“Hay que desarrollar en los niños la potencia creadora”

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116-GarrizEn el emprendimiento que la Obra de Cajade tiene en Villa Elvira para contener a los más chiquititos, Guadalupe Guadalupe Gárriz vuelca sus dos profesiones: psicóloga y artista plástica, y su interés por la niñez. En este diálogo con La Pulseada reflexiona sobre la potencia del juego y la palabra en chicos que viven en contextos difíciles. Los derechos de los niños y los deberes de los grandes. 

Por Facundo Arroyo

La obra artística de Guadalupe Gárriz está profundamente ligada a lo que para ella significa la niñez. Antes de llegar a esa síntesis, pasó por la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Nacional de La Plata y se recibió de profesora y de licenciada en Artes Plásticas (en Grabado y en Arte Impreso), y después por la de Humanidades y Ciencias de la Educación, donde obtuvo el título de licenciada en Psicología. A esas carreras les agregó experiencias de trabajo territorial. Por ejemplo, en la Casa de los Bebés de la Obra del Padre Cajade, el emprendimiento social ubicado en 4 entre 601 y 602 de Villa Elvira, adonde bebés recién nacidos y chicos de hasta cinco años reciben aquello que no pueden tener del todo en sus casas.

¿De qué manera llegás a la Casita?

—En 2004 presentamos, junto con Joaquín Areta, un proyecto de extensión universitaria entre Bellas Artes y Humanidades, que planteaba la creación y formación artística para un desarrollo integral en la niñez. Habíamos pensado que el arte podía ser un puente, un facilitador de la capacidad expresiva y por ende, del desarrollo afectivo e intelectual. Lo planteamos y lo armamos habiendo conocido la Casa de los Bebés a través de una psicóloga con la cual habíamos trabajado en tareas de evaluación de desarrollo psicológico para el Plan Más Vida: Susana Di Iorio. Por nuestro interés en trabajar en el ámbito de la niñez y sobre todo, de llegar al barrio y así a las familias, Susana se adelantó y nos dijo: “Conozco un lugar que puede ser destinatario de esto que están pensando en armar”. Así tuvimos el primer contacto con la coordinadora de la casita, Isabel Benitez.

—¿Cómo los recibió?

—Cordial pero muy cauta. No éramos los primeros en acercarnos con proyectos y promesas, y las organizaciones un poco se acostumbran a que lleguen constantemente propuestas y por razones diversas se diluyan o interrumpan. A pesar de esto, Isabel aceptó el proyecto, que fue aprobado y subsidiado por la Universidad. Lo desarrollamos de punta a punta durante 2005, y fue una experiencia de trabajo intensa, muy rica, que nos permitió un acercamiento al universo de la infancia como no habíamos tenido hasta el momento. Sobre todo, porque se trababa de niños en situación de absoluta vulnerabilidad psicosocial.

Así, por ejemplo, hicieron casas de cartón de todos los tamaños, se vistieron con pintores y pintaron con témperas, y empezaron a buscar de ese modo esos otros alimentos, además de la comida, que ayudan a que los chicos puedan ser chicos.

—¿Cuáles fueron las primeras sensaciones que tuvieron del lugar?

—La Casita nos abrió las puertas con mucha generosidad. El panorama fue peor de lo que imaginábamos: muchos niños con dificultades en el lenguaje, para construir juegos y hacer uso de la dimensión de la fantasía… Niños bastante grandes con problemáticas de enuresis (N de la R: la dificultad para controlar el pis). Pero sobre todo recuerdo nuestros primeros contactos con ellos y la pregunta que surgía era cómo hacer para convocarlos, para hacer juntos algo más de lo que ya hacían, que era por ejemplo correr arrastrando sillas de una punta a la otra del salón. En ese momento era sólo eso. No eran trineos, ni carros, ni autitos, ni aviones; no había allí una palabra que acompañara a la acción para nombrar las fantasías. Ese fue nuestro punto de partida.

Nenes muy chiquititos, el 90% de los cuales no iba al jardín, llegaban desde zonas alejadas en combi, a la que “se subían con lo puesto, y a veces lo puesto era casi nada”, recuerda Guadalupe. Para intervenir desde el arte y el juego “construimos casas de cartón, trabajamos en formatos pequeñísimos y muy grandes, introdujimos el cuerpo en el espacio de la representación y nos pusimos pintores para delimitar ese tiempo de trabajo, eso les encantaba. Eso era como jugar un poco al jardín”.

El desafío profesional “era optimizar ese tiempo tan valioso que los niños pasaban allí y empezar a valorizar otro tipo de alimento, algo más allá de la comida. Tenía que ver con lo que hace del niño un niño: el juego. Jugar para poder pensar, inventar, cantar, para soñar ser bombero, mariposa y todas esas cosas que forman parte de la infancia”.

Después de la experiencia con el proyecto de extensión universitaria, Guadalupe se quedó a trabajar como psicóloga, hasta hoy. Viaja desde Tandil, donde vive, y cuando llega la están esperando reuniones con familias, mamás o trabajadores de la Casita. “Una de mis tareas es sostener y fortalecer lo más posible el recurso humano que hay allí, por otra parte, el que más se mantiene hace tiempo”, describe en diálogo con La Pulseada.

“La mayoría permanece a pesar de la paga porque también hay otras cosas que hacen que sea un espacio para no abandonar…”. Al contarlo recuerda a Víctor, el pibe que murió en octubre de 2012 ahogado en una cantera, por una desidia e irresponsabilidad criminal (La Pulseada 108). “Víctor era el hijito de Graciela y un niño con el que intercambiábamos cosas, un niño más de los hijos que siempre andan dando vueltas. Yo lo conocía desde que llegaron de Paraguay y sólo hablaba guaraní. Esto fue algo terrible para todos. Y lo cargan diariamente, y tratan de ayudarse con esto y con un montón de cosas más”.

La fuerza del arte

Gárriz dice que “la potencia creadora es algo que hay que desarrollar, porque si no, ahí queda, como una posibilidad, como algo que pudo haber sido y no fue”, y que el arte “es un lugar desde el cual uno puede decir muchas cosas”. Lo ejemplifica con su propia obra, profundamente vinculada con lo que para ella es la niñez. Hablar de los niños, sostiene, es también hablar de los adultos que una vez fueron niños, porque el mundo de la infancia es un territorio compartido.

Y el rol de los adultos es potente pero delicado: “Los niños son vulnerables a muchas cosas y los adultos, potencialmente protectores. Pero también pueden ser generadores de los descuidos y sufrimientos más atroces. Los maestros pueden cuidar, acompañar, o amedrentar, hostigar y opacar entusiasmos y sueños. Los adultos podemos hacer muchas cosas con los niños. La idea de un adulto que acompañe, que dé seguridad, que eche luz en momentos en que el niño se ve atrapado por una visión drástica del mundo es algo a construir sobre todo porque primero hay que entender las distintas posiciones que definen una relación niño-adulto”.

“El arte es un camino —continúa Gárriz—; es un lenguaje, es una posibilidad de decir. Es un camino grato, en el que se puede disfrutar si uno se permite prestarse al juego. Los niños en general tienen mucha disposición y pocos prejuicios a la hora de disponerse a pintar o a modelar, por ejemplo. El tema es que los adultos habiliten los espacios para ello. Pasa algo similar con el juego: a medida que los niños crecen, el juego y las distintas manifestaciones expresivas van perdiendo lugar, se van devaluando, y en su lugar aparecen las obligaciones escolares.

En este sentido, ¿cómo ves a las instituciones educativas?

—En el jardín, por ejemplo, están habilitados el juego y las actividades plásticas y musicales. Ya en primer grado el cambio es rotundo: el espacio de juego queda absolutamente reducido a los diez preciados minutos del recreo. Y a veces, los 40 minutos de plástica semanal se transforman en un ensamblaje rápido y vistoso que no permite la reflexión, el intervalo de silencio, la explosión de confusión o entusiasmo que genera el trabajo plástico. Pareciera que no hay tiempo porque hay que aprender otras cosas más importantes. Creo que la escuela se debe una reflexión seria respecto de este tema que tiene que ver directamente con la sensibilidad y la capacidad crítica de los adultos futuros. Si a esto le sumamos las actividades extra escolares, el tiempo de juego desaparece casi por completo o se le dice ‘ocio’, como si fuera un despojo, algo que sobra, un desperdicio. Algunas propuestas escolares se parecen bastante a las jornadas laborales de los padres. Obviamente no hay que reducir la creatividad al juego y al arte. Pero cultivar el pensamiento creativo, leer, sentarse a mirar un libro de arte, dibujar, lleva tiempo y para eso hay que disponerse a hacerse ese espacio.

La promoción y la protección

“No puede ser ensayo y error con los pibes”, plantea Guadalupe. Muchas veces, explica, si bien la actual ley de Promoción y Protección de los derechos de los niños y adolescentes resultó un gran avance, se siguen reproduciendo lógicas antiguas, prácticas asociadas al Patronato de la infancia, y “se transitan caminos sin tener idea de nada, incurriendo en descuidos y estrategias desacertadas, que en niñitos o en adolescentes que no debieran suceder bajo ningún punto de vista”, afirma.

Para intervenir adecuadamente ante “la niñez pobre, que lo que más tiene son derechos vulnerados, se requieren equipos consolidados —desarrolla Guadalupe—. No nos podemos dar el lujo de desperdiciar intervenciones o posibilidades. Pero en el medio, los chicos crecen, pasa el tiempo y esas experiencias de vida van dejando huella y se van haciendo heridas cada vez mayores”.

Guadalupe trabaja también como docente de arte en un centro de la Provincia para jóvenes con causas penales. Ahí “veo constantemente los itinerarios y los destinos de chicos que fueron tan pequeñitos como los que hoy van a la Casita”, cuenta. Por eso remarca: “Le cabe al Estado esa enorme responsabilidad de contribuir a reparar, desde el lugar que sea, para intentar torcer algo de los destinos tan determinados en muchos casos. Es lo que sin duda nos corresponde a todos: sociedad civil y Estado”.

 

Mujer niña

En septiembre Guadalupe expuso su muestra “Había una vez un niño” en el Centro Cultural Malvinas. Se trata, le contó a La Pulseada, de expresiones plásticas sobre todas estas cuestiones vinculadas a la niñez, sobre las que permanentemente piensa y trabaja: “Me gusta hacer el ejercicio de situarme en el lugar de niño y desde ahí decir algunas cosas. Hay realmente una metamorfosis de muchos encontronazos míos con la niñez. La niñez también es magia, es plasticidad para acomodarse al mundo. Me gusta pensar que puedo de alguna manera interpelar al adulto que alguna vez fue niño y sintió el arrebato de una piñata injusta, o el remanso y el consuelo de alguien más grande. Es felicidad y drama a la vez”.

Siempre pregunta si sus respuestas están bien. Como si fuera una niña metida en el cuerpo de una mujer. “Guada”, le dicen los chicos que la conocen. Cuando la ven venir con mochila y pintor siempre agarran alguna témpera, algún lápiz. “Guada”, así también comienza la presentación de su página web, en letra cursiva. Allí se puede conocer el perfil de su trabajo como artista y contactarse con ella. La dirección es http://www.guadagarriz.com.ar

 

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