Otra historia circular

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Nota principal: Los enigmas del Princesa

En aquellos noventa, cuando no había “centros culturales” como hoy, La Casa era un espacio de referencia para la danza. Abocado a la formación, funcionó durante más de 15 años en 55 entre 4 y 5, en la casona donde hoy funciona el espacio cultural C´est la vie.

En ese lugar, habilitado para ensayos y talleres entre mediados y fines de los ‘80, desarrolló sus actividades La Marea, un grupo de danza independiente formado en los ‘90 por Florencia Olivieri, Mariana Estévez, Tania Dick y Diana Rogovsky. “Esa casa fue construida por mi bisabuelo, fue la casa de él —cuenta Olivieri, hija de un arquitecto y una profesora de expresión corporal—: Cuando muere, esa casa queda en manos de un tío abuelo mío, que se la alquila a mi papá y mi mamá. Él tuvo su estudio de arquitectura durante muchos años y mi mamá gestionó un espacio de expresión corporal ahí, del que después se abrió para dedicarse a la enseñanza pública. Cuando ella se fue, lo tomé yo con las chicas y empezamos a manejarlo como espacio cultural. Era nuestro lugar de ensayo y de producción de las obras”.

La Marea fue un grupo importante en el ámbito de la danza. Por la casona pasaron y trabajaron referentes con el Cabe Mallo, José Minujín, Diana Montequin o Laura Valencia. “Nos movimos un montón durante mucho tiempo, creo que fuimos el único grupo de danza de esos años que tenía tanta movida, más allá de la ciudad”, dice Olivieri. Laura Valencia ratifica: “Fue un espacio re importante, fueron precursoras en esos años, le dieron un lugar a la danza contemporánea”.

En el fondo de la casa de 55, además de los ensayos del grupo hubo talleres de teatro y música. “Lo nuestro era sobre todo un espacio de formación, aunque hicimos también algunas muestras en el patio o en la terraza”, recuerda Olivieri.

La Casa funcionó en ese lugar y con esas propuestas hasta 2009, cuando cambiaron las condiciones familiares. “Tuvimos que salir en busca de un espacio nuevo, con el vértigo que eso significa después de 20 años”, cuenta Olivieri y también recuerda la tristeza que le generaba pensar la venta del lugar, imaginar pasar por ahí y encontrar un edificio de monoambientes en reemplazo de la casona que construyó su bisabuelo. Aunque por suerte aquello no sucedió y el lugar se volvió alquilar, en 2011, para dar lugar a C´est la vie: “Tengo mucha intriga pero nunca fui —dice Florencia—. Sé que está muy lindo y me encanta, agradezco… porque pensamos que lo destruían y al final terminó siendo un centro cultural”.

La búsqueda fue difícil. Estévez y Olivieri —del grupo original, las que decidieron continuar con el proyecto— se cruzaron con lugares no aptos, lugares caros, lugares oscuros. Hasta que un día, por el diario, llegaron a diagonal 74 Nº 823: la casa que conservó la Asociación Italiana de Socorros Mutuos Unión y Fraternidad, justo al lado del Princesa, y que ahora tenía en alquiler la planta alta.

Antes de decidirse, Florencia visitó el lugar con su papá, para tener la opinión de un arquitecto. Fue entonces cuando descubrieron la marca en la fachada: esa construcción, donde hoy sigue funcionando La Casa, también era obra de su bisabuelo, Reinaldo Olivieri, que lo proyectó por encargo de la sociedad italiana.

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