Bachilleratos populares

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Nacieron después de la crisis de 2001 para cubrir uno de los tantos espacios que el Estado dejaba vacíos. Jóvenes y adultos que no habían podido terminar la secundaria se anotaron para cursar en fábricas recuperadas o en centros sociales y culturales. Hoy son más de cuarenta los “bachis” que hay en todo el país. Los gestionan organizaciones sociales y tienen una propuesta “político- pedagógica” alternativa al sistema educativo formal: no hay directores ni preceptores y la horizontalidad es lo primero. Buscan ocuparse del barrio, “que se mete por la ventana”, y apuntan a trabajar sobre la realidad social del territorio. En el 2007, muchos de ellos fueron oficializados para poder otorgar en tres años el título de bachiller. Sin embargo, todavía reclaman pago a docentes, becas e inversión estatal para mejorar las condiciones edilicias. Los profes, como cualquier docente, son trabajadores de la educación y aspiran a incluir las formas, prácticas y metodologías propias de la educación popular en las instituciones formales. En La Plata hay dos experiencias y un centenar de alumnos. Y este año festejarán los primeros egresados.

Textos y producción periodística: Javier Sahade

Entrevistas Javier Sahade y Héctor Bernardo


“Todo acto educativo es un acto político”
Paulo Freire

-Estaría bueno que gire el mate, che.

-¿No habíamos quedado en comprar una pava?

-Yo tengo una pava eléctrica para traer.

(Aplausos)

-Y yo tengo una estufa, ¿eh? Una estufa a querosén que anda muy bien.

-Y yo puedo traer una estufa eléctrica.

Así comenzó la asamblea entre docentes y alumnos del Bachillerato Popular Bartolina Sisa un lunes a la tarde, día en que La Pulseada los visitó. Vimos cómo el mate no alcanzó nunca a completar la ronda. Vimos dos paquetes de pastillas de mano en mano, cada vez más chico. Escuchamos debatir sobre la pava, la estufa, las negociaciones para conseguir tarjetas de micros para los alumnos, las medidas para unas cortinas nuevas para el aula, la propuesta de una alumna para que las carpetas con los contenidos de las materias queden a disposición de todos, la compra de productos de limpieza y el balance de las clases semanales. Este espacio de discusión entre profes y estudiantes es una de las características distintivas de los bachilleratos populares que nacieron tras la crisis de 2001, impulsados por fábricas recuperadas y organizaciones sociales con trabajo barrial, para dar respuestas a miles de jóvenes y adultos sin título secundario. Proponen un sistema educativo alternativo, basado en la educación popular donde se aprende enseñando y se enseña aprendiendo, como postulaba el filósofo y educador brasilero Paulo Freire. Cuestionan la educación formal, pero no se plantean enfrentar la escuela pública, sino incidir en sus prácticas. En todo el país ya hay más de 40 experiencias y en La Plata comenzó este año el segundo bachi.

Bartolina Sisa

José Bejarano tiene 18 años. Está en un pupitre viejo. Junto a sus pies, un perrito chiquito y despeinado se sienta a esperarlo. Encima suyo, el techo sin terminar de un aula a medio construir. Nació en San Salvador de Jujuy, pero a los 6 años se vino para La Plata. Sus primeros barrios fueron San Carlos y El Peligro, siempre en los bordes de la ciudad. Hoy vive con su mamá en Malvinas, conocido como el barrio Toba porque allí intenta proteger su lengua y cultura la comunidad qom de la región. Con la carpeta en la mano, listo para empezar la clase del viernes, José cuenta que la escuela Primaria la terminó con una profesora particular porque había tenido que dejar el colegio por problemas de peleas y discriminación. Por eso dice que le debe mucho a Graciela, “una señora grande” que le enseñó todo lo necesario y que, cuando faltaba, lo “cagaba a pedos” y le hacía notar que vivía a sólo una cuadra. La misma mujer ayudó a su mamá a leer y escribir bien. José intentó retomar la secundaria pero “la escuela era muy complicada. Tenía 27 materias… Eran muchas horas. Aparte, los profesores eran medios… se enojaban por las cosas que no hacías, ni te prestaban atención, ni hablaban. Te decían: ‘¡Hagan esto, copien esto y mañana te tomo prueba!’. Yo empecé el año un mes más tarde que el resto y la primera vez que fui, no tenía nada en la carpeta y el profesor me dijo ‘mañana te tomo prueba’. Al poco tiempo dejé”.

José es uno de los 60 alumnos que cursan segundo año del Bartolina Sisa, el bachillerato popular del Frente Popular Darío Santillán (FPDS), el primero en su tipo en La Plata. Se creó hace 3 años y en diciembre verá a sus primeros egresados. Las primeras clases se dieron en el Centro Social y Cultural Olga Vázquez de calle 60 entre 10 y 11, pero su pata principal está en Malvinas, en 36 bis y 151, donde el Frente tiene su espacio de trabajo barrial. En ese lugar de calles de tierra, casas bajas, techos de chapa, paredes de madera, cumbias y ladridos de perros, sobran los jóvenes y adultos que no pudieron terminar la secundaria. Como José o como Bety, que después de darle la teta a su bebé, pasa a unos metros nuestro, también con carpeta bajo el brazo y grita: “¿Hoy es acá la clase?”. José y el profe de Comunicación, Fernando Rodríguez, le dicen que no, que le están mostrando a La Pulseada el aula, todavía sin techo, que está construyendo el Movimiento de Trabajadores Desocupados que integra el FPDS. “Empezamos a dar clases acá, en el local que tiene el Frente, junto al productivo de panadería, pero nos quedó chico. Por eso tuvimos que pedir prestado un lugar a pocas cuadras, en 149 y 36, mientras construimos el aula nueva.”, explica Fernando.

“Si bien las primeras clases se dieron en El Olga, el proyecto es en el territorio, en lo que se conoce como el barrio Toba. Ahí no tienen secundaria. Lo más cerca que tienen es Romero o Los Hornos.”, explica Anabela Viollaz, profe de Letras en instituciones oficiales y de Culturas y Lenguajes en el bachi. Hoy, en calle 60 están las clases de 3º año, mientras que en Malvinas, las de 1º y 2º. Las cursadas son de martes a viernes de 17 a 21 y los lunes se realiza la imprescindible asamblea entre docentes y estudiantes. El año que viene, las actividades completas estarán en Malvinas. “Este año –dice Fernando- hubo 98 inscriptos y están yendo unos 60. La necesidad es muy grande y la gente quiere terminar el secundario”. Todos los estudiantes son de la zona… Hasta uno de los cuatro caciques tobas del barrio está yendo a clases. Llegan caminando o en bici, pero si alguno necesita tomarse un colectivo, desde Los Hornos o Tolosa, se consiguen tarjetas de micros. Cuando alguno tiene que irse 15 minutos antes para no perder el colectivo, lo puede hacer. También está contemplada la llegada tarde de Bety para que alimente a su bebé y hasta se les permite ir a clase con sus chicos. Es que como en cualquier colegio, tienen que tener el 80 por ciento de asistencia y aprobar determinadas evaluaciones. De lo contrario, hay instancias de examen en diciembre y marzo.

“En el primer día del Bachi me cayó bien la escuela –cuenta José, de abundante pelo lacio negro- . Cómo hablamos, te explicaban todo.

-¿Estás motivado?

-Si, tengo ganas de terminar la secundaria

-¿Qué querés hacer con el título?

-Me gustaría seguir estudiando. También para conseguir un buen trabajo te piden secundario completo.

-¿Te pasó?

-Si, una vez en una obra en construcción que todo era en blanco.

-¿Qué querés estudiar?

-Comunicación… Me estoy metiendo en la radio. Me interesa la radio, salir, hablar, informar a los vecinos. Acá se está armando una radio, una radio popular, para el barrio.

Pocos días antes de nuestra visita, una radio abierta había servido como ensayo de la emisora que se va a lanzar dentro de poco. Se hizo un programa en vivo y participaron algunos alumnos. Hay problemáticas comunes como la crisis habitacional, la falta de servicios dignos, el cuidado de las calles… “Hay vecinos de diferentes provincias y países limítrofes -explica Fernando-. Incluso hay muchísimos problemas de discriminación, como en todos lados y vecinos que no se pueden ni ver, pero el aula debe ser el único lugar donde todos se encuentran”.

Por culpa de La Pulseada, José y Fernando llegaron tarde a clase. A pocas cuadras del aula sin terminar, esperaban varias decenas de alumnos. Las profes Griselda Quiroga y Nadia Gigena explicaban lo que es la comunicación lineal. Los estudiantes, sentados en mesas largas, copiaban y preguntaban. Un nene de unos 3 años dibuja en una hoja y un pibe se levanta.

-Voy a comprar tortillas a la parilla que hace una señora acá a la vuelta… Es para el mate.

Olga

El edificio donde hoy funciona el Centro Olga Vázquez, donde paradójicamente alguna vez hubo un instituto de educación privado, fue recuperado del abandono hace 8 años por organizaciones sociales y movimientos de trabajadores desocupados (MTD) que luego formarían parte del FPDS. La experiencia del bachillerato popular surge en ese lugar, hace tres años, en medio de la defensa del Olga contra los intentos de desalojo y a favor de la expropiación definitiva. “Muchos jóvenes y adultos, incluso algunos de nuestros compañeros de los MTD, no habían terminado el colegio secundario”, cuenta Manuela Palma, Licenciada en Ciencias de la Educación y una de las docentes del bachi. El primer acercamiento a la educación popular fueron los talleres de promoción de promotores para la salud que se hicieron en los barrios donde el Frente tiene trabajo territorial. “Después nos tomamos varios meses de diagnóstico para pensar cuál es el territorio y qué condiciones había para el bachi”, amplía Anabela Viollaz. Durante ese periodo, se definió el nombre del bachillerato en homenaje a la heroína inca que luchó contra la conquista. También, la orientación que iba a tener el título: Ciencias Naturales, Ambiente y Salud y partir de ahí, las primeras materias: Comunicación y Organización para la defensa del Ambiente y la Salud (la formación específica a la que aspira el proyecto), Biología, Educación Cívica, Educación para la Salud, Historia y Geografía, Informática, Inglés, Lengua y Literatura, Matemáticas, Psicología, Recursos Naturales y Problemáticas Ambientales. Hoy, el bachi cuenta con una docena de materias, que trabajan en forma interdisciplinaria, agrupadas en Lenguajes y Culturas, Ambiente, Salud, Matemática y Comunicación y Organización.

“La fragmentación de los contenidos -dice Manuela- es una de las críticas que le hacemos a la educación formal. Pensar al alumno como un cajón donde uno mete una materia y después la otra. Nosotros trabajamos con ejes conceptuales. A veces, en un bachillerato formal es difícil lograr que dos profesores coincidan en una forma de trabajo. En general, pasan un montón de docentes porque trabajan dos horas acá, dos horas allá…”.

“Nosotros -agrega Anabela- pensamos el aula entre varios, interdisciplinariamente. La precarización laboral dificulta esa tarea en la escuela oficial. Para vivir, tenemos dos o tres cargos. No es para justificarlo, pero hay que darle ese marco porque así no se puede planificar a conciencia”.

Tolosa

El segundo bachillerato popular de la ciudad de La Plata surgió este año en el Centro Social y Cultural Galpón de Tolosa, ubicado en 3 y 526, donde el olvidado viejo galpón de los ferrocarriles fue recuperado por organizaciones sociales. La experiencia del bachi comenzó a diseñarse en julio del año pasado con el diagnóstico territorial y la convocatoria a docentes. En esas discusiones surgió la orientación del bachiller: Ciencias Naturales, Salud y Medio Ambiente. Las clases comenzaron este año luego de una quermés, con una asamblea de presentación y bienvenida entre alumnos y docentes. Arrancó con 24 inscriptos de entre 18 y 60 años. Las clases son de lunes a jueves de 16 a 20, mientras que los viernes hay apoyo escolar.

La Pulseada interrumpió el comienzo de la clase de Educación para la Salud, un rato antes que lleguen las profes. Sin pupitres separados, en una mesa amplia, ya estaban con sus carpetas abiertas Natalia Castro (36), Karina Quiroga (20), Mabel Pavón (40), Eugenia (23). Después se sumarían Alberto (24), Irina (22), Susana (61) y el más chico del grupo, Ignacio (18).

“Es todo nuevito, es una experiencia distinta, está muy bueno. Es distinto a un bachillerato que más de uno ha empezado y no lo ha podido terminar. Tenemos las materias básicas, pero se apunta a lo que es la comunidad, a comprometernos. Está muy lindo las ganas que les ponen los profesores, que es totalmente a pulmón, que ninguno está cobrando nada, que cada uno viene y lo hace por vocación”. La que habla es Natalia que desde muy chica tuvo que salir a trabajar y por eso no pudo terminar la secundaria. Después, cuando intentó retomar, quedó embarazada y volvió a dejar. “Me dediqué a criar a Iara, mi única hija. Ahora que ya ella es grande, mutuamente nos ayudamos porque ella también está en nivel secundario. La idea es poder terminarlo para poder seguir una carrera que en mi caso sería Psicología. Ella me dijo ‘seguiremos juntas en la facultad’”. Natalia es empleada municipal y vive cerca del Galpón. Un día vio un pasacalle que invitaba a participar del bachillerato y se acercó a preguntar. “Ahí nomás la chica me inscribió y me preguntó si me quería quedar a clase… Esa incentivación está buena. Aparte, te puntualizan que si no entendés que se los hagas saber. No es que siguen con un tema y listo. El otro día la profesora de inglés estuvo todo el día al lado de Guillermo: empezó a machacar y machacar hasta que se relajó y entendió todo. También podés traer a los chicos si no tenés con quién dejarlos. Como hay muchas actividades en el Galpón, donde cantan, bailan, podes dejar al nene ahí…”.

-Si, yo traje a Benjamín, el otro día -interrumpe Irina-.

Es una gran familia -agrega Natalia-. Tomamos mate, compartimos galletitas, no hay diferencias y los profes se sientan con nosotros a tomar mate, no se ponen allá arriba”.

“Varias veces me anoté en ‘bachilleratos para adultos’, pero había chicos de 18 años que iban a molestar y nada más. No me dejaban concentrar y no me integraba. Las tres veces que me anoté -relata Mabel- tuve que dejar porque era insoportable. No respetaban a los maestros, a nadie. Aparte era lejos y esto se me presentó acá cerca, a diez cuerdas y dije ‘voy a probar’. Es un grupo que se respeta mucho, nos respetamos. Cuando fui adolescente terminé séptimo y no pude seguir porque mis viejos no me podían bancar todos los gastos. Después vas creciendo y postergando…”. Mabel tiene tres hijos, Abigail, Eduardo y Sol, de 13, 12 y 8 años. Es empleada doméstica en un estudio jurídico y sabe que sin título secundario “se te cierran muchas puertas”. Su jornada laboral termina a las 16, la misma hora en la que comienzan las clases. Los profes saben por qué a veces no llega a tiempo. “Aparte, si me pierdo una clase puedo venir el viernes a recuperara”, dice entusiasmada.

Susana es la más grande del grupo. Viene de San Javier, un pueblo cordobés donde hasta hace pocos años no había colegio secundario cerca. “Nunca había intentado terminar la escuela, siempre lo dejé pendiente, pero ahora que mis hijos son grande dije ‘llegó mi hora.’ Y lo fundamental: vivo a la vuelta. Lo que me gusta es que acá todos tienen ganas de aprender. Vengo re contenta”.

Natalia también fue a otros bachilleratos para adultos, pero “había chicos de 15 ó 16 años que iban a molestar y uno de los profesores se ponía a la altura de ellos y hablaba tonterías… Jamás nos enseñaban nada y a veces faltaban. Acá, un día faltó el de Biología, y estaba el otro porque son dos o tres profesores por materia”.

Ignacio es el que llega de más lejos. Lo hace en micro, desde Los Hornos. Cuando terminó la primaria, se anotó en una beca para que poder estudiar, pero un error de papeles en la inscripción, le demoró el trámite hasta abril y después no pudo encontrar colegio.

“Vi el anuncio en la parada del micro y me vine a anotar –cuenta Karina, mientras escribe algo en la carpeta-. Me anotaron el mismo día. Aparte me viene bien el horario porque yo tengo dos nenas (Daiana de 3 y Milagros de 4) y las van a buscar mis viejos al jardín y después las cuidan ellos”.

“Fue un proceso largo el que terminó de parir el bachillerato del Galpón -contó uno de los profes, Pablo Nasti, a La Pulseada Radio-. El primer día de clases fue una ansiedad galopante… Muy lindo. Es una forma de educación diferente, alternativa, que rompe ciertas prácticas que tiene la educación tradicional. Estamos convencidos de que no solo vamos a enseñar nosotros, sino que también vamos a aprender”.

Resignificar la educación formal

“Nos definimos como trabajadores de la educación, no nos pensamos como escindidos de la escuela pública, nos sentimos en el mismo sistema educativo, no salimos a competir ni a formar un sistema paralelo, sino a establecer un puente con la escuela pública. De hecho, la gran mayoría de los profesores laburamos también ahí. Lo entendemos más como una práctica prefigurativa de lo que queremos que sea la escuela”, explica Anabela Viollaz. Esa es la postura de la Coordinadora Interbachilleratos Populares que integran las experiencias del Frente Popular Darío Santillán, la del Galpón de Tolosa y la mayoría de los bachis de la Provincia y la Ciudad de Buenos Aires. No se proponen competir y desgastar a la educación oficial, sino incidir en sus prácticas. “Pensar una escuela que rompa con el verticalismo -agrega Anabela-, que se organice asambleariamente, que las discusiones pasen por los docentes y no solamente por los directivos, que los docentes podamos decidir las políticas educativas, los contenidos, las perspectivas desde la cual trabajamos. Ese creo que es el espacio más atractivo para los docentes que vienen del sistema educativo, la discusión con compañeros. Tanto en la asamblea, como en el área. Pensar el aula entre varios, interdisciplinariamente”.

“Los bachilleratos populares, como organizaciones sociales en el campo educativo, expresan la conformación de un movimiento pedagógico popular, porque uno de los vértices es la reivindicación de la necesidad de un proceso democratizador de la escuela”, explica el historiador Roberto Elizalde, uno de los fundadores de los bachilleratos populares.

Por otro lado, “hay como una autonomía relativa, en términos pedagógicos porque nosotros trabajamos con los diseños curriculares. No queremos -asegura Anabela- precarizar el conocimiento, ni privar a los alumnos de lo que se ve en todas las escuelas del país. Lo que hacemos es enfocarlo desde la perspectiva de la educación popular”.

“No hay que desechar todo -coincide Manuela Palma-. Creemos que hay aspectos de la educación formal que son valiosos y hay que resignificar”.

-Pero ustedes hacen desde la práctica, una crítica a la educación formal. ¿Cuál es esa crítica?

-El sistema educativo formal expulsa a la mayoría de los jóvenes y adultos con los que nosotros trabajamos. No está pensado en su forma y estructura para ellos. Ni en los contenidos, ni en las formas. Muchas veces hay infantilización del adulto, más allá de que hay muchas escuelas que intentan trabajar desde otro lugar e incluso muchos de nosotros trabajamos en instituciones formales e intentamos hacerlo con nuestras formas.

“Los sindicatos se oponen mucho a la emergencia de los bachilleratos –afirma Fernando Rodríguez- porque los bachilleratos no están de acuerdo, por ejemplo, en participar de actos públicos y en que la docencia se convierta en bolsas de laburo y que la gente venga acá solamente a cobrar un sueldo. Acá uno está contenido grupalmente y con un horizonte político clarísimo, que cuando no existe se transforma en voluntarismo, la salida individual, el cansancio, la fatiga. Yo creo que acá no vendría ni loco si estuviera solo. Cuando uno se sienta a planificar, todo el tiempo se piensa en el barrio que se te mete por la ventana. Las personas no dejan su casa ni sus cosas. Vienen con todo encima. Cómo convertir eso en un contenido, poder generar ese cruce, esa vinculación, que está ligado a lo epistemológico, lo subjetivo, las problemáticas, las inquietudes”.

“Nuestra propuesta es político/pedagógica –explica Pablo Nasti, docente en Tolosa-. Asumimos lo político que tiene la educación. Estamos hablando de formación de sujetos; esa formación tiene un sentido político en sus prácticas, en su cotidiano, en su hacer. Nosotros construimos desde ciertas críticas a la educación formal, retomando la educación popular”.

“No tenemos una disputa con el Estado -se suma Anabela-. Lo que nosotros hacemos es disputar el sentido de la educación pública desde adentro también, no es que estamos solamente por un costado. Son dos frentes que van de la mano. Entendemos que tenemos que replicar algunas experiencias de los bachilleratos en la escuela pública. Nosotros no tenemos una manera distinta de dar clase en la escuela pública, es el mismo compromiso”.

-¿Eso es personal?

-Pasa por una cuestión de militancia. La escuela pública también es militancia, aún cuando no tengas organización que te contenga. La educación pública tiene la misma población que los bachi. Es una escuela para pobres, para el que no puede pagar una escuela privada, aún en el barrio donde puede haber una cuota de 30 pesos. Se acusa a los bachi de fragmentar el sistema público, pero el sistema público está fragmentado desde antes, de la reforma neoliberal de los 90, la Ley de Educación Federal y el crecimiento monstruoso de la educación privada.

La resaca

“Nosotros no obligamos a venir a nadie, vienen porque hay una necesidad -explica Fernando-. La gente quiere terminar el secundario. Si vos montás una escuela acá, en Malvinas, te desbordan. Ahora hay una propuesta estatal para terminar la secundaria en los barrios periféricos de La Plata cuyo requisito es ir dos días a clase y los docentes no entrarían en los concursos. Está pensado para barrer con los bachi. A mi me han dicho funcionarios de Educación: ‘ustedes dan educación pobre para pobres’. Sin embargo, ellos elaboran una propuesta donde los docentes no van a concurso y encima las clases son 2 veces por semana, cuando nosotros damos cuatro”.

“Cuando hablamos de deserción escolar, no es que deserta; el mismo sistema lo está expulsando cuando el docente falta un montón, la escuela se cae a pedazos o cuando no hay clases por equis motivo -continúa Anabela-. La mayoría de los alumnos del bachi son pibes que dejaron el Polimodal, esa experiencia nefasta en todo sentido. Terminaron Noveno y quedaron colgados a los 15, 16 ó 17. También hay adultos que terminaron el viejo séptimo y por razones que en general son económicas, no pudieron seguir. El otro día uno de los pibes nos decía ‘nosotros somos la resaca’. Es lo que el sistema le ha hecho sentir. Lo habían echado de dos o tres escuelas, incluso de escuelas privadas de cuotas accesibles”.

-Así como decimos que no debería haber necesidad de hogares y comedores para chicos de la calles, ¿el objetivo es que alguna vez no hagan falta los bachi populares?

-En algún momento no tendría que hacer falta una educación de adultos porque eso implica que alguien tuvo que salir a laburar o no pudo terminar su formación en tiempo y forma. Que de hecho es bastante loco para pensarlo porque no hay ningún país en Latinoamérica que tenga una red pública de escuelas tan amplia como Argentina.
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