Las visitas inesperadas a la abuela Chicha

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Foto Gabriela Hernández

La fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, Chicha Mariani, recibió a La Pulseada en su living y habló por primera vez sobre la frustración de diciembre, cuando Clara Anahí, su nieta robada en dictadura, no fue Clara Anahí. Además, el uso que hizo Macri de su nombre, sus miedos por un retroceso en la política de Derechos Humanos y una foto suya tirada por las nuevas autoridades de la ex Esma.

Por Laureano Barrera

En las épocas más oscuras de su vida, Chicha Mariani abría los ojos a la mañana y lo primero que hacía era decir no quiero: no quiero despertarme, no quiero estar. Los militares habían matado a su hijo y a su nuera y se habían robado a su única nieta. En esos amaneceres negros, el diálogo consigo misma terminaba siempre en la misma frase: Chicha, si vos no te movés el mundo tampoco.

­-Y me levantaba de un salto y me iba a hacer lo que tenía que hacer.

Desde el 24 de noviembre de 1976, cuando las fuerzas conjuntas atacaron la casa de Daniel Mariani y Diana Teruggi -“sus hijos”- y se llevaron a Clara Anahí, sin detenerse un solo día, María Isabel Chorobik de Mariani se levanta y hace lo que tiene que hacer. Eso lo he hecho, yo sé que lo he hecho, repite ahora, con 92 años sobre los huesos y una estampa de madre serena y sabia. En su living silencioso, lleno de tesoros –cuadros, pergaminos de honor, obsequios de todo tipo y las fotos: Daniel y Diana, Clara Anahí- y de advertencias de los médicos –no llevarle cosas dulces- recibe a La Pulseada para hablar sobre el 40 aniversario del Golpe de Estado y sobre su búsqueda, que no se detiene. Una conmemoración muy singular: no sólo por el número redondo, sino porque será el primero con ocupantes de la Casa Rosada con una retórica y algunas políticas muy parecidas a las de aquellos que arrasaron con su descendencia.

Chicha lamenta no tener muchas esperanzas de que las cosas mejoren. Ve incertidumbre, gente desorientada que no sabe lo que va a pasar. Quisiera no entender la política de Macri, dice, pero sí la entiende, porque todavía a sus 92 años, por suerte, remarca, se le mantiene una parte del cerebro límpida y puede pensar. Hubiera querido un gobierno que avanzara en lo mucho que falta todavía en los Derechos Humanos, en esas metas históricas que se aproximaron estos años pero que con cada paso se estiran un poco más, como el horizonte. Y a este hombre parece que le interesa más la pavadita, el bailoteo, enfatiza, que semejante tema que le toca llevar a buen puerto, como el de los Derechos Humanos.

En una hora de entrevista, Chicha volverá una, dos, tres veces sobre esa imagen que se le pegó al recuerdo: el cabrioleo del presidente en el balcón de la Casa Rosada, el día que estrenó la banda, dirá, no es propio de una persona que pueda tomársela en serio ni conduce a alguna parte. Pero también está alarmada por las noticias de los diarios, que sus colaboradores le leen en voz alta. El ministro de Cultura porteño discutiendo cuántos miles son los argentinos desaparecidos; las áreas del Estado que investigaban lo ocurrido en la dictadura o contenían a sus víctimas y se desarticulan vertiginosamente; la gente joven que trabajaba en esos lugares que está siendo reemplazada por quién sabe qué cosa; y para colmo de males, dice, una amiga encontró una foto suya entre una pila de material descartable, en la ex Esma, a punto de tirarse a la basura. Cuánta bajeza, caramba, ¿no podemos hacer otra cosa?, pregunta. Se enoja, pero pronto se compone. En una pausa en la grabación, Gachi -una de sus colaboradoras-, le sugiere que puntualice sobre un libro que dice que los nietos son un invento, una mentira. A esos rumores que algunos miserables largan a reptar como sombras por el piso, responde Chicha, no hay que darles sustancia. Ésa es una de las reglas que casi nunca rompe: no dar nombres propios, aunque esté dolida o decepcionada. Prefiere amortiguar la furia dentro suyo, tragársela hasta que no queme, a juzgar públicamente a una persona y estar equivocada. Hace años que denuncia a los asesinos de Daniel y Diana, y a los raptores de Clara Anahí. A esos sí, dice. Con pelos y señales.

***

Hay una prehistoria. Un punto en el pasado reciente en el que el presidente y Chicha Mariani se cruzaron sin verse las caras. Todo empezó cuando Macri era aspirante al cargo, recuerda Chicha, y puso en el diario que había ido a visitarla. Cuando protesté, recuerda, porque una radio me preguntó y yo dije que no tenía nada que ver con este señor, sacó otra nota diciendo que era otra abuela Chicha la que había ido a visitar.

La historia completa es casi así, pero con giros más truculentos. El 29 de junio de 2015, en plena carrera electoral, el candidato puso un post en su Facebook de campaña titulado “La confianza de la Abuela Chicha”. En la foto, se lo ve a Macri mirando al lente, con su sonrisa de cera, tomado de la mano de una anciana que parece incómoda con la cámara. La cosa empeora en el comentario que acompaña el posteo: “Tiene 90 años y la quise conocer porque su nieta me escribió por Facebook para contarme que su abuela va todas las semanas a la Catedral de la Plata a prender una vela para pedir por mí. (…) Gracias Chicha por tu amor, por confiar y creer en mí. (Guardo las estampitas que me regalaste)”. La historia mínima de campaña parece guionada por el enemigo. Chicha está convencida que un hombre como él, tan rodeado de estetas de la imagen, jugó con la ambigüedad de su apodo y el primer impacto de la noticia. No hay en La Plata otra abuela Chicha como yo, explica ella: marcada así en el pasado y el presente. El 1 de agosto, dos días después, en un acto de campaña de Lanús, el aspirante volvió sobre el tema. “Hace unos días visité a la abuela Chicha de La Plata, que me dijo ‘te llamé porque quería decirte que cumplo 90 y quiero ver que seas vos el que te ocupes de poner a la Argentina en marcha para mis nietos’”.

Seis meses más tarde, horas antes de la Nochebuena, Macri había alcanzado su mayor deseo y Chicha creía haber alcanzado el suyo. Ese día, su casa era una romería de corazones rotos de felicidad porque una mujer de Marcos Juárez, un pueblito del sur de Córdoba, había llegado a su casa la noche anterior jurando ser Clara Anahí, su nieta robada 39 años antes. Cuando este cronista llegó, cerca de las cuatro de la tarde, sentada en la mesa de la cocina la chica saludaba a su nueva familia y a todos los que llegaban llorando a saludarla. Esta vez, sin ambigüedades, Macri interpeló a la Abuela Chicha, la verdadera. “Quiero desearle a Chicha Mariani, a su nieta y a toda la familia, una feliz Navidad de reencuentro”, puso en un tweet. Esta vez, uno de sus asesores había puesto su nombre en Google y le había explicado quién era.

Ahora, levantada de la cama –donde últimamente pasa casi el día entero-, mientras toma su té y ofrece mate, dice que le da pena que Macri vaya equivocando el camino. Nunca volvió a hablar de lo que pasó la noche de Navidad, de esa chica de cabello azabache y ojos que podían reír, que se parecía tanto a Diana. Si hasta superponiendo las fotos (decían todos antes que se aguara la fiesta) eran como dos gotas de agua. Se nos escapó de las manos, confiesa, fijando su vista en un punto fijo aunque casi no vea. Quizás el deseo de todo el mundo de que fuera, incluida yo, permitió esa cosa tan triste.

***

María Elena Wherli no fue la única. Antes que ella, unas doscientas chicas creyeron ser Clara Anahí. Todas fueron acompañadas por gente de la Asociación Anahí hasta el juzgado federal 3 de La Plata, donde está la causa judicial 115 abierta desde el año 2003. En todos los casos, el juez envió un oficio al Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG) y se le extrajo una muestra de ADN que luego se cotejó con las familias que buscan nietos, cuyas muestras están resguardadas en el Banco. Ése siempre ha sido el método, explica Chicha.

María Elena llegó a la Asociación a fines de julio de 2015. En ese momento, el Banco estaba cerrado por su traslado físico desde el hospital Durand a una sede propia. Su relato era tristísimo: su supuesta familia biológica la había abandonado en un orfanato y Susana Wherli, su madre adoptiva, la había atormentado física y psicológicamente. Siendo sólo una niña, había tenido que criar a sus hermanas menores. Lo que nunca dijo, ni siquiera cuando declaró ante el juez Ernesto Kreplak, es que unos meses antes se había acercado a Abuelas Córdoba, y a través de la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CONADI), se había hecho el análisis en el BNDG. El 25 de junio, había recibido el resultado: negativo.

No se quedó conforme. Había leído la biografía de Chicha, tenía la misma mancha de nacimiento que Clara Anahí, y así le decía a la mujer: abuela. Insistió en hacerse otro examen de sangre en un laboratorio de Córdoba. Graciela Formica, la bioquímica del pueblo, prima del intendente Pedro Dellarrossa del PRO, le recomendó el Centro Integral de Genética Aplicada (C.I.G.A), en la capital provincial. En la Fundación aceptaron para no desilusionarla, y que se convenciera por sí misma. A fines de noviembre, volvió a La Plata y se llevó la sangre de Chicha en un tubo, junto a una autorización para el examen, dentro de una conservadora. Le salió 5.000 pesos. El 23 de diciembre a la noche llamó por teléfono: tenía en sus manos la prueba científica de que Chicha era su abuela. En la Fundación le dijeran que esperara hasta el lunes 28 para ir, ella viajó a La Plata. Los resultados “no podían descartar” el vínculo entre ellas: la sangre de María Elena tenía una compatibilidad de 99,9% con la familia Mariani. María Elena había avisado a la familia Teruggi, la novedad –y una foto juntas- se habían filtrado por las redes sociales, el Facebook de la Fundación y el contestador automático ardía: había hasta un mensaje de Cristina Fernández de Kirchner. Norberto Liwski, vocal de la Fundación y presidente del Comité para la Defensa de la Salud, la Ética Profesional y los Derechos Humanos (CODESEDH), asesor del ex precandidato a gobernador, Julián Domínguez, chequeó la seriedad del laboratorio. Hubo un debate acalorado al interior para decidir qué hacer: prevaleció la idea de confirmar la noticia.

Fue un estallido incontenible. Durante el día surgieron las dudas: apareció el resultado negativo del BNDG y el contracomunicado de la Fundación negando el encuentro de la nieta. El juez Kreplak pidió una nueva prueba que se hizo sigilosamente, antes de que la chica volviera a Córdoba, con los técnicos del BNDG y peritos de ambas partes. Negativo. Así, el vínculo de sangre entre ellas quedó descartado. Los días siguientes, se tejieron múltiples especulaciones sobre las intenciones de la joven. ¿Era una chica desesperada que había ocultado el primer examen? ¿El laboratorio cordobés equivocó el método o se buscaba desprestigiar al Banco? Juan Carlos Jaime, quien firmaba el análisis, era un bioquímico ligado a la policía judicial de Córdoba y había quedado tercero en el concurso para dirigir el BNDG: no era un improvisado. El juez decretó el secreto de sumario, pidió discreción, pero hasta ahora, si está en sus planes hacerlo, no tiró de esas puntas.

Han pasado dos meses. Chicha viste una camisa floreada y una pollera negra pinzada. El aire acondicionado funciona a 22; un pañuelo de tela fina gris le cubre los hombros. Yo tengo como norma pensar lo mejor de la gente, soy así, no desconfío, le dice a La Pulseada: soy una tonta, me lo han dicho más de una vez.

-Algunos artículos periodísticos especularon con tu supuesta desconfianza en el Banco Nacional de Datos Genéticos…

-Me hacés un favor con la pregunta. Porque sí que creo absolutamente en el Banco. ¿Pero cómo no voy a creer en algo que ayudé a crear?, repregunta. Si aporté cosas durante muchos años, y sé que en el Banco se trabaja bien.

Chicha mira el aire. Su mente es un mecanismo sofisticado que va y vuelve sobre sus pasos.

-Hubo gente con malas intenciones, que después siguió desparramando cosas. Y gente que se equivocó.

No da nombres: ésa es una de sus reglas. Sólo añade que ojalá hubiera sido, no sólo por ella, sino por todos. Porque Clara es un poco la nieta de todos, ¿no?

Chicha Mariani expulsa sus demonios en una tarde infernal de febrero. Sigue su búsqueda, callada: siempre he trabajado en silencio, resalta. Sigue pidiendo, como el primer día, que la gente le cuente lo que sabe, hay muchos que saben, dice. Sigue moviéndose para que el mundo se mueva.

Haciendo lo que tiene que hacer.

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