El silencio del telar

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La Cooperativa Industrial Textil Argentina (C.I.T.A.) está al borde del cierre. Es la primera empresa recuperada por sus trabajadores y convertida en cooperativa en 1952. Sobrevivió a la década del ’90 y al estallido de 2001. Pero la devaluación, la apertura de las importaciones y la caída de las ventas ahora la colocan ante una crisis que podría arrasar con una historia de 65 años. El testimonio de sus obreros.

Por Pablo Spinelli

Fotos Luis Ferraris

cooperativa-textil-cita-1Es una mañana de lunes invernal en El Mondongo y una camioneta estacionada de culata en el portón metálico de acceso a la Cooperativa Industrial Textil Argentina (C.I.T.A.) carga lo que podría ser la última producción de tela que en unos minutos saldrá para el Once porteño, donde se concentra la clientela. Adentro, en los enormes galpones que ocupan buena parte de la manzana de calle 115 entre 62 y 63, el silencio aturde. Y el relato de los trabajadores que deambulan entre las máquinas apagadas, angustia. En el sector de tejeduría hay más de 25 telares, y los pocos que se encendían en las últimas semanas están callados. Ya no hay trabajo ni siquiera para los diez socios de los 30 que habían mantenido alguna actividad. El resto fue licenciado a la espera de una recuperación o de que les toque el turno en la cadena de producción. Los únicos latidos se sienten en el local de la esquina de 115 y 62, donde tienen un despacho de retazos con poco stock, y al que ingresan cada vez menos clientes. “La compra de ropa es lo primero que se recorta cuando la economía familiar es bombardeada”, aseguran como un latiguillo. La caída de las ventas es un factor importante, pero sobre todo la devaluación y la política de apertura de importaciones, sumadas al tarifazo amenazan con derribar los 65 años de historia de la primera empresa recuperada por sus obreros.

No es difícil imaginar una situación similar en cientos de emprendimientos con el mismo origen. La Federación de Cooperativas de Trabajo de la República Argentina (Fecotra), que nuclea a 116 empresas autogestionadas de todo el país, hizo un reporte parcial en un informe en el que toma en cuenta sólo el impacto que puede tener sobre sus asociadas la suba de las tarifas cuando se efectivice (la Corte Suprema anuló las subas en el gas para usuarios residenciales pero las mantuvo para los emprendimientos productivos). “Esto hace que las empresas cooperativas transiten un período de fuerte crisis y peligre su continuidad”, es la conclusión de la organización. Se incluyen allí a seis emprendimientos de la región que dan trabajo a casi 200 familias.

Del esplendor a la caída

En C.I.T.A., el eco de los espacios vacíos devuelve las palabras de Sergio Yosco y Omar Ceballos, actuales presidente y secretario del consejo de administración, mientras explican a La Pulseada lo que se hace en cada lugar, con cada máquina, cuando están encendidas para la fabricación de gabardina, lienzo o piqué, telas que pueden ser usadas en vestimentas de trabajo, ropa hospitalaria, sábanas o guardapolvos. De la tejeduría o el hilado, pasan al urdido, de ahí al encolado o la tintorería, imaginando el sonido y la charla con los compañeros. “Hacen un ruido bárbaro, pero es música para los oídos”, dice Sergio. “Esto es el silencio del cementerio”, replica Omar.

En cada rincón hay imágenes que remiten a un pasado de mayor ventura. Planillas en blanco, tarjeteros de entrada y salida, pilas de carreteles vacíos, ropa de trabajo colgada, máquinas que aún tienen entramados de hilos colocados y que podrían ser encendidas en cualquier momento.

Yosco intenta ser más calmo al buscar explicaciones a lo que les pasa. Habla del costo de los insumos que pagan a precio dólar y que devaluación mediante se fueron a las nubes, del impacto que las importaciones ya tienen en el negocio, o de una deuda que ahoga a la cooperativa desde hace años y que nada tiene que ver con la coyuntura. Ceballos es más vehemente y no puede evitar que su bronca con el “cambio” político-económico aplicado desde el 10 de diciembre de 2015 aflore en cada frase. Sigue incrédulo con que algunos de sus compañeros hayan votado a Cambiemos y relaciona esta agonía con los pasos dados por el Gobierno.

Hay muchos datos que le dan la razón. Otros, y ellos mismos lo reconocen, abren un menú de causas y efectos a problemas de administración propios. Y lamentan que ningún gobierno, salvo el de Perón hace 65 años cuando los trabajadores se hicieron cargo de la empresa, les acercara una soga que permitiera pensar en un salvataje.

La cooperativa tuvo décadas de buen funcionamiento después de que ellos se hicieran cargo, en 1952, tras el cierre de SAISA (la Sociedad Anónima Industria Sérica Argentina que había sido fundada en 1926). Fue la primera empresa recuperada del país con 500 socios/trabajadores que destinaron sus indemnizaciones para concretar la operación de traspaso. En la época de mayor producción, podían sacar hasta un millón de metros de tela por mes.

En la planta del barrio El Mondongo funcionaba solamente la tejeduría. Había otro edificio en 7 y 63 donde estaba la tintorería, una tejeduría más chica operaba en General Madariaga, funcionaban varios puntos de venta y estaba el predio de la administración central, en la ciudad de Buenos Aires. Funcionó así hasta la última dictadura (1976-1983), cuando empezó la contracción. En aquel momento tuvieron espaldas para resistir achicándose de a poco, y así lo hicieron hasta entrados los años ’90, cuando la cooperativa todavía tenía 5 millones de pesos en stock de insumos, materia prima y productos terminados.

Actualmente, si producen mil metros por mes es mucho. En el medio sufrieron los efectos de la política económica de Martínez de Hoz, el neoliberalismo de los ’90 y la crisis de 2001, a lo que se sumó una deuda millonaria que los colgó de una convocatoria de acreedores de la que nunca pudieron salir. Empezaron a desprenderse de propiedades hasta que todo se redujo a los galpones de la calle 115 que hoy, en parte, tienen que alquilar a la Municipalidad para tener un ingreso extra. En algún momento usaron un sector como cocheras y no descartan volver a hacerlo.

Durante toda la década pasada pudieron sostener el trabajo pero nunca dieron el salto que les permitiera recuperar una capacidad de negociación en el mercado que perdieron cuando empezaron a producir bajo la modalidad “a fasón”. Hasta el año pasado cada trabajador cobraba entre cuatro y ocho mil pesos según el nivel de producción. Saben que no era mucho, pero al menos era un ingreso mensual asegurado por el mantenimiento de la actividad.

La caída del poder adquisitivo de los consumidores que relegan el rubro vestimenta no es el único efecto de la devaluación en la actividad económica de C.I.T.A. Hasta diciembre compraban insumos con los parámetros de un dólar a 9,60 pesos. El “sinceramiento” de la gestión Cambiemos lo elevó de un saque a 15 pesos, lo cual enrojeció aún más la relación debe y haber.

Se suma el tarifazo, cuya aplicación aún está en suspenso. Ellos ya lo vieron reflejado en las facturas todavía impagas. En diciembre de 2015 abonaron 18 mil pesos de luz, pero según la boleta que recibieron en febrero deberán pagar 53 mil. En el mismo período el gas pasó de 8 a 27 mil. “Hay momentos en que directamente no prendemos las calderas”, dice Yosco, y cuenta que hay una temperatura ambiente que deben mantener para sostener la calidad de lo que producen.

Clientes que son patrones

“Importación” es la palabra que primero sale de la boca de los socios de C.I.T.A. cuando fruncen el ceño y piensan el futuro. La apertura a los productos extranjeros es una espada afilada que sienten sobre el cuello. Los costos de su producción son, a partir de esa decisión macroeconómica, menos convenientes en la cadena de comercialización textil. Los productos que ingresan al país terminados son más baratos y se convierten en una alternativa demasiado atractiva para los eslabones más cercanos al consumidor final. “En eso, esta situación nos hace acordar mucho al menemismo, pero en aquel momento todavía teníamos resto para aguantar”, analiza Ceballos.

Desde aquel entonces la caída en la producción ha sido progresiva según los momentos políticos y las decisiones que tomaron ellos mismos como emprendedores autogestivos. Perdieron stock de materia prima e insumos y posibilidades de capitalizarse. Consecuentemente cayó su capacidad de negociar de igual a igual en el mercado.

El síntoma más evidente de esa situación, convertido ahora en causa del ahogo, es que desde la crisis de 2001 trabajan “a fasón”, un sistema que los hace depender exclusivamente de los clientes, que son quienes al encargar los trabajos también proveen la materia prima y los insumos. Es decir que la Cooperativa sólo aporta el trabajo y en función de ello sólo puede negociar el valor de esa mano de obra. No tienen la posibilidad, por ejemplo, de intentar abrir nuevos mercados con mejores precios porque no tienen el respaldo del stock de insumos y productos terminados. “Pasamos a ser empleados de nuestros clientes”, sintetizan Yosco y Ceballos. La negociación es entonces más parecida a una paritaria salarial que a una relación entre iguales en una cadena productiva.

«Te chupan la sangre -dice Omar respecto de esa relación-. Estamos condicionados porque sólo vendemos el trabajo». Y recuerda que empezaron con esa modalidad porque era el único modo que vieron para poder seguir en actividad sin necesidad de invertir un dinero que no tenían para volver a capitalizarse. Tampoco lo lograron en los últimos doce años, cuando el mercado experimentó reactivación y los lineamientos tenían rasgos proteccionistas de la industria nacional. “Fue un error de todos los que estuvimos en los consejos de administración, no pudimos corrernos al menos un poco de un sistema que nos perjudicaba», dice Omar.

Yosco retruca que las condiciones tampoco fueron favorables. Cree que para poner en marcha la maquinaria con cierto grado de autonomía requieren un mínimo de cuatro millones de pesos, porque la materia prima representa un porcentaje muy alto del producto final. Además de ese capital, C.I.T.A. necesitaría terminar de salir de una convocatoria de acreedores que los ahoga desde mediados de los 90, por una deuda que llegó a cerca de cinco millones de pesos.

La deuda

cooperativa-textil-cita-2La convocatoria de acreedores es de 1998. Actualmente están pagando un fideicomiso de tres millones de pesos e intentan gestionar una condonación por parte del gobierno bonaerense. Lamentan que fue una deuda inicial de 150 mil pesos por un préstamo de 1992 que no se pudo pagar. Intereses y salida de la convertibilidad mediante, trepó a 4,5 millones. Una compra de bonos posterior y la constitución del fideicomiso generaron una quita que bajó el monto a 3 millones. “Ese momento fue dramático –recuerda Yosco– porque era dinero que la cooperativa podría haber destinado a capitalizarse y lo tuvo que usar para intentar levantar el concurso de acreedores, cosa que de todos modos no se pudo hacer”.

Las gestiones con el gobierno de Maria Eugenia Vidal han sido por ahora infructuosas. “Ojalá que nos equivoquemos y este Gobierno preste atención en nosotros, pero no somos optimistas por lo que han mostrado hasta ahora”, dice Ceballos. Admite –sin embargo– que en los ocho años de Daniel Scioli tampoco lograron nada. “Nunca se interesó por nuestra situación pese a que intentamos tener audiencias. Ni siquiera siendo una cooperativa histórica y con raíces ciento por ciento peronistas nos dieron bolilla”.

Decisión política

Confluyen en ese punto todos los males que amenazan con cortar la posibilidad de futuro: el sistema de trabajo “a fasón” que frena la viabilidad de C.I.T.A. como emprendimiento productivo, la deuda millonaria y el concurso de acreedores que les impide el acceso a cuentas bancarias y a créditos que podrían usar para capitalizarse y mejorar la situación. Les preocupa además otras deudas que podrían aparecer en caso de que se levante el concurso, las cuales tienen que ver con obligaciones impositivas a las que no pudieron hacer frente.

Ante ese panorama, lo que necesita la Cooperativa es “una ayuda extraordinaria” que tendría que surgir de una decisión política de salvataje. No sólo para las 30 familias que actualmente dependen de lo que produce, sino de varias decenas más que podrían incorporarse si es que logran reflotarla.

“El potencial del emprendimiento es importante y tranquilamente podríamos duplicar su personal actual”, dice Yosco. Recuerda que en el período posterior a 2001 y hasta la crisis global de 2009, llegaron a tener unos 70 socios/trabajadores. «Esas condiciones lograríamos recrearlas inyectando capital de trabajo y materia prima, cosas con las que recuperaríamos capacidad de negociación en el mercado”, explica.

Por eso la ayuda que piden como «extraordinaria» y “depende de una decisión política” tendría que contemplar, al menos por un tiempo, una eximición de impuestos “para poder poner en funcionamiento la rueda de producción. Lo contrario podría redundar en el mediano plazo en la pérdida del edificio”, cree Ceballos.

 “Siempre peleándola”

Como la mayoría de los socios, Sergio y Omar son herederos de un legado familiar en la Cooperativa. El tío de Yosco tiene 50 años de historia en la planta y aún transita las instalaciones como uno de los socios más viejos. Ceballos es sobrino de uno de los fundadores y siente a la textil como parte de su vida. Históricamente, la metodología ha sido que cuando uno de los socios se va puede incorporar a un familiar.

A unos 40 metros de la hilandería está el despacho de telas, justo en la esquina de 62 y 115. La Cooperativa vende allí a muy buen precio los retazos que le quedan de la producción. Son rollos de telas de distintos tipos y colores. Una de las que está al frente es Mabel Mastrotótaro, devenida en despachante pese a que en realidad es la jefa de administración. Ella es hija de Esteban Mastrotótaro, otro de los fundadores. Entró en 1980 y desde 1997, cuando se desprendieron del edificio porteño, viaja todos los días a La Plata. Explica que el acuerdo con los clientes dispone que las sobras de la producción quedan para la Cooperativa, y que con eso mantienen abierto el despacho. “Entran cada vez menos compradores, pero lo que recaudamos acá mucha veces es el único ingreso que tenemos”, dice Mabel.

Los aspirantes a socios tienen un año de trabajo a prueba y luego quedan efectivos. Pero la tradición ha sido difícil de mantener de generación en generación, tanto como la transmisión de los conocimientos, indispensables para el sostenimiento eficaz de la cadena de producción.

Yosco entró en 1985 y pasó por distintas secciones. Y desde hace diez años es el encargado del mantenimiento general de la planta. “En ese momento éramos diez personas haciendo el trabajo, pero ahora estoy solo”, cuenta sobre otro de los síntomas del deterioro que vienen sufriendo. Su misión ahora es realizar apenas un mantenimiento de emergencia.

Ceballos entró el mismo año y siempre fue tejedor. «Esta situación me da mucha pena. Siempre tuve esperanza en salir adelante porque nuestro patrimonio es importante, pero toda esta situación te desmoraliza”, dice, aún asombrado de los cambios aplicados por el Gobierno en apenas ochos meses. Y agrega: “Yo pienso ahora y se lo he dicho a mi hija: ‘qué valorable es tener un trabajo y cobrar un sueldo así sea mínimo, a fin de mes’ porque nosotros ahora estamos cobrando 200 o 400 pesos por semana”. La situación repercute, sin dudas, en la vida familiar. “Aunque mi mujer tenga su trabajo, si yo no puedo aportar se complica. Sobre todo si sigo insistiendo, como lo hago desde hace 35 años, en los que han sido más los momentos difíciles, siempre peleándola. Pero ahora el problema es que tenemos las máquinas paradas y sin una perspectiva clara de lo que pueda pasar”, dice Omar y hace una pausa. Y el silencio vuelve a aturdir.

Mal de todas

La Federación de Cooperativas de Trabajo relevó 18 fábricas en situación crítica por la suba de la luz y el gas

La angustiosa situación que atraviesa C.I.T.A. se reproduce en otros emprendimientos que se basan en el modelo cooperativista y se sustentan en la fuerza de trabajo de sus socios. Así lo expone un relevamiento realizado por la Federación de Cooperativas de Trabajo de la República Argentina (Fecotra), organización que nuclea a 116 empresas autogestionadas distribuidas en todo el territorio nacional que comprenden a más de 3.000 trabajadores.

El emergente principal de ese panorama es la suspensión de trabajadores/socios, quienes pasan a tener una suerte de licencia obligada por la caída en la producción. Y muchas de ellas –lo que es peor aún– están al borde del cierre, si es que no tuvieron que concretarlo ya.

El reporte de la organización da cuenta del impacto puntual que tienen los aumentos de tarifas, cuya anulación no fue incluida por la Corte Suprema y quedarían vigentes. En el caso de la luz van del 300 al 600%, y en el gas rondan el 500%. “Esto hace que las empresas cooperativas transiten un periodo de fuerte crisis y peligre su continuidad”, se explica. Y menciona 18 casos ubicados principalmente en Gran Buenos Aires, La Plata, ciudad de Buenos Aires, Córdoba e interior bonaerense.

CITA es la primera de la lista, pero no es la única de la región. Otro caso es el de la Unión Papelera Platense Ltda., la Cooperativa creada como consecuencia de la quiebra de la empresa antecesora (Papelera San Jorge S.A.C.I.F.). Allí, 27 de sus ex empleados se asociaron para darle continuidad a la producción de papel higiénico. En la actualidad los asociados son 65 y se dedica a la producción de papel higiénico blanco, papel higiénico cristal, papel sulfito diario, papel sulfito cristal, papel onda y kraft. Hasta febrero de este año, entre luz y gas pagaban 1 millón de pesos, pero recibieron en marzo facturas que suman $1.800.000.

El informe menciona también a Taller Naval Ltda., una cooperativa de trabajo que cuenta con 52 asociados y se conformó en el año 1992 en Berisso. Se dedica a la reparación y mantenimiento de equipos industriales, al montaje de equipos pesados y a la construcción de estructuras metálicas y tanques de almacenamiento para petróleo. Sus números indican que mientras que en diciembre pagaron de 25.212 pesos de luz, en febrero la cifra subió a 47.226 pesos, lo que representa un aumento del 87 por ciento.

En Verónica (Punta Indio) está Cootravel Ltda., una empresa recuperada que elabora velas y nuclea a 20 socios. En este caso, en diciembre de 2015 se pagó una factura de luz de 23.574 pesos, contra la de 71.443 (un 203 por ciento más) de la que llegó mayo.

Coopertei Ltda. fue formada en Berisso por los ex trabajadores de YPF que fueron despedidos en los primeros años del menemismo. Nació en 1991 y desde entonces presta servicios de mantenimiento y reparación de maquinarias a las industrias metalmecánicas. En la actualidad son 45 asociados. En el mes de diciembre pagaron de luz 17.117 pesos y recibieron una factura de 32.875 pesos en marzo, lo que representa un aumento del 92 por ciento.

FerroGraff Ltda. es una cooperativa de trabajo especializada en impresión offset y en la fabricación de formularios continuos. Su conformación como cooperativa data de 1985, aunque el proyecto autogestivo se remonta a finales de los ’70 cuando trabajadores gráficos y ferroviarios se asociaron laboralmente. Cuenta con 7 asociados y en el mes de diciembre pagaron de luz 15.720 pesos, contra 46.990 que recibieron en la factura de mayo de 2016, lo que representa un aumento de 199%.

 

 

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