“La iglesia no tiene nada que ver con el proyecto del carpintero de Nazaret”

In Edición Impresa, Entrevistas -

Siendo él sacerdote, la pareja del ex cura Adrián Vitali quedó embarazada y el cardenal Primatesta le planteó continuar en otra parte con el requisito de no ver nunca más a la mujer y al hijo. Abandonó el ministerio y se casó. Sin los hábitos, siguió siendo fiel a su modo de entender al cristianismo “en opción por los pobres”.

Por Carlos Gassmann

Todos son cordobeses, fueron sacerdotes y por motivos que la institución acalla los amonestaron, sancionaron y excluyeron de la Iglesia. En 2011 provocaron una conmoción que trascendió los límites de la provincia con la publicación del libro “Cinco curas: confesiones silenciadas”, en el que a través de sus relatos echaron luz sobre el lado oscuro de la organización católica. La idea fue “describir una especie de ley de omertá que parece regir las relaciones intereclesiales”.

Adrián Vitali es uno de ellos. Nació en Ferreyra (departamento de Córdoba capital) en 1967 pero empezó a caminar en Río Tercero. Creció junto a sus padres, sus tres hermanos y sus abuelos maternos. Precisamente con su abuela aprendió las primeras oraciones y el párroco Carlos Shikendantz, al que recuerda con afecto, influyó en su futura vocación.

En 1987 ingresó al Seminario Mayor de Córdoba y fue ordenado cura en 1994. Como primer destino le asignaron la parroquia Nuestra Señora del Trabajo de Villa El Libertador, una zona humilde del sur de la capital provincial, donde pasó a integrar una comunidad eclesial de base con la que compartió estrecheces y alegrías.

“Vivíamos en condiciones precarias pero con la alegría de la opción preferencial por los pobres”, cuenta. Y agrega: “Me motivaba un sacerdocio cercano al hombre; no quería ejercer el ministerio hablando sólo del mensaje, sino vivir como había vivido el mensajero. Por eso viví entre los pobres, como los pobres, compartiendo el pan, el dolor, las luchas sociales, los límites, el frío, la muerte”.

Como no estaba dispuesto a subsistir, como le proponía le jerarquía, cobrándoles a los más humildes “tarifas” por oficiar bautismos, comuniones o casamientos, salió a buscar trabajo. Primero grabó la oración y el Evangelio del día para el “Fono Voz” del diario “La Voz del Interior” y después consiguió una beca de Acción Social para acompañar como pastor a los detenidos en los institutos de menores.

También empezó a visitar el presidio de San Martín para confortar a los adultos condenados y cuando tenía 30  años, en el grupo de la pastoral carcelaria, conoció a Alejandra López, la mujer que le cambiaría la vida. “La relación fue creciendo -narra- y jamás la experimenté como pecado, crisis ni tragedia”. En ese entonces fue trasladado a la parroquia de Los Plátanos y se sintió muy dolido de alejarse de Villa El Libertador. Hasta que Alejandra quedó embarazada. En medio de un retiro espiritual, Adrián decidió que abandonaría el sacerdocio. Pero algo ocurrió antes. Un cura de Villa María, de donde la mujer era oriunda, le informó por carta de la situación al vicario general de la diócesis de Córdoba. Fue citado por el cardenal Raúl Francisco Primatesta (1919-2006) -reconocido por su aval explícito a la dictadura militar, el terrorismo de Estado y los carapintadas- y, sin que pudiese creer lo que estaba oyendo, el prelado le sugirió que la Iglesia podía hacerse cargo de la manutención de la mujer y del hijo y que él podía seguir siendo cura en otra parte a condición de dejar de verlos (ver recuadro).

Como respuesta, Adrián y Alejandra se unieron por civil el 31 de octubre de 1997. El 24 de noviembre de ese mismo año nació Bruno, el primero de los dos hijos que hoy tiene la pareja. La dispensa para poder casarse por iglesia le fue concedida por el Vaticano diez años después de solicitarla y con el requisito de “ausentarse de los lugares en los que era conocida su anterior condición” de sacerdote.

Pero él -aunque privado de los hábitos- no renunció a su fe y siguió pensando y actuando del modo en el que entiende que debe hacerlo un auténtico cristiano.

La Pulseada dialogó con Adrián Vitali tanto sobre su historia como sobre su presente.

-En el libro contás cómo, siendo sacerdote, te enamoraste, quedó embarazada tu pareja, lo que te dijo entonces el cardenal Primatesta y lo que decidiste hacer. ¿Podrías sintetizarlo para quienes no lo leyeron?

-Siendo cura me enamoré de Alejandra sin pensarlo. Quizás porque el amor es un descuido del que nadie se puede cuidar, incluso un cura no es inmune al amor. Nos encontrábamos en lugares donde nadie nos podía ver y Ale quedó embarazada. Cuando le dije al obispo me preguntó si me había confesado. Le dije que no, porque no consideraba un pecado haber engendrado un hijo con la mujer que amaba. Entonces me propuso algo que me sorprendió. Que podía seguir siendo cura, pero en otro lado y que la Iglesia se haría cargo de pagarle a la madre la cuota alimentaria, con la condición de que yo no los viera más. Le respondí que no me animaba a andar por el mundo sabiendo que tenía un hijo y que no podía decirle que yo era su padre. Y me fui a intentar ser padre y esposo.

-Narrás también que Primatesta contaba con informes sobre tus homilías y te mencionó frases que consideraba cuestionables. ¿Creés que poseía una suerte de servicio de inteligencia que lo tenía al tanto de la actividad de los hombres de su diócesis?

-La Iglesia, como todo poder, tiene su propio espionaje. Y cuando necesita usarlo, lo hace. En eso se comporta como cualquier país con su servicio de inteligencia.

-¿Es cierto que cuando el cardenal te habló de haber “hecho el amor” vos le contestaste: “Yo no lo hice, porque el amor ya estaba hecho: yo lo celebré”?

-Sí, le respondí eso. El amor no se hace: el amor se celebra en la gratuidad de los intentos.

-Aunque ya no te permitan continuar con el sacerdocio seguís siendo un cristiano comprometido y militante. Por ejemplo, organizaste una campaña donde familias con recursos donaban dinero para proveer de leche a familias necesitadas. ¿Qué otras iniciativas de ese tipo llevaste adelante una vez que dejaste de ser cura?

-La vocación de servicio no se pierde. Mi opción preferencial es por los pobres, los vulnerables, los desprotegidos. Todas mis relaciones las oriento a este compromiso. Porque no se puede ser feliz entre gente que no lo es. Por ejemplo, para navidad juntamos juguetes nuevos, no juguetes usados, y salimos por los barrios a entregárselos a los niños pobres.

-En 2003 fuiste secretario de Participación Social de la Municipalidad de Río Tercero y en 2005 se te designó director del Centro de Participación Comunal de Villa El Libertador, en la ciudad de Córdoba. ¿Cómo fue el paso por la función pública? ¿Te quedaste satisfecho? ¿En algún momento sentiste que tu propia lógica entraba en contradicción con lógicas políticas que persiguen otros fines?

-Descubrí que desde la función pública se puede transformar la realidad, que se puede cambiar el mundo, que es posible. Sobre todo que tenemos que involucrar a los pobres en esta transformación: tenemos que hacerlo con ellos, no sin ellos.

-¿Es verdad que, necesitado de ingresos, pediste trabajo en una fábrica dependiente de “Bunge & Born” y que cuando quisiste averiguar cómo había que hacer para convertirte en delegado gremial te echaron de inmediato?

-Sí. Le solicité al delegado el estatuto para leerlo, porque los obreros me pedían que los represente. Cuando volví a mi casa llegamos juntos con el cartero. Me entregó el telegrama de despido. Quizás me convertí en peligroso para el sistema porque después de hora me quedaba para alfabetizar a los pobres. Tuve que salir a buscar trabajo de nuevo, cosa que nunca supe hacer. Es muy duro.

-Esta revista pertenece a la Obra del Padre Cajade. Como cuenta una biografía recientemente publicada, él pasó sus últimos años en pareja y tuvo tres hijos. No pudo hacerlo público porque eso le hubiera significado ser excluido de la Iglesia. Y él, con todas sus diferencias con un sector importante de la jerarquía, se siguió sintiendo siempre parte de ella. A vos te forzaron a tomar otro camino. ¿Qué pensás del celibato? ¿Por qué la Iglesia lo instituyó y lo sostiene si no parece haber fundamentos teológicos?

-El celibato se instaló en el Segundo Concilio de Letrán, en el siglo XI, para evitar que la  Iglesia se siga descapitalizando. Porque cuando los curas morían sus bienes quedaban para la esposa y los hijos. Después de este voto disciplinador, siete papas tuvieron hijos. La Iglesia sabe que la mayoría no lo vive. Pero mientras no se haga público, guarda silencio. Porque el objetivo es mantener el poder y el poder siempre es económico. Por eso el poder de la Iglesia es material.

-Jorge Bergoglio fue amigo del obispo Jerónimo Podestá, quien en 1967 se casó y fue separado de la Iglesia, pasando a fundar la Federación de Curas Casados. Dicen que almorzaba todos los domingos con su viuda, Clelia Luro, y que ya siendo Papa la llamaba por teléfono todas las semanas hasta su fallecimiento. ¿Eso te hace albergar alguna esperanza de que modifique algo respecto del celibato?

-Para modificar el celibato la Iglesia tiene que renunciar al poder y no lo va a hacer. Tiene un banco poco transparente, tiene ejército, tiene un Estado. Todo esto no tiene nada que ver con el proyecto del Carpintero de Nazaret. Basta con leer el Evangelio y mirar a la Iglesia para descubrir lo evidente. Que son dos proyectos distintos.

-Si en un hipotético futuro se levantara la imposición del celibato y se permitiera el ejercicio del sacerdocio teniendo familia, ¿volverías a ser cura?

-La verdad es que no lo sé.

-En el libro afirmás: “Hoy sé que la naturaleza tiene sus propios mecanismos para encauzar la biología más allá de nuestras promesas y más acá de nuestras creencias”. Que en la Iglesia se presenten tantos casos de pedofilia y pederastia, ¿tiene algo que ver con la demonización de algo que es tan natural como el sexo, con la imposición del celibato y con la formación desde muy jóvenes en un enclaustramiento forzado en grupos cerrados de varones? ¿Por qué sigue habiendo encubrimiento de las jerarquías en casos aberrantes?

-Creo que el celibato termina formando hombres y mujeres inmaduros, pero no creo que tenga nada que ver con la pederastia. Lo que tendría que hacer la Iglesia es una mejor selección de los candidatos con la ayuda de la ciencia.  La Iglesia siempre consideró a la pederastia como un pecado que ella misma podía absolver, no como un delito. Por eso nunca lo denunció. Buscó constantemente salvar su buen nombre a costa de la inocencia vulnerada.

-Las políticas neoliberales, esta vez por los votos, se han vuelto a implementar en nuestro país. ¿Cuál es tu mirada, como cristiano que se identifica con la “opción por los pobres”, del modelo político, económico y social vigente?

-Nos puede gustar o no este gobierno. Pero lo eligió la gente y tenemos que respetarlo. Creo que tener el poder en el Congreso dividido en tres nos podría ayudar a aprender a formar consensos. Pienso que debemos construir espacios de debate con la comunidad para seguir construyendo alternativas que se parezcan a la gente. Pero mientras se postulen sólo los que tengan plata, la política será un lugar de especulación económica y de poder.

La oferta de Primatesta

“El cardenal estaba sentado con su habitual sotana negra detrás de un escritorio. Le di la mano y me senté enfrente. Él tomó un sobre marrón que había sobre el escritorio y sacó varias hojas tamaño oficio. Me dijo que eran denuncias de feligreses de la parroquia de Los Plátanos sobre mis homilías. Me las leyó una por una.

-¿Vos dijiste en una homilía que la Iglesia se apartó del Evangelio en el siglo IV, cuando se constituyó en religión oficial del Imperio Romano? -dijo-.

Le contesté que sí, que lo había estudiado en el seminario. Después me hizo la pregunta de rigor:

-¿Es verdad que dejaste embarazada a una chica?

Volví a decir que sí, sin dudas, con toda firmeza.

Preguntó si me había confesado y si estaba dando misa. Si no me había confesado era porque no consideraba que fuese pecado engendrar un hijo con la mujer que amaba. Se lo dije de esa forma. Hizo un silencio breve pero incómodo, hasta que dijo que podía seguir ejerciendo el ministerio en otro lugar pastoral, en Argentina o fuera del país, pero con la condición de no verlos más. Ni a Alejandra ni a mi hijo. La Curia se haría cargo de pagar la cuota alimentaria que exige la ley.

No esperaba semejante oferta. Había ido pensando que me iban a dar el reto de mi vida y el cardenal me proponía un arreglo comercial”

(Del testimonio de Adrián Vitali incluido en el libro “Cinco curas: confesiones silenciadas”).

 

Su faz de poeta

A Adrián siempre le gustó componer versos y ya lleva editados dos libros de poesía. De hecho, a quien hoy es su mujer se le declaró a través de un poema. “Lo hago -dice- para describirme a mí mismo describiendo al mundo en el que vivo”. Lo invitamos a elegir una de sus obras y optó por el siguiente poema porque “es una buena síntesis de mi búsqueda”:

Llegará el día en que veremos el sol con ojos nuevos

y en la paz de la mirada se revelará la encrucijada

de todos los caminos de la historia,

de la única historia, la historia humana.

Ese día descubriremos cuántos besos caben en la boca

y cuántas caricias en la piel desnuda.

Ese día descubriremos que ya no habrá otro día.

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