El fuelle de Berisso que conquista el mundo

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127-FratarcangelliAdmirado por el Chango Spasiuk y Raúl Barboza, Germán Fratarcangelli es uno de los acordeonistas argentinos más reconocidos en Europa, con una expresión única. De chico vio el instrumento como un juguete de botones. Ahora, con 35 años, grabó su tercer disco, con polcas, chamamés y valses que son un viaje a la tierra colorada.

                                                                                           Por Juan Manuel Mannarino

Un estuche negro yacía abandonado en el estante de un garaje. En los ojos de un niño de cinco años parecía algo tan pesado como el hierro de los barcos que encallaban en las costas de Berisso. La casa en la que vivía estaba a unos metros del puerto, donde solía ir a pescar y a cazar pájaros con gomeras. Los padres no podían comprarle juguetes y él se imaginó que dentro del estuche se escondía un objeto maravilloso.

—Fue un capricho. Hinché tanto que me lo bajaron. Lo abrieron y había un acordeón. Era mágico, botones por todos lados.

Sentado en el comedor de su casa, Germán Fratarcangelli, 35 años, acaricia un acordeón Excelsior profesional de 500 voces que reposa entre las rodillas. Ahora es un hombre alto, fornido, que domina el instrumento como el ventrílocuo a su muñeco. Cuando lo agarró por primera vez, en la infancia, aquel acordeón de la familia estuvo a punto de aplastarlo. Le contaron cómo había ido a parar al garaje. La abuela se lo regaló a su padre, que tomó un par de clases y lo dejó. Pero a Germán le enseñó los acordes básicos.

—Mi viejo no tenía un mango pero me compró uno a mi medida. Era marca Paisanita, de 24 bajos.

—¿Qué sentiste cuándo empezaste a tocarlo?

—Como si viajara a la tierra de mis abuelos, en Europa. Mi abuela quería que mi viejo fuera músico, porque en mi familia no había ninguno. Después se me vinieron imágenes del río, de la Santa Fe natal de mi mamá, de las calles de tierra, los sauces y las moras, la humedad, los inmigrantes, los frigoríficos, los gallineros. Berisso en estado puro.

 

El chamamé “Mi paisanita” forma parte del nuevo disco del músico berissense, “Colosos del río”, el tercero de su carrera. En el librito del disco hay una foto en la que padre e hijo, sonrientes, se miran mientras tocan con sus acordeones. El disco es un viaje a las profundidades del Litoral: polcas, rasguidos dobles, chamamés y valsecitos, con la extraña visita de una zamba de Oscar Valles. En los anteriores trabajos, como “Ecléctico”, había interpretado un repertorio amplio, desde Liszt a Atahualpa Yupanqui, de Piazzolla a la música brasileña. Pero “Colosos del río” es una apuesta radical por la tierra colorada.

Grabado en los estudios Nakao, Sonosfera y La Cuarta –de su amigo el guitarrista Pilín Massei (La Pulseada 122)— de La Plata, Fratarcangelli armó un notable trío con músicos locales jóvenes: Nahuel Stoicco en guitarra y Charly Palermo en bajo. Como invitados aparecen los cantantes Gisela Stagnaro y Mario Suárez, el percusionista Pablo Vignati y Pilín Massei. “Colosos del río” se escucha como un álbum clásico del género, pero hay en él un espíritu libre, una nobleza casera que respeta la tradición al mismo tiempo que la aggiorna con sencillez y creatividad. Quizás no sea un material que enloquecerá a los expertos de la música del litoral como una obra maestra. Quizás tampoco cautivará a la prensa especializada ni a los oídos sofisticados. Y justamente por eso, tal vez, resulten más entrañables la bellísima polca “Quebracho santafesino”, el nostálgico vals “A Chiche Ligalupi” o la trepidante melodía de “Notas en el aire” de Pilín Massei. El único que parece forzado es el omnipresente “Kilómetro 11”, pieza de mercado en todo disco de chamamé. Y aun así, le da un toque personal que lo ilumina con un brillo lúdico.

Más que la influencia de maestros del género como Tránsito Cocomarola o Isaco Abitbol –tan revisitados por talentos como el Chango Spasiuk —, Fratarcangelli prefiere evocar otra figura indispensable: Ernesto Montiel. “Es uno de los mejores compositores y tiene un sonido increíble. Dejó una huella grande en la música popular argentina. Fue pionero y renovador al mismo tiempo. El Cuarteto Santa Ana es una joya”, dice, como si fuera un conjunto de la nueva ola del chamamé y no de la década del 50.

—La otra novedad es que, a diferencia de tus discos anteriores, hay muchas composiciones tuyas. 

—Sí, fue la idea. Cuando lograste resolver cuestiones técnicas con el instrumento, lo difícil es expresar lo que uno siente. Ahora me obsesiona el sonido. Es lo más complicado, porque te das cuenta que aprendiste copiando el estilo de los demás. Trato de generar algo propio, una forma particular. Por eso me la jugué con más composiciones mías.

—¿Cómo es tu relación con el instrumento?

—Es como un par de zapatos, los ves lindos pero después te los ponés y aprietan. Lleva tiempo calzarlos bien. Por suerte conseguí el Excelsior, de caja chica, italiano, que me resulta cómodo y no se rompe. Tiene como 500 voces y cuarta—quinta de octavas. Me lo hicieron a pedido, pero ahora con el dólar es carísimo y es difícil encontrar acordeones nuevos. Y también lo afino, para tener un control de los tiempos.

—¿Cómo es? ¿Te vas acostumbrando a él?

—No. El acordeón se amolda a uno. ¡Y eso que cuando era pibe mi viejo me construyó un banquito y tenía que atarlo a la silla porque me quedaba enorme! Soy bastante bruto, me gusta que suene fuerte. Yo quiero que me digan “escuché el acordeón y supe que eras vos”.

—Parece que es una extensión de tu cuerpo. ¿Te cuesta desprenderte de él?

—Sí, ¿no? (risas). ¿Querés que toque algo?

El rasguido doble “Chaco”, de Ernesto Montiel, retumba en los platos y muebles del comedor. Al rato, una puerta se abre. Su mujer camina hacia la cocina a preparar una mamadera.

—Soy nuevo en esto de ser papá. Sé que es un lugar común, pero me cambió la vida. En verdad, ya no soy tan devoto del acordeón.

Cuando no abre el fuelle, la casa cerca del río permanece en una calma que abriga el ambiente: los ojos mansos del joven músico acompañan una sonrisa tímida y amable. Pero tan sólo el ligero despertar del acordeón sacude el living y un estrépito hace vibrar el suelo. Germán cierra los ojos y mueve los pies y la cabeza. Luego, un repentino silencio. “Estefanía, cuatro meses. Se llama como la abuela”, dice sobre su hija. Ahora ensaya menos, suspende viajes y conciertos. Pero el verdadero bebé, en sus brazos, parece tener teclas blancas y negras y botones pequeños.

De chico, Germán aprendió la música con dibujos en cartones. El profesor Daniel Giúdice le enseñó las notas con la técnica de identificarlas con colores porque aún no sabía leer ni escribir. Después empezó a tocar en las fiestas familiares y en los actos escolares. Los compañeros lo cargaban porque tocaba “música para viejos”. El bautismo de fuego fue en la elección de la reina, en la fiesta de los inmigrantes. Recuerda a Miguel Narovsky, un ruso que tocaba en las tabernas y solía caminar solo por las calles de tierra. De joven, el primer trabajo fijo lo consiguió en las serenatas.

—¿Cómo era?

—Imaginate la escena romántica de ir a tocar y que salga alguien de un balcón, o en un cumpleaños o en una fiesta. Fue todo muy rápido, porque mi viejo convencía a profesores para que me ensenaran en mi casa, pero no les daba mucha bola. Mi vieja decía que era un gasto de plata pero él volvía de trabajar como plomero y dejaba de mirar televisión para escucharme. Aprendí a tocar solo, de mirar a otros, de descubrir el instrumento por mi cuenta. De grande estudié lenguaje musical cuatro años en la Escuela de Arte de Berisso (La Pulseada 121), pero cuando había que elegir instrumento, abandoné porque el acordeón no está en la currícula.

—Ganaste premios importantes en festivales internacionales. Los jurados destacaron que tu interpretación excede los parámetros de la técnica.

—Sí, y creo que el origen es justamente cómo aprendí a tocar el acordeón, porque desde un principio tuve una relación íntima. En Europa el instrumento se enseña en conservatorios, es una carrera de más de diez años. Y en los festivales sobresalen los europeos. Pero vieron que tenía un manejo distinto del acordeón. Acá tocamos con más fibra, más fuerte, abrimos el fuelle y nos resuena en el pecho. Y mi repertorio también ayudó, porque llevé chamamé y tango tradicional, que no suele tocarse. En Ancona, Italia, me dijeron que se fijaron en esa expresión.

—En ese pueblito se fabrican acordeones y un día te encontraste con el que te fabricó el tuyo. ¿Cómo fue?

—Fue re loco (risas). Un día entré a un negocio a buscar un estuche. Un tipo me vio el acordeón y se le despertó una sonrisa. “Lo hice yo”, dijo y me contó que lo fabricó hace como cuarenta años. Mi Excelsior ya no se toca. En Europa usan otro que es cromático, con otro sistema de bajos.

Alguna vez el Chango Spasiuk lo invitó a tocar en un concierto en el Coliseo Podestá, de La Plata. Pero mucho antes había recibido una llamada telefónica de su gran maestro: Raúl Barboza.

—Mi tío me había regalado un casete donde estaba “Tren expreso”. Ese tema me partió la cabeza y lo empecé a tocar. Soy terco: cuando se me viene un tema a la cabeza no paro hasta sacarlo. El chamamé me aburría hasta que lo escuché a Barboza, que me deslumbró por su manera de interpretar. Un día mi vieja me dijo que me había llamado a casa para invitarme a tocar con él. No podía creerlo, pensé que era una joda. Fue uno de los días más felices de mi vida y la abracé muy fuerte. Era 1998. Cuando pisé el escenario, lo vi y me tembló el cuerpo.

Así como se lo podría imaginar en la típica imagen de un hombre que es feliz en su barrio, Germán posee otra cara: la de viajar en cruceros por el mundo. En 2010 subió a un barco con destino a Japón. Permaneció diez días en tierra. Conoció Tokyo, Kawasaki, Niigata. Se fascinó.

—Están buenísimos los paisajes. Los japoneses son muy respetuosos con nuestra música. Ellos se maravillan con el tango, por ejemplo, y hacen eventos para miles de personas en lugares increíbles.

—¿Qué los diferencia del público argentino?

—Es un público genial, se quedan calladitos hasta el final, aplauden y te piden otra cuando termina el espectáculo. Les encanta la música sudamericana. El argentino es capaz de pegarte un grito en medio del tema. No es mejor ni peor. Son diferentes maneras de sentir la música.

Dice que “Colosos del río” lo hizo también para venderlo en Japón. Que le salió carísimo porque lo grabó de forma independiente. En el libro del disco hay unas palabras en japonés –el título del material y el nombre del autor— dentro de la imagen de un acordeón. “Ellos son millones. Cualquier minoría allá es muchísima gente”, enfatiza.

—¿Te gusta viajar en barco?

—Sí, conocés mucha gente, en cada puerto hay una historia diferente. El acordeón tiene la suerte de que podés tocar música de todo el mundo que se adapta fenómeno. Mi próximo viaje es un crucero que lo embarco en Sudáfrica y llega hasta Río Janeiro. Antes iba solo. Ahora voy con un bajista y un baterista. Los dueños de los cruceros son gente que te cumple. Si les gusta lo que hacés, te tienen en cuenta.

—¿Quiénes te abrieron la puerta en lo musical?

—Juanjo Domínguez, Tarragó Ross, los Cantores de Quilla Huasi, los Indios Tacunau, Luis Landriscina. A Luis lo conocí por un amigo que también toca el acordeón. Le acercó mi primer disco, donde había grabado “Mujer chaqueña”, que es un tema suyo. A los pocos días me llamó para felicitarme y dijo que quería conocerme. Lo conocí a Pepe Mujica por él. Es un padrino para mí, me hace conocer lugares y le gusta mucho el chamamé.

Fratarcangelli habla pero más le gusta tocar. Ahora suena un forró de Luiz Gonzaga. Después, otro de Dominguinhos.

—Me encanta la música brasileña: Hermeto Pascoal, Luiz Carlos Borges.

—¿Qué otros acordeonistas escuchás?

—De los argentinos, Ernesto Montiel es incomparable. Además de Barboza, tenemos a Ildo Patriarca, Juan Manuel Silveyra, Alejandro Brittes, Niní Flores. De afuera, el que más me gusta es Richard Galliano. Es un maestro. Me gusta además Art Van Damme, que es un notable intérprete de jazz. Mis referentes musicales son muchos. Escucho también a Feliciano Brunelli, Antonio Bisio, Washinton Bertolin. La música cuyana me encanta, aunque no tenga acordeón.

—Da la sensación de que los acordeonistas son generosos. Se invitan a tocar, como si fueran una gran familia.

—Es que no somos muchos. Pero también pasa que entre los acordeonistas no nos interpretamos demasiado. A diferencia de los guitarristas, como le pasa a Pilín Massei, que va a cualquier provincia y se entera que lo están estudiando. El acordeón fue menospreciado porque se creía que era sólo para bailar. El que rompió con eso fue Ildo Patriarca, que tocaba para ser escuchado en conciertos. Las dos cosas deben ir de la mano.

—¿Hay música que no puede tocarse con el acordeón?

—No me lo imagino en el rock o en el funk. Pero ahora están los acordeones digitales, con los que se puede tocar cualquier cosa. En casi todos los países hay música de acordeón. Tenemos registros para todo, desde la música clásica para acá. Me gustan las danzas húngaras y temas conocidos como los valses de Chopin. Empecé a estudiar con temas clásicos, como el Barbero de Sevilla, así que tengo un gran cariño por esa música.

Dice que le cuesta leer música, que prefiere escuchar y después interpretar. Ahora toca “Libertango”, de Astor Piazzolla. Lo repasa. “Es raro, porque no sé muchos temas suyos, pero siempre lo redescubro”, dice.

—Nunca te fuiste a vivir a otro lugar. ¿Qué extrañás de Berisso cuando viajás?

—Me siento muy arraigado a esta ciudad. ¡Y eso que no hay nada para ver! (risas). Mis viejos se fueron a vivir a Los Talas, hay una laguna atrás y pescamos. No lo cambio por nada. No sé si me iría a vivir a otro lado. Pensé varias veces en quedarme en Japón, pero en Italia estaba un mes y me quería volver nadando. Soy muy familiero. Vivimos todos cerquita. Dicen que los Fratarcangelli son como los gusanos: se van comiendo las manzanas, uno en el medio, otro en la esquina. Me gusta juntarme a comer con mis hermanos, con mis sobrinos. Somos muy unidos. Pero cuando estoy mucho acá quiero viajar y tocar en otros lados. Es raro, ¿no?

El Excelsior se agita en la despedida. “Este se lo tocaba a mi viejo”, dice y suena “Quejas de bandoneón”, de Aníbal Troilo. “‘Colosos del río iba’ a ser una sorpresa para mi viejo, pero falleció antes. Fue un disco mal parido, porque lo interrumpí primero porque se había enfermado él y después por mi hermano”, se sincera.

Y el Berisso de sus abuelos vuelve con el tema que da el nombre al disco, que habla de la pesca del sábalo. “Lo escuché cantado por Juan Paéz, en reuniones familiares. Siempre me quedó la letra de Roberto Garteguis, que es un gran compositor de acá, y lo invité a Mario Suárez, que es de Villaguay, para que lo cante”, dice un Fratarcangelli nostálgico, con la mirada en el crepúsculo. La noche se anuncia con el canto de los grillos por sobre la quietud.

Río de la Plata que recorrí, cuando pescador de
tus aguas fui, bandeja de plata me trae tu voz, al
grito de ‘¡vuelva!’ cansado de alcohol
a veces quisiera volver a ser, otra vez aquel
pescador de ayer
Conversar contigo en la soledad, repasar las redes
en el tendal
(Fragmento de “Colosos del río”)

 

Con reconocimiento internacional

Entre los premios más destacados de la carrera de este berissense figuran la consagración como mejor solista instrumental en el festival de Cosquín en 2001; el primer premio del festival nacional de San Jorge, en 2003, que lo llevó a representar al país en el encuentro internacional de acordeón en Castelfidardo, Italia; el tercer puesto del concurso internacional del acordeón en Ancona, en 2010, y la participación estelar en el Primer Encuentro de Músicas con Acordeón en Valledupar, Colombia, en 2009.

El acordeón en la Argentina

De Norte a Sur, de Este a Oeste, el acordeón suena en los diversos ritmos y melodías del país. Más allá de su innegable identificación con la música del Litoral, donde aparecen los precursores del chamamé de la “santa trinidad”, compuesta por Tránsito Cocomarola, Isaco Abitbol y Ernesto Montiel, el instrumento se mueve en otros géneros, traspasa las fronteras para convertirse en un elemento multicultural y universal. Allí están César Lerner con la música klezmer, Feliciano Brunelli e Ildo Patriarca en el tango, el Chango Spasiuk y su sonido entre clásico y contemporáneo, Niní Flores y sus valses franceses, y Raúl Barboza y la interpretación singular, entre litoraleña y europea, de los paisajes de la tierra colorada.

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3 commentsOn El fuelle de Berisso que conquista el mundo

  • es un orgullo para mi querido Berisso!ojala viniera a Barcelona…iré a escucharlo seguro!!

    • Hola Germàn, Muy Contenta por tus éxitos ; desde chico se te veìa con talento….. Tus papá, Franco, siempre acompañándote y siendo tu principal admirador. Pero seria bueno que recuerdes a mi viejo, Hèctor (Ñato) Espòsito , que fue uno de tus 1eros maestros y que también te admirò y admira . Felicitaciones

  • HOLA GERMAN, QUE HERMOSA NOTA, LA ESTOY LEYENDO EN EL HOTEL ATLANTIS COPACABANA, EN RIO DE JANEIRO,DONDE TUVE LA INMENSA FELICIDAD DE QUE ME INVITARAN A PARTICIPAR EN EL PRIMER ENCUENTRO INTRNACIONAL DE ACORDEONES DE RIO DE JANEIRO QUE SE HACE EL SABADO 17 A LAS 19,39 HORA. ESPECTACULAR EL REPORTAJE TAN EXTENSO U COMPLETO QUE TE HICIERON EN LA PULSEADA Y, POR SUPUESTO, LLEGAN A MI ALMA TODAS Y CADA UNA DE LAS COSAS QUE CUENTAS, UN POCO EL RECORRIDO DE TODOS LOS ACORDEONISTAS, EN MICASO A PUNTO DE DEJAR LA SEXTA DECENA DE CUMPLES, ASI QUE ME GUSTO MUCHISIMO Y ME MOTIVO AUN MAS PARA VIVIE ESTA HERMOSA REALIDAD DE ESTAR TOCANDO POR ARGENTINA ACA EN RIO. UN GRAN ABRAZO COOOORRRDOOOOBEEEEEOOOOOOOSSSSS.JULIO

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