“La unión latinoamericana debe construirse desde abajo”

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Experto en el pasado y el presente del subcontinente, Waldo Ansaldi dialogó con La Pulseada Radio sobre la crisis del proceso de integración regional, evidenciada en la parálisis del MERCOSUR, el retiro de seis naciones de la UNASUR y los intentos de los nuevos gobiernos neoliberales de firmar pactos bilaterales con la Unión Europea y los Estados Unidos

Hay que formar de todo el Mundo Nuevo una sola nación con un sólo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tienen un origen, una lengua y unas costumbres, deberían, por consiguiente, tener un solo gobierno que confederase los diferentes Estados que hayan de formarse” (Simón Bolívar, 1815)

La atención que convoca en los últimos meses la grave situación económico-social interna ha llevado a la opinión pública a postergar el interés por la política exterior, área en la que también se está produciendo una auténtica regresión.

El MERCOSUR, fundado en 1991 por Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, tiene además a Bolivia en proceso de adhesión y a Venezuela suspendida desde 2017 por decisión de los cuatro primeros países en razón de una supuesta “ruptura del orden democrático”. Lo cierto es que con el cambio de orientación política de varios países del área, el organismo, que no había cesado de incrementar su importancia durante sus dos primeras décadas y media de existencia, se encuentra hoy atravesando un verdadero impasse .

Por su parte, la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), cuyo tratado constitutivo se firmó en 2008, aglutina a los doce estados independientes de la zona (además de los integrantes del Mercosur, suma a Chile, Colombia, Ecuador, Guyana, Perú y Surinam). Lejos de constituir una mera formalidad, esta asociación tuvo una intervención decisiva, por ejemplo, para oponerse al intento de secesión que Santa Cruz de la Sierra le planteó en 2008 al presidente boliviano Evo Morales o para impedir en 2010 que prospere un golpe de Estado contra Rafael Correa en Ecuador. Ese año las naciones integrantes suscribieron una “cláusula democrática” que impone sanciones a cualquier Estado miembro que quiebre o intente alterar ese régimen. Pero en abril de este año, justamente cuando le correspondía asumir la presidencia pro tempore a Bolivia, seis países –Argentina, Brasil, Colombia, Perú, Chile y Paraguay– anunciaron que suspendían provisionalmente su participación en la institución. Insólitamente, el actual canciller argentino, Jorge Faurie, fundamentó la decisión alegando que la UNASUR se había convertido en “una tribuna de discusión ideológica y política”.

Asimismo, muchos de los gobiernos latinoamericanos en ejercicio, no sólo los de filiación neoliberal, han estado últimamente más abocados a alcanzar acuerdos bilaterales con la Unión Europea o con los Estados Unidos que a fortalecer las alianzas regionales.

Para analizar este debilitamiento de los procesos de unificación del área, que hasta hace muy poco habían tenido avances inéditos, nuestro ciclo radiofónico entrevistó a Waldo Ansaldi (foto). Este doctor en Historia, experto latinoamericanista, es docente de grado y posgrado en universidades argentinas y extranjeras, fue durante décadas investigador del CONICET y lleva publicados numerosos libros y artículos en el país y el exterior.

«La idea de la UNASUR va a quedar, en el mejor de los casos, detenida o freezada», dice Ansaldi

¿Qué podría decirse de esta involución de iniciativas de unificación que son tan antiguas, dado que figuras de la talla de Miranda, Bolívar o San Martín ya sostenían que nunca seríamos verdaderamente independientes si no formábamos una gran Patria Latinoamericana?
En primer término quiero señalar que el anuncio de un retiro temporario de la UNASUR me suena, en boca de estos gobiernos, a lo que en otras áreas ellos mismos llaman “gradualismo”. Porque creo que lo que estos regímenes de derecha comparten en realidad es la decisión de apuntar a la disolución de la UNASUR y a la transformación del MERCOSUR en un bloque subregional dedicado sólo a generar acuerdos con la Unión Europea y los Estados Unidos. En Uruguay existe en este momento una discusión legislativa muy fuerte porque el Poder Ejecutivo –con una fuerte oposición al interior mismo del Frente Amplio– está avanzando en la concertación de un tratado de libre comercio con Chile. Algo que va en esa misma dirección de sabotear todos los proyectos de integración del subcontinente. La urgencia de los dramas que vivimos por estos días en el interior de nuestros países no debería conducirnos a dejar de lado la gravedad de todo lo que viene aconteciendo en el plano internacional.

“Hoy estamos en un momento de involución después de pasar por otro de avance que fue, a su vez, resultado del retroceso que marcaron los años ’90”

La segunda cuestión tiene que ver, efectivamente, con la vigencia del proyecto de integración en una Patria Grande Latinoamericana o de unificación de todos los países que en su momento fueron colonias de España. Porque a esas iniciativas se sumó después Brasil, descartado en un principio por haber sido una monarquía y un régimen esclavista. La idea de conformación de un Estado supranacional nació en la última década del siglo XVIII, más precisamente en 1791, de la pluma del venezolano Francisco de Miranda (1750-1816). Él mismo insistió con el proyecto una década después y se convirtió en el antecedente más inmediato de lo que su compatriota Simón Bolívar (1783-1830) propiciaría en 1820. Casi simultáneamente hay una propuesta similar, pero menos conocida, del hondureño José Cecilio Díaz del Valle (1777-1834), una de las figuras centroamericanas más destacadas del liberalismo hispanoamericano de aquellos años. En tiempos muy próximos, desde Lima, el argentino Bernardo de Monteagudo (1789-1825) también efectuará aportes en ese mismo sentido. Son hombres que se conocieron entre sí e intercambiaron algunas propuestas que terminaron en una frustración. Más allá de que esas ideas hayan reaparecido en la década de 1840, por obra del argentino Juan Bautista Alberdi (1810-1884), y un par de décadas después por responsabilidad de Francisco Bilbao (1823-1865). A este liberal chileno le debemos la invención de la denominación “América Latina”. Así: con mayúsculas. Porque antes se hablaba de la “latina”, que era menospreciada, para diferenciarla de la “sajona”, que era la valorada. Fue el primero en emplear ese nombre para designar la parte del continente que componen América del Sur, América Central y México, en una conferencia que ofreció en París en 1856. Bilbao da a conocer su pensamiento mientras estaba exiliado en la capital francesa, perseguido por los conservadores de su país. Proponía un solo mercado, una sola moneda, un solo banco, un solo correo y una sola flota mercante para lograr así constituir un único Estado supranacional. Si uno no supiera quién los escribió y cuándo, diría que son textos que pertenecen a nuestros días. Son muy interesantes.

En años recientes tuvimos avances inéditos como el rechazo en 2005 al Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) propuesta por EE.UU. y los nacimientos en 1991 del MERCOSUR, en 2004 de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de nuestra América (ALBA) y en 2008 de la UNASUR. Pero con la llegada al poder de distintos gobiernos neoliberales se ha producido todo un retroceso. ¿Cree que se trata de un movimiento pendular que tendrá su reflujo o de una tendencia que perdurará?
Cuando se analizan los procesos históricos se encuentran ciertas claves que permiten explicar determinadas coyunturas. Hoy estamos en un momento de involución después de pasar por otro de avance que fue, a su vez, resultado del retroceso que marcaron los años ’90. Los economistas suelen hablar de “ciclo de Juglar” (porque lo propuso el francés Clement Juglar ) para señalar que la economía experimenta cada diez años determinados cambios. Pareciera que en el mundo de la política sucede algo parecido. Lo primero que se me ocurre es una vieja sentencia de Hegel , quien decía que ni los gobiernos ni los pueblos aprenden nunca nada de la historia. Parece una realidad evidente en este caso.

¿Cuál es el grave problema de los proyectos de integración tal cual han sido formulados desde principios del siglo XX? Son antecedentes directos de la creación del MERCOSUR el Pacto ABC (Argentina, Brasil y Chile) de 1915, cuyo nombre oficial era Pacto de No Agresión, Consulta y Arbitraje, firmado para evitar conflictos, promover la cooperación y contrarrestar la influencia estadounidense, o los intentos que hicieron Juan Domingo Perón (1895-1974) y Getúlio Vargas (1882-1954) cuando en los años ‘50 gobernaban, respectivamente, Argentina y Brasil. ¿Por qué fracasó esa propuesta, que también podía extenderse a Chile? Porque en ese momento tanto las fuerzas argentinas como las brasileñas se tenían entre sí como hipótesis de guerra. Para el ejército brasileño el argentino era un enemigo potencial y viceversa. Entonces fueron los militares los que impusieron sus argumentos contrarios. “¿Cómo vamos a construir puentes que faciliten la comunicación si en caso de conflicto pueden posibilitar el ingreso de tropas enemigas?”, decían. En el contexto de la Guerra Fría este tipo de dislates eran frecuentes.

En un artículo reciente, Eugenio Raúl Zaffaroni, el ex integrante de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, hablo de lo patético de los argumentos del canciller Jorge Faurie para justificar su voto a favor del retiro de la UNASUR. El actual ministro de Relaciones Exteriores dijo que el organismo se había convertido en “un escenario de discusión de posiciones políticas e ideológicas”. ¿Acaso no debería ser ése uno de sus principales propósitos?
En lo inmediato, la idea de la UNASUR va a quedar, en el mejor de los casos, detenida o freezada , y en el peor, completamente derrumbada. Se le ha asestado un golpe muy fuerte. Es absurdo ese “argumento” de que se trata de una tribuna política e ideológica como si toda acción con sujetos políticos (y el Estado es un sujeto político) no estuviera necesariamente cargada de ideología. Ocurre que los componentes de estos gobiernos tienen una mentalidad de burgueses, de empresarios o de gerentes, en la que obviamente la ideología está presente, pero que niega la política. Porque la política es una cuestión pública y ellos razonan desde el mundo de lo privado. Les molestan las voces disidentes. Se llenan la boca hablando de pluralismo pero cercenan toda posibilidad de que quienes opinan distinto se expresen de alguna manera. Como carecen de fundamentos sólidos hacen este tipo de planteos, en boga en el mundo en general y en Europa en particular, según los cuales la política es algo detestable. Propugnan la “antipolítica”. Todos dicen no ser políticos pero terminan haciendo política. Porque cuando se hacen cargo del Estado comprueban que no hay otra forma de gestionarlo que no sea política. ¿Por qué este embate contra lo político? Lo combaten porque la política es el ámbito de la libertad por excelencia. Es a través de ella que los hombres y las mujeres deciden seguir viviendo en las condiciones en las que lo hacen u optan por transformarlas.

Aquí aparece otra cuestión conexa, que es que hasta ahora los intentos de unificación fueron estrategias llevadas adelante por los gobiernos y no por los pueblos. No va a haber integración si no se empieza a construir desde abajo. El ejemplo más claro es la Unión Europea. Lo advirtió tempranamente el pensador francés Edgar Morin y lo repitió hace pocos años el fallecido sociólogo alemán Ulrich Beck : toda tentativa de unidad supranacional que no se constituya desde abajo y se deje librada sólo a los gobiernos está condenada al fracaso. El caso europeo lo demuestra claramente. La xenofobia no sólo aparece contra los que provienen de África, del mundo islámico o del Medio Oriente. También se expresa contra determinados europeos, los turcos en primer lugar. Para no hablar del rechazo a los inmigrantes procedentes de los países que formaron parte del mal llamado “mundo socialista”. Son ejemplos de estos procesos generados desde arriba donde no se ha construido previamente un consenso, un sentido común, una identidad desde abajo. Los que vamos a las canchas de fútbol sabemos que son uno de los más formidables escenarios de ejercicio de la xenofobia. El modo en el que en los estadios argentinos se trata a chilenos, peruanos, bolivianos o paraguayos es una muestra elocuente de cuánto nos falta todavía para que los procesos de integración avancen en la dirección que deberían.

“Los componentes de estos gobiernos tienen una mentalidad de burgueses, de empresarios o de gerentes, en la que obviamente la ideología está presente, pero que niega la política”

¿Cuánto podría cambiar el escenario latinoamericano si en octubre Luis Inácio “Lula” da Silva alcanza nuevamente la presidencia de Brasil, el país más importante de la región?
Sería importantísimo que esa hipótesis se concretara. No sólo por el prestigio de Lula sino por el peso que en el contexto internacional tiene Brasil, a pesar del desastre en el que lo ha sumido el hoy presidente Michel Temer . Podría torcerse el curso actual mediante el influjo de un tándem Brasil-Bolivia, más eventualmente Venezuela. En los casos de todos estos países la actuación de nuestras cancillerías ha dejado mucho que desear. Lo mismo cabría decir respecto del rol del secretario en ejercicio de la Organización de los Estados Americanos (OEA), el ex canciller uruguayo Luis Almagro . Pero una eventual reconstitución de un núcleo duro de la UNASUR reavivaría la llama que nos permitiría ser optimistas de cara a posibles modificaciones del escenario electoral en los próximos años.

Desde, por lo menos, 1823, con la Doctrina Monroe, EE.UU. ha considerado a nuestros países su patio trasero. Dado que hubo un momento en el que el MERCOSUR o la UNASUR dejaron de ser instrumentos retóricos y se transformaron en herramientas concretas para el sostenimiento de la democracia en la región, ¿no cabe presumir que los norteamericanos han trabajado activamente para debilitarlos?
Y es que por eso han sido tan fuertemente atacados. La intervención de Estados Unidos me parece más que evidente. Cada día sabemos más de esto a medida que se van desclasificando documentos de la CIA. Comprobamos cómo han estado detrás de todas las maniobras desestabilizadoras de gobiernos progresistas, de izquierda o de centroizquierda. Está claro que la UNASUR llegó a ser un actor independiente de lo dictado por el Departamento de Estado y que jugó un papel clave, como ustedes señalaron, en casos como los de Bolivia y Ecuador, en los que estaban involucradas agencias norteamericanas.

Ahora, como hay gobiernos en sintonía con el de los Estados Unidos, esta carencia de instancias supranacionales autónomas cobra un relieve mayor. Muestra que nuestros países carecen de verdaderas políticas de Estado y que, en ese marco, las políticas exteriores van cambiando según la orientación de los gobiernos. Esto lleva a estas vicisitudes pendulares a las que ya estamos acostumbrados. El interés de Estados Unidos por lo que conocemos como América Latina surge incluso antes de la Doctrina Monroe. Ya el Conde de Aranda (1719-1798), secretario de Estado de Carlos IV, le advertía al monarca que debía tomar precauciones porque los Estados Unidos tendían a expandirse por territorios que entonces le pertenecían a España.

“Nuestros países carecen de verdaderas políticas de Estado y, en ese marco, las políticas exteriores van cambiando según la orientación de los gobiernos”

Algunos sostienen que en esta etapa de globalización económico-financiera, el Estado-nación ha quedado obsoleto y que, por lo tanto, también resultan caducas las alianzas entre países. Otros opinan exactamente lo contrario. ¿Cuál es su posición?
Como suele pasar –y no siempre se recuerda–, se trata de una interacción, de una relación dialéctica. Es cierto que los Estados-Nación han ido perdiendo cuotas importantes de soberanía, en algunos casos a favor de organismos supranacionales. La Unión Europea sería un ejemplo en esa dirección. Pero a menudo sucede lo mismo en relación con grandes instituciones como el Fondo Monetario Internacional. El FMI tiene mucho más poder que numerosos Estados. Y más de una las llamadas empresas multinacionales tienen presupuestos mayores a los de unos cuantos países. En ese sentido, uno encuentra que efectivamente hay un debilitamiento del Estado y un fortalecimiento de organismos multinacionales. Pero también es verdad que, contrariamente a lo manifestado por los que cantan loas a la extinción de los Estados, éstos preservan una cuota importante de soberanía y de capacidad de acción. Donald Trump construyendo el muro en la frontera con México o deportando a los guatemaltecos es un ejemplo del poder que el Estado todavía conserva. Si los Estados hubieran perdido toda centralidad, como afirman no pocos autores, está claro que esto no ocurriría. El caso del “brexit” (salida de Gran Bretaña de la Unión Europea en 2016) es también un buen ejemplo. Cada patrón de acumulación del capital genera diferentes formas de organización y de acción social. El propio capitalismo, al hacer predominar un régimen de acumulación basado en la valorización financiera, nos ha conducido hoy a una fase exacerbada de globalización o, como prefieren decir los franceses, mundialización.


Un sometimiento que no da frutos

Por Carlos Gassmann

La gestión Macri ha tendido a sobreactuar cada vez más su alineamiento con los Estados Unidos, con gestos que exceden el pragmatismo y parecen justificarse exclusivamente en una ideología de la subordinación. Juan Gabriel Tokatlian, de la Universidad Di Tella, lo ha denominado con justeza un “unilateralismo periférico concesivo”.

El propio Departamento de Estado norteamericano informa sobre el grado en que los demás países votan o no en consonancia con Washington en organismos como la ONU. Mientras en 2016, con Obama en la Casa Blanca, Argentina coincidía con la potencia del norte menos que Brasil y en una medida semejante a Chile y Uruguay, en 2017, con Trump a cargo del Ejecutivo, nuestro país se pronunció en la misma dirección que EE.UU. en un 59 % de los casos, contra un 47 % de Uruguay y un 44 % de Brasil y Chile.

Si se posa la lupa sobre las declaraciones públicas de la cancillería nacional se encuentran, por ejemplo, condenas a Venezuela, desaprobación de las pruebas nucleares de Corea del Norte, rechazo a atentados terroristas en EE.UU, Europa, Asia y África y reclamos por la situación en Siria y el empleo de armas químicas. Pero no hay comunicados oficiales de reprobación de casos en los que Norteamérica se burla del derecho internacional o pone en riesgo la paz mundial, como el abandono de las negociaciones con Irán, el traslado de la embajada a Jerusalén, la bomba lanzada en Afganistán, el retroceso en la normalización de relaciones con Cuba o las medidas estadounidenses que debilitan a la ONU.

Esto no ha implicado un mejoramiento de las relaciones comerciales con los EE.UU.: el déficit comercial, que en el primer trimestre de 2017 era de 1.113 millones de dólares, se mantiene en el mismo período de este año en 1.064 millones, es decir que no ha sufrido prácticamente variaciones. Por otra parte, el proteccionismo alentado por Trump ha significado un incremento de los aranceles para la exportación de biodiesel y la fijación de cuotas considerablemente menores para las ventas de acero y aluminio.

En materia de seguridad y defensa, el gobierno de Cambiemos aceptó mayor cantidad de agentes de la DEA actuando en nuestro territorio, firmó nuevos acuerdos de intercambio de informes de inteligencia con el FBI y manifestó, en ocasión de la visita a Puerto Belgrano del Comandante de la Cuarta Flota, Sean Buck, en marzo pasado, su “respaldo a la estrategia naval global de Estados Unidos”.

Son concesiones sin una contrapartida visible. A tal punto que el acto que en abril último presidió Macri en Tucumán para celebrar el primer envío de limones hacia EE.UU. trajo una incómoda sensación de “déjà vu”: recordó a Menem, en 1997, justificando la construcción del aeropuerto de Anillaco como una base para exportar aceitunas.

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