Tierra para vivir y para jugar

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El vecino que se puso el barrio al hombro y el conflicto por el asentamiento que se incorporó al barrio. Dos historias que se encuentran en una plaza.

Eran pocas las casas, toda esta parte era todo campo −describe Roberto Barragán, referente ineludible de Los Robles, una zona que abarca de 605 a 610 y de 14 a 18−. Me gustó, compré unos terrenitos y me hice la casa. De a poquito vinieron más y empezaron a edificar, y de ahí se hizo el barrio”. Esto fue hace 18 años.

En 2005, mientras empezaban a llegar al barrio familias sin acceso a la vivienda, este vecino impulsaba la creación de la plaza Los Robles. Se hizo en 609 y 16, “en una manzana que ya figuraba destinada para la plaza pero nunca se había hecho nada. Yo tuve la iniciativa con varios compañeros −se enorgullece Barragán, hoy jubilado−. Lo hice sobre todo por los pibes, porque había muchos que vivían en la calle. Y al tener la plaza los padres saben que están acá jugando”.

La mayoría de los juegos son artesanales, hechos con postes de luz y cosas que fueron encontrando o les donaron. “Esas dos hamacas −señala− las hice yo. De a poco levantamos todo esto. Ahora buscamos progresar cada vez más y estoy contento porque sábado, domingo, feriado, todos los chicos están jugando acá”.

La plaza es lo básico de la urbanización de un barrio −reivindica Sebastián Cuccia, abogado de los vecinos judicializados e impulsor del centro cultural y de la radio (ver aparte “Resistencia cultural barrial”)−. Si se logra organizar una plaza se puede motorizar una organización barrial genuina, que tiene una legitimidad desde la acción, desde lo concreto. La plaza aporta a la integración de los vecinos del asentamiento con los del barrio, y a la consecuente organización para la lucha. Barragán es uno de esos motores que impulsan actividades sociales que desde el Estado no son generadas”.

Barragán habla pausado y con modestia. Pero su papel en el barrio desborda iniciativa y energía. Antes de la plaza, el Día del Niño se festejaba en la puerta de su casa “con juegos de los de antes −relata−: carreras de embolsados, palo enjabonado y otros”. Además organizaba los corsos, que este carnaval se reeditaron después de un parate de cuatro años. Y cada Navidad es “el Papá Noel del barrio nuestro”, acota una vecina. Cuccia agrega: “Acá ha llegado a haber, para el Día del Niño, regalos para 400 pibes. Vemos fotos de hace 15 años de chicos que iban a festejar a lo de Barragán y hoy traen a sus hijos a festejar en la plaza”.

Antes de que consiguieran del municipio y de la delegación dinero para un tractorcito y nafta, “Barragán cortaba el pasto de toda esta hectárea con una maquinita de jardín eléctrica. Con alargues imposible, así que unía metros y metros de cables. Tardaba 15 días y  no quedó pegado de casualidad. ¡Testarudo como es, llegaba a la mitad y tenía que volver a cortar! Los ‘Barraganes’ en los barrios muchas veces están muy solos. Y si encima no viene el Estado para dar una mano, contener y estimular… −reflexiona Cuccia−. Si él no hubiese generado la plaza, hoy estaría todo poblado ahí también. Uno, que pelea porque haya tierra para vivir, no puede desconocer que se necesita de espacios verdes”.

De la plaza a la lucha

Según la organización Mapu, de la cátedra libre de Hábitat Popular de la UNLP, que produce y sistematiza información valiosa sobre villas y asentamientos del Gran La Plata, en Los Robles viven 1.000 personas (600 de ellas, menores). La zona tiene basurales a cielo abierto y alumbrado público a medias, pero no tiene cloacas, pavimento, gas, alcantarillado ni recolección de residuos.

Muchas de esas familias vienen de peregrinar por otros asentamientos, como consecuencia de un circuito habitual de desalojos colectivos que rara vez termina con una política de reubicación. Ahora ocupan cinco manzanas −de un predio de 30− que una sociedad inmobiliaria y financiera tenía desde 1950 sin uso ni cumplimiento de algunas obligaciones. “Hay una emergencia habitacional declarada y reconocida, y el Estado tiene las herramientas para venir y decir: ‘Señor, usted hace 40 años pidió dos veces plazo para hacer los trabajos y no los hizo, venga para acá’”, enfatiza Cuccia, que empezó a involucrarse porque conocía a una de las familias demandadas por la ocupación.

El conflicto se dirime en la Justicia Civil y Comercial (donde está activa una causa iniciada en 2007 por la propietaria de los lotes, “Villa Montoro SACIFI”), en la Legislatura (donde Daniel Scioli vetó en agosto de 2010 una ley que declaraba a los lotes en pugna “de utilidad pública y sujetos a expropiación, con destino a sus actuales ocupantes”) y en el Municipio. “En 2009 les presentamos un proyecto de planificación urbanística social diciendo ‘acá hay un titular que tiene estas restricciones y nunca lo va a hacer, venga el Estado, tome como propias las obligaciones del titular, y éste entrega tierra en parte de pago’”.

Efectivamente, arrancaron trabajos de urbanización para habilitar la venta de lotes en la zona. Pero desde “Resistencia Cultural Barrial” denuncian que no fueron informados ni incluidos en dicho plan y que la comuna favorece a la propietaria “haciéndole los trabajos de infraestructura y tramitándole el levantamiento de las restricciones” que le impedían vender lotes.

“Falta conciencia en las organizaciones sociales para sentarnos y no dividir por barrio diciendo ‘esas tres son mías, ésas son tuyas’ −critica Cuccia, y resume−: hay un Código de Ordenamiento Urbano nefasto y una Municipalidad que no interviene y, cuando lo hace, es al revés: se quiere hacer todo un Gran La Plata con un cordón de countries. Y los que no tenemos posibilidades vamos a empezar a construir para arriba como podamos…”.

Logros

“Los desalojos, las crisis, generan oportunidad para organizarse, porque no se puede contestar la demanda individualmente −analiza Cuccia−. Conocer esta realidad me hizo replantearme cómo estaban viviendo ellos y cómo vivía yo. Me senté a tomar unos mates en la casilla de madera, el piso que no es piso, los nenes… En mi vida gastaba mil pesos en ropa, consumía un montón de cosas que en definitiva no hacían a nada, y a partir de ahí se empieza a generar el compromiso y a ver, desde herramientas que uno tiene, que hay solución”.

Empecé a ver que el gran problema no era el desalojo sino la conciencia para luchar contra él −distingue−. Y para eso primero los vecinos tienen que ser conscientes de que se puede y es su derecho, y tomarlo como propio, tener una identidad con el lugar. La mayoría de las familias venían de otros asentamientos, acostumbradas a ir de acá para allá. Pero acá tuvimos casos donde los chicos se plantaron y dijeron: ‘no, de acá no nos vamos’, por las relaciones construidas, y hoy la familia lo valora”.

“Un ejemplo es Jonathan, que es sordomudo. Su familia llegó al barrio con mucho conflicto social y económico. Él andaba correteando por la plaza; rompía las plantas y se iba. Había un reclamo en él, que tenía 5 años. Había una cuestión social entre el asentamiento y el barrio −describe el abogado−. Y lo que empezó a funcionar fue este espacio en común: desde la plaza empezamos a hacer que los chicos de abajo, como decían, empezaran a  jugar con los que ya estaban consolidados en el barrio. Acá también Barragán fue el puente que unió a los que vinieron con los que estaban”.

Las denuncias originadas en el miedo (realizadas usualmente por titulares de terrenos, por el Estado o por vecinos) “sólo se frenan comunicando, mostrándoles a los vecinos que el otro es un par y no una amenaza. Por ejemplo, el Centro  de Salud −que se construye en la plaza y, claro, se llamará Roberto Barragán− lo impulsamos firmado por las 200 familias nuevas, que con esto están diciendo: ‘No, muchachos, estamos para otra cosa, estamos acá para vivir, y para vivir bien’. No hay ser humano que quiera vivir mal, que no quiera progresar, que no quiera darles lo mejor a sus hijos”, cierra Cuccia.

P.A. y J.L.M.

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