El Taller de Teatro de la UNLP cumple 25 años

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Es un ámbito singular y multipremiado de la escena teatral platense. Lo identifican un repertorio nacional popular y una mitología de inmigrantes, compadritos y soñadores. Lo dirige el prestigioso “Colorado” Barruti. Atesora una biblioteca especializada que codician investigadores de todo el país. Y lo sostiene un elenco de apasionados que investigan, interpretan, urden textos, vestuarios y escenografías, y hasta fríen buñuelos.

Por Josefina López Mac Kenzie

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Conventillo de La Paloma. El organito. Babilonia. A los muchachos. El proceso. Informe sobre una academia… Si estos títulos forman una lengua franca local es porque un teatro de la ciudad ofrece sus puestas hace un cuarto de siglo, con perseverancia récord. La lengua compartida se completa con otros signos: la bienvenida cálida; el café y los tangos hasta que den sala; la puntualidad (inaudita en La Plata); el tinto amable a la salida; el popurrí de cacharros antiguos; las pilas de discos viejos; el aire sepia; el caleidoscopio de historias de trenes, clubes, inmigrantes, valientes, compadritos, nostálgicos, soñadores, desencantados.

Detrás de estos sellos hay equipo. Un equipo dedicado a la creación y a la investigación en el campo de la estética y los géneros populares, que se ha propuesto sumar a la problemática teatral los contenidos y las actitudes científicas, filosóficas y humanísticas que genera la Universidad. Tres de sus integrantes históricas reciben a La Pulseada para una ronda de mates hilarante, en una mesa de madera envuelta en la penumbra de la casa de 10, 54 y 55.

Lugares y personas

En lo que se conoce como “el taller de teatro de la UNLP” coexisten tres instituciones: el Taller (que depende de la UNLP), la Asociación de Amigos (una asociación civil sin fines de lucro) y la Biblioteca Teatral Alberto Mediza (ver aparte). La actriz Laura Lago (“Titina” en Rápido nocturno y “Lola”, la sufrida esposa del español José en Babilonia…) lo explica como “tres cosas que son una, van articuladas…”. Y se ríe de sí misma: “¡Vos decís la palabra ‘articulada’ y siempre queda bien!”. Estas formas legales fueron creadas para conseguir subsidios y sostenerse, porque en los comienzos, y durante casi 15 años, la UNLP fue un respaldo pero no les asignaba recursos aparte del inmueble y los servicios.

Pero ese marco también les dio autonomía, otro de sus distintivos. “Imprimió una forma. Hubiese sido distinto si hubiéramos nacido con presupuesto y otras condiciones y protecciones materiales. Y durante 15 años se hizo teatro, se mostraban obras, andábamos de gira por distintos teatros. Y esto fue posible en la Universidad, no sé si en otros espacios”, pondera Maricel Beltrán, que se desempeña como asistente de dirección y trabaja en la biblioteca y con los textos para muchas obras. Por ejemplo, es coautora de A los muchachos, una adaptación de “El clásico binomio”, de Rafael Bruza y Jorge Ricci.

Mariela Mirc, también asistente, quería estudiar periodismo cuando terminó el secundario, en el ’83, pero “las cosas estaban un poco densas en la ciudad” y su mamá puso el grito en el cielo. Optó por Física. Al tiempo, alguien le dijo: “Hay un flaco en la Universidad, piola, que hace teatro”. Como Laura, que estudiaba Letras, quería actuar, conoció a Barruti por una convocatoria para universitarios y arrancó.

El teatro necesita un espacio para escenografía, vestuario, una madera, un lugar donde juntarse, ensayar, tomar mate, charlar. Un lugar de referencia que hace al crecimiento del lenguaje arte. Cualquier grupo sueña con el espacio. Nosotros teníamos lo esencial. Y teníamos ganas”, resume Maricel.

“Para mí hay un pedazo del mundo teatral que está acá. Están los libros, los objetos, las conversaciones, las personas, la memoria de las personas, las puestas, un recorrido… Hay una biblioteca, un espacio del hacer y del pensar que están imbricados. A mí me interesa porque me parece que el mundo del teatro está hecho de todas estas cosas y personas”, dice Laura. Mariela agrega: “Acá cuando estuviste un tiempo, te vas y volvés, es como si nunca te hubieras ido. Y la gente que hace poco que está es como si hubiera estado siempre. Es como que el presente es más fuerte que lo que pueda pasar en el medio”.

Las tres están en esto desde que comenzó, en el ’86. Cumplen papeles artísticos y “legales” para sostener “el taller”. Viven para el teatro y trabajan con pulso artesanal: “Todos hacemos todo, eso es parte del teatro independiente. Norberto −que justo pasa por al lado− dirige las obras pero también atiende el teléfono, responde correos, toma reservas. Hay actores que atienden la boletería de otros espectáculos o limpian los baños antes de los estrenos. Los colaboradores también son re importantes, resuelven cosas de iluminación, sonido, musicalización, vestuario, escenografía”.

Para el querido público”

Los primeros montajes se dieron muy cerca de aquella primera convocatoria a talleres de actuación, y pronto eligieron volcarse más a hacer teatro, a aprender durante la producción, que a la pata docente. “Es que también el hacer propio de la disciplina significa que se vaya quedando aquel que puede estar para las funciones, los ensayos, porque el hacer significa una fecha de estreno, en cambio una clase implica que un día no puedo y falto, y pasado puedo. Y puede haber grupos de alumnos distintos cada vez. Eso fue imprimiendo… esa palabra que no queríamos decir cuando se fundó, que era compromiso, porque esa palabra tenía una carga…−analiza Maricel− una palabra que no se usaba pero se practicaba en silencio”.

Hoy producen espectáculos propios, prestan servicios y asesoramiento a otros grupos, tienen “un patrimonio de vestuario” y articulan (¡una palabra que siempre queda bien!), con compañías invitadas y con el Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral. Hubo un objetivo concreto y claro: llegar a buen puerto con una obra, abrirle las puertas al espectador, descartar las cosas menores y priorizarlo −afirma Mariela−. Y apuntar a un espectador, al público de la ciudad en general, hace que también te pongas las pilas. Hay gente que si esto no estuviera en condiciones, si todo estuviera más o menos, no vendría más”.

Es para el público, que tiene un lugar dentro del mecanismo teatral concreto y real −avanza Laura−. Una puesta puede estar muy buena pero si no tiene las mejores condiciones para que el público la aprecie, ya estás como dejando la zona conceptual del público medio en las sombras”. Mariela ejemplifica el perfil del espectador: “Cuando hicimos El Conventillo de La Paloma era heterogéneo total. En El Proceso, mayoritariamente jóvenes y gente con algún conocimiento de Kafka… Vienen abuelos que traen a los nietos y nietos que traen a los abuelos, y eso está bueno”.

Laura confiesa: “Yo he escuchado en las previas a gente grande que en este lugar tan particular va reconociendo y recordando la época de oro del teatro, previa al teatro independiente, cuando había muchas salas, con butacas, toda una preparación edilicia y el uso del espacio y del tiempo…”. “¿Te referís a los teatros que después fueron iglesias?”. “¡No lo quería decir para que no fuera tan bajón…! −se ríe−. Hay cosas acá en las que te podés identificar con el teatro de antes… aunque eso está como mal dicho, porque no es de antes, es de ahora el teatro”. Mariela agrega: “Los clásicos argentinos, que nosotros consideramos vigentes, que son del ’30, siguen evidentemente en el conflicto porque la gente viene a verlos. Una obra como El Conventillo, que podés pensar que es una pieza de museo, cuando la ponés en escena se te agotan las localidades. Y El Organito funciona con los pibes más jóvenes. Hacemos funciones para colegios y te entran hasta pibes con el skate bajo el brazo, y salen trayendo a los padres”.

El repertorio

En un momento estamos con una temática, en otro con una obra, en otro a partir de un actor se dispara un material −ejemplifica Mariela−. Tenemos el privilegio de que Barruti dirija, entonces a veces buscamos obras para él y ‘se las vendemos’. O a veces vienen dos actores que están emberretinados y quieren hacer una obra y, si ese material cuadra, se empieza a trabajar. También a veces nos pasamos mucho tiempo trabajando materiales que después no llegan. Llevamos casi 20 años investigando el diario del Juicio, el ‘ Nunca Más’, pensando en darles una forma a esos juicios, y no hemos llegado a un material. También trabajamos con Juan Moreira y no llegamos a una puesta. Luego es todo material que va formando parte del imaginario de los que trabajamos acá”.

Las obras surgen de manera particular. Porque hay un momento de investigación y otro en el que se le da una respuesta en montaje. Es fascinante −sostiene Laura−. No es de entrada ‘esta obra hay que hacerla’ y se hace. No. Se le pregunta al material. Hay un trabajo previo y un primer resultado de todo el proceso que termina en un montaje”. Maricel apunta: “Y algo particular de los textos es que después del estreno se continúan trabajando, ‘comprimiendo’ en busca de una síntesis para el teatro. Las obras si las vas viendo en distintos momentos vas a ver que hay ajustes, pequeños movimientos”.

El camión de Veterinaria

La recepción, donde transcurre la entrevista, es el primer espacio que se pudo recuperar y allí había funciones antes de que existieran las salas actuales. “Acá estaban el escenario y las tres filas de butacas −señalan−: La gente pasaba, esperaba allá atrás y volvía a entrar. Había un andamio y la cabina estaba allí arriba”.

Entre 1990 y 1997 hicieron funciones itinerantes de El Dictamundo y El Proceso en plazas. “Salíamos con el camión de Veterinaria…. ¡¡¡Un olor!!! −recuerdan−. La Comedia de la Provincia nos prestaba un escenario grande y lo armábamos, y la Municipalidad nos prestaba equipo de sonido. El Proceso también se presentó en El Ayuntamiento: “¡Ahí llegábamos y había cerveza de la noche anterior!”, se ríe Mariela.

Ahora tienen una combi propia, sin hedor zoológico, y dos salas impecables que pudieron arreglar en 2000. “Todos los días pensamos: recorrimos 25 años, ¿y a hora qué? −explora Mariela−. No lo sabemos”. Mientras, les sobran proyectos: catalogar las pilas de discos viejos que tienen; continuar con las puestas de Babilonia (segunda temporada), A los muchachos y Rápido nocturno, aire de Foxtrot (de Mauricio Kartun), que quieren mostrar en localidades pequeñas de la provincia, porque la obra habla del ferrocarril, trascurre en una estación, y porque son localidades a las que no llega el teatro. Y producir He visto a dios, que Barruti dirigirá en la Comedia. “Los primeros ensayos van a ser acá porque nos gusta estar en casa y eso fue parte de las condiciones. Todos los que estamos dando vueltas por acá estamos involucrados”, cuentan.

Y también le apuntan a un proyecto viejo y jugoso: “Junto con los libros vinieron manuscritos de Mediza −anuncian−. Hay una obra poética que no está editada, muy importante. Este año nos pusimos eso como norte. Porque hay solamente publicados en vida de Mediza un par de poemas que fueron premiados por Casa de las Américas y publicados en la revista Crisis, pero después de su muerte quedó ahí…”.

Se viene un año intenso. “En el hacer perdés dimensión de todo lo que estás haciendo y de cómo repercute ese hacer en el afuera −repasa Mariela−. Yo vengo, prendo la luz, hago una reserva, atiendo el teléfono, coso unos botones para la noche, pienso ¡¡¡nos olvidamos de hacer los buñuelos!!!”.

Los buñuelos de Rápido nocturno, juran, son reales.

 

 

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