El revés de la lluvia

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Juan Bertola - Damián Demaro. Proyecto Prohibido olvidar
Juan Bertola – Damián Demaro. Proyecto Prohibido olvidar

Hay un antes y un después del 2 de abril. Vidas perdidas, patrimonios arruinados, redes de solidaridades inéditas y un descrédito absoluto en la palabra oficial. La edición de La Pulseada de abril (que aún no salió a la calle) trae distintas miradas sobre la gran inundación: relatos en primera persona sobre la recuperación del archivo de Chicha Mariani y el conservatorio de música Gilardo Gilardi; un adelanto exclusivo del libro colectivo Agua en la cabeza y el derrotero de las comisiones investigadoras anunciadas con grandilocuencia cuando la ciudad todavía estaba mojada. Con este texto de Juan Duizeide abrimos nuestra producción especial a un año de la mayor catástrofe de la historia platense. 

Por Juan Bautista Duizeide

  Quedan marcas en las paredes y arrugas en las caras, quedan pisos levantados y ánimos hundidos, quedan insomnios y pesadillas. Quedan maderas hinchadas y bibliotecas desguazadas. Quedan muertos sin censar y quedan vivos que se inquietan apenas el cielo vira al gris. Quedan fotos donde para siempre huele a musgo. Quedan huecos de olvido y quedan imágenes imborrables. Quedan números dudosos y palabras heridas por la lluvia.

Y queda y dura un remolino de preguntas, algunas con respuesta y otras no:

¿Cuántas horas llovió el 2 de abril de 2013 en La Plata?

¿Cuántos litros de agua cayeron sobre la ciudad? ¿Cómo se repartieron exactamente sobre cada barrio? ¿Cómo sobre cada manzana, dentro de cada canaleta o rejilla o boca de tormenta o alma?

¿Cuántos millones de gotas como lanzas aquel día?

¿Cuántas goteras se abrieron?

¿Cuántos techos fueron derrotados?

¿Cuántas calles se convirtieron en ríos?

¿Cuántos encuentros pendientes se llevó la correntada?

¿Cuántas palabras a punto de ser dichas? ¿Cuántos besos inminentes?

¿Cuántas casas naufragaron?

¿Cuántos libros se perdieron? ¿Cuántas letras “A”? ¿Cuántas metáforas?

¿Cuántas páginas impares?

¿Cuántos pianos, cuántos violines, cuántos bombos?

¿Cuántos rockanroles, cuántos tangos, cuántos allegro assai?

¿Cuántos perros, cuántos gatos, cuántos pájaros, cuántos animales del zoológico, cuántas quimeras?

¿Cuántas bicicletas, cuántos barriletes, cuántos sombreros, cuántos disfraces de hombre araña, cuántos vestidos de hada?

¿Y cuántos cuántos habrán de llover para que cada pérdida y cada ausencia tengan su pregunta?

No dejan de llover signos de interrogación.

 

Nos solidarizamos con nuestros hermanos platenses dijeron dicen dirán. Pero la solidaridad verdadera no vive de discursos: da una mano, un mate, un café, una frazada, un colchón, un abrazo, una remera seca, una palmada o lo que sea. Aunque sea palabras. Aunque sea silencio. Como hicieron tantísimos que no reparten revistas publicitando lo que estarían haciendo y recomendando cómo armar mochilas por si llueve de nuevo y desbarata eso tan importante que afirman estar haciendo, ni figuran en carteles que anuncian grandes obras, ni vocean desde una playa de Brasil que están en la primera línea de lucha. Sólo son candidatos a volver a dar una mano, un mate o lo que sea cuando sea necesario. Como no hicieron tantísimos que salvensé quien pueda y como pueda. O aprovecharon para remarcar precios, para manotear lo que pudieran, porque las oportunidades son para los vivos, no para los que se mojan.

 

Lamentamos la gran catástrofe natural sufrida por nuestros hermanos platenses dijeron dicen dirán. ¿Pero es natural que las bocas de tormenta estén tapadas por basura, que los arroyos estén tapados de basura, que la ciudad esté cada vez más tapada de cemento, cada vez más rodeada de cemento que la convierte a cada lluvia en una gran pileta donde con el agua se acumulan la imbecilidad, el desprecio, el cinismo?

A Julio López no se lo llevó el agua. A Andrés Nuñez no se lo llevó el agua. A Omar Cigarán no lo baleó el agua. Ninguna lluvia, otro 2 de abril, mandó a nadie a Malvinas para defender a los que nos mataban. El agua no dejó de pagarle a la obra del padre Cajade lo que se le debe. El agua no escribió el código de planeamiento urbano. El agua no dispone la cartelera del Coliseo Podestá. El agua no deja sin presupuesto los centros culturales. El agua no persigue a los jóvenes de los barrios. El agua no hace pactos oscuros con los de siempre. El agua no pide para nadie la pena de muerte.

La catástrofe natural es el último refugio de los infames.

 

Operación masacre, de Rodolfo Walsh, que alguna vez miró llover en La Plata, llevaba como acápite versos del poeta T. S. Eliot. Su traducción aproximada es “una lluvia de sangre ha cegado mis ojos”. En sucesivas ediciones fue otra la cita a las puertas del libro. Algunos leyeron las palabras de un comisario puestas en ese principio como una declaración de principios narrativos: no traer a la historia (al texto) nada que venga de un mundo ajeno a él (como si pudiera haber esencial e irreductiblemente ajeno). Otros, o los mismos, leyeron ese reemplazo en clave nacionalista (como si estuviéramos condenados a no hacer propio el universo y las voces que lo nombran). Tal vez malentiendan a Walsh. Y lo que nos estaba queriendo decir, a los lectores del futuro, es que ninguna lluvia de sangre debe cegarnos los ojos. Desde aquí, desde La Plata, a partir del 2 de abril de 2013 tenemos otra posibilidad de lectura: ninguna lluvia —sea de sangre, agua, desidia o especulación inmobiliaria— debe cegarnos.

La ciudad será lo que sepamos hacer con lo que hicieron de ella todas esas lluvias.

O será un triste montón de cemento donde trabaja y anda y duerme gente con miedo a la lluvia, con miedo al sol, con miedo a las preguntas, con miedo a los jóvenes, con miedo a la vejez, con miedo a la muerte, con miedo a la vida.

Con miedo.

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