De este lado del río

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145-oroz0El músico y clown Julián Oroz, que en sus presentaciones fusiona los sonidos con el teatro, habló con La Pulseada de “Centellas”, su tercer disco –en realidad, una producción audiovisual-. También se refirió a las influencias uruguayas y brasileñas.

Por Ana Laura Esperança
Fotos: Ariel Martínez

El encuentro es en una esquina clásica de la ciudad de La Plata. Julián Oroz tiene puesto un buzo rayado blanco y negro parecido al que luce en el video de “Centellas”, su tercer y último disco editado este año y disponible en Internet en Bandcamp y en YouTube. En el lapso de tiempo transcurrido entre el álbum anterior y el momento actual, este músico y actor que vive en Boedo tocó en el sur de Brasil invitado por la banda de cumbia “Me lleva la jarana”, empezó a dar clases de guitarra y grabó y filmó, en cinco horas, este compendio de ocho canciones en los Estudios Ion.

“Es un estudio que asocio mucho a la música de factoría nacional y al río de La Plata”, dirá apenas beba el primer sorbo de café. Afuera la tarde soleada pasa rápido; él habla de cómo fue trabajar en ese famoso estudio, fundado en 1956, cuando era el único que no pertenecía a una discográfica, y declarado en 2005 sitio de interés cultural. Fue elegido por titanes del rock como Charly García y Fito Páez, pero también por estrellas del folclore y del tango como Mercedes Sosa, Atahualpa Yupanqui, Aníbal Troilo o el Polaco Goyeneche.
“Centellas”, al igual que sus grabaciones anteriores (“Las cosas que se ven con los ojos cerrados”, 2012 y “La Importancia”, 2013), es un disco que conserva una impronta uruguaya y que, a esta altura de su biografía, aparece como un objeto al que nutrió con sus propios ingredientes: al toque de chico, piano y repique (los tres tambores de la cuerda de candombe), a los aires de murga y de milonga sureña, a la influencia de figuras como Fernando Cabrera y Eduardo Mateo -referentes sonoros y poéticos-, añade, quizá hoy más conscientemente, el verbo porteño y arrabalero de este lado del río. “La porteñez”, señalará él.

“Creo que el disco “Rocanrol” (Montevideo, 2007), del músico y compositor uruguayo Edu Pitufo Lombardo, está estrechamente vinculado a “Centellas”, salvando las distancias: él es uruguayo, director de murga, percusionista. A esa influencia yo le pongo la ‘porteñez’, que es la adaptación que hago del candombe. Me encantaría hacer algo más uruguayo, pero no, no me sale”, añade.

¿Por qué filmar un disco y hacerlo en una sola toma, como se hacía cuarenta años atrás, como hacía Atahualpa? Expresa que quiso impregnarlo de un sonido vinilo. Pone el ejemplo del cine que se filmaba con rollo de 16 milímetros: su caducidad generaba una adrenalina que obligaba a poner todo en cada toma. Trabajar así el disco fue una experiencia vital. “Cuando tenés una sola oportunidad, ponés todo”, expresa, “es como ir a jugar una final”.

El disco

“Centellas” fue producido por Charly Valerio, de la banda “Los Mutantes del Paraná”, y se grabó con contrabajo, piano, batería y percusión. Además, participaron músicos invitados como Tomás Casado, Victoria Torres Moure y Evangelina Viscoitaliano, respectivamente cantante y coristas de la banda platense “Tototomás”. Ahí se ven todos, en el primer tema del video, “Caracol”. Nos muestran qué parte de sus caras arrugan, qué músculos mueven, qué movimientos hacen para conseguir esos sonidos en las voces, esas vibraciones en las cuerdas y en los parches de los tambores.

La decisión de hacerlo de un saque impuso un año de trabajo duro antes de la grabación para que “el día de la final” explotara la mejor versión posible. Se registraron todos los instrumentos juntos y, como cada canción tenía una intención distinta, requirió versatilidad para unir climas entre una y la siguiente.

“Lo que quedó es lo que se ve”, dice Julián. “Tiene apenas ajustecitos en las voces”. Le parecía bueno mostrar la cocina sobre cómo se hace algo. Aclara que grabar por capas y con metrónomo -con todo lo que habilita la tecnología digital- es un recurso “súper válido” que hizo y hará. En esta oportunidad, echar mano de una forma de producción digital pero con dinámica analógica, fue abrirle el juego a otra calidad de tiempo: “En el mundo de hoy, una suerte de ‘delivery’ de las emociones donde está todo al alcance, está bueno tener una experiencia de la crudez”, explica.

El otro elemento, la filmación, tuvo que ver con adaptarse al “modo de hacer” de los tiempos que corren, a los imperativos ineludibles de la cultura visual. “Quizá incorporamos las imágenes como un modo de darle actualidad y compensar lo ‘retro’ del registro”, aclara. El montaje visual estuvo a cargo del director de fotografía Tato Borounian y la ilustración corrió por cuenta de David Pitucardi. En toda la propuesta visual (colores, imágenes, fotos y tipografía) se percibe la intención de conseguir una estética de antaño.

Julián Oroz también es clown y entiende a la música como puente para enlazar mundos, achicar distancias y compartir(se) con otros. El momento de interacción del vivo es un espacio lúdico en torno al que gravitan las melodías, los cortes en los ritmos y los silencios; la conciencia de la parte actoral hace que una imagen corresponda y complete de sentido lo que se escucha. Algo de eso se percibe en “Centellas” a lo largo de sus veinticuatro minutos de duración. En la sala forrada de paneles de sonido color marfil se ven las teclas del piano “Boston”, el set de instrumentos dispuesto en un semicírculo sobre el piso de parquet y a Julián frente al mic de estudio, con su guitarra criolla cruzándole la espalda, vestido con pantalón gris, zapatillas y las piernas chuecas, como haciendo una mueca. Tiene el buzo rayado, blanco y negro, y una gorra de lana roja le corona la cabeza, tal como la que usaba el personaje de Bill Murray en la película “La vida acuática”. Todo hace de ese gesto actoral un elemento que lo acompaña a lo largo del video. Para conectar a quienes están del otro lado -al público- asumiéndolos como parte del show, hay que saber manejar las reglas de un lenguaje de ida y vuelta que Julián tiene muy en cuenta.

-¿Cómo trabajás la cuestión del vivo?
-Como artista me interesa lo comunicacional. Compongo muchas canciones pero solamente toco las que van por un lugar luminoso. Entonces hago una selección, elijo qué exhibir. En un encuentro en vivo siempre elegís qué cara mostrar, como la luna. Hay una línea de teatro que dice que el actor es una de las aristas de la persona exacerbada. Todos podemos ser violentos, o amorosos, o aventureros o mezquinos, lo que sea el personaje. El personaje sería eso: encontrar los elementos que más me atraen para construir mi mensaje, intentar elegir lo que resulta más atractivo para mi show. Hablar de la alegría, de animales como el hornero. Y para trabajar con eso tengo que entrar en mi zona lúdica.

-¿Te ves haciendo un espectáculo para niños?
-Me lo dijeron bastante. Todavía no se dio la oportunidad. Colegas que dan clases me han dicho que les cantan a los chicos “Caracol” (canción de “Centellas”). Quizá ahora no es el momento. Me parece algo muy importante trabajar con niños. Pero me es más fácil conectar con el infante que vive en el adulto, porque estoy más acostumbrado a escarbar para sacarlo. En cambio con el niño no tenés que escarbar, está ahí. Y eso es fuerte. Hay algo en esa cuestión del tránsito hasta llegar al niño dentro del adulto que me hace sentir seguro, en cambio con los niños me siento muy expuesto. Es tan verdadero, es un material tan noble, que trabajar con los niños es como ser un carpintero.

-¿Con respecto a las letras, identificás una construcción conceptual en tus canciones?
-Si bien ya grabé otros discos, no tengo una construcción de mi lenguaje personal tan desarrollada, creo que estoy verde en ese aspecto. Aunque todo quede englobado en una estética definida por el personaje que interpreto.

145-oroz1-¿Cómo pensaste el sonido ‘retro’ desde lo musical?
-Fue una mezcla de cosas. Hay un piano de cola, contrabajo, tambores de candombe. Toda la sonoridad que hay ahí son cosas que se usan hace cien años en la música. La instrumentación es orgánica. Se podría haber grabado en vinilo, porque todo lo que utilizamos ya existía hace cuarenta años, cuando se grababa en vinilo. Yo escucho los primeros discos de Fernando Cabrera, Atahualpa o Zitarrosa -esa música que ya es “de viejo”- y está hecha así.

-¿Qué es lo que más te convoca de la música uruguaya?
-Mezcla muy bien dos elementos: lo rítmico, presente en la música negra del candombe, y la melancolía y la nostalgia del tango. El hecho de viajar por Brasil hizo que me conectara también con autores como Cartola, un compositor brasileño muy importante; su música tiene una poesía hermosa y es híper melancólico.

-¿Qué más te gustó de la música de Brasil?
-Vi rodas de samba, presencié el ensayo de una escola de samba en Río de Janeiro y es una experiencia donde la música es muy inclusiva. A mí me interesa esa concepción. Ellos tienen la música mucho más a mano, la utilizan como medio de comunicación. Me acuerdo que en un camping los trabajadores, cuando salían al receso, se ponían a tocar pandeiro, cavaquinho y ya se armaba algo. Hay un uso y una relación con la música en Brasil que nosotros no la tenemos tan desarrollada. Creo que si bien en Argentina hay una relación fuertísima con la música, ellos la toman de un modo más desprejuiciado, nadie tiene vergüenza o miedo de meter la cuchara y ser parte. Es muy común que te encuentres con gente que no es bailarín y baila, o no es cantante pero igual canta.

-¿Empleaste algo de eso en el disco?
-No quedó en “Centellas”, pero a mí me marcó mucho Cartola, como te decía. No lo conocía y me pareció buenísimo, muy profundo. Creo que muestra la cara más trágica y melancólica de Brasil. Es uno de los pilares de su música, en las rodas hacían sus canciones siempre. Es imposible que Brasil no te influencie porque tiene mucho de afro en su música y África es el origen de todo.

Decímelo en la cara

145-oroz2La estética “vintage” de “Centellas” tuvo la intención de recuperar lo analógico como mediación pero, aclara Julián, eso no lo convierte en un fundamentalista del pasado. La edición física tiene en la tapa una imagen simple: su cara detrás de un micrófono, los créditos, los nombres de las canciones. Se percibe un mensaje hecho para contarlo desde un lente orgánico, desde una economía de las palabras. Frenar la inercia sin desaprovechar las mediaciones digitales es un poco el resumen del proceso del disco. Gracias a ellas, Julián pudo tocar en vivo en Radio Estación Sur de La Plata junto a su primo Juan Pablo Pettoruti, quien vive en Alemania. “Él tocó el piano vía Skype y yo lo canté”, dice. En eso se inspiró para componer el tema “A la distancia”. Cuenta que se escribe cartas con él a la manera tradicional, como las que cruzaban el océano en barco o en avión, vía sobre estampillado. “Creo que no hay que perder la importancia de verse cara a cara”, manifiesta Julián. Para él es importante sentarse a charlar con un amigo, compartir tiempo sin una pantalla en el medio. La conversación sigue hacia tópicos como la democratización de la información y su efecto adyacente: el peligro de perderse en el bombardeo de datos de Internet. Algo que llama a reflexionar sobre cómo nos comunicamos, relacionamos, encaramos proyectos, trabajamos, aprendemos. Una alternativa que sigue siendo una opción y que fue la que Julián Oroz eligió como forma y fondo de su tercer disco.

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