Jacquelina Porrás: Con las alas del alma

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“Para qué quiero pies si tengo alas”, dicen los integrantes de esa mágica troupe que de la mano de León Gieco viene recorriendo el país. La pintora Jacquelina Porrás bien podría ser otra de esos artistas admirables que, mientras son definidos por la sociedad por lo que les falta, se construyen a sí mismos demostrándose y demostrándonos cuánto pueden.

Texto: Carlos Gassmann y Ulises Rodríguez

A Ofelia, la mamá de Jacquelina, le dijeron alguna vez que era difícil que su hija viviese más de seis meses. Pero, porfiada, Jacquie, quien llegó a este mundo el 30 de enero de 1970, ya cumplió 40 años. El alumbramiento venía difícil y, como era usual en aquellos tiempos, la sacaron con fórceps.  “El resultado fue parálisis espástica como secuela de un traumatismo de parto, lo que le ocasionó, entre otras consecuencias, distrofia muscular”, dice la Dra. Margarita Sendak, su médica desde hace 25 años. Y agrega: “eso sí, su coeficiente intelectual es completamente normal, o quizás más alto que el promedio…”.

Parte de una humilde familia de trabajadores, que pasó un tiempo en Paraná y ahora vive en el Barrio San José de Temperley, en el partido de Lomas de Zamora, Jacquelina empezó a concurrir a clases de plástica a los 9 años. “Pero no le gustaba porque la subestimaban y le decían cosas que ella ya sabía…”, cuenta Ofelia. “Así que los mandé a pasear”, agrega Jacquie.

A los 12 años empezó a aprender técnicas de dibujo y pintura con Roberto Villanueva Paz, a quien considera “mi papá del corazón”. Y desde entonces no ha parado de crear imágenes, a veces con lo que le permiten los movimientos de sus brazos y por momentos tomando el pincel con la boca.

Si la miran se pone nerviosa y todo le cuesta mucho más. Entonces trabaja sola, por la noche, hasta bien entrada la madrugada.

Prefiere la abstracción a la pintura figurativa. Y aunque le gusta toda clase de música, muchas veces escucha rock metálico mientras trabaja.

Para su primera gran exposición pública, sin embargo, ha elegido –“por influencia de mi maestro Villanueva Paz, que es muy tanguero”- recrear en sus obras a los personajes de la mitología arrabalera.

La enfermedad nunca ha dejado de acecharla. Pero una y otra vez le dio y le sigue dando pelea. Por más de 24 horas estuvo ciega y, aunque le dijeron que “de eso no se vuelve”, logró recuperar la visión y seguir pintando.

En alguna etapa de su vida pudo vivir sola y en una residencia independiente. Y hasta se valió de un triciclo para recorrer las calles de Paraná vendiendo diarios. Pero ahora cada tanto necesita inyecciones de botox en las piernas para que sus músculos la sigan manteniendo en pie y siente que de a poco va perdiendo el habla.

El jueves 26 de agosto pasado Jacquie tuvo una jornada de fiesta. Ese día se inauguró en la Sala “Emilio Pettoruti” del Teatro Argentino la muestra “Che, Buenos Aires”, la primera gran oportunidad que tiene de exhibir públicamente lo que hace.

Quienes durante los quince días que duró la exposición se acercaron para ver las obras, saben bien que ante los cuadros de Jacquelina Porrás no hay lugar para la conmiseración: la admiración es lo único que cabe.

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