Cumplió 10 años la comparsa del Negro Santillán

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Foto Lucía Medina

La Minga, del barrio Meridiano V, lo festejó a fin de septiembre con una llamada junto a más comparsas de la ciudad que arrancó templando tambores en el Galpón de las artes. Crónica de un encuentro pagano bañado de sol, cervezas y ritmos, con el protagonismo de Marcelo.

Por Ana Laura Esperança

El sol se adhiere todo lo que toca como una caricia, con esa manera perfecta que tiene su calor en primavera. Sin embargo, a las cuatro de la tarde y con su luz en apogeo,  hay más de una fogata encendida en el predio externo del Galpón de las artes (13 y 71): alrededor de cada una se ubican tambores de diferentes tamaños, colores y motivos.  Desdibujados por el calor de las llamas, asoman entre el humo los naranja, amarillo y negro de La Cuerda, y el verde y amarillo de la comparsa agasajada por su aniversario número diez: La Minga. También se ven algunos tambores con distintos motivos: uno amarillo con firuletes lila, otro liso de madera virgen, otro barnizado con marcas en negro. Todos colocados alrededor del fuego para templar las tres voces del candombe (piano, repique y chico). O, como se diría en la jerga candombera, para “calentar los parches”.

De fondo suena un candombe liso: en otra de las fogatas un círculo de candomberos golpea con fuerza los parches poniendo un acento mántrico a la tarde, como un moebius rítmico que hechiza a los oyentes amontonados alrededor. Algunos tocadores cuelgan un rato el talí, pero enseguida otros se suman, y así nunca se deja de oír el toque candombero. Marcelito Santillán (criado en el Hogar del Padre Cajade, bailarín de La Minga e integrante de la conducción de La Pulseada Radio, ver pág. 17) ya está vestido para desfilar y practica los primeros pasos en medio de la ronda. Todos lo saludan, lo aplauden o le tiran un “OK” con la mano. Le regalan una sonrisa que él devuelve multiplicada, al tiempo que se sacude con ganas desde adentro de su traje de corona y capa de leopardo y su cetro de madera. Sigue bailando al lado del fuego, pero aminora un poco la marcha y pide agua: tiene que guardar pilas para cuando empiece el desfile. Y su comparsa, La Minga, es la que sale última, es la anfitriona, así que el festejo será largo.

Entre el murmullo y golpes de tambores, Marcelito cuenta que está feliz de ese festejo y de pertenecer a La Minga; destaca sobre todo “la amistad que nos une”. Ahí encuentra alegría, ahí pone en práctica lo que piensa, lo que decide para su vida: tirar para adelante, ponerse bien, permanecer de pie. Estrechar lazos de amistad con gente que siente parecido, que está en sintonía a su visión de las cosas. “Cuando era chico miraba mucho canal 3 de Colonia, me encantaban las comparsas. Y llegué a La Minga en un momento en que yo estaba mal —cuando se murió el cura—, y no podía hacer más nada. Pero llegué acá y me ayudó a ponerme las pilas. Ahora estoy bien, tengo una perrita que se llama Luna y le mando un beso”, dice, con una de sus clásicas sonrisas.

Verónica Sarrió, una de las primeras integrantes de La Minga y maestra de la Escuelita de candombe que funciona los miércoles por la tarde en La Palmera (el descampado detrás de la Estación Provincial de 17 y 71), cuenta que Marcelito llegó a la comparsa invitado por uno de los chicos entre 2007 y 2008; desde ese momento su participación fue permanente. Y es un clásico: “Él no representa ninguno de los personajes masculinos del candombe (gramillero, escobillero, príncipe o rey), él es un personaje en sí mismo, que baila a su manera, siempre arengando, siempre alegrando, es el verdadero espíritu de La Minga”, define. Marce se acerca otra vez y cuenta que además está muy contento porque se va a Uruguay con La Pulseada Radio en febrero de 2015, para Las Llamadas, la ceremonia candombera de los barrios negros de Montevideo.

El pueblo candombero

Una de las propuestas de La Minga, además de la llamada del día sábado, fue convocar a todos aquellos que pasaron por la comparsa alguna vez a sumarse al festejo. Horacio, uno de los miembros originales del grupo que ya no va cada domingo —día que La Minga hace un caminata desde Estación Circunvalación en 12 y 71 hasta el playón del Galpón de la Grieta en 18 y 71— , dice que sin embargo no se considera un ex integrante, en todo caso un miembro espiritual. “Hoy traje a mis hijos (en este momento vestidos de verde, amarillo y negro, maquillados para salir a escena), el candombe es un núcleo de gente con inquietudes parecidas, compartiendo el sol de la tarde”, define como una de las tantas líneas que podría describir su parecer. Y se prepara porque en un rato volverá a las pistas como en los viejos tiempos: La Minga está glamorosa, bella, de cumpleaños.

Elisa, una de las tocadoras que conoció el grupo en 2008 y llegó para quedarse, describe el candombe como un espacio de gente muy heterogénea, de distintos palos que se reúne a compartir la experiencia del candombe. “Lo que vi a lo largo de los seis años que llevo en La Minga fueron muchos cambios, mucha gente que pasó, pero la esencia siempre es la de fomentar valores que tienen que ver con el compañerismo, la solidaridad y la amistad”, asegura y enseguida se levanta del pasto seco cerca de las llamas para terminar de vestirse en su traje de dominó: remera verde con la inscripción de La Minga candombe en letras amarillas, pantalón y alpargatas negras, y encima el traje en los mismos colores con lentejuelas y sombrero de paja pintado de plateado. “Los candomberos son unos manija”, dice riéndose para explicar el permanente sonido de tambores que nos obliga a levantar el volumen de la voz.

La tarde es prometedora, el azul eléctrico del cielo no flaquea ni un segundo, sólo se empieza a esfumar cerca de las 18, en medio del desfile de comparsas por los adoquines de la calle 71. La Minga, vestida de verde y amarillo, brillante entre lentejuelas y purpurina de las bailarinas, tiene como bailarín principal a Marcelito, que baila desde el centro de las filas adelantando todo el bastión de gente que viene detrás. Tiene el torso desnudo que descubre bajo su traje de leopardo una piel morena, legado de su ascendencia afro.  “Marce es el único integrante de La Minga que tiene ascendencia afro. Y eso se ve también en su manera de arengar, de relacionarse con el ritmo”, cuenta Verónica.

El paseo de las comparsas en esta llamada de aniversario minguero termina en el playón del Galpón de La Grieta, lugar de cierre de La Minga de cada domingo. Pero después, los integrantes de todas las comparsas (participaron también La Cuerda, Oieló, Afro Raíz, Lonjas 32 y Tambores Tintos, de Ensenada), que vistieron de fiesta al barrio y atrajeron a vecinos, familias y amigos, irán a La Palmera, donde tiene su base la escuelita de candombe. Los esperan con choripanes y bebidas. Unas cajas de sonido y unos mics sumados al aporte musical de los clásicos tambores, pondrán la cuota infaltable para cerrar la fiesta: “Casi una peña, pintaron chacareras y nos quedamos todos bailando, tocando y candombeando hasta la media noche”, concluye una de las tocadoras sabiendo que para vivir otra fiesta así no faltará mucho tiempo más: el pueblo candombero es muy generoso con el clima festivo.

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One commentOn Cumplió 10 años la comparsa del Negro Santillán

  • marcelo es un cable a tierra, puro vibrar, puro corazon. un ejemplo. te hace sentir que uno es androide maniatado, y el, capaz ni sabe, te ayuda reconocerte en ese pelotero de tareas cotidianas. gracias negro, cientos de veces te vi y volvi a recordar lo era, lo que debemos ser. capaz ni te lo dije

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