NÚMERO 27- DICIEMBRE 2004

El comedor universitario de La Plata
SÍMBOLO DEL PASADO,
NECESIDAD DEL PRESENTE

Atendía a miles de estudiantes. Llegó a ser la dependencia más grande de la Universidad, su lugar de encuentro por excelencia y el sitio de los debates políticos de una generación. Tres décadas después de su cierre, el reclamo estudiantil logró recuperar un servicio gastronómico propio. La Pulseada reconstruye la historia del viejo Comedor Universitario: todo un desafío para la nueva experiencia.

Por Daniel Badenes

El comedor ya es un emblema platense. "Veníamos con dos mangos. Gran parte de la gente que estudió y se graduó acá fue por el comedor", dice Carlos De Feo, hoy secretario del gremio docente. "¿Qué le faltaba para ser mejor? Nada. Era el comedor universitario", resume Daniel De Santis, otro ex comensal. Y un trabajador, conocedor del viejo y el nuevo servicio, completa: "Comedor no es la palabra. Comedor es esto que tenemos ahora. Aquello era una fábrica de comidas".

¿Cómo era el histórico Comedor Universitario? ¿Cuándo había surgido? ¿Quiénes pasaron por allí? La Pulseada armó un rompecabezas de testimonios, documentos y recuerdos sobre un símbolo de la Universidad y de una época.

En sus tiempos de gloria, cuando recibía 250 estudiantes cada 10 minutos, era una maquinaria industrial: tenía una cocina mecanizada, caldera, carnicería, verdulería, frutería... Contaba con un departamento de Bromatología y había un sector que atendía a quienes necesitaban menús personalizados.

Pero el comedor no siempre tuvo esa masividad. Su primer antecedente data de noviembre 1935, surgido por iniciativa de la Asociación de Ayuda Estudiantil de la UNLP. El docente jubilado Erico Panzoni afirma que cuando él llegó a La Plata, en 1943, ya había un comedor: "era administrado, dirigido y en muchos casos atendido por los propios alumnos". Recién en 1949 el servicio quedó formalmente a cargo de la Universidad. Funcionaba en 53 entre 9 y 10, en una casona frente al Teatro Argentino. Siete años después se trasladó a la planta baja del ex Hotel Provincial, en 8 y 51, donde hoy funcionan los Tribunales Federales. Reynaldo Iglesias afirma que cuando entró a trabajar al comedor, en 1958, "venían 800 o 900 comensales. Pero fue creciendo mucho a medida que pasaban los meses y los años".

El comedor histórico
Por fin, en 1961 inauguró su edificio en 1 y 50, donde hoy está la Facultad de Odontología. Daniel De Santis, que estudiaba Física y asistió al comedor entre 1966 y 1971, cuenta que "el edificio era más chico que ahora, pero mucho más lindo. Muy amplio, iluminado y ventilado. Salvo la pared que da a calle 50, que era ciega, el resto del perímetro exterior era todo ventanal. Era acogedor, tenía una vista panorámica al Bosque. Ahí comíamos los estudiantes universitarios".

El comedor fue una de las dependencias más grandes de la UNLP. Hacia 1962 se llevaba el 8% de un presupuesto menos exiguo que los fondos actuales de la Universidad. En esa época ya atendía a miles de estudiantes que pagaban la sexta parte del costo. Aún cuando el precio aumentó, el menú siguió siendo barato.
Los requisitos eran ser alumno regular y comprar los tickets. "Cuando recibía la plata que me mandaban, compraba el mensual de almuerzos y el mensual de cenas. Iba siempre. Si no, me cagaba de hambre", cuenta De Santis.

Si bien en los '60 la Federación Universitaria (FULP) tenía una "Comisión de Comensales", en escasas ocasiones los estudiantes participaron de la conducción del Comedor. En 1963 se creó un Directorio integrado por tres alumnos, un graduado y un docente. La experiencia terminó pronto. Desde 1966, la propia Universidad tuvo sucesivas intervenciones y su situación no se "normalizó" hasta 1983.

Con el golpe de Onganía el comedor empezó a ser vapuleado: tras un cierre temporal, reabrió con un director-interventor y más exigencias. En el 68 volvió a ser clausurado, hasta que la FULP protestó brindando un servicio alternativo.

De Feo, que vino a La Plata en 1968 para estudiar Geología, explica: "Era una comodidad. Si no, ¿qué hacías? Yo vivía con un flaco que tenía heladera y le preguntaba ¿para qué carajo tenés una heladera?... Para poner los libros, decía. No necesitabas tener comida. Los domingos te la rebuscabas. A veces comprabas dos docenas de facturas, tomabas mate y pasabas el día. O te arreglabas con encomiendas que mandaban los familiares del interior".

La mayoría de los entrevistados afirma que el comedor recibía a la mitad de los universitarios. En los primeros años de los '70, atendió a más de 5.000 comensales cada mediodía. Trabajaban en él unas 300 personas.

Raúl Cominotti, integrante de esa dependencia entre 1956 y 1977, afirma que "el servicio era óptimo. Había un jefe de compras que era una maravilla: si no llegaban las cosas como decían los pliegos, las rechazaba". Cominotti se jubiló en el 97, pero dice que le "gustaría trabajar de vuelta en el comedor, de todo corazón". Aquel servicio tuvo algo especial, que dejó una huella imborrable en trabajadores y estudiantes.

Un lugar de encuentro
El viejo comedor fue, ante todo, el sitio de encuentro de los universitarios. Para Eduardo "Pestaña" González, es eso lo que lo hizo único: "los estudiantes de arte conversaban con los de ingeniería... Así se iban formando seres humanos más completos. Todos los días tenían la temática de las distintas facultades". Pestaña, que trabajó durante más de cuatro décadas en la Facultad de Ingeniería y tuvo una activa participación gremial, opina que "el sistema del comedor trajo un adelanto mental a los estudiantes".

También eran lugares de socialización las colas de una cuadra que se formaban en la hora pico, entre las doce y la una. De Santis recuerda que "no eran un hecho traumático: uno tenía que esperar, pero era un lugar de relaciones sociales". La cola más concurrida era la que entraba en zigzag, por donde estaban las mesas de promoción de los centros regionales. Su último tramo bordeaba una zona del salón: "Las chicas, para que las miraran, iban a esa cola. Y nosotros íbamos a mirar a las chicas...".

Varios recuerdan que a fines de los '60 iba al comedor una rubia, flaca y alta, que atraía todas las miradas. Estudiaba para periodista y era modelo. Le decían "la manzanita", porque venía con el renombre de haber sido la Reina de la Fiesta Nacional de la Manzana en 1967. Después, estando en la UNLP, la eligieron Miss Siete Días y comenzó a hacerse conocida. Su nombre: Stella Maris Coustarot, alias Teté.

De Santis es uno de los que se divierten evocándolo: "Venía con otras chicas, siempre muy bien vestidas, elegantes, todas rubias y altas... Había grupos característicos en el comedor. Después de tanto mirarla, me entretenía más observando a los comensales. Mil cabezas: todas miraban para el mismo lugar. Era unánime. Y a medida que avanzaba la cola, las cabezas iban girando. Ella era un espectáculo y nosotros, mirándola, otro espectáculo".

Otra marca propia del comedor eran los bailes masivos. Cada verano la FULP organizaba una fiesta de Carnaval para la que contrataban Scolas do Samba brasileñas. De Feo cuenta que "había mucho descontrol; era un quilombo el famoso baile". De Santis agrega: "Era lindo... Después, ya militando en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), la responsable de la célula me criticó porque iba al baile pequeño-burgués del comedor. Pero cuando entré a trabajar en Propulsora me enteré de que muchos obreros iban".

Por reunir a miles, el comedor sería también el lugar privilegiado de la discusión política universitaria.

Comedor, política y represión
Al principio, cuando era sólo un servicio gastronómico, los estudiantes platenses no iban al comedor. Pero en los '70 empezaron a asistir. "Comedor y militancia comenzaron a tener un mismo sentido", explica De Feo, que en esos años adhería a la Federación Universitaria de la Revolución Nacional (FURN). Por eso De Santis cree que "contar la historia del comedor sin la política es sacarle la mitad, por lo menos".

Cualquier mediodía, un comensal se paraba arriba de la mesa o en un cantero exterior, y hacía una alocución. Después arengaba otro. Y otro. Podían pasar horas y aún así doscientas personas seguían escuchando.

Aquello fue una escuela de formación política que marcó a una generación. Entre quienes asistían a ellas se encontraba Néstor Kirchner y funcionarios actuales como Marcelo Fuentes y Carlos Kunkel, que militaban en la FURN.

A la salida del comedor había anuncios de todas las agrupaciones: FAEP, TERS, MOR, PST, RB, FAUDI y otras tantas siglas de la época. Eran carteles con textos extensos, y muchos estudiantes paraban para leerlos. "Era un termómetro político", recuerda De Santis, que en los últimos años de su carrera ya militaba en el PRT, del que llegó a ser el principal referente platense.

Algo similar sucedía con los volantes, que ciertos grupos colgaban con ganchos de a centenares. Casi nadie salía del comedor sin agarrar uno.

Semejante interés por la política en ese sitio de encuentro masivo hizo que el comedor fuera, más de una vez, el objetivo de la represión. En una ocasión, a raíz de un enfrentamiento entre agrupaciones, la policía se metió con sus caballos. "A mí me llamaban la atención las chicas -rememora Morzilli-, que eran extraordinarias, agresivas al mango, más valientes que los muchachos. Ese día ellas, como sabían que venía la montada, empezaron a tirar bolitas en el suelo. Los caballos se mataban a golpes".

El cierre
Una madrugada de septiembre de 1974, un atentado acabó con ese histórico comedor. Poco antes se había habilitado una ampliación del servicio, que significó la incorporación de 127 trabajadores.

Algunas versiones dicen que fueron más de diez bombas diseminadas en el subsuelo. Otras aseveran que sólo fue un explosivo, con el agravante de que habría sido colocado cerca de la entrada del gas. Todas coinciden en nombrar al resultado como "un desastre". Las explicaciones más verosímiles adjudican al atentado a grupos parapoliciales de la derecha.

Pestaña González opina que "los que pusieron la bomba no querían destruir un sector político: la idea era destruir la política. Esa bomba no buscaba cortar que se diera de comer; tampoco abolir una idea política. La única lógica es que era un centro de discusión, donde estaban todas las expresiones políticas".

Después del atentado, el comedor dejó de ser un lugar de socialización. Volvió a ofrecer su servicio, pero sólo entregando comidas envasadas. Los estudiantes retiraban su vianda y se iban. A fines de 1975, todavía durante el gobierno de Isabel Perón, fue cerrado definitivamente. Los contratos se cortaron, fueron jubilados quienes estaban en condiciones de hacerlo, y el resto de los empleados se distribuyó a otras dependencias. Los funcionarios de la dictadura implantada en 1976 cargan con la responsabilidad de haber desmantelado todo.

Las décadas siguientes el comedor se transformó en un símbolo del que se hablaba en pasado. Hasta que la apremiante situación económica lo convirtió en una necesidad y los estudiantes comenzaron a movilizarse. Este año lograron abrir el comedor. Un nuevo comedor, que deberá escribir su propia historia.

La necesidad, génesis del comedor actual
Las necesidades suelen ser el origen de las luchas sociales y políticas. Así sucedió con el nuevo comedor. Las dificultades económicas de muchos estudiantes hicieron que la "reapertura" del servicio fuera la consigna que, luego del 2001 y sus marchas de antorchas contra la ley de "déficit cero", logró recuperar cierta movilización que excedió a la militancia activa de las agrupaciones.

El presidente de la FULP, Pablo Maciel, explica que esa participación "se relaciona con una necesidad objetiva: es muy grande el porcentaje de alumnos que vive con menos de 200 pesos por mes, que comemos muy mal, que salteamos comidas. El comedor es algo que nos permitiría seguir estudiando... más allá de los millones de jóvenes a los que hoy en la Argentina ni se les ocurre ir a la Universidad".

El reclamo fue iniciado a comienzos de 2002. Ese año la devaluación tuvo un impacto muy fuerte que se reflejó en la deserción: "oficialmente se dijo que alrededor de 12.000 estudiantes dejaron la Universidad. Tenemos la certeza de que la mayoría fue por causas económicas", afirma Maciel.

Durante 2002 y 2003, la FULP hizo marchas de antorchas y recolectó miles de firmas. Incluso algunos centros promovieron colectas de cubiertos y vajilla para poner en marcha un servicio autogestionado lo antes posible. En noviembre de 2003, el Consejo Superior de la UNLP aprobó un proyecto elaborado por la Secretaría de Bienestar Estudiantil.

En 2004, la presión de los alumnos se acrecentó, hasta que el 18 de octubre la Universidad abrió un comedor "provisorio" en la sede del Club Universitario, en 46 entre 2 y 3, que funcionará hasta el 17 de este mes.

La atención de ese comedor y el trabajo en la cocina, que se desarrolla en el ex Hospital Naval de Ensenada, están concesionados al Hogar de la Madre Tres Veces Admirable. En los dos meses de esta experiencia piloto, el nuevo comedor ya dio trabajo a quince personas. Héctor Mario "Pachín" Flores explica: "acá no hay lucro. Si el ingreso es mil, y lo que gastamos es mil, aplaudamos porque hemos ganado: conseguimos que quince personas tuvieran su trabajo. Y si es mil uno, ese uno es para los chicos". Pachín tiene 63 años y fue designado por Carlos Cajade para coordinar el nuevo emprendimiento. Trabajó en el Hospital Italiano hasta 1999, cuando lo dejaron cesante. Luego obtuvo un puesto mal remunerado: "a mi edad, no es fácil conseguir...".

El nuevo comedor tiene capacidad para atender cada mediodía a 600 estudiantes, que compran los tickets con una semana de anticipación. El primer día sólo asistieron 81 comensales. Pero la cifra aumentó rápidamente, y ya van más de 500. Hay conformidad con la atención y la calidad del menú, que se paga a un costo subvencionado por la Universidad: un peso.

El prosecretario de Bienestar Estudiantil de la UNLP, Patricio Lorente, asegura que el servicio está concesionado "porque en la Universidad hoy no tenemos recursos humanos capacitados para eso", y que convocaron al padre Cajade "no sólo porque le conviene a la Universidad en términos económicos, sino porque además apuntamos así a dos objetivos solidarios. Por un lado, que los estudiantes tengan la posibilidad de comer a un precio muy bajo. Por otro, que con el trabajo requerido no se beneficie una empresa tradicional sino una fundación. Los trabajadores que son beneficiados directos de las acciones de la obra de Cajade, son personas que han estado desocupadas, son chicos que están aprendiendo un oficio, que están en una situación social muy desventajosa".

A futuro
Ninguno de los sectores involucrados cree haber llegado a la meta. Flores afirma que estos dos meses fueron sólo "una muy buena prueba piloto" para preparar las personas, el ritmo de trabajo y los números para el futuro.

La vicepresidenta de la FULP, Verónica Trumino, asegura que insistirán con que "sea autogestionado y funcionen otros comedores, por ejemplo cerca de Bellas Artes y Trabajo Social".

Para el año que viene, la UNLP prevé el funcionamiento del comedor en dos sedes. Una, construida con fondos del Ministerio de Educación cerca de la Facultad de Ciencias Naturales, está a punto de inaugurarse. La otra es el local universitario de 6 y 47, que estaba concesionado a una empresa privada desde fines de 2000. La recuperación de ese espacio generó un pleito judicial que terminaría con una indemnización a la sociedad anónima que lo ocupa. Maciel opina que "es una verdadera vergüenza porque ese lugar lo administraba la FULP, y antes de que la Franja Morada pierda la Federación, en un arreglo con la Universidad, lo privatizan. Privatizan un espacio de la Universidad, con un contrato vergonzoso".

Para más adelante, las autoridades de la UNLP prevén otras dos sedes, una en el Bosque y otra en la manzana del ex Distrito militar. Esta última formaría parte de un plan de obras que incluye edificios para tres unidades académicas: Trabajo Social, Bellas Artes y Periodismo.

El titular de la FULP valora el primer logro obtenido: "todos aquellos sectores que tienen un proyecto de Universidad elitista, y están muy molestos con la reapertura del comedor, están más complicados para volver atrás esto, que empezó a funcionar".

Los trabajadores
En el comedor se dirimía la relación de fuerzas entre la Asociación de Trabajadores de la Universidad de La Plata (ATULP) y las autoridades. Para Pestaña González, "era el bastión del gremio" y sus trabajadores eran los más comprometidos: "Era la principal fuerza luchadora. Cuando había un paro, en el acto se paralizaba el comedor. No ocurría así con otras dependencias de la Universidad... Eran muy organizados y muy compinches. Para mí fue una experiencia inédita, ellos eran distintos".

Por su parte, Reynaldo Iglesias recuerda la solidaridad estudiantil: "¡Qué buenos compañeros eran los estudiantes! Siempre salían a favor nuestro. Una vez hubo un paro sorpresivo y se dejó de servir la comida. Un muchacho saltó a seguir sirviendo él. Los otros casi lo matan...". Iglesias fue delegado de los trabajadores del comedor "en la época más jodida": los años previos a su cierre. Por eso, en 1976 fue despedido y recién en 1983 pudo volver a la Universidad, donde se jubiló. "Me echaron por ser delegado, y no sé por qué no me hicieron desaparecer". Su hijo Hugo, que también había trabajado en el comedor, está desaparecido desde 1977.

El Proyecto Panzoni: autogestión estudiantil
En 1962, el rector José Peco intentó modificar la forma de gestionar el comedor. Convocó a Erico Emir Panzoni, que era director del Instituto de Estudios Cooperativos de la UNLP, para que ideara su reorganización.

"Estaba muy mal administrado. Se utilizaban recursos de la Universidad para hacerlo funcionar. La comida era muy barata. Y sobraba personal de una manera impresionante. Había que racionalizar el funcionamiento del comedor", opina Panzoni, que recuerda con orgullo aquel proyecto elaborado en uno de sus 50 años de docencia.

Su propuesta se basaba en la autogestión estudiantil. Proponía formar una organización de tipo mutual, a la que la UNLP le cedería el local del comedor y sus implementos. Todo debía ser manejado por los estudiantes.

El proyecto incluía la venta del menú al costo, pero no subvencionado. "El estudiante debería pagar más de los cinco pesos que se cobraban. Calculamos que el costo real era de 17 pesos. Así y todo, era barato". Panzoni advierte que para los que no pudieran pagarlo "proponía una beca alimentaria" entregada por la Universidad.

La idea, que finalmente se frustró, tenía dos patas que parecían contradictorias: por un lado, el ajuste presupuestario; por otro, la gestión democrática. La primera permitió que quienes se opusieron al proyecto hicieran pintadas tildando a su autor como "el Alsogaray de la Universidad". La segunda tuvo el resultado contrario. Años más tarde, otro rector de la UNLP le diría a Panzoni: "sí, el suyo era el proyecto anarco-socialista".

El desguace
Quienes se movilizaron este año reclamaban la apertura del "comedor que nos robó la dictadura". En verdad, el cierre tuvo tres pasos: el atentado a fines de 1974, que destruyó su esencia; la clausura en 1975; y finalmente su desmantelamiento, en tiempos de la dictadura.

El 13 de junio de 1977, el rector Guillermo Gallo le escribió al ministro Albano Harguindeguy para hacerle saber que "oportunamente, expresas directivas superiores indicaron la necesidad de suprimir el funcionamiento de los comedores estudiantiles" y que "tales directivas fueron debidamente implementadas en el ámbito de esta Universidad". Visto que la estructura del comedor quedaba ociosa, Gallo pedía permiso para darle otro uso. Le respondieron que era una decisión de la Universidad, en virtud de la norma que establecía su autonomía, aunque en esos años no solía ser respetada. Con el camino liberado, el rector-interventor dictó la Resolución 1191 disponiendo la venta urgente de "muebles y útiles", y destinando el edificio del ex comedor a la Facultad de Odontología y dos departamentos de Ingeniería.

La UNLP se desprendió de equipos refrigeradores, extractores de aire, tanques de agua, grandes ollas, sillas, mesas, más de mil bandejas, etcétera. Todo se hizo por contratación directa y muchos dudan de que el dinero haya llegado a la UNLP. En los expedientes, lo obtenido figura engrosando un "fondo universitario especial del Rectorado".

El desguace continuó hasta 1980, y sus destinos fueron mayoritariamente dependencias policiales y militares (dos tercios del valor repartido), con excepción del Ministerio de Bienestar de la Provincia, que pidió parte del material para la República de los Niños y cinco hospitales. Los principales beneficiados fueron la Base Aeronaval de Punta Indio y la Escuela Naval Militar Río Santiago. En la lista figuran también el Batallón Comando de Comunicaciones 601 y el Regimiento de Infantería Motorizada 7 de la Marina. El Servicio Penitenciario provincial, por su parte, recibió sin cargo las últimas migajas.

La Universidad de bienestar
En la mejor época del comedor, la mayor parte de los estudiantes de la UNLP provenía del interior del país. La situación socioeconómica lo permitía, y además la oferta universitaria se circunscribía a pocas instituciones. La UNLP recibía también a muchos extranjeros, en especial peruanos y bolivianos, que en algunas carreras eran el 20% del estudiantado. Carlos De Feo recuerda que "venían porque la formación era buena. Eso es lo más lamentable de todo, lo que se perdió". "Hoy vas a Tarija y decís que sos de la Universidad de La Plata y te tratan espectacular. ¡Casi todos estudiaron acá! El comedor era el que sostenía todo esto". El servicio gastronómico era, junto al de Sanidad, la expresión en el ámbito universitario de una suerte de "Estado de Bienestar" que la Argentina supo tener. Ambos fueron devastados en las últimas tres décadas, al ritmo de las políticas neoliberales iniciadas en la dictadura y profundizadas durante los años noventa. Actualmente, casi el 70% de los estudiantes es de la región de La Plata. Del 30% restante, la mayoría es del interior de la Provincia de Buenos Aires.

Una vida en el comedor
Rubén Morzilli ingresó como trabajador a la Universidad en 1971, en el viejo comedor. Tenía 33 años. "Me casé estando ahí. Y gracias a ese trabajo, me hice mi casa". Todavía tiene presente el día en que una explosión destruyó el comedor: "Fue espantoso. Yo estoy a casi cuarenta cuadras, y se me movieron los vidrios de las ventanas. Me levanté y me fui rajando para ahí. A las dos y media de la mañana estaba en la esquina de 1 y 50, llorando como una criatura. El comedor es mi vida". Una vez cerrado, Morzilli pasó por varias dependencias.

Hace dos meses, cuando se decidió recuperar aquel servicio, la Universidad le encargó al gremio de los no docentes una lista de trabajadores que pudieran colaborar. Aún sin ser consultado, Morzilli figuró en la primera lista. "Cuando me dijeron, me emocioné mucho, porque no creí que se acordaran. Yo lo quería mucho al comedor; a la Universidad la quiero mucho. Por eso me emocioné cuando me dijeron que iba a trabajar al nuevo comedor".

¿Se puede recuperar el espíritu del viejo comedor?

NO. Porque la época hizo al comedor. Si cambian las circunstancias, sí, puede ser que sea igual o mejor. Pero en la medida que esto cambie, que haya más protagonismo del estudiantado. (Daniel De Santis)

SI, seguro. Ya en los primeros días que funcionó el comedor universitario, el hecho de que las mesas sean tablones, y que te tengas que sentar al lado de gente que no conocés, y empezar a charlar e intercambiar opiniones, fue un clima muy lindo. (Pablo Maciel)

NO. La Universidad no es la misma: hay otros intereses. Tampoco es la misma época. Nada se puede comparar. (Rubén Morzilli)

SÍ, aunque hay muchas cuestiones que están en el terreno de la nostalgia. Parte del espíritu de aquel comedor de la nostalgia, en el sentido de establecer un lugar de reunión, de intercambio, de compartir, se va a recuperar. En todas las instituciones donde hay un lugar común para comer, es donde se comparte. Ya no es una cuestión ligada a la época, es una cuestión de la humanidad. Pero no va a ser un comedor igual, porque es un entorno muy distinto. (Patricio Lorente)

NO, porque mientras haya distintos comedores... Está como comedor, para ir y comer, sin el espíritu del lugar de encuentro. Pero estamos en una situación muy difícil, es necesario que sea ya... En Trabajo Social este año ingresaron 600 compañeros, y hoy son 300 en primer año. (Verónica Trumino)

SÍ, podés recuperarlo como fue al comienzo. Pero aprovechar toda esa gran infraestructura que se había logrado, eso ya no se puede... El comedor universitario murió con la época. (Erico Emir Panzoni)

NO. Hoy el comedor sería mucho más necesario que en la época que yo estudiaba. Es un reclamo justo. Nosotros como docentes, vemos cómo perdemos alumnos año tras año. El problema es que la Universidad hoy no lo puede tener. Ya tenemos cuatro millones de déficit. Y arriba vas a tener que bancar a un comedor. ¿Y a quién se lo ocurre que van a comer nada más que 600 o 1800 alumnos? Estamos generando un conflicto que no tiene salida... A mí me parece bárbaro, pero así como lo plantea el Rectorado, lo único que el comedor va a generar es un quilombo bárbaro. (Carlos De Feo)

SI, pienso que sí, pero va a costar encontrar gente que haga todo eso todavía... ¡Qué bien que estaba todo! Era un espectáculo. (Reynaldo Iglesias)

NO. Yo lo ansío, pero no lo creo. Lamentablemente, no se va a reabrir el comedor que yo conocí, como tampoco fueron el comedor que yo conocí los comedores anteriores. Cuando uno habla del comedor habla de 1962 a 1974. Hasta la bomba: eso es el comedor. Ese comedor cambió la historia de la Universidad. No va a haber otro comedor como ese. (Pestaña González)


Compartir el pan en la Universidad
por Lalo Painceira

En los años sesenta, mi época de estudiante, el Comedor funcionaba en lo que es hoy la facultad de Odontología. Era su sede con grandes cocinas y enormes ollas y también con las obligadas colas para ingresar y después de entregar el ticket y ya bandeja en mano, para que sirvieran la comida y elegir la mesa. Un rito en donde no cabían protestas por la demora porque todo era natural, tan natural como la existencia del mismo comedor en una Universidad que desde 1918 buscaba derribar barreras a la accesibilidad fruto de un pensamiento que apostaba todavía a la movilidad social y en cumplir los sueños de "m'hijo el dotor", porque se podía.
El Comedor sintetizaba la vida universitaria. Las esperas se aprovechaban para estudiar ante la urgencia de un parcial, para hacer consultas con un alumno más aventajado, para vincularse con estudiantes de otras carreras, iniciar amistades e incluso relaciones que muchas veces terminaron en parejas estables. Pero también fue escenografía de la lucha política, de la discusión, del diálogo esclarecedor que abría la puerta al compromiso más fuerte, también de encendidos actos ante un estudiantado participativo que levantaba temperatura, cortaba calles y mantenía duros enfrentamientos con la policía de su tiempo, lo que no sorprendía a nadie en una ciudad que desde 1918, con aquella revolución que significó la Reforma Universitaria en el continente americano, estaba acostumbrada a contener en su seno la ebullición juvenil.

Sin lugar a dudas el Comedor Universitario fue una conquista de un estudiantado que, como hoy, busca abrir puertas y lucha contra los límites, porque sabe que es allí en donde se igualan las oportunidades y también es allí uno de los lugares importantes en donde siempre se pensó un mundo más justo, equitativo, igualitario. Por eso el Comedor dolía a los sectores que buscaban restaurar los viejos privilegios. La Reforma había significado, al decir de Alfredo Palacios, "renovación educativa, solidaridad con el alma popular, elaboración de una cultura nueva y federación de los pueblos latinoamericanos" ("La Reforma Universitaria", Hugo Biagini) y había que borrar sus conquistas. Los que oficiaron de adelantados de la dictadura del 76, colados desde la ineptitud de Isabel Perón, empezaron a cerrar las puertas abiertas. A veces de manera sangrienta usando sus comandos paramilitares de la Triple A, otras mediante intervenciones como ocurrió en la Universidad Nacional de La Plata. Una de las medidas fue cerrar el Comedor Universitario.
Transcurridos casi 30 años, se vuelve a abrir. Y esta apertura contiene una paradoja maravillosa. Como dice el cura Carlos Cajade, "los hambrientos terminan dando de comer", refiriéndose a la participación de su obra en esta nueva realidad. Son los chicos de la calle, los más excluidos entre los excluidos, con sus microemprendimientos los encargados de aportar y elaborar lo que comen los estudiantes. Y suena evangélico.

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