La flor de los andes

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El estreno de Violeta se fue a los cielos –la biopic de Andrés Wood-, una reedición completa de su obra y la reivindicación de toda una generación de cantautores ubican a Violeta Parra nuevamente en el centro de la escena. Los ciclos de la leona dulce y volcánica que habla desde el pasado y el futuro.

Por Martín E. Graziano

Una vida de macerado y siete años para tomar coraje. Eso le costó a Andrés Wood decidirse a hacer su película sobre Violeta Parra. “Violeta fue a fuego lento –explica el director chileno-. De repente, sin mucho aviso, te pega muy fuerte: y esa energía y admiración no me ha abandonado, porque la amplitud de su obra todavía es inabarcable para mí”. Wood, desde luego, no era un novato: en su currículum cargaba con varios premios (un Goya, por ejemplo) y cinco largometrajes. Entre ellos Machuca, una película protagonizada por niños que transcurría durante los últimos días del gobierno de Salvador Allende y el golpe de Estado de Augusto Pinochet. Sin embargo, la figura de Violeta Parra era un desafío mayúsculo: “me costó tomar valor para hacer la película. Violeta está muy presente en la memoria emocional de Chile, y el solo hecho de intentar encontrar una actriz que la personificara sonaba a algo desmesurado”.

Finalmente, luego de un casting arduo, apareció Francisca Gavilán. Una actriz que no sólo da con el phisique du rol, sino que llegó con lucidez al centro de Violeta. Que tomó clases de guitarra para poder acompañarse y se hizo cargo de la voz en cada una de las canciones de la banda sonora. “Con Francisca conversamos mucho –dice Wood-, casi siempre a partir de la admiración a Violeta Parra pero sin negarnos a la Violeta persona. A la mujer tremendamente moderna y compleja, con este ‘mandato’ de dar a conocer la cultura de su pueblo, su arte y, a la vez, con esa intensidad para relacionarse con el mundo”.

Basada en el libro homónimo de Ángel Parra, Violeta se fue a los cielos evoca diferentes momentos en la vida de la protagonista utilizando como disparador una entrevista televisiva realizada en Buenos Aires durante 1962. Desde la niñez pobre de Chillán hasta las presentaciones con su hermana Hilda en circos y bares de dudosa factura, pasando por los viajes hacia el interior campesino en busca de los versos perdidos. También su período parisino, la exposición de su obra plástica en el Louvre, la carpa folclórica de La Reina, su relación conflictiva con el suizo Gilbert Favré y el disparo del final. Sin embargo, la mirada de Andrés Wood evitó una literalidad excesiva. “El acercamiento fue muy libre. Conscientes de no quedarnos en el mito, pero sobre todo abriéndonos a la grandeza de la artista, la riqueza de su personalidad y desechando los ‘impactos periodísticos’. Me impresiona la tremenda contemporaneidad de Violeta. La siento como una esponja capaz de absorber lo más profundo de su alrededor, con una claridad tremenda sobre lo que tiene valor”.

Antes de estrenarse en la Argentina, Violeta se fue a los cielos destrozó la taquilla chilena y provocó cierta diáspora entre el público. La polarización no fue tan extraña: mucho antes de adquirir espesor histórico y nacional, la Violeta (como suele ser citada entre el pueblo trasandino) fue tan discutida como esta biopic. “Hace siete años que una película chilena no llevaba tanta gente a los cines –dice Wood-. Y el boca a boca (ahora un poco más medible a través de las redes sociales) ha sido muy importante. En Chile, la película logra hacer el nexo entre la gente y Violeta Parra. El público rellena con su propia Violeta lo que la película no le entrega. La recepción es muy emocional”.

Viola Chilensis

El martes 4 de octubre fue el aniversario número 94 del nacimiento de Violeta Parra. Esas fechas, en boca de funcionarios, pueden ser pura efeméride. Una marca más en el calendario de las tradiciones congeladas. Sin embargo, en el caso de Violeta es diferente: estamos hablando de una artista indomable que, al mismo tiempo, parece articular las voces de los ancestros y hablar desde el futuro. La leona dulce y volcánica que, como un prisma, condensa los infinitos sentidos del ser y la idiosincrasia chilena: el origen mestizo y colonial, la naturaleza tajante de sus contradicciones sociales, las huellas de la enfermedad, la pobreza, la tragedia y hasta debates tan presentes como la lucha de los estudiantes. No es casual que su propio hermano Nicanor se refiriera a ella como Viola Chilensis. Tampoco que cada 4 de octubre miles de jóvenes celebren su cumpleaños como el de un familiar querido. “Violeta es la mamita –dice Pascuala Ilabaca, una cantautora de 26 años que forma parte de una nueva generación de trovadores-. Por eso para su cumpleaños escribí esto:

….llegamos todos a tu nido, como a la cama de una madre
te hemos ido buscando, pluma a pluma
como a las pistas de un tesoro
te hemos ido buscando, pluma a pluma
pájaro sabio, graznido loco
Ayúdanos Violetita
para llegar hasta el fondo
tu canción nos cuenta el origen
en una geografía sorda…”

Pascuala pertenece a una camada de cantautores acústicos que durante los últimos años adquirió su propio peso específico. Artistas como Chinoy, Camila Moreno, Nano Stern, Evelyn Cornejo, Manuel García y Natalia Contesse, capaces de poner en diálogo a los Beatles y Björk con Víctor Jara y la propia Violeta. De hecho, la reciente película Temporary Valparaíso (del realizador francés Vincent Moon) cierra con un largo plano una secuencia donde la guitarra pasa de mano en mano y todos interpretan alguna canción de Violeta. Incluso más allá de recoger su obra como influencia, muchos de estos compositores han grabado sus canciones y, en el caso de Pascuala, hasta le han dedicado un disco a la exploración de su repertorio. “Mientras estudiaba música en la Universidad Católica de Valparaíso, analizábamos las grandes composiciones de la historia y dentro de esas músicas nunca estaba la obra de alguna compositora mujer –recuerda Pascuala-. Yo necesitaba un referente femenino, entonces analicé mucho las obras de Violeta y me di cuenta de que Violeta Parra era una compositora muy amplia. Su autobiografía se transformó en el libro de velador para consultar en cualquier momento, algo así como mi propio I Ching (risas). La Violeta contaba sobre un Chile antiguo, sobre el campo, sobre la geografía, sobre la política, sobre la familia… Violeta es una gran manera de conocer Chile. En tiempos de dictadura toda la gente tuvo que enterrar o desaparecer sus discos y fotos, yo sentía que era algo muy terrible para la energía de esta mujer que tan bien nos hacía, así que me autodenominé violetaparrista y decidí hacerle un poco de cariño, mostrar sus canciones, algunas de ellas poco tocadas”.

Como explica el periodista chileno David Ponce, a diferencia de los fenómenos posmodernos del redescubrimiento, el culto o incluso las lecturas kitsch (que tocaron a artistas tan diversos como los protagonistas del Buena Vista Social Club, Sandro, Henri Salvador, Chucho Valdés o Sergio Mendes), con Violeta Parra y Víctor Jara pasa algo distinto: “nunca han dejado de estar en la conciencia de los músicos de las generaciones posteriores. Con Violeta Parra fue así desde su muerte. Primero por discípulos directos como el conjunto chileno Chagual; luego por la dictadura que engrandeció su figura tanto entre sus herederos en el exilio como entre la generación del Canto Nuevo en Chile. También en los años ’90 por una serie de compositores elegidos que mantuvieron viva la influencia latinoamericana en Chile cuando todavía no volvía a ser una moda (Elizabeth Morris, Magdalena Matthey, Francesca Ancarola, entre ellos) y por los grupos de pop y rock de fines de la década como Los Bunkers. Luego por una generación nueva de cantantes jóvenes y librepensadores que la descubrieron gracias a Internet (como Javiera Mena y Gepe) y, más recientemente, por este circuito de autores de canciones acústicas y con énfasis en las letras donde están Manuel García, Camila Moreno, Pascuala Ilabaca y Nano Stern”. Como señala Ponce, el radio de su influjo ha sido tan amplio como profundo: “la lectura ha pasado desde el homenaje durante la dictadura, la influencia para una creación nueva en los años ’90, la transformación de su música en rock por las bandas de esa misma época, su incorporación a un mosaico de muchas más referencias en manos de los cantantes digitales del nuevo siglo y la recuperación de su discurso político por parte de los cantantes actuales”.

Cuecas y anticuecas

Otro signo de la puesta al día de su valorización es la reedición de su obra a cargo de la Fundación Violeta Parra y Oveja Negra, el sello que nuclea buena parte de la actividad de esta generación. Curada por Isabel Parra y reseñada históricamente por el propio David Ponce, la edición es una colección de trece discos y dos dvd’s que traza un mapa donde se une tanto su labor de recopiladora como su faceta compositiva, el trabajo con óleos, arpilleras y papel maché, las lecturas de sus décimas y hasta algunas grabaciones invaluables de su programa radial. “Con el recorrido apareció la impresión de una artista inmensa –dice David Ponce-. La obra plástica, la poesía y la música son tres continentes completos en los que Violeta Parra dejó una herencia de proporciones, en particular en la emoción honda y el compromiso político apasionado que se lee en sus letras y sobre todo en la riqueza de sus composiciones. Su música está hecha de puras materias primas intensas, entre la raíz del folclor que fue su influencia, su creatividad propia para transformar esa influencia en canciones extraordinariamente innovadoras en términos de melodía, armonía y ritmo, y su capacidad para conmover con todos esos elementos”.

En los artes de tapa, cada disco tiene la reproducción de algunas de sus obras plásticas y también un copioso archivo fotográfico. Desde luego, los registros panean buena parte de la historia discográfica de Violeta. Desde la prehistoria cristalizada en los dúos con su hermana Hilda hasta los primeros LP’s dedicados al cancionero recopilado en sus investigaciones personales. También la aparición de la compositora inflamable y comprometida, un concierto en Buenos Aires de 1961 y otro recital en Ginebra acompañada por su amado Gilbert Favré, donde entre tema y tema puede escuchársela traduciendo el significado de las letras y preguntando a Favré: “¿cuál viene ahora, Chino?”. El trabajo también permite afirmar que, tal como consigna el propio Ponce en las liner notes, si la noción de Violeta Parra como artista revolucionaria está sentada sobre su canto por las luchas obreras y la segregación contra los pueblos originarios, es una noción incompleta. Así, en el volumen titulado Obras para guitarra, su música parte desde las formas folklóricas andinas hacia un territorio abstracto que alcanza su pico en la serie de Anticuecas y “El Gavilán, Gavilán”, su obra de largo aliento de 1960.

Hay otros momentos epifánicos que, por si solos, justifican la existencia de esta colección. Por ejemplo, la grabación de un fragmento de su programa Canta Violeta Parra, que se emitía semanalmente por Radio Chilena para divulgar la cultura popular: fiestas de la trilla, vendimia, velorios de angelitos, comidas y –por supuesto- canciones. En el fragmento incluido en el primer volumen de la colección, Violeta se ubica en el lugar de investigadora para entrevistar a Flora Leyton, una cantora nacida –como dice la propia Flora- “en 1868 o 1869”, en la localidad de Alto Jahuel. Violeta la presenta (“la señora Flora está aquí conmigo en la emisora, con su cabeza blanca y su espalda inclinada por el peso de sus noventa años”) y, con gran perspicacia, estimula su memoria proponiendo el hilo del relato. Juntas viajan al siglo XIX y Flora recuerda los batallones que partían hacia la “guerra de los cholos”; también se detiene en Don Bernardino Guajardo, el poeta que vendía sus versos junto a la ribera del Mapocho: “él no sabía escrebir (sic), los sacaba de su memoria de él sus versos”, apunta Flora. A diferencia de la literatura gauchesca, esos testimonios no tienen intermediarios. No hay idealización, subestimación ni relecturas clasistas: son una sonda enviada a las profundidades del alma popular.

“La Violeta Parra existió en un momento clave –dice Pascuala Ilabaca-, donde pudo recoger y vivir el Chile campesino de los años ‘30, ‘40 y ‘50, justo antes de la globalización y la chingada. Entonces ella actúa como médium para nosotros: es la que nos canta nuestra esencia, nuestra historia, nuestro origen. En esta generación necesitamos mucho de eso. Los referentes europeos y gringos ya están muy feos, muy pasados. Creo que si la Violeta nos hubiera tenido a nosotros de público, en vez de la generación chilena de los 40s-50´s, tal vez otra hubiera sido su suerte. Ese es el dolor que viven los adelantados”

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