1.Introducción al informe


2.La Denuncia (Médicos residentes)

3.Hijos de la Miseria (por Pablo Mugica)


4."Nueva Esperanza" (por Verona Demaestri)


5.Reportaje a Dr.Carlos Bertolotti (por Carlos Fanjul)


6.Yamile sí le está ganando la pulseada a la desnutrición (por Verona Demaestri)



Sin palabras frente a la desnutrición
¿QUIÉN MATÓ A ALEX BAZÁN?

En comienzo de una nota siempre tratamos de sintetizar lo que van a leer cuando den vuelta la hoja. A veces lo escribimos en dos minutos... En algunas oportunidades cuesta un poco más. Hoy, en cambio, nos resulta imposible. No encontramos palabras para describir lo que tenemos. No encontramos imágenes para mostrar lo que pasa. No encontramos calificativos para transmitir nuestra bronca, nuestra indignación, nuestra impotencia.

Alex Bazán tenía 2 años y medio. Estaba desnutrido. Lo llevaron a la salita de Romero. Los médicos lo atendieron más de una vez y elevaron el informe a las autoridades municipales de La Plata. Alex murió el 2 de abril. Se podía haber evitado.

En las páginas que siguen, van a encontrar la denuncia de los médicos, la opinión y las vivencias de dos periodistas, una entrevista a un doctor vinculado a la Obra del padre Cajade y el testimonio de la abuela de un nenito desnutrido que hoy no está con Alex porque recibió amor y dedicación. Nada menos. Claro, porque es bueno decirlo: en La Plata hay muchos chicos desnutridos y cada día hay más... Y es bueno saberlo: es posible recuperarlos.

En la tapa de La Pulseada de setiembre del año pasado, decíamos: "En La Plata, Berisso y Ensenada hay 116 mil indigentes y un plato de comida cuesta 0,39 centavos. Para alimentar a todos hacen falta sólo 16 millones de pesos por año, hacen falta 43.800 pesos por día... Hace falta querer hacerlo".
¿Qué palabras usar para calificar a quienes no quisieron hacerlo?

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LA DENUNCIA
Por Martín Silberman, Esteban Ronsino, Alejandro Barletta, Eleonora Valenti, Leonardo Weiss, Valeria Maio, Laura De Irureta, Belén Maruelli, Antonella Paniza, Gustavo Ibraimosky,
Sergio De Andrea, Sergio Rucinski, Cristina Sierra
(Médicos residentes de Medicina General del Hospital Alejandro Korn, con trabajo en terreno
en el área programática de la Unidad Sanitaria N°34 del barrio Santa Ana de La Plata)

"Los médicos que trabajamos en atención primaria de la salud, ya sea en unidades sanitarias o en hospitales, estamos acostumbrados a ver y a diagnosticar la desnutrición en nuestra ciudad. Nos preocupa, nos da bronca, y sobre todo, como dijimos recién, nos estamos acostumbrando. Eso es lo peor.

Nos preocupa porque vemos cómo estamos destruyendo generaciones enteras que no se desarrollan, que no rinden igual en la escuela, que cuando sean adultos no van a rendir lo mismo que aquellos que tuvieron la suerte de crecer en un medio más favorable. Nos da bronca porque vemos que el sistema de salud en las unidades sanitarias no tiene ningún tipo de respuesta organizada para prevenir o para tratar al paciente desnutrido y a su familia.

Estamos cansados de ver, pesar y medir chicos desnutridos, conocemos a sus padres, conocemos sus casas, los Amarilla, los Choque, los Colque, Juana, etc. Estamos cansados de darles tratamiento que sabemos que en su mayoría no van a poder cumplir. Porque no tienen dinero para ir al hospital a buscar un antiparasitario que no hay en la salita o porque vuelven a sus casas a tomar agua cruda del pozo perforado quién sabe a cuántos metros del pozo ciego.

Nos da bronca que chiquitos como Alex Bazán, de sólo dos años y medio de edad, quien fue visto en enero pasado en nuestra unidad sanitaria y que fue diagnosticado y tratado por desnutrición junto con su familia, haya fallecido de la manera que todos conocemos.

Alex Bazán murió el 2 de abril de 2003 en la Clínica del Niño luego de ser trasladado, en gravísimo estado, desde el Hospital Alejandro Korn de Melchor Romero, a donde la madre lo había llevado luego de varios días por una diarrea que no cedía.

Alex pertenecía a una familia humilde de la zona. Era uno más de nueve hermanos en un hogar de padres desocupados, que la peleaban más aún luego del nacimiento de los hermanos mellizos de Alex, los menores de la familia, que en ese momento tenían cuatro meses y medio.

Alex y su familia también habían sido vistos en su domicilio. En ese momento -a principios de año- se supo que los mellizos tenían bajo peso para la edad. Ambos estuvieron internados en el Hospital de Niños por cuadros de diarrea y deshidratación. La casa de los Bazán, como muchas otras del barrio, no tiene agua. Usan la que les da un vecino que la extrae con un bombeador colocado en una perforación casera. Los Bazán guardan el agua en un recipiente con tapa.

Todo esto, que no es ninguna novedad, complica muchas veces los tratamientos antiparasitarios que de por sí son complicados. Los remedios deben ser retirados de la farmacia del hospital; deben tomar un micro para ir a retirarlos y, como no pueden dejar a los chicos solos, deben llevarlos con ellos en colectivo, lo que encarece aún más el viaje... Aún consiguiendo el tratamiento, vuelven a tomar el agua cruda del pozo.

Alex Bazán fue visto en la unidad sanitaria en enero y también en febrero. Los hermanos fueron controlados; se realizó una encuesta social para solicitar refuerzo alimentario y planes de jefas y jefes de Hogar a los padres, y se comenzó a completar la vacunación a los hermanos.

Toda esa información que se generó en la unidad sanitaria, los informes sociales que se completaron, las solicitudes por refuerzo alimentario que se llenaron y que nunca llegaron a la casa de Alex, ¿dónde fueron? ¿Nadie vio las fichas con la descripción del grado de desnutrición de Alex? Se llenan planillas, formularios, encuestas, historias clínicas, etc. y se elevan a la Secretaría de Salud de la Municipalidad; de ahí se supone que deben ir a Acción Social de la comuna, pero llegado el momento no se sabe dónde están... No existen números de expedientes, ni recibos de entrega, dejando totalmente expuestos y como únicos responsables a los profesionales actuantes, quienes se transforman en portavoces de un sistema que no tiene capacidad de respuesta.

¿Puede ser que no exista un mecanismo formal y excepcional de manejo de este tipo de emergencias, a través de un número de expediente, una vía administrativa rápida y bien aceitada para que sean tratadas las familias en alto riesgo social y sanitario?
No, no existe. Con Alex no existió y aún no existe para tratar a sus hermanos, los mellizos de cinco meses, que aún hoy siguen desnutridos, que aún hoy viven en una humilde casa sin agua corriente, sin cloacas, sin gas de red y sin un Estado que los ampare.

Como decíamos, los médicos de atención primaria nos estamos acostumbrando a este tipo de situaciones, donde los conocimientos médicos se agotan ante lo inabarcable del cuadro.

Entendemos que ejecutando políticas contra la desnutrición se da por cierto que ésta existe, pero ya no se puede esconder más bajo la alfombra.
Nosotros vamos a seguir, vamos a dar pelea por la salud y por mejores condiciones de vida. Algo que no nos han enseñado en la Facultad de Medicina y que aún estamos aprendiendo.

Hoy ya es tarde para Alex y para muchos niños desnutridos que mueren día a día. La desnutrición no está tan lejos como nos quieren hacer ver. Está acá, a quince minutos del centro de la ciudad de La Plata, por causas como diarreas, neumonías y otras que son favorecidas por un estado inmunitario disminuido y por un organismo débil que no puede dar respuesta a infecciones banales que no matarían a un niño sano, correctamente alimentado y tratado a tiempo.

Ojalá que, aunque sea, esto sirva para que la historia de los mellizos Bazán y la de tantos otros pibes de la periferia platense, tenga un mejor final".

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HIJOS DE LA MISERIA
Por Pablo Mugica

Corrado Alvaro describió la vida miserable en las covachas levantadas en las montañas de Calabria señalando, con delicadeza latina, que "no es buena la vida de los pastores del Aspromonte cuando empieza el invierno". Tampoco lo es para los pobres de La Plata, habitantes de un cinturón cada vez más ancho que engrosa día a día sumando casillas precarias de chapa, cartón y madera.

El pediatra Carlos Bertolotti, que dos días a la semana recorre casa por casa los asentamientos de barrio Aeropuerto, asegura que "hay que vivir en esas condiciones o estar con ellos un buen tiempo para comprobar cómo los deteriora la pobreza" y no sólo se refiere al deterioro del organismo. Y tiene razón. Para hablar o comprender ese fenómeno que los tecnócratas anonimizan detrás de cifras cada día más abultadas o detrás de eufemismos como población NBI o similares. Lo que Bertolotti quiere decir en buen cristiano es que a la pobreza hay que conocerla desde adentro, tutearla, sentir su olor hasta dejar de distinguirlo, sentir cómo lastima el cuerpo el chiflete que se filtra por las rendijas de sus paredes de madera o chapa, tener que echar aliento a las manos para poder asir el tazón de mate cocido caliente que engañará al estómago para poder dormir esa noche.

Recorrer hasta la madrugada la ciudad, calle por calle, arrastrando el carro en busca de cartón que asegure un mínimo sustento para el día siguiente, llueva o corra un viento helado. Hacer el amor sabiendo que la mujer parirá chicos en desventaja, como lo fueron ellos y sus padres. Saber que no se puede pensar en pasado mañana, porque hay que solucionar el hoy, acotando los sueños a 24 horas. Darse cuenta de que uno de sus hijos se hartó de agachar la cabeza y trajinar con el carro y decidió jugarse la vida en una noche de caño; hijo que si se topa con la policía podrá decir con aquél pastor rebelde de la novela de Alvaro, "al fin podré hablar con la justicia. ¡Cuánto ha sido necesario para poder encontrarla y contarle mis problemas!", porque es sólo así, en su forma represiva, que la justicia llega a los pobres.

Y es allí, en esas casillas misérrimas, en donde vive la desnutrición. No es algo nuevo. Es la vieja pata de cabra. Sucede que el modelo imperante la ha tornado inocultable a los ojos de la clase media y de los pudientes. Es tal su número que no cabía debajo de la alfombra en donde el poder barre y esconde sus llagas. Por ella, la gente pobre suele ser más petiza que los de la clase media y repiten más asiduamente de grado o dejan la escuela. Son los sobrevivientes, los que vivirán en desventaja respecto a sus pares de otra clase social a la hora de pelear un sitio en el mercado laboral. Crecerán y vivirán en la adversidad. Serán changarines mal pagos de la construcción o las quintas, vivirán del cirujeo o del servicio doméstico.

Son los hijos de la miseria, los pobres estructurales que no son sólo cifras. Son personas. Tienen nombre y apellido, familia, un barrio en el que su drama cotidiano no los distingue de otros. Es Elena que bajó los brazos y la sostienen sus ocho hijos pequeños en barrio Aeropuerto, que de tan flaquitos parecen altos. Conmueve verlos pelear con la vida, hermosos, con sus ojos encendidos golpeando puertas o hurgando en lo que tiran para encontrar algo que les permita cocinarse. Es el hijo de Juan, cuya muerte golpeó a los platenses; habitante de Romero, desnutrido de segundo grado, murió de un cuadro broncopulmonar que cualquier chico de clase media hubiera sorteado con dos días de cama. Pero el hijo de Juan vivía en una casilla de chapa y madera, lejos, como viven los pobres y por lo que siempre llegan tarde al médico. Todos ellos, como asegura Bertolotti, reciben sólo el 50% de las comidas que alimentan a chicos de otras clases sociales. Un almuerzo magro y farináceo, tazas de mate cocido y pan.

Miseria que genera rebeldías, jugarse al todo o nada con una pistola después de limarse con merca o evadirse con el vino barato y químico o el pegamento.

Hay otros que encauzan la rebeldía para agruparse porque así descubrieron que son más fuertes. Como Adriana y Luis, militantes de la CTA de Romero, que en
la casa de su mamá levantaron un comedor que alimenta a 200 familias del barrio y que claman por una balanza y una cinta para salir puerta por puerta y encontrar a tiempo los casos de desnutrición. También está Elsa, que vive heroicamente con su marido y sus 7 hijos en un asentamiento de El Retiro y que agrupó a las otras mujeres junto a Sandra y María, cavando zanjas, instalando caños para llevar agua potable, levantando un comedor para 150 chicos. Y es tan conmovedor el gesto de Elsa, por la precariedad de la casilla que habita, en la que sus hijos comparten a la noche una pieza en donde sólo caben colchones, uno pegado al otro y ella cocina en un tambor de latón de 200 litros que perforó para colarle las ramas y encender el fuego. Elsa, Adriana, Sandra, María, Luis, iniciaron sus luchas reivindicativas desde sus propias necesidades, conscientes como Evita que en donde hay una necesidad, hay un derecho. Y no son los únicos.

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"NUEVA ESPERANZA"
Por Verona Demaestri

Romero. 520 y 152. Bajo del Oeste. Comienzo a caminar alejándome del asfalto. Ni siquiera es ripio; el camino de tierra no está alisado. Todavía hay que ir esquivando algunos charcos que dejó la lluvia de hace tres días. Un perro piel y hueso viene zigzagueando, buscando algo que roer. Unos arcos pelados y asimétricos dan la clave de que ese descampado no es más que una canchita. La bordeo. Al doblar se ven chicos; correteando unos, jugando a la bolita en una cancha improvisada otros.

Llego al comedor "Nueva Esperanza" -517 entre 152 y 153- y pregunto por Mabel o Adriana. Me atiende Adriana, la hija de Mabel, y en seguida me invita a pasar a la construcción de chapas emplazada en el patio de su casa, que ya les va quedando chica (la casa y la construcción-copa de leche-comedor).

Frente a la entrada, se alza una bomba manual. Al principio no mira a los ojos, le toma un rato entrar en confianza mientras corta el pan casero que ella misma horneó, "aunque cualquiera de nosotras se encarga de hacerlo", aclara.

A la derecha hay una cocina a leña que espera ser usada más tarde, cuando comiencen con el comedor. La leña ocupa todo el bajo mesada; sobre él hay una gran olla que tiene la leche que ellos mismos consiguen. Adriana mide con un vaso de plástico la ración por chico. Los pibes entran con recipientes vacíos de todo tipo, y salen con la merienda para sus hermanitos. Sobre la mesada hay letreros hechos con cartulina que indican las instrucciones para detectar problemas comunes: Hantavirus, bajo peso, vacunas a tener en cuenta... A la izquierda están apiladas las cajas que contienen la ropa que, "en un tiempito nomás", será un ropero.

-Solamente tres de las que estamos tenemos Plan, y no te alcanza para nada. Yo le compro ropa a los chicos, y nunca llego a comprarme yo. Pero acá se ven muchas cosas, otras cosas...

En el barrio no hay hombres a la vista. Luis, hermano de Adriana, es el único que aparece en toda la tarde. Se suma a la charla:
-Son como unas 100 familias de acá y de allá, hasta del otro lado (de la 520)... Ninguno con trabajo estable, todo changas y Plan. Queremos poner una bloquera y una panificadora, porque si se llegan a caer los planes... Además, para ayudar a lo del Plan, que no alcanza.

Ahora no paran de hablar. Sentados uno junto al otro, Adriana ceba mate dulce y ofrece unos pancitos. Fue ella quien se enteró en la Cooperadora de la escuela de los chicos que había un comedor "Volver a Empezar". Ahí convocó a su esposo, a su hermano, a su padre (viejo militante de la JP). Algo usual en estas duras realidades postmenemistas: la mujer que convoca a los hombres. Aquel comedor les quedaba lejos, así que ofrecieron la propia casa para poner una copa de leche en el barrio.

-Hace siete meses que estamos y ya pusimos el comedor. No nos dan leche así que nos rebuscamos para comprarla, comenta Luis.

-Acá hay chicos con bajo peso... Lo vemos a simple vista, pero todavía hay que hacer un estudio de peso y talla, revela Adriana.

-Les damos la leche a los chicos y después se cocina; los vienen a buscar porque no queremos que los pibes coman separados de los papás, que por ahí los ven nada más que a la noche, explica Luis.

-Una vez por semana viene un médico y chicas de Malvinas. Ellos nos dicen cómo controlar la salud de los nenes. El otro día hicimos una prueba: le dije el peso del chico mío y me dijo que estaba bajo, pero nada grave. Hace poco llamamos a la ambulancia para un nene de un año y pico que estaba con segundo grado de desnutrición. Pesaba poco, lo veíamos desnutrido, con las piernas encogidas. La tía nos avisó. Cuando llegó la ambulancia los padres estaban como ofendidos, avergonzados de que nos metiéramos, pero algo había que hacer. Ella está embarazada otra vez y tiene 20 años, dice Adriana mirando al piso como sin mirar.
-Es que no tienen movilidad, no tienen movilidad, repite Luis como refiriéndose a una bici o algo parecido, pero también al simple hecho de moverse de la situación en la que están anclados.

-Ellos decían que el nene estaba bien. No volvieron por acá.

Pasadas las 5 de la tarde, llega María, la tía del nene con grado dos de desnutrición. No mira a los ojos. Esquiva. Yo hablo y hablo, hasta que ella por primera vez me mira fijo y arremete convencida:
-¿Querés que te cuente desde el principio?... Yo lo veía mal, ella me decía que no, pero yo lo veía mal. Mi marido me dice que no haga caso porque no escuchan... Pero no estaba bien. Siempre sobre la cama. Lloraba y a la cama. Lloraba y a la cama. Las piernitas así (encogidas). Leche, leche. Nada más que leche.

-¿Nada sólido?
Menea la cabeza.
-Yo me decidí y lo conté acá. Lo fueron a ver y llamamos a la ambulancia, pero como no era urgencia dijeron que no lo podían atender... No tenía fiebre y entonces decían que no era una urgencia... Que cuando tenga fiebre sí. Le dijeron que vaya al Hospital, pero no lo llevan... Van dos veces que se cae de la cama. Se queda duro con los ojos cerrados y no hace nada hasta que reacciona y llora. Después se pone blanco, todo blanco y vomita. Cuando nació el otro hermanito lo pusieron directamente en Terapia Intensiva. Ella fumaba y no comía y nació con los pulmones mal. Le dijeron que lo llevara de vez en cuando porque se tenía que controlar, pero no lo lleva. Está embarazada y flaca. Ella me dice que está bien.

Salgo por un poco de aire. Saco la cámara, los chicos se enloquecen. Todos quieren fotos y posan.

Me siento con bronca, impotencia, impertinente por hacer preguntas que deben responder a un extraño, desde la mucha dignidad que les queda.

Tanto mate... Me da ganas de ir al baño. Pido que me indiquen dónde está.

Entonces atravieso todo un pasillo que bordea la casa de chapa. "Cerrá la puerta de madera", me indican. Hay algunas moscas. Pienso en lo expuesto que está un pibe con las defensas bajas. En invierno, el frío de seguro se colará por cada agujerito de las chapas. Alguien espera para entrar. "Ocupado", digo. Salgo. Saludo y prometo cocinarles yo la próxima. Ellas agradecen contentas mientras pican, lavan, pelan.

Oscurece y el atardecer es un degradé impecable entre los sauces. Voy hacia el asfalto y me cruzo al perro piel y hueso que por fin encontró algo que roer. En quince minutos de micro estoy en el centro de La Plata. Llego, prendo el televisor y veo en medio del humo a las mujeres grandes, maduras, costureras de Brukman. La Policía dispara gases, balas de goma y de las otras. "Fueron más de 500 mil pesos tirados en esa represión", dirá una periodista al día siguiente. Esto fue "hace instantes", mientras hablaba con Adriana, Luis y María. Me quedo mirando a esas mujeres que, de no recuperar su fuente de trabajo, estarán condenadas a repetir la misma historia, en calle de barro.

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Carlos Bertolotti
LA PLATA ES TUCUMAN

La muerte de Alex obliga a una visión menos hipócrita de la realidad. El doctor Carlos Bertolotti, del Hospital de Niños, recorre continuamente la periferia platense y asegura que cualquier manzana de esas no tiene diferencia alguna con cualquier manzana de Tucumán. "Habrán construido un paredón en las avenidas de circunvalación para no mirar del otro lado", ironiza.

El caso del chiquito de Romero que murió por desnutrición, generó una rápida aclaración oficial, tendiente a que no se confundan los tantos. "Sólo el 8 por ciento del rastrillaje realizado presentó cuadros de desnutrición de primer grado y sólo hallamos casos insignificantes, bajo el punto de vista estadístico, de desnutridos de segundo grado. La Plata no es Tucumán", se apuró en asegurar el secretario de Salud municipal, José Luis Mainetti, preocupado por evitar que una ciudad considerada como Patrimonio Histórico de la Humanidad, entre otras denominaciones de falsa magnificencia, sea comparada con otras regiones empobrecidas del país. No sea cosa que el honor ciudadano se hubiera visto manchado esa misma noche en alguno de los noticieros televisivos, en los que, curiosamente, no existieron tratos similares a los dados por los conmocionantes casos tucumanos.

¿Verdad o intención de esconder la basura debajo de la alfombra? Pregunta de fácil respuesta a poco que cualquiera se anime a meter los pies en el barro de una realidad incontrastable. Como lo hace diariamente el doctor Carlos Bertolotti, un reconocido médico platense que desde hace tiempo reparte su tarea en el Servicio de Neumonología del Hospital de Niños platense, con la de recorrer los barrios de la periferia para atender, en sus casas si es necesario, a los pibes que ni siquiera pueden llegar hasta el Hospital. Y que se mueren de hambre, olvidados por casi todos: "La única preocupación que tiene la gente que está dentro de la pobreza estructural sirve para graficar el drama que vive: sólo se preguntan ¿cómo vamos a sobrevivir hoy?... Ahora... Dentro de dos horas. A partir de ahí uno empieza a comprender el fondo de la problemática. Porque acá tienen el hospital dedicado a los niños, más grande de la provincia; tienen 41 salitas (que no funciona bien ninguna) también cerca y, sin embargo, el chico se les muere en la casa. Muchos relativizan el tema hablando de problemas culturales y demuestran no saber nada del tema.

Todo tiene una explicación. A veces tienen que decidir entre ir al hospital o darle de comer a otros seis o siete chicos, y sólo hay monedas para gastar. Acá hay que entender que la salud depende de las condiciones de vida; en general tiene que ver con el confort social, físico, psíquico y de todo ello depende la calidad de vida de cada persona. Y todos esos factores están determinados por una sola cuestión que no todos quieren ver: el punto decisivo es la distribución de la riqueza. Les guste o no les gusto a los señores del poder. En ese reparto desigual se decide la existencia de muchísima gente. La pobreza se instala a partir de esa incorrecta distribución del dinero y desde ella nace la mayor cantidad de las enfermedades. Y de éstas, la muerte. Lisa y llanamente, este es el circuito que se repite una y otra vez en este sistema que es una verdadera fábrica de pobres. Es decir que parece que el sistema está hecho para fabricar gente con necesidades. Y que hasta el mismo sistema se retroalimenta de eso".

-Vayamos a la parte médica de un chico desnutrido...
-Toda patología tiene porcentajes de mortalidad. Es decir que hay personas que se mueren por ella y otras que no, aunque queden con alguna secuela. Pero si uno mira lo que aquí está ocurriendo, se dará cuenta de que los pibes que se mueren por una neumonía o una diarrea común vienen con una clara destrucción previa del sistema inmunológico. A esos chicos cualquier virus común los precipita a cuadros graves. Si ellos pertenecieran a otra clase social, si vivieran en el centro por ejemplo, no hubieran estado más de un par de días en cama o no hubieran tenido más que un resfrío fuerte o una descompostura fácilmente controlable. Los chicos bien alimentados, los hijos de los funcionarios, o mis propios hijos y los de cualquier persona de la clase media, con estas enfermedades no se internan y mucho menos se mueren luego, como le paso al pibe de Romero que falleció semanas atrás.

-Los funcionarios, ¿deberían convivir con la pobreza para entender esto?
-Mire, yo tengo tres momentos de atención diaria y compruebo tres niveles de atención médica bien diferenciados. Tengo un consultorio en el centro al que le dedico 4 horas por día; estoy todas las mañanas en el Hospital de Niños y, también, atiendo y recorro distintos puntos periféricos. Las diferencias que uno nota son aterradoras. Por ejemplo, el Hospital de Niños no es el último escalón que uno pudiera imaginarse. Allí está la realidad, pero no toda la realidad, ya que, si bien por su condición de hospital público atiende a gente humilde de la ciudad y de toda la provincia, recibe a niños acompañados por su papá o su mamá, que de alguna forma llegan hasta la atención médica... La pueden pelear todavía. Pero después está este otro nivel al que nos referimos, compuesto por chicos que, generalmente, ni siquiera pueden llegar hasta el hospital, que no tienen ni a la mamá o al papá o que, si tienen a alguno de ellos, también están tremendamente deteriorados por la dramática situación que viven. También malnutridos, sin trabajo, golpeados por la vida por otros hijos que ya se les murieron o porque escuchan llorar de hambre todas las noches a los que aún viven... Hijos que se drogan, hijos que roban, hijos que los matan o los maltratan. Estos cuadros no son casuales, sino producto de aquel cuadro de extrema pobreza estructural, nunca visto por los funcionarios o, mejor dicho, generado por muchos de ellos.

-¿Desde cuándo comenzó a observar esta realidad?
-Cuando se recorre la calle y se convive con la pobreza, uno puede predecir lo que va a ocurrir dentro de 4 o 5 años. Hace un tiempo se pudo adivinar lo que iba a pasar ahora. Y ahora nos animamos a aventurar un futuro mucho peor para dentro de unos años. Siempre hay una clase social que nace para ser pobre. Es decir, gente que tuvo las oportunidades y prefirió seguir donde estaba. Eso ya no existe hoy, porque con el empobrecimiento generalizado, o globalizado, se empiezan a generar los nuevos pobres y estos hunden un poco más a los ya existentes. Uno podría decir que esto se observó con claridad desde Menem para acá. Hasta Menem, muy pocos se morían de hambre, pero hoy se puede asegurar que Menem fue una bisagra en este tema. Él pensó un país para el 20 por ciento de los ciudadanos y que el otro 80 por ciento se cague de hambre, y lo logro. Fue la continuidad de lo que se sembró en la dictadura militar; siguió y profundizó el camino ya iniciado, y eso se vio claramente en lo mío. Pobres cada vez más pobres y otros que pasaron a esa condición. Ahí empieza la pobreza estructural. Antes una persona pobre sobrevivía, hoy ya le cuesta demasiado y NO porque no quiera salir. Simplemente que no puede, ya no come y, cuando llega a ese punto, comienza su camino hacia la muerte.

-Alguna clase media mira para otro lado y sigue diciendo que "son pobres porque quieren". ¿Qué les contesta?
-Que salgan del centro y se acerquen verdaderamente a la pobreza. Hay que convivir con las personas pobres para entender qué les pasa. Es decir, llevan muchos años de pobreza y los más viejos ya se quebraron. En realidad, la gente de 50 o 60 años ya ni está... No sé dónde está, tal vez muerta. Uno va a un barrio y, generalmente, encuentra a madres, adolescentes y niños... Ya ni los hombres están. Estarán tirados en una zanja, presos o fallecidos, pero allí no están y, aunque suene feo, muchas veces es mejor que así sea...

-¿Por qué?
-Porque en general el varón que ha perdido la dignidad de poder mantener a su familia, ya se quebró. Se cansó y se volvió violento con su esposa, sus hijos y sus vecinos. Por eso, generalmente están las madres y sus hijos. Y esos hijos van creciendo y van entendiendo lo que les pasa. Uno habla con un pibe chorro y te entiende todo. Ya tuvo varias entradas en la cárcel porque robó una gallina y fue en cana; después otra y volvió a ir en cana; luego un kiosco y también. Y al final deciden meterlo en algún instituto de menores y allí lo derrumban definitivamente. Si vos querés perder del todo a un chico, metelo en un lugar de esos. Luego terminará en Olmos o termina muerto antes o violado durante o muerto más tarde por la Policía que lo agarra en otro robo posterior. Ese es el recorrido habitual de un chico pobre. Por eso cuando vos hablás con uno de ellos, te cuenta, por ejemplo: "Yo llegué a casa, somos nueve hermanos que dormimos en un colchón y, después de intentar dormir, mi hermano más chiquito empezó a llorar y a pedir comida. A las cinco de la mañana, me levanté y salí a buscar comida". Cuando un pibe te cuenta por qué fue detenido 14 veces, uno piensa que en su lugar hubiera robado, y hasta matado, muchas más veces que esas.

-¿El poder no ve la problemática del hambre, o la ve pero prefiere mirar hacia otro lado?
-Es tan duro lo que pasa en los alrededores de la ciudad, que yo no puedo creer que gente inteligente no pueda darle una salida a todo esto. Uno puedo intentar la salida y no obtener resultados, por mil circunstancias. Pero lo inadmisible es que no existan planes en serio. No cargados de palabras, sino de acciones concretas. La inequidad alcanza su manifestación más extrema en el campo de la salud, pues tiene directa relación con el derecho a la vida. Es decir que cuando se es injusto en la distribución de la salud, estás directamente manejando la vida, y también la muerte, de la gente.

-¿Están provocando la muerte?
-Como en un tablero, están diciendo: "Este que se muera. Este que viva. Este que se la rebusque. Este que se muera... Este que se muera...". Es terrible, pero es así. En un país y en una ciudad empobrecida, la gente no se muere porque no se puede hacer un transplante de corazón o por una patología que cuesta 20 mil dólares, se muere por infecciones virales, por neumonía, diarreas, anemias. Todas cosas relacionadas al sistema inmunológico. A la mala alimentación. Entonces, para salvar a la mayoría, hay que fortalecer la implementación de políticas de salud dirigidas a la atención primaria más elemental. La más barata de todas, la que tiene que estar al alcance de todos. Hay un trabajo, que ya fue publicado por ustedes, en el que se demuestra que una persona estaría bien alimentada, comiendo por 40 centavos. Esto es igual. En los países desarrollados, los mejores profesionales no están atendiendo en los centros de alta complejidad, sino en las periferias, porque se entiende aquello de la inversión y no del gasto. Hay sistemas muy baratos, y muy efectivos, para implementar. En La Plata, por ejemplo, hay 41 salitas sanitarias. Todas están abiertas y funcionan, pero ninguna le soluciona el problema a la gente.

-¿Por qué?
-A ese consultorio de la Casa del Niño lo armé con una vitrina, una camilla, una mesita y dos sillas. Y mi maletín ambulante. Esto lo digo para mostrar que no hace falta nada de estructura para atender a la gente. En aquellas salitas hay de todo y están muy bien construidas, pero falta el concepto. Tiene que haber un médico, enfermeras y, básicamente, un sistema coordinado con el resto de la estructura. Qué quiero decir: para no ser injusto con la gente y para resolverle los problemas, la salita tiene que ser la puerta de entrada al sistema médico de alta complejidad, es decir a los hospitales. No se le puede contestar a una persona necesitada que vaya a un hospital, o recetarle algo que, se sabe, no podrá adquirir. Porque en lugar de solucionarle un problema, le estás creando un segundo. A la enfermedad le agregás un traslado, que a veces no podrán hacer, o la compra de un medicamento que jamás podrán adquirir. Es decir, en una salita tenés que resolver el 90 por ciento de las patologías y, cuando no lo podés resolver, tenés que poder derivar al lugar indicado... Llevar a la gente al hospital y al médico indicado.

-¿Cuánto cuesta eso?
-Nada. Un médico comprometido con una idea, que tenga buen conocimiento del barrio y de sus necesidades, y unos pocos medicamentos: un antibiótico, un antitérmico, un broncodilatador, un corticoide, gasas, vendas y una pomada para heridas. Esas son las cosas que necesitan los pobres para las patologías sencillas que se presentan primariamente. Todo eso es extremadamente barato. Y, luego, dos o tres ambulancias para ser llamadas y trasladar a la gente. Porque, para un pobre tomar el micro es una cuestión que no siempre puede resolver. Porque no tiene dinero o porque tiene cinco o seis chicos más. Y, además, casi siempre tiene problemas de comunicación y ni siquiera sabe cómo entrar al hospital. Muchas veces alguien llega al hospital y se va sin ser atendido, o sin ser atendido por la persona indicada, porque no supo hacerse entender. Y voy más allá todavía: hay gente que, a veces, no llega ni a la salita. Entonces, hay que ir a sus casas para ver si necesitan algo. Rondas sanitarias para ir a buscarla. En el Hogar de Cajade lo hacemos. Nos juntamos un sábado y salimos a recorrer. Y vemos a quince o veinte chicos en una tarde, buscando patologías importantes que pongan en riesgo la vida. Y esto tampoco cuesta nada si se quiere hacer. No veo por qué no se hace desde la estructura oficial.

-El Secretario de Salud de la Municipalidad dice que "La Plata no es Tucumán"...
-Yo no sé por dónde camina él. Yo creo que sí, que La Plata es como Tucumán. Si vos caminas de 1 a 31 y de 32 a 72 es probable que estemos mucho mejor que los tucumanos y que no encuentres pibes desnutridos. Ahora, si pasás de las cuatro calles de circunvalación, digo que una manzana cualquiera de la periferia platense es exactamente igual a una manzana cualquiera de la periferia tucumana. Uno pregunta y le contestan que hay planes de salud, ahora andá y preguntale a la gente cuáles alimentos les llegan. La realidad indica que los planes figuran pero están cortados desde hace cuatro meses y sólo se entrega leche fortificada a quienes la van a buscar al hospital. Te dicen que hay estadísticas sobre desnutrición y yo digo que están viciadas, que para nada reflejan la realidad. Entonces, si acá no está Tucumán, se parece bastante. Me limito a contestar que sólo el centro platense no es Tucumán. Y que si no ven lo que pasa detrás de la circunvalación, será porque habrán construido un paredón para no mirar del otro lado.
Carlos Fanjul

SOBRAS
De su trato cotidiano con los que más necesitan en materia de salud, el doctor Bertolotti también rescató una historia testigo, referida a cuánto dan los que nada tienen: "Una vez me fue a ver una señora, a la que no conocía, para que le controle un bebito. Lo reviso y estaba bien nutrido, lo cual me llamó la atención. Ahora, la señora había venido acompañada de otra hija, de 8 años, muy flaca. Le pregunté por esa nena y la señora me dijo que estaba bien... No quería abordar el tema. A ellos les da vergüenza la humillación que viven a diario. Tienen dignidad y la defienden.

Empezamos a hablar sobre la comida que ingería y luego de una charla bastante larga y sincera, la madre se quebró y me confesó que, en realidad, tenían otros hijos chicos y que habían decidido que la poca plata que tenían para comer la iban a destinar a alimentar a quienes más posibilidades tenían de morirse, por estar más indefensos. O sea, los hermanos más chicos comían primero. Si sobraba, comía la nena. Y si había más, recién comía ella. Esto no debe ser tomado como una anécdota. Son casos comunes; es la triste realidad que muchas personas viven en los barrios periféricos de La Plata".
C.F.

OTRO TIPO
El doctor Carlos Bertolotti tiene 54 años y desde hace 12 es parte fundamental de la Obra de Carlos Cajade. Se acercó junto a un grupo de padres del colegio al que asistían sus hijas. En aquel momento sintió vergüenza por la forma dada a ese acercamiento: "Llegamos a proponerles cosas y casi a decirles cómo había que solucionar los problemas que, en la Obra, conocían mucho mejor que nadie. Me quedé en un rincón y no hablé, pero unos días más tarde volví sólo para plantear la cosa con un sentido inverso: '¿Qué necesitan que haga? ¿En qué los puedo ayudar?'. Y a partir de allí me quedé para siempre".

Bertolotti atiende un par de veces por semana tanto en la Casa de los Bebés, como en la Casa de los Niños, y, muchos sábados, realiza una especie de operativo rastrillaje, junto a los educadores del Hogar, y recorre casa por casa los barrios más marginados de la periferia, para detectar los problemas de desnutrición.
"Desde que me acerqué a la Obra, he cambiado muchísimo como persona. En estos años soy otro tipo. Claro que sí. Creo que todo esto me ha hecho mejor persona".
C.F.

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Yamile sí le está ganando la pulseada a la desnutrición
ESTE ES EL CAMINO

La política de Salud, gran divisora de aguas entre la vida y la muerte, está en manos de autistas que niegan lo innegable. Cínicos mecanismos culturales callan las bocas, también hambrientas, de los padres que se culpan por una realidad que los excede. Puestos a jugar a esta ruleta rusa, quienes nacen fuera del trazado urbano de la ciudad carecen del principal remedio: el alimento.

Esto sucedió con Alex, el pibe de Romero que murió en abril. Idéntico final se anunciaba para Yamile, un bebé que en cuatro meses de vida había aumentado sólo 300 gramos. Piel y hueso, pancita hinchada, el grado tres de desnutrición parecía irreversible.

"Queremos descartar terminantemente que haya fallecido por desnutrición", dijeron desde la Secretaría de Salud tras la muerte de Alex. ¿Dirían lo mismo con Yamile? Esta vez no hubo oportunidad.

A la leche que le daban diariamente en el hospital, sin obtener ni un gramo de resultados favorables, Isabel y Liliana le sumaron cuidado intensivo desde la Casa de los Bebés, lugar donde, además, se ocupan de 41 niños malnutridos. El incremento de un 30% de su peso en tan sólo 10 días, hizo que Yamile saliera de la zona de riesgo. Las manos de los educadores populares, salvavidas en tiempos de crisis que parecen eternizarse, una vez más habían logrado lo que no se planifica desde los centros oficiales.

Con su nieto ya fuera de peligro, Susana, "eje de la familia", como ella misma se define, pide y quiere contar aquellas realidades que muchas veces la vergüenza obliga a esconder.

Se la ve llegar a la cita menuda, bajita, cabello largo y marmolado por las canas. Madre siempre prematura de chicos con bajo peso. "Y..., anémica la tipa", justifica. En sus 45 años, cuenta 10 hijos entre vivos y muertos. Cuenta 17 nietos entre muertos y vivos, clasificación que se reitera como estigma durante la charla. Con su mano sostiene firme a Celeste, su nieta mayor. Entramos al cuartito; las risas y gritos de los pibes van quedando de fondo. Susana se siente a gusto en la Casa de los Bebés. La luz roja del grabador se enciende, y comienza a disparar verdades.

-¿Qué te dijeron en el Hospital cuando lo atendieron a Yamile?
-"Está desnutrido, se te puede morir en cualquier momento". ¿Para qué me lo habrán dicho? Y yo veía que era muy chiquito, porque la pasé... Y si el nene se me muere piensan que es porque sos una hija de puta, porque sos esto y el otro... Y no es así. Vos te levantás a la mañana y pensás "los chicos tienen que comer, sea como sea, tienen que comer". No vas a ir a robar, ¿no? Por qué si hay un poco de cartón, un poco de botellas. Yo laburé casi 20 años de cartones. La peleé toda la vida sola. Y tengo que seguirla pechugando.

-¿Qué pensás cuando escuchás que acá no hay desnutrición?

-Estos hijos de puta de los políticos dicen "no hay hambre en La Plata, no hay desnutrición". ¡Macanas, papito! Lo que pasa es que ellos, claro, están allá. ¿Sabés cuándo vienen y se acuerdan de vos? Cuando necesitan un voto y te traen algo de mercadería, pero después nunca más los ves, olvidate. Decían que iban a mandar mercadería allá en 20 y 50. ¿Cómo puede ser que vos vayas a buscar al otro día y no haya? La venden, papito, la venden. En el comedor se la manotean primero los que están encargados. Eso me duele a mí, ¿entendés?

-¿Cómo ves la cosa de acá en más?

-Ayer por ejemplo "¡hay que votar, hay que votar!", te dicen ellos, y ¿de qué te sirve? si cuando están arriba se olvidan... Se olvidan ahora que no son nada, imaginate más adelante... Va a venir más hambre y cada vez más miseria. Esto está todo al revés. Que sepan que acá hay desnutridos, que se preocupen un poco más. Pero no. ¿Sabés de qué se preocupan estos hijos de puta? De llenarse los bolsillos.

-¿El único de tus nietos con bajo peso es Yamile?
-Sí, pero la Cami, por ejemplo, está linda, la ves gorda... y puede que después resulta que le faltan vitaminas o está anémica. Norma Rosa está gordita y sin embargo estaba anémica... Era gorda falsa. A la mamá de ella -señala a Celeste- le dijo la médica: "Vos estás anémica, y tu leche no le alimenta", y era razonable. Últimamente me estaba preocupando que Yamile tiene como escamitas, que para mi son hongos, ¿pero de dónde? Claro, ahí -quieras o no- hay mugre, hay tierra. Hay que tener mucho cuidado porque cuando son chicos así como Yamile, con bajas defensas, pasa una mosca y algo se agarró.

-¿Cómo es la situación en tu barrio en general?
-Yo no veo solamente el caso de Yamile. Ahí en el barrio ves un montón de chicos. Y la pobreza se ve mucho; la mayoría labura con carrito a mano. Cuando veo a los pibitos comiendo directamente de la basura, me digo "¿puede existir esto?". Y hay gente que va con los pibes y come de la bolsa. Guarda, yo eso lo veo mal. ¿Querés que te diga por qué? Si vas con tus hijos, vos comé, pero al pibe no le des. Ya al haber basura es foco infeccioso, ¿y después? Andá a cantarle a Gardel si al chico le pasa algo.

-Comparando cuando te tocó criar a tus hijos y ahora que ellos tienen que criar los suyos, ¿te parece que era más fácil antes?
-¿Sabés por qué ahora la veo un poco más difícil? Por el tiempo en que estamos, la época en que estamos. La Argentina está fundida, no hay laburo. Es jodido. Vos antes ibas a laburar, a juntar cartones, a lo que sea y te rendía. Yo me rompí el alma de las 7 de la mañana hasta las 4 de la tarde, cuando no le pegaba hasta las 9 de la noche. Pero ahora no. Ahora nada, es nada. Si vos le tenés que comprar una vestimenta al chico..., porque tienen que tener una vestimenta, si vos lo tenés que llevar al médico por ejemplo, tienen que tener alguna ropita limpita, ¿no?

-Una cuestión de dignidad...
-Exactamente.

-Esto de no tener laburo, ¿en tu familia viene de lejos?
-Mis papás se rompían el traste, llegaron a tener una casillita, pero con piso de madera que mi mamá enceraba; una cocinita de chapa pero bien baldeadita, como se debe. Mi papá se crió laburando en el carbón en 50 y 122. Él cumplió 66 años los otros días y está laburando con un carrito a mano. El otro día casi se nos muere el viejo, pero yo no tengo medios, un caballo, algo para... Me duele lo que pasa. Esto viene de arrastre, y así vivimos, así sobrevivimos. Yo pude llegar a cuarto año de Comercio, y me hubiera recibido, y me hubiera ido a estudiar abogacía porque me gustaba, pero no se pudo mamita...

-¿Dónde comen tus nietos? ¿En la escuela?
-Sí y a la noche en el comedor. Salvo los tres más chicos: queda la Cami, queda el Emanuel, y el nene más chiquito, Yamile.

-Tantos chicos en riesgo por falta de alimento... ¿Cómo habría que hacer para llegar a todos?
-Acá lo que tendrían que hacer es casa por casa, pienso yo. ¿No? Casa por casa. Agarrar una bolsa de mercadería para que tengan para comer, pero no lo hacen y los guachos se están muriendo de hambre... Y ¡estamos en Argentina! Este es el país más rico que hay, acá tirás una semilla así, y crece cualquier cosa. Ahora andá a decir "mirá, yo necesito una bolsa de semilla de papa, o de maíz, o lo que fuere", y no te lo dan. Ellos tienen siembra, para qué, para llevárselo afuera y llenarse los bolsillos. Y es la verdad. Yo no soy ignorante; seré chiquita pero no ignorante. Y encima tenés que votarlos, sino te sacan del Plan... Y después la ves peor que ahora... Agradezco que Yamile esté aumentando; se está poniendo hermoso, está creciendo... Si no hubiera sido por el cuidado que tienen con mi nietito, Yamile estaba ¿sabés dónde ahora?, en un cajón.

-Hay muchos padres que no ven que sus hijos están bajos de peso, o que lo ven y que no lo aceptan, que tienen vergüenza o culpa y no hablan...
-Hay mucha gente que se siente culpable. Yo también, cuando murieron mis hijos, me sentí culpable. Y he llorado un montón; estuve en tratamiento médico porque me estaba volviendo loca de los nervios. Pensaba: "Yo entonces no sirvo como madre porque mi hijo se me murió, pero si yo hice todo lo posible, ¿por qué?". Pero después me dijo la médica que lo que sucede es que "si vos no tenés apoyo de nadie no podés esto y lo otro, bla, bla" y lo entendí. Y soy una mina que sufrió mucho. El sufrir te enseña... Tenés que golpearte para aprender, te fortalece a vos misma. Pero si no lo hablás... ¿Por qué vas a esconder las cosas, si es la realidad? ¿Vos sabés que si vos hablás podés ayudar a mucha gente también, a muchos chiquitos como el tuyo?
Verona Demaestri



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