El lunes 24, en el marco del 38° aniversario del último golpe de Estado en Argentina, se presentará “Libros que muerden”, un catálogo de autoría de Gabriela Pesclevi (La Grieta) editado por la Biblioteca Nacional. Allí se recopila una investigación sobre la literatura infantil y juvenil censurada durante la última dictadura cívico-militar.La inauguración de la muestra fue, justamente, un 24 de marzo en el mismo galpón de La Grieta hace 8 años. En esa ocasión, se presentó una docena de ejemplares y hoy la muestra reúne casi 400 que incluyen manuales de texto, libros de cuentos, enciclopedias, colecciones completas. Según explica Gabriela, “es un repertorio de libros y hay una historia particular para cada libro contando no solamente el derrotero del libro –como se censuró- sino también el contenido, cómo está hecho, el criterio que se tenía para realizar los libros para chicos en el ’60 y ’70”.
“La historia de la censura es la historia de la cultura. Este análisis nos lleva a pensar que los textos tienen un valor rupturista, no subestiman a los chicos, permiten pensar con osadía nuevos temas y nuevas posiblidades de escribir. Entonces, nos interesa la reflexión de por qué los militares se ensañaron tanto con las infancias, con la literatura pensada para chicos y qué hay en eso de haber sistematizado las prácticas censoras, haberlas puesto en una máquina del terror donde la censura suponía tener intelectuales al servicios a cercenar textos”, cuenta Gabriela.
Las marcas de la censura
Durante la dictadura, las prohibiciones se instalaron en todo el ámbito educativo y cultural. Por radio, televisión, diarios, librerías e institutos educativos circulaban “listas negras” con los nombres de escritores, compositores y artistas prohibidos por el gobierno de facto, muchas bajo el formato de decretos o circulares. La mayoría de estos documentos fueron firmados por el ministro del Interior de la dictadura, Albano Harguindeguy y su director general de Publicaciones, Jorge Méndez; el subsecretario de Seguridad del Interior, coronel José Ruiz Palacios y el presidente de facto, Jorge Rafael Videla. También se ejerció una censura “por tijeretazos”, es decir, no sobre obras completas sino sobre fragmentos determinados que los militares consideraban peligrosos o subversivos y se instaba a su modificación o supresión. Además, en el camino de recopilar material, desde Libros que muerden dieron cuenta de que muchos libros que no figuraban en estos listados salían de circulación por rumores, por incertidumbre o porque algún título del mismo autor o de la misma colección había aparecido en un decreto.
Esta tarea de censura no se llevó a cabo de manera espontánea o aislada, sino que estuvo a cargo de dependencias especializadas donde trabajaron escritores, intelectuales, científicos y docentes para analizar los materiales y elaborar fichas específicas donde se indicaban observaciones acerca del contenido de los libros y se disponían si podían o no circular.
Los libros pueden consultarse en la biblioteca La Chicharra, que funciona en el espacio de La Grieta, y también recorren distintos lugares del país a través de exposiciones y talleres en escuelas, universidades, centros culturales y otras instituciones. En este recorrido, las historias personales de los visitantes se mezclan con los relatos de los libros y cada uno de los viajes que realiza la muestra es un espacio de diálogo, un despertar de vivencias e inquietudes. ¿Cuáles fueron los alcances de la dictadura para la cultura del país? ¿Cómo se conformaron los mecanismos de censura? ¿Existe una literatura peligrosa? ¿Cómo es un libro que muerde?






























