Seis historias de impunidad y eliminación

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111-SimonettiRodrigo, Maximiliano, Franco, Omar, Axel y Bladimir fueron asesinados entre 2012 y 2013. Son niños o adolescentes y tenían derechos vulnerados. El defensor oficial Julián Axat encontró patrones comunes en esos casos y pidió que se investigue la responsabilidad de la Policía. También denunció el abandono del Estado y la falta de políticas públicas para contener a los chicos. La Pulseada Radio habló con él y recibió a la mamá de Rodrigo Simonetti, cuyo crimen acaba de cumplir un año sin avances en la Justicia.

Impunidad judicial. Policías sospechados. Abandono del Estado. Esas tres razones llevaron al defensor del Fuero de Responsabilidad Penal Juvenil Julián Axat a pedirle a la Suprema Corte de Justicia bonaerense que ordene investigar la responsabilidad de la Policía y de los organismos públicos de Niñez en los crímenes de Maximiliano de León (14), Franco Quintana (16); Omar Cigarán (17); Axel Lucero (16), Bladimir Garay (16) y Rodrigo Simonetti (11). En ninguno de los casos hay responsables en el banquillo y “los culpables saben que al gozar de impunidad pueden seguir matando pibes”, explicó Axat a La Pulseada Radio. Al cierre de esta edición, la Corte resolvió que si bien no tiene competencia para manifestarse al respecto requerirá a la Procuradora, María del Carmen Falbo, un informe sobre estos crímenes.

“Estas historias se inician el 6 junio de 2012 –cuenta el funcionario— con la aparición de Rodrigo Simonetti en la zona de Tolosa, cerca de Ringuelet, asesinado con claros signos violencia. Luego de este hecho se sucedieron cinco más, no ya con el hallazgo de un cuerpo sino que murieron luego de intercambios con personal de seguridad”. Maximiliano de León fue ejecutado por la espalda en octubre del año pasado, luego de un supuesto intento de robo en la casa de un policía. “Casualmente, es el mismo efectivo que lo había detenido varias veces en la comisaría 8ª, donde tenía alrededor de 24 ingresos”, dice Axat. El policía le disparó desde el piso de arriba a la vereda. El crimen de Franco Quintana ocurrió el 27 de diciembre. Franco había estado detenido acusado por el homicidio de Fabián Esquivel delante de su hijo de 11 años, un caso difundido por diarios y canales de televisión, y había denunciado a la Policía por hostigamiento… Decía que lo querían matar. Explica Axat que ese día “habría querido entrar a robar en una heladería de 13 y 32 y el dueño, miembro del Servicio Penitenciario, le disparó por la espalda a 15 metros de distancia”.

Omar Cigarán también había denunciado varias veces a la Bonaerense y había estado preso en institutos de menores de la Provincia. El 2 de febrero de este año estaba en diagonal 80, cerca del Bingo, y habría intentado robar a una persona de civil que resultó ser un policía, sacó un arma y lo ejecutó. El crimen de Axel Lucero tiene características similares: estaba en la zona de 7 y 80 cuando habría querido robar a un hombre que era policía. Y un disparo terminó con su vida. El de Bladimir Garay es el hecho más reciente. El 19 de mayo, el cuerpo del chico fue tirado en la puerta del Hospital de Niños con un tiro en la espalda. Según la versión policial, venía de protagonizar el robo a una heladería de la zona de Meridiano V.

Son seis los casos tomados inicialmente por Axat para pedir que la Corte ordene acelerar las investigaciones. Luego se agregarían los casos de Sebastián Nicora (16), muerto en Punta Indio, y Franco Emiliano Argüello Canavesio (20), el único que no es menor de edad.

“Los niveles de responsabilidad son tres —aseguró el defensor en los micrófonos del programa radial de La Pulseada—. Por un lado, el abandono de persona por las instituciones de Niñez, porque en todos los casos denunciados había causas asistenciales. Además, los chicos no fueron insertos en programas y estaban en situación de calle o vivían en infracción delictiva porque nadie los sacaba de ese proyecto de vida. Por otro lado, hay impunidad judicial porque ninguno de los seis casos está esclarecido. Además, los chicos habían denunciado a la Policía por hostigamiento y los fiscales no pueden adjudicarle a la institución la investigación de eso casos. Todo esto demuestra el fracaso de una política pública”.

—¿Usted cree que detrás de estos crímenes hay escuadrones de la muerte?

—Disiento con esa hipótesis. Creo que es más general. Creo que hay un pacto implícito entre policías, vecinos y comerciantes, que genera de manera aleatoria estos hechos. Es cierto que los pibes van a robar, se meten en situaciones conflictivas y salen perdiendo, lo que pasa es que al servicio de los comerciantes y los vecinos hay un conjunto de esbirros contratados que no tienen problema en ejecutar a los pibes. No creo que haya algún nivel de organización formal dedicada a ejecutar estos casos por mano propia, pero creo que en el fragor de la situación, el personal que está contratado para controlar la situación de seguridad, ejecuta a estos pibes en su propia improvisación, o en su propia brutalidad. Hay una cultura de la impunidad y creo que estos pibes lo padecen. Hay un clima de eliminación social que permite a los esbirros policiales hacer este tipo de cosas.

Rodrigo, un año sin respuestas

La primera semana de junio, cuando se cumplió un año del crimen de Rodrigo Simonetti, visitó los estudios de Radio Estación Sur su mamá, Patricia. Llegó después de trabajar en la limpieza de la ciudad, como empleada en una de las cooperativas que recorren todos los días las calles de la capital bonaerense. Acompañada por Dora, la tía de Rodrigo, y Rubén Calligo, un militante social que conoció al chico trabajando en la Olla de Plaza San Martín para pibes en situación de calle, Patricia se sentó frente a los micrófonos de La Pulseada y, una y otra vez, pidió: “Yo lo que quiero es justicia por el nene porque ya está bajo tierra y no me lo dan a devolver. Si no se hace justicia, no sé qué voy a hacer… Ya no aguanto más”. Rodrigo apareció muerto a golpes en un callejón de 14 entre 525 y 525 bis. Tenía 11 años y no estaba en conflicto con la ley penal. En la causa están sospechados un cuñado y un verdulero al que había conocido en el centro de La Plata, donde buscaba unos pesos para ayudar a su familia. Rodrigo sufrió el abandono de los organismos del Estado y las políticas de niñez no lo protegieron.

Patricia tiene 39 años. “Me quedaron diez hermanos de Rodrigo —cuenta—. 6 meses tiene el más chiquito. Otro de 4, una de 8, la de 11, la de 15, el de 17, el de 12, el de 19, el de 20 y el de 21”.

Rodrigo abría puertas de taxis y pedía monedas en 7 y 48. Su sonrisa y la camiseta del Pincha siempre lo acompañaban. “Muchas veces se dijo cosas en el diario que a mí me dolieron mucho. Mi hijo nunca se drogó, nunca robó, nunca le tocó nada a nadie. ¿Por qué vienen a poner que se falopeaba o que robaba?”, se enoja Patricia. “Hace un año y no… —hace la pausa—. Fui a la fiscalía y me dijeron que todavía no hay juicio, que no hay pericias. Quiero que esté detenido el culpable. Yo entiendo que las pericias tardan, todo lo que quieras, pero ya hace un año. Ni al juez, ni a los fiscales le importó nada el nene”.

“Rodrigo tenía esa sonrisa que te hacía olvidar todas las penas que uno trae”, recuerda Rubén Calligo. El Benchi, como lo conocen los chicos, es militante de la Asamblea Permanente por los Derechos de la Niñez y de la Olla. “Hace tres años que laburamos compartiendo espacios junto a las mamás, los chicos y las chicas. Algunos de los que vienen a la Olla viven en la calle y otros vuelven a sus casas a la noche después de estar todo el día buscando la subsistencia, buscando el mango en el centro. Rodrigo venía siempre acompañado de su hermano. Eran de fierro y andaban siempre para todos lados juntos, inseparables. Su crimen nos partió al medio”.

Mientras filma la entrevista con Patricia para un documental que están haciendo un grupo de pibes para el programa Jóvenes y Memoria de la Comisión Provincial por la Memoria, el Benchi asegura que la ley de Promoción y Protección de la Niñez (13.298) “señala cómo se debe trabajar en el territorio pero los políticos no ponen la plata para efectivizarla y siguen poniendo plata en seguridad. Eso es porque es más fácil dejar a un nene sin un plato de comida que a un policía sin su sueldo. Todos los chicos son especiales y distintos, pero venimos de tres generaciones de familia sin empleos formales que les dejen proyectar futuros. Hoy, cinco años después, estamos encontrándonos y haciendo talleres con los hermanos de los que hace cinco años estaban parando en la calle. Y hablás con laburantes del sistema penal o el asistencial y dicen que trabajaron con el hermano mayor hace 15 años. Los problemas vienen de mucho tiempo atrás y va a costar encontrarles una salida”.

“Lo que hicieron con el nene lo pueden hacer con Rodolfo, el hermano —se preocupa Patricia—. A veces se me va porque es duro dejarlo en mi casa… Se me viene para el centro. Yo le digo: ‘Rodolfo, no te vayas porque a ver si te llega a pasar lo mismo que a Rodrigo…’. Y él me dice: ‘No, mami, pero no tenemos para comer’. Yo le contesto que yo traigo para comer, porque trabajo y no les falta la comida”.

—¿Trabajás en una cooperativa?

—Sí, sí, acá, cerca de la Estación. Están ella (Dora, la tía de Rodrigo), mi hija, mi hermano, el hijo de ella… Todos. Yo me siento más tranquila porque tengo el apoyo de ellos. Si no estuvieran ellos me muero… porque no tengo el apoyo de nadie. Los de Niñez te ayudan un tiempo pero cuando los necesitás buscan la vuelta para no ir. De Niñez me dieron una tarjeta para alimentos, después me llevaron cosas y dejaron de llevarme.

—¿Qué hacés en la cooperativa?

—Limpieza en la calle

—¿Cuánto ganás?

—2 mil pesos. Mantengo a la familia con eso, más la pensión de más de siete hijos. Y aparte, tengo lo que me pasa el papá de los nenes. A ellos no les falta nada, te digo la verdad. Si alguien te dice que les falta comida es mentira. No les falta nada.

—¿Sentís que ellos están desprotegidos?

—Sí. David hay días que se me va y no sé nada de él y yo quedo con el corazón en la boca… Se me cruza siempre lo que le pasó a Rodrigo y hasta donde no veo que vuelve, no me quedo tranquila. El se va a cuidar autos a 47 con mi otro hijo de 17 y el otro día eran las 12 de la noche y no había vuelto. Hay días que no vuelve a mi casa y yo me pongo a pensar que le pasó lo mismo que a Rodrigo, que no vuelve más.

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