Prender la mecha

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Mujeres de organizaciones políticas de izquierda reaccionaron contra los abusos y la violencia que contra ellas ejercían sus compañeros militantes. Hubo expulsiones y escraches en redes sociales. Pero también un fuerte debate interno para intentar dar con respuestas a una pregunta simple e inquietante: ¿Qué hacer?

Por Mariana Sidoti
Fotos Gabriela Hernández / Archivo La Pulseada

Dos chicas y una computadora. Es sábado por la mañana y hay un comunicado que escribir: Marcha Guevarista del Pueblo (MGP) expulsará a un varón por acoso sexual, después de tres asambleas tensas y aguerridas en las que todos dieron su versión de los hechos, incluido el acusado. La víctima, una ex militante de la agrupación, lo había denunciado a través de una publicación en Facebook a pocos días de las elecciones estudiantiles. Hubo cierta resistencia ¿Por qué ahora, después de un año y medio? ¿Hay intereses políticos? ¿Qué está queriendo lograr? pero al final sobrevino la confianza. Las pibas le creyeron, los pibes también y hasta el mismo acosador N.A.P*, había reconocido el episodio. Insurrectos, la agrupación estudiantil de MGP, ya no participaría de las elecciones.

Las dos chicas tienen el desafío de llenar ese Word en blanco con un raconto, una reflexión y una noticia: la expulsión. Sobrevuela en el ambiente una energía extraña, cargada de sensaciones; es la primera vez en La Plata que se hace público un caso así y ambas son concientes del carácter pionero de la situación. Piensan en un título, quizás algún cierre con una frase feminista y revolucionaria. Y están a punto de empezar a escribir cuando una se quiebra:

No puedo hacer esto, dice. Y cuenta, como puede, un episodio de abuso sexual con otro compañero de la agrupación, L.V., referente político de larga data y miembro de la dirección de la organización, era uno de los que más había renegado del método del escrache para visibilizar el abuso. No era para menos: días más tarde, otras seis mujeres pudieron contar sus experiencias e identificarlo como violador.

***

Llegó la hora de hablar. Hablar entre mujeres, hablar con dolor, culpas, arrepentimientos. Hablar con la certeza de no estar solas. Así lo hicieron más de cincuenta mujeres en una asamblea en la facultad de Trabajo Social. Fue el vertiginoso resultado de las tres reuniones previas, todas mixtas, en las que se trató el caso N.A.P. Fue el inevitable resultado de la charla del sábado, cuando por primera vez el coraje venció al miedo.

Las mujeres hablaron de todo eso que les había estado vedado. Contaron las violaciones sufridas, los abusos, el acoso sexual, los golpes y la humillación. Hablaron de los victimarios: cinco militantes de Marcha y uno de Correpi La Plata; todos con un fuerte peso político dentro de sus espacios, todos referentes. Fue en noviembre de 2017; era la primera vez que se reunían sin varones y ya no hubo vuelta atrás: días más tarde los escracharon a todos por Facebook bajo la consigna “Las pibas no nos callamos más”.

Lo determinante fue el encuentro entre las compañeras, y el miedo de los varones a ese encuentro. Porque nosotros manteníamos una perspectiva de feminismo revolucionario, clasista, mucho en la teoría; después en la práctica… digamos que no había práctica”, resume F.F.** a La Pulseada. En las primeras asambleas, N.A.P. sostenía un discurso de naturalización: se justificaba diciendo que el sentido común y la costumbre lo habían avasallado. “Nosotras empezamos a problematizar eso. En una organización de izquierda que se pretende revolucionaria, que levanta determinadas banderas y plantea construir un feminismo revolucionario, hablar de naturalización era absurdo”, dice F.F. Ella es una de las tantas pibas que decidió hablar, a pesar de que eso implicó romper con una agrupación en la que había militado durante varios años.

Más tarde me puse a pensar: ¿Todas las situaciones de violencia de género en una organización de izquierda ameritan una expulsión o un escrache? Y no, todas considero que no. Pero hay que tener por lo menos algún parámetro, saber con qué factores de riesgo se encuentra la compañera. A nosotras no nos quedó otra opción: por el nivel de violencia y manipulación, ninguna estaba preparada para continuar en una organización fundada sobre eso. De repente a muchas nos estaba pasando, o nos había pasado. Y quizás por la militancia, la cotidianeidad, una va perdiendo el cuestionamiento hacia lo que sufrió. El encuentro entre mujeres fue lo que prendió la mecha”.

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El machismo, está claro, no es patrimonio de ningún partido ni organización de izquierda: atraviesa todas las clases sociales y todas las ideologías. Pero el hecho de que cada vez haya más casos de escraches y expulsiones en agrupaciones políticas da cuenta de que la tolerancia es cada vez más baja, porque la responsabilidad es mayor. Como dice F.F., “los principios ideológicos, éticos y políticos tienen que ser consecuentes. Si vos te declarás feminista, vas a marchas del Ni Una Menos y al interior de tu organización no sos capaz de cuestionarte… hay un desfasaje a resolver”.

Apenas un mes más tarde del escándalo –así lo titularon muchos mediosen Trabajo Social, la agrupación Marabunta en La Plata expulsó a seis varones e hizo público el proceso en una nota de Facebook titulada “Ninguna lucha secundaria: sin feminismo no hay socialismo”. Según cuenta S.G. a La Pulseada, el escrache que impulsaron las militantes de Marcha les pateó el tablero: “Las cosas que ellas cuentan nos interpelaron en lo cotidiano, en nuestras relaciones sexuales y con nuestros compañeros, en un montón de aspectos. Empezamos a pensar qué pasaba en nuestra organización. Fue impresionante decir, ¿todo esto tuvo que pasar para que salte la ficha, para que alguien diga algo? ¿Cincuenta pibas abusadas y violadas durante tanto tiempo en nuestra cara? ¿Qué nos está pasando?”. La respuesta inmediata fue mirar hacia adentro y encontrar, en mayor o menor medida, violencia machista.

En Marabunta, aunque la discusión de género era relativamente nueva, desde principios del 2017 sostenían un taller organizado e integrado sólo por varones, con el objetivo de problematizar y discutir sus privilegios y espacios de poder. Participar de ese espacio fue una de las condiciones que se les plantearon a militantes denunciados o cuestionados por prácticas violentas y machistas hacia el interior de la organización. Pero varios, aún habiendo asistido o siendo referentes en ese espacio, continuaron ejerciendo violencias y autojustificándose.

Distinto camino, ¿mismo resultado? S.G. rescata que “con todos intentamos algo”. A diferencia del caso de Marcha, donde se destapó una olla de violencias y abusos, en Marabunta ya venían de un proceso que cuestionaba, entre otras cosas, frases, chistes, expresiones y prácticas machistas. Muchos de los expulsados ya estaban observados por distintos hechos y las denuncias –la mayoría se hicieron después del fenómeno “Las pibas ya no nos callamos más” fueron la gota que colmó el vaso. Ambos procesos tuvieron resistencias y también vanguardia. “Las insoportables de siempre”, dice S.G. con ironía; las pioneras, las que allá por el 2012 planteaban la importancia de autodenominarse feministas de manera transversal. Las que cuestionaron lo que a muchas les parecía normal, o simplemente parte de la cotidianeidad militante.

En Trabajo Social fueron las que pusieron en crisis la necesidad de cuidar al, por ese entonces, compañero N.A.P. F.F. reflexiona, varias semanas después: “Si no se cuidaba al compañero, evidentemente todos estaban, hablando mal y pronto, cagados en las patas porque les podía pasar a ellos también. Con el argumento del cuidado de la organización, en realidad se estaban cuidando entre ellos”.

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También hubo, en ambos casos, resistencias. “Haber compartido tantos años y que sea tu compañero de lucha genera más dificultades. Porque ahí se debate una misma para desnaturalizar lo que está haciendo el compañero, cuestionárselo y tomar medidas, sancionar. Eso es lo más difícil”, dice S.G. Otro gran debate fue sobre el escrache: para una organización de izquierda que milita en contra de las culpabilidades por portación de cara o del prejuicio naturalizado, exponer a la condena social a quienes alguna vez fueron compañeros es difícil.

Las ex integrantes de Marcha consideran que el escrache “es una parte de la justicia. Aunque lamentablemente gran parte queda en el Poder Judicial, con las características que tiene. Sabemos a qué nos vamos a enfrentar, pero lo reparador en algún punto está en el apoyo y la presión social que se genera”, piensa F.F. A ellas no les dio el tiempo para sentarse a definir los pasos a seguir. Después de la catarsis llegó una realidad tan abrumadora que no lograron tomar otra decisión. A la hora de pensar el escrache como método de denuncia, reivindican el potencial del encuentro entre mujeres: “Las compañeras que hablaron aportaron a la libertad de otras, fue como un dominó y así fueron cayendo todos los denunciados”, explica F.F.

Las mujeres de Marabunta, en cambio, definieron las expulsiones y se tomaron varias semanas más para reunirse, debatir entre ellas y leer textos feministas antes de hacer público el proceso. En la primera línea de la nota donde anuncian las expulsiones, remarcan la importancia que tiene el carácter público de estos debates. “Porque entendemos que la palabra marca un lugar que nos ha sido negado demasiadas veces en la historia política y social”, afirman.

S.G. sabe que hay dolores que liberan y asegura que el suyo fue un proceso “liberador y de mucho aprendizaje, pero muy doloroso a la vez”. Ellas decidieron no hacer un escrache con foto o en los lugares de trabajo de los violentos porque consideraron que no podían ponerle el cuerpo. Sí, en cambio, aportar a la “disputa dinámica” que se da al interior de las organizaciones con temas como el acoso sexual, la violencia psicológica y la manipulación política a través de visibilizar su proceso.

¿Qué hacer?

Una vieja pregunta de la izquierda socialista parece resurgir en pleno siglo XXI con los casos de violencia machista. Si ningún varón está exento de ejercer violencias, ¿qué hacer para que las organizaciones políticas no queden, directamente, vaciadas de hombres? F.F. recuerda que en una de las asambleas en Trabajo Social, otra compañera planteó: “Ahora hay que ir a nuestras organizaciones no a escrachar a todos, pero sí a poner sobre la mesa determinadas prácticas y ser nosotras, en algún punto, la dirección. Marcar el camino”. Las denunciantes de Marcha se están preparando para realizar una denuncia penal, pero saben que la Justicia no resolverá el problema. Por el contrario, “se abre un debate en pos de los principios ideológicos de cada organización, el poder cuestionar ciertas prácticas”. Y con los violentos, qué hacer. “Esa es la pregunta más grande, y no es para nada sencilla”.

S.G. le muestra a La Pulseada algunos de los textos que usaron para debatir entre compañeras: “Tijeras para todas, textos sobre violencia machista en movimientos sociales” y el “POP, Protocolo para Organizaciones Populares”. F.F. repite varias veces que les hubiera venido bien un protocolo de actuación. Ahora que todo pasó, ninguna de las denunciantes de Marcha volvió a militar. No lo descartan, dice, pero necesitan ocuparse de sí mismas y reponerse de la exposición que les implicó el escrache. “Hoy la batalla o la trinchera es otra, es que esto sea el antecedente para lo que vendrá. Y está viniendo”. 

* Los varones señalados como abusadores son mencionados a lo largo de la nota sólo con sus iniciales ya que al cierre de esta edición aún no se había oficializado la denuncia penal.

** Las mujeres víctimas de violencia machista que dan su testimonio en esta nota serán identificadas sólo con sus iniciales para no exponerlas.

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One commentOn Prender la mecha

  • Daniel Caferra

    Muy buen artículo, compañera Mariana… y muy movilizador para hombres militantes de organizaciones políticas populares.
    Creo que por ahora, esta movilización es en general interior. Es nuestro deber exteriorizarla, obviamente.
    Felicitaciones otra vez a Mariana y a «La Pulseada», que siempre nos interpela para movernos de la comodidad hacia la acción.
    Daniel Caferra

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