobre su procedencia para que en el futuro fuera factible la identificación. Se habla entonces de la “trazabilidad” establecida por Cardoso, quien indicó con precisión de dónde venía cada cuerpo enterrado en Darwin aunque no tuviera la identidad.

En este punto aparece la intervención de la Comisión presidida por Cisneros y las “inconsistencias” planteadas por el CECIM, que en algunos casos tomaron forma de denuncia judicial. En el nuevo cementerio, construido en 2003 e inaugurado varios años más tarde, “aparecen nombres que no se sabe de dónde salieron”, dice Alonso y da varios ejemplos, entre ellos el de una fosa común en la que aparece una identificación al menos improbable: el tripulante de un avión que fue derribado por un misil en pleno vuelo.

Inconsistencias

Como contrapartida Alonso presenta el caso del soldado Omar Britos. “Sabemos que murió en el Monte Longdon, sabemos que tiene un tiro en la cabeza, hay testigos de que lo enterraron. Ahora su familia aportó el ADN pero no está entre los 121 cuerpos analizados, entonces decimos que puede haber nombres cambiados en las 109 tumbas que no fueron exhumadas”.

El caso de Britos es similar al de las tres familias que tampoco pudieron identificar los restos de sus seres queridos (los gendarmes Juan Carlos Treppo, Guillermo Nasif y Carlos Pereyra), cuyos casos volvieron a ser públicos como “resultados negativos de ADN” a principios de abril último. Ahora, y en función de los registros que los ingleses dejaron en el cementerio apenas concluida la guerra, los tres podrían estar en otra tumba colectiva mal nominada que está entre las 109 que en esta instancia no fueron analizadas porque el acuerdo firmado entre ambos países con la Cruz Roja se limitó a los sepulcros sin nombre.

Los tres soldados eran gendarmes del Escuadrón Alacrán, una unidad de combate que el 30 de mayo de 1982 sufrió seis bajas en el Monte Kent, cerca de Puerto Argentino, luego de que un misil inglés derribara su helicóptero. La “trazabilidad” de cadáveres realizada por el inglés Cardoso poco después de la guerra indicaba que en una tumba precisa (la C.1.10) se habían enterrado restos humanos NN de cuatro tripulantes de una aeronave que habían sido hallados en Monte Kent. En otras palabras, allí podrían están los tres gendarmes que ahora no pudieron ser identificados.

La sepultura del soldado Julio Sánchez con otros tres soldados sin nombre que ahora están identificados pese a que esa fosa común no fue exhumada.

Pese a aquel registro sin nombre pero con referencia, actualmente en esa tumba colectiva aparecen otros nombres junto a uno que sí formaba parte del grupo Alacrán y que sería el único correcto: el de Julio Ricardo Sánchez. Los otros tres son Héctor AguirreMario Luna y Luis Sevilla, soldados de la Fuerza Aérea que murieron en una fecha distinta y en un lugar diferente (la Base Aérea Militar Cóndor cerca de Pradera del Ganso, en la zona de Darwin), a más de 60 kilómetros del Monte Kent, que es el lugar que mencionaba el reporte original.

Sus historias fueron difundidas por el diario Perfil en base al testimonio de los familiares de Aguirre (uno de los que aparece identificado pero podría no estar ahí), quienes fueron a las islas en 1997 y en 2009. La primera vez no encontraron el nombre de su hijo en ninguna sepultura y, como tantas familias, dejaron las flores en una cruz elegida al azar. En el segundo viaje el nombre de Héctor figuraba en la lápida de una fosa compartida con los otros tres soldados.

¿En qué momento aparecieron los nombres? Originalmente la tumba C.1.10 decía en inglés: “Cuatro soldados argentinos solo conocidos por Dios, incluyendo al alférez Julio Ricardo Sánchez” (foto). Existen indicios de que la nominación errónea se produjo recién en 2004, cuando el cementerio de Darwin fue remodelado bajo la gestión de la Comisión de Familiares de Caídos que es objetada por el CECIM.

No obstante, citada por el mismo diario, la presidenta actual de ese organismo María Fernanda Araujo explicó que cuando ese año la Comisión remodeló el cementerio, lo único que hizo fue cambiar las cruces y transcribir a lápidas de mármol los nombres que ya figuraban en las tumbas. “Habría que preguntarles a los kelpers y los ingleses”, cerró aquel testimonio. Por ahora, y en función del alcance del acuerdo humanitario, no es posible saldar esa duda.

La Comisión

Alonso –quien suma en su mirada que pueden haber más “inconsistencias”– insiste en remarcar que esa Comisión fue creada a instancia de los militares, “dato que surge de los archivos desclasificados de Malvinas. Antes del 14 de junio ya venían planificando qué hacer con los soldados. Ya habían reforzado el destacamento de inteligencia en Malvinas porque veían que muchos soldados que venían heridos hablaban con todo el mundo y empezaba a filtrarse que tenían hambre, que no tenían equipo”.

Sería en ese marco, entonces, que se planificó también cómo tramitar la relación con los familiares a través de una comisión que a lo largo de los años “siempre tuvo la intención de cristalizar la situación del cementerio para que no se toque nunca más”. El dirigente del CECIM recuerda que Cisneros pujó años por el control del cementerio de Darwin. También indica que más adelante la Comisión siempre se opuso a las identificaciones y que antes dio un paso previo clave: la mencionada remodelación del cementerio (hecha en 2004 pero inaugurada en 2010), un emprendimiento millonario que tuvo la participación del empresario Eduardo Eurnekian.

El CECIM cuestiona también que por ese origen el diseño del cementerio siempre fue castrense, que nunca se respetó la libertad de culto, que no se tuvo en cuenta que hay familias evangélicas o de pueblos originarios. “Hicieron una imposición, cada vez que organizaban viajes con Cisneros le decían a los familiares que si no encontraban a su ser querido eligieran cualquier cruz, algo que no le cierra a nadie”, recuerda.

Construcción de memoria

En esa historia, un momento que consolidó la injerencia de la Comisión de Familiares fue la ley 22.498 votada en 2009 por iniciativa del kirchnerismo. Además de declarar al cementerio como “lugar histórico nacional” estableció que la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos, dependiente de la Secretaría de Cultura, conviniera con la Comisión de Familiares de Caídos en Malvinas “medidas pertinentes a los efectos de asegurar la custodia, conservación, refacción y restauración del lugar histórico nacional declarado por esta ley”. En la práctica eso le dio a Cisneros, poco antes de que tuviera que renunciar por su vinculación con la dictadura, el manejo tan ansiado.

Una declaración del entonces presidente de ese organismo –llevada incluso a documentos públicos– da cuenta de una posición bien diferente a la actual respecto de la búsqueda de las identidades de los muertos. Decía que la ley llevaba “enorme tranquilidad a todos aquellos cuyos seres queridos yacen sepultados en Darwin, pues no han faltado sectores que intentaron profanarlo con argumentos pseudohumanitarios, como la propuesta de identificar los restos o la colocación de placas con nombres propios”.

Eran tiempos en que la idea que se imponía era que estaban todos identificados en el cenotafio con los nombres de los 639 caídos que se instaló en el cementerio. “Para ellos están ahí y por supuesto se oponen a la figura del NN, porque lo relacionan con un tipo al que se lo llevó el Falcon verde. Y porque también rechazan la idea de que haya madres de caídos como hubo madres de desaparecidos”, considera Alonso. //LP

“Donde rompe la ola”

El acuerdo para que el proyecto humanitario que incluye las identificaciones se lleve adelante fue incluido en una serie de pactos entre las cancillerías argentina y británica firmado en septiembre de 2016. El CECIM desconfía de ellos por considerar que atentan contra la soberanía argentina en el Atlántico Sur.

“Por algo les están dando otra vez un lugar a quienes históricamente se opusieron a la identificación”, analiza Ernesto Alonso. “Consideramos que el derecho a la identidad también es un derecho a ejercer la soberanía por eso alertamos en que esto se va usar para la entrega de patrimonio”.

Una comparación cartográfica parece elocuente de lo que quieren decir los ex combatientes del CECIM: “Tenemos parte de nuestro territorio ocupado. Es la superficie más grande colonial. Son 2 millones de kilómetros cuadrados. En la plataforma continental y la Antártida, hay dos argentinas más. En la concepción de los británicos eso es territorio, pero en la concepción de los argentinos pareciera que nuestro territorio termina donde rompe la ola en Mar del Plata”.

También plantea que es una zona militarizada, con presencia de armamento nuclear y tensión permanente, en la que Argentina no tiene control y está perdiendo sus recursos ictícolas e hidrocarburíferos.

El acuerdo en cuestión establece los trabajos para eliminar medidas que restringen la industria del gas y petróleo, la pesca y los embarques en el área de las Islas. Sin embargo no incluye la cuestión de la soberanía argentina sobre las islas. El Reino Unido continúa con un fuerte apoyo al derecho de los isleños y la postura es terminante: no se avanzará en ese diálogo si los isleños no lo quieren.

“Se acordó adoptar las medidas apropiadas para remover todos los obstáculos que limitan el crecimiento económico y el desarrollo sustentable de las Islas Malvinas, incluyendo comercio, pesca, navegación e hidrocarburos”, decía el comunicado conjunto emitido por ambas cancillerías. Y agregaba la voluntad para acordar “conexiones aéreas adicionales entre las Islas Malvinas y terceros países” con “dos escalas adicionales mensuales en territorio continental argentino, una en cada dirección”.

Desde el punto de vista del CECIM todo ello consolida la posición geopolítica de Gran Bretaña en una zona clave del planeta. Esa postura fue reflejada con elocuencia por el presidente del Centro de Ex Combatientes, Hugo Robert, cuando habló en el acto del 2 de abril: “Esa es la verdadera joya de la abuela”, dijo, respecto a los recursos naturales en el Atlántico Sur con especial énfasis en la explotación de la Antártida.

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