Nano Stern: “Violeta Parra es una fuerza de la naturaleza”

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137-NanoSternUna de las figuras más importantes de la canción chilena del siglo XXI, viajero incansable, durante los últimos años ha sido una visita constante por el país y la ciudad. En este encuentro con La Pulseada. Stern recorre sus primeros años en Chile, sus andanzas por el mundo y la actualidad política y social de su país, entre otras cosas.

Por Nacho Babino

Por su hermana Claudia, por un concierto de música clásica al que -siendo muy niño- fue con su madre, por las primeras clases de violín, por el acordeón que -cuando no estaba apoyado sobre un piano- tocaba su abuelo, por las clases que le daba una de sus primeras maestras de música a través del método Suzuki. Por todas esas cosas –se podrían enumerar algunas más- es que Nano Stern se metió alguna vez en la música y no pudo –y no quiso- ni salir ni parar. “Ese método es un paralelo a cómo se aprende la lengua materna pero llevado a la música. Y yo, que lo aprendí de muy chico, lo siento así, que la música es mi lengua materna. Muchas veces soy más capaz de explayarme a través de la música que de las palabras”, cuenta.

Nació en 1985 en Santiago de Chile, descendencia húngara y alemana por parte de sus abuelos. De niño era común que su padre le insistiera a que dejara un poco el violín y fuera a jugar al fútbol con “los demás niñitos”. Ahora dice: “Tuve mi época de fanático de fútbol y de coleccionar figuritas y álbumes. Soy hincha de la U. Hoy por hoy vivo cerca del Estadio Nacional y voy cada vez que puedo. Mi viejo murió cuando yo era joven y él me llevaba mucho a la cancha y quedó ese vínculo, así que si algún día tengo un hijo lo primero será ir a ver a la U”. Durante su adolescencia formó parte de bandas de rock –una con la que hacían solamente canciones de Led Zeppelin, otra fue Matorral, hasta llegó a formar parte de la reconocida Mecánica Popular, junto a Manuel García-. Luego empezó a tener algo de interés hacia el folklore, a través de algún profesor de la secundaria y de algunas canciones que escuchó y tocó en un verano por Bolivia y Perú. Hasta que suspendieron un recital de Deep Purple al que estaba yendo y terminó viendo en vivo por primera vez a Los Jaivas. “Me cambió la vida ese concierto, me hizo entrar en contacto de golpe con otro mundo, con muchos instrumentos que no conocía”. Luego de terminar el secundario estuvo dos años en el conservatorio –llegó a ser ayudante en varias materias- hasta que partió a Europa: “Tomé la decisión valiente de dejar todo eso, de mandarme a caminar por el mundo. Sentía que la música se me estaba volviendo gris y que, al contrario, tenía que ser en colores”. Y fue allí entre Alemania y Holanda –entre toques callejeros, noches de borracheras y ácido, el hospedaje en la casa de una brasileña lesbiana y la inesperada beca para poder estudiar jazz en una prestigiosa escuela de música- que surge su primer disco, homónimo, en 2006. Le siguieron Voy y vuelvo (2007), Los espejos (2009), Live in concert (2010), Las torres de sal (2011), La Cosecha (re versiones del cancionero de América Latina, 2013), San Diego 850 (en vivo, 2014), Antología (edición local, 2014) más algunas colaboraciones; como por ejemplo el disco grabado junto a su compatriota Juanito Ayala (Juana Fe): toda una producción nacida a la par de la nueva canción chilena de este siglo: Fernando Milagros, Pascuala Ilabaca, Manuel García, Chinoy, Camila Moreno, Kaskivano, entre otros.

Toda la discografía de Stern está cruzada por la música de raíz folclórica de su país y de Latinoamérica, por la trova –cubana, chilena- y también por algunas sonoridades cercanas al rock; desde las primeras composiciones que nacieron al calor de su estancia europea hasta el reciente Mil 500 vueltas (aquí en Argentina está pronto a editarlo Sonoamérica) que cuenta con la participación de Susana Baca, Jorge Drexler y Joan Báez, entre otros. Así, entonces, hay canción folk, cuecas, zambas, trotes, carnavalitos, cumbias, aires caribeños y andinos. Y también hay canciones como Dos cantores, Décimas a la viola, Lágrimas de oro y plata que, de alguna manera, se acercan a eso que se conoce como “canto a lo poeta”. Él explica: “El canto a lo poeta es una forma muy particular de canto improvisado en décimas que se da en la zona central de Chile, acompañado por la guitarra o el guitarrón chileno. Tiene una sonoridad muy particular en la cual hay dos submundos, dos géneros: el canto a lo humano y el canto a lo divino. Es una música profundamente chilena, creo que es lo más raro que tenemos como música allí, lo más ajeno a todo lo demás. Y esas canciones mías tienen cierto olor a eso. A pesar de que quedan pocos, está muy vivo, se siguen haciendo algunos encuentros. Es un mundo hermético, no se meten los gallos a la cancha salvo que tengan muy en claro lo que están haciendo”.

-En la canción Cuatro vientos decís “casi todo lo que me enseñaron, lo trato de olvidar”. ¿En tu caso, eso puede aplicarse a cómo se conjugan el mundo académico, docto; con la calle, con lo popular?

-No se weón… La verdad que yo no estoy seguro que exista una línea tan clara entre uno y otro. Porque muchos de los músicos que se estudian en la academia eran unos músicos de la puta madre. Qué se yo… Los compositores antiguos como Beethoven y Mozart tenían una vida súper apasionada y llena de rock and roll. Y la calle es eso también. Entonces nunca lo vi desde ese prejuicio, porque no lo siento así. Es todo una misma cosa. Por ejemplo yo escribí un cuarteto de cuerdas y luego hemos ido a la calle a tocarlo. Hay un placer oculto también en esa provocación, de tomar eso y llevarlo a otro contexto. Y también tomar, situar la calle en estos contextos más formales.

Y recuerda alguna medianoche luego de un recital: “El año pasado en Temuco, en medio de una borrachera, terminamos tocando en la calle, a violín y acordeón. Después de un show súper paquete y fino. Estábamos por salir y hacía mucho frío y el acordeonista me preguntó si de verdad quería hacerlo, a lo que le respondí -según él, porque yo no recuerdo mucho-: “Ves acaso una sombra de duda en mi ser”.

-Es común que en vivo interpretes “Para cantores que reflexionan”, una tonada muy poco conocida de Violeta Parra. ¿Cómo es cantarla, hoy, a Violeta Parra? ¿Y cómo te interpela esa canción?

-Violeta Parra es al seco y sin hielo, es un disparo al corazón. No hay palabra gratuita, no hay acorde casual, no hay nada que suene calculado. Es una fuerza de la naturaleza y creo que no ha habido nada como ella en la música chilena. Lo que hizo la Violeta es muy bello y es muy desgarrador. Ella es un ejemplo profundo de la academia y la calle, el pueblo. Termino conmovido cada vez que canto “Para cantores que reflexionan”, conmovido porque, te juro que no estoy inventando nada, cada vez que lo hago aprendo algo nuevo. Siempre se complementa, se expande. Desgraciadamente todas las problemáticas sociales a las que alude son más ciertas hoy que hace cincuenta años. Qué lástima que sean así.

-Tanto vos como muchísimos otros músicos han seguido de cerca y tocado, por ejemplo, en Festivales apoyando la lucha estudiantil en tu país…

-En Chile es tan profundo el daño que hizo la dictadura que erradicaron de las posibilidades de la gente el concepto de lo público. Lograron instaurar esa idea de que lo público es ineficiente, es corrupto. Y que lo hay, claro. Pero lo privado tiene también lo suyo. Y nosotros somos víctimas diarias también de eso, hay un desequilibrio muy grande y hay que partir muy de cero, y lo digo a tono personal. Cuando se dice que Chile es al capitalismo lo que Norcorea al comunismo, es verdad. Y estando ahí no nos damos cuenta. La salud, un trabajo y una remuneración digna, una desigualdad tanto menos abrumante que siempre la va haber, ok; pero que en Chile alcanza niveles que son inmorales absolutamente. Creo que hay que atreverse mucho más. Admiro, respeto y quiero muchísimo, por ejemplo, a la Ana Tijoux (NdR: reseña de su último disco en La Pulseada 120), que es muy detestada por mucha gente. Es impensable que en Chile tenga un arrastre mediático tan pequeño. Pero a la vez es completamente lógico porque ella tiene una frase genial, no sé si la cito tal cual: después vienen con eso que se te cerraran las puertas pero para qué andamos con cosas, nunca estuvieron abiertas. Y tiene mucha razón.

-Gran parte del tiempo lo pasás viajando. ¿A qué lugar sentís que volvés luego de tocar o de viajar? ¿Qué hay al final del camino?

-Durante mucho tiempo tuve que acostumbrarme y aprender que mi casa era donde colgara el sombrero al final de la noche. Pero siento que mi casa real es una vibración específica a la que llego a través de la música, arriba o abajo del escenario. A través de esa comunión. Y en esa casa cabemos todos. Y más que eso no puedo decir. Y no podría. Un lugar muy sutil pero muy real.

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