«La noticia policial es una noticia política»

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c2 La investigadora de la UBA María Eugenia Contursi asegura que los reclamos de mayor control social vienen de la mano de “series noticiosas que generan el efecto imaginario de que estamos viviendo en un mundo salvaje”. En esta entrevista con La Pulseada, advierte que “la lógica de los medios no debe imponerse sobre la lógica democrática”.

Por Carlos Gassman
Ilustraciones  Laura Llovera 

Desde 2004, la Doctora en Ciencias Sociales, investigadora y docente de grado y posgrado en la Universidad de Buenos Aires Stella Martini viene dirigiendo proyectos que han indagado, entre otros temas, sobre la relación entre los medios masivos de comunicación y el (mal) llamado problema de la “inseguridad”.

Como fruto de este trabajo colectivo ya se han dado a conocer tres libros, consistentes en la selección de artículos escritos por integrantes del equipo de investigación y compilados por la propia Martini y Marcelo Pereyra -“La irrupción del delito en la vida cotidiana: relatos de la comunicación política”, impreso por Biblos en 2009- o por la misma Martini y María Eugenia Contursi -“Comunicación pública del crimen y gestión del control social”, publicado por La Crujía en 2012, y “Crónicas de las violencias en la Argentina: estudios en comunicación y medios”, editado por Imago Mundi el año pasado-.

La Pulseada dialogó con Contursi -Doctora en Lingüística, investigadora y también docente de grado y posgrado en la UBA, la Universidad del Salvador y la Universidad Católica del Uruguay- sobre algunos de los hallazgos de estas pesquisas.

-¿Cuáles serían las conclusiones a las que han llegado respecto de las construcciones de sentido que, dentro y fuera de los medios, se están produciendo, hoy y entre nosotros, acerca de la “inseguridad”? ¿Puede plantearse que la mayoría de los medios comerciales de mayor alcance promueven la estigmatización y el reclamo de mayor control social?
-Efectivamente, los resultados a los que llegamos luego de las investigaciones que venimos desarrollando en el marco de sucesivos proyectos de investigación, dirigidos por Stella Martini desde 2004, permitirían afirmar que los medios que llamamos hegemónicos o “de referencia” simplifican el problema de la “inseguridad” al circunscribirla a la llamada inseguridad civil, asociada únicamente al delito común, no tomando en cuenta la violencia institucional, por ejemplo, o las demás “inseguridades” sociales e, incluso, ocultándolas. El delito contra la propiedad privada, cometido con mayor o menor grado de violencia física, aparece en estos discursos periodísticos sobrerrepresentado, amplificado, espectacularizado. Constituye series noticiosas que generan el efecto imaginario de un mundo caótico, salvaje, donde no impera la ley, habitado por los “buenos”, que serían las víctimas -“los vecinos”- y las fuerzas policiales y por los “malos” -los delincuentes- que siempre pertenecen a las clases populares y sobre los que se construye permanentemente la necesidad de reprimir su naturaleza violenta intrínseca. Esa construcción implica una estigmatización que, en el plano del discurso, aparece como la ausencia de las causas estructurales por las que se origina, al menos en parte, el delito común. Decimos que la noticia policial, en la que se construye esta representación, es una noticia política, no sólo porque opera sobre el imaginario generando exclusiones simbólicas que luego justifican políticas represivas de “mano durad” o connotan negativamente las políticas sociales dirigidas a los sectores más vulnerables de la población, sino también porque la agenda de los medios acompaña los procesos electorales y las gestiones de gobierno, operando como crítica y, sobre todo, como denuncia de ineficiencia o ausencia del Estado en un tema que aparece como la principal preocupación de la opinión pública. Desde ya que son los propios medios periodísticos los que construyen esa opinión pública a través de encuestas, sondeos, entrevistas e, incluso, a través del espacio de los comentarios de lectores de los diarios “online”, o de las clásicas “cartas de lector”, que suelen acompañar, en su gran mayoría, la visión del diario.

-Ustedes no sólo han analizado el discurso de los medios sino que también han realizado una encuesta entre más de 600 habitantes de Buenos Aires. ¿Qué relación existe entre la agenda y la forma de tratamiento de los medios y la agenda y las posturas de la llamada “opinión pública”?
-Esa encuesta nos ha resultado especialmente interesante para confrontar el estudio de la construcción discursiva de la inseguridad y de las diferentes violencias, que analizamos en los medios periodísticos, con los discursos sociales que circulan sobre distintas cuestiones que entendemos como relacionadas, como la percepción del propio barrio, las causas de la violencia, el papel de las instituciones del Estado o las políticas de derechos humanos. En el artículo que Stella Martini publicó en nuestro último libro, ella menciona “certezas y paradojas” de la opinión pública. Los resultados de la encuesta sobre percepción de la violencia en la vida cotidiana permiten hablar de la naturalización de un sentido común discriminatorio, que descree de la política como recurso legítimo para resolver los problemas públicos. Allí, Stella señala que entre la realidad y las expectativas de “la gente”, “hay tanto un amplio arco de posibilidades como de obstáculos que llevarían a los sujetos a querer y odiar a la vez a su barrio, a estigmatizar a todos los diferentes; a justificar un crimen (por linchamiento) bajo el argumento del hastío”. Su análisis de los datos la lleva a afirmar que se exige legalidad y ausencia de conflicto, tranquilidad y vigilancia, al tiempo que los crímenes cometidos sobre los sectores estigmatizados de la sociedad gozarían de cierta legitimidad. El papel de los medios periodísticos en esta construcción de violencias legítimas e ilegítimas es ordenarlas, clasificarlas, explicarlas y calificarlas, además de difundirlas y amplificarlas, por lo que se vuelve de especial relevancia, atendiendo al lugar de autoridad que los medios ocupan en las discusiones públicas y en su construcción de la agenda de los temas importantes para la ciudadanía. Y también por el ocultamiento de otros temas, lo que llamamos las agendas invisibilizadas, por ejemplo, la agenda de la lucha de los organismos de derechos humanos en nuestro país o las políticas de derechos humanos del gobierno anterior que, en la distinción por edades, muestra una ponderación positiva más intensa entre los más jóvenes (37%), que se va debilitando mientras aumenta la edad. En cuanto a la ponderación negativa de estas políticas, se da la inversa: 48% de las personas mayores consideran negativas dichas políticas y la tendencia va decreciendo junto con la edad. Desde ya que, cuando se requirió la fundamentación de las respuestas que señalaban la percepción de un alto grado de violencia en la ciudad de Buenos Aires, un 32,6% de la gente señaló la inseguridad como el motivo principal y encontramos una correspondencia entre estas respuestas y los medios informativos a través de los que declararon informarse los encuestados.

-Han trabajado sobre varios acontecimientos puntuales como casos testigos (ocupación del Parque Indoamericano, represión en el Borda, toma del barrio Papa Francisco, femicidio de Wanda Taddei, linchamientos de 2014, etc.). ¿Cada suceso tiene características propias o se pueden efectuar, en cuanto al tratamiento mediático, ciertas generalizaciones?
-Se puede generalizar en algunos aspectos. En los casos de ocupaciones de espacios públicos o deshabitados y de represiones como la que ocurrió en el Borda, lo que encontramos como similar es la construcción maniquea de buenos y malos, a la que hacía referencia antes, la criminalización de los que son objeto de la represión, lo que configura un modo sistemático de violencia institucional, que se justifica reflexivamente por la misma construcción que hacen los medios periodísticos de los sucesos y por un fuerte clivaje de clase. Lo que podríamos pensar como un hilo conductor entre estos últimos casos y los femicidios y los linchamientos, es que se trata de violencias legitimadas por los medios de prensa, aunque por distintas razones, y que todos ellos son encuadrados como “casos policiales”. No obstante, si bien se trata de víctimas de la represión policial, de los “vecinos” hartos de sufrir la inseguridad o de sus propias parejas, son “no-víctimas” o no victimizables desde la perspectiva de los medios de prensa, pues se les atribuye grados variables de responsabilidad e, incluso, de culpabilidad, lo que las haría merecedoras de la violencia sufrida. Por ejemplo, en los casos de las mujeres asesinadas por sus parejas que analiza Marcelo Pereyra, éstas son víctimas culpables cuando “transgreden lo que la sociocultura espera y acepta del comportamiento femenino”, desde una mirada profundamente androcéntrica compartida por periodistas y profesionales de la justicia y de las fuerzas policiales.

-¿Qué quieren decir cuando afirman que la principal estrategia que siguen determinados medios es la reiteración ad infinitum?
-Nos referimos a dos cuestiones: a la construcción de series noticiosas que se reactivan cada vez que aparece un nuevo caso que tiene alguna característica común con series anteriores y a los procedimientos discursivos que se usan para construir esos acontecimientos. Se pueden trazar múltiples paralelismos entre la construcción de la represión de los “tomadores” del Parque Indoamericano, del barrio Papa Francisco y de los manifestantes del Borda. Esta reiteración de encuadres se verifica en los “paratextos” (volantas, cintillos, copetes e incluso en el uso de las mismas fotografías) que acompañan las noticias periodísticas, donde expresamente se dice “otro caso de inseguridad”, “toma de tierras”, etc. Esta reiteración genera un efecto de caos permanente que colabora con la criminalización y la estigmatización de los sectores reprimidos y con un pedido de mayor intervención de la fuerza pública.

-También han investigado sobre el programa “Policías en acción” y otros ciclos televisivos referidos al accionar de las fuerzas de seguridad. ¿Qué encontraron?
-Verificamos una estrategia de limpieza de la imagen de las fuerzas policiales, una insistencia en su representación como “policía de proximidad”, es decir, al servicio de los vecinos, y una renuencia a mostrar su accionar represivo o los abusos de autoridad que son bien conocidos. Habría que distinguir dos tipos de interacción que se muestran en “Policías…”. Por ejemplo, con los vecinos de clases “medias”, se construye una escenografía discursiva en la que los policías actúan casi como padres de familia, devolviendo la “normalidad” en una disputa “entre hermanos”. Sus características son la paciencia, la bonhomía y la voluntad de ayudar. En cambio, en las interacciones con habitantes de barrios populares, villas, asentamientos o en la vía pública pero en horarios nocturnos, la representación cambia. Allí son fuerza de “elite” que contiene rápida y eficazmente los conflictos por la fuerza, pero sin abusos de poder. De más está decir que es en estos últimos casos en los que aparecen delitos tipificables por la ley, mientras que en los anteriores se trata de disputas irrisorias, típicas de la vida privada (un perro que se escapó, una bolsa de basura mal ubicada, etc.).

-El último libro que publicaron se titula “Crónicas de las violencias en la Argentina”. ¿Por qué ese plural: “las violencias”?
-Porque existen diversas tipologizaciones de la violencia en las ciencias sociales, así como representaciones de la violencia en la vida cotidiana, lo que muestra la imposibilidad de una definición única y transcultural. Nosotros tomamos la violencia como un analizador de las relaciones sociales, como un signo en disputa, que puede manifestarse tanto episódicamente, en acontecimientos espectacularizados por los medios de prensa, como cotidianamente, en formas ocultas y naturalizadas. Lo que decimos es que a partir del significante “violencia” se movilizan relatos que actualizan memorias, disputas por el sentido de la justicia, de la punitividad, de la peligrosidad de los sectores más vulnerables de la ciudadanía, de lo público, de las relaciones entre el Estado y la sociedad civil y también de los usos del pasado reciente y remoto.

-Han incorporado asimismo la indagación sobre el tratamiento que hacen medios del interior (en Mendoza, Río Negro, la región de Bahía Blanca). ¿Hay diferencias sustanciales con lo que es posible encontrar en los medios porteños?
-En su artículo, Rosario Sánchez señala que los medios provinciales analizados tienen una agenda fuertemente dependiente de los medios nacionales. Allí, nuevamente, la violencia se identifica casi exclusivamente con el delito común, construido como grave y preocupante para los habitantes de las zonas de circulación de esos medios, pero desde los “contratos de lectura” que cada medio ha propuesto históricamente (Contursi se refiere al pacto implícito que un medio plantea a sus destinatarios e incluye el tipo de vínculo que intenta establecer con ellos; por ejemplo un “contrato impersonal” -con títulos “objetivos” que buscan crear un efecto de verdad como “Trágico terremoto en Pakistán”-, “contrato pedagógico” –con títulos como “Conozca las últimas tendencias de la moda”, donde alguien que se coloca en el lugar del saber se dirige a quien supone que no sabe-, etc.). En ese sentido, Sánchez encuentra una fuerte relación entre las crónicas policiales y el territorio propio en la búsqueda de identificación del medio con sus lectores. Desde localizaciones geográficas específicas, la crónica sobre el delito común construye un relato particular sobre el territorio local o regional, reactualizando imaginarios sobre las geografías y sus habitantes legítimos, constituyéndose en “argumento válido sobre la necesidad de ajustar medidas de control en esas provincias”, por lo que no escaparían a la lógica de los medios de prensa nacionales. Se trataría de un ajuste de escala geográfica y de “contratos de lectura”.

-Han optado también por no circunscribirse a la coyuntura sino por historizar la cuestión de la violencia en nuestro país. ¿Por qué? ¿Hay algo que distingue a la etapa actual de las anteriores?
-Lo que encontramos es una especie de continuidad, no sin matices, resignificaciones, transformaciones y desplazamientos, por supuesto, entre las formas imaginarias de la exclusión que justifican violencias de Estado en diversos períodos de la historia nacional y las actuales, para lo que necesitamos remontarnos a construcciones de sentido anteriores. En esa vía, nos preguntamos por la actualidad o la actualización de ciertos imaginarios signados por su retorno en los debates públicos, en la prensa pero también en el discurso político, por caso, el de “civilización vs. barbarie”, que aparecía en las coberturas de prensa de la llamada “campaña del desierto” analizadas por Stella Martini y Martina Guevara, por ejemplo, o por las derivas del tropo de la pacificación, ese “hacer la guerra (al delito, al narcotráfico, a los insurgentes, a los pobres) para lograr la paz”, en la historia de la cultura occidental, que identificamos con Manuel Tufró como emergente en el discurso político nacional cuando se trata de gestionar la seguridad ciudadana o controlar los territorios donde el Estado está “ausente”, como los asentamientos urbanos precarios de la ciudad y la provincia de Buenos Aires. En su estudio sobre la cobertura de los femicidios, Marcelo Pereyra también adopta una perspectiva genealógica, enfocando no solo las representaciones sobre víctimas y victimarios, sino también los procedimientos periodísticos que se reiteran en esas coberturas. Diría que lo que distingue la época actual de las que hemos considerado con perspectiva histórica, entre otras cuestiones, es la presencia de políticas y de debates públicos sobre los derechos civiles y humanos, que también disputan agenda, lo que hace que no sea tan sencillo generar consenso sobre la criminalización y/o discriminación y estigmatización de ciertos sectores como las mujeres, los enfermos mentales, los menores en conflicto con la ley penal, los sin hogar. De allí la importancia de analizar los procedimientos de la prensa para adaptarse a este nuevo escenario político-cultural. No obstante, pecaría de ingenua si no recordara la diferencia entre las estrategias de los dominantes y las tácticas de los oprimidos.

-El sentido común instituido, con auxilio entre otros de los medios, relaciona “inseguridad” con delitos contra la propiedad, no contempla las inseguridades que se derivan de la exclusión y la desigualdad y se centra en los efectos pero no en las causas de una problemática compleja. ¿Hay posibilidades de combatir ese sentido común en formatos como los que ofrece la televisión comercial con ciclos como “Intrusos” u otros semejantes? ¿No es forzoso que, dadas ciertas reglas de juego impuestas, no sea fatal reforzar ese sentido común en lugar de cuestionarlo? ¿No necesitamos de otro tipo de medios con otras modalidades de formatos? Si un político progresista consiente en participar de un debate donde uno de los temas impuestos es “inseguridad”, ¿no está perdiendo de antemano la discusión por aceptar la carga semántica implícita que el término ya trae consigo?b
-Efectivamente, aceptar la denominación de “inseguridad” que le han dado los medios de prensa en sus diferentes soportes y formatos (estos últimos cada vez muestran mayores hibridaciones, pastiches, mezclas de temas, estilos y estructuraciones propias de diferentes campos; pienso en “Intrusos” o en “Intratables”) a esta compleja problemática social implica aceptar sus reglas de juego. Como es sabido, los medios de prensa tienen intereses comerciales y políticos, y por ellos hacen sus jugadas. Pero no hay que perder de vista que esos mismos medios resultan funcionales a los políticos, pues son el modo de acceso a la ciudadanía, de lograr popularidad. Lo que no se puede negar es la capacidad interpeladora de la “inseguridad” como tema importante y necesario. Muy pocos políticos asumen el riesgo de desmarcarse de la construcción hegemónica del tema. El precio a pagar por el comentario metalingüístico, por la objeción a la denominación o por la propuesta de una denominación alternativa, sería la pérdida de popularidad. En términos de construcción de la figura del político, una movida riesgosa como esa implicaría mostrarse más como especialista o intelectual que como gestor capaz de los problemas públicos, que es la imagen que se privilegia en los medios en la actualidad y la que ha evidenciado ser más productiva electoralmente.

-¿Hay algo no incluido en los interrogantes anteriores que te gustaría agregar?
-Solamente advertir sobre la importancia de estar muy atentos como ciudadanos a estas simplificaciones, necesarias para la lógica periodística pero peligrosísimas para la vida social. La lógica de los medios no debe imponerse sobre la lógica democrática, así como la lógica electoral no debe imponerse sobre la lógica política. Aunque todavía no sean suficientes para contrarrestar la amplia circulación de los medios tradicionales, afortunadamente hay nuevos medios que hacen circular otra información, otros imaginarios, otras voces. Y también el ámbito académico parece ir ganando presencia en las discusiones públicas sobre este tema.

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