Miniserie Unidad 9: Más recuerdos de la muerte

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Un ciclo de docu-ficción que pronto podrá verse por televisión abierta cuenta cómo sobrevivieron al encierro y la tortura militantes de Montoneros y del ERP detenidos en la cárcel platense durante la última dictadura. Hablan para La Pulseada el director y el autor de la música, víctimas ellos mismos de los episodios que ahora se encargan de relatar.

Por María Soledad Iparraguirre y Juan Manuel Mannarino

Edición: Carlos Gassmann

Fotos: Comisión por la Memoria y Gabriela Hernández

En octubre del año pasado, el Tribunal Oral Federal N° 1 de La Plata, integrado por Carlos Rozanski, Pablo Bertuzzi y Roberto Falcone condenó a prisión perpetua al ex Jefe de la Unidad 9, Alberto Dupuy. La misma pena recibieron los agentes Isabelino Vega, Víctor Ríos y Raúl Rebaneyra por homicidios, tormentos y privaciones ilegítimas de la libertad cometidos entre 1976 y 1979. A otros diez penitenciarios se les otorgaron entre 10 a 25 años de prisión. En el veredicto se asegura que “todos los delitos por los cuales se rige esta condena son crímenes de lesa humanidad cometidos en el marco del genocidio que tuvo lugar durante la última dictadura cívico-militar en Argentina”.

Los identificados como 1 y 2 fueron los pabellones de la muerte de la Unidad 9. Llegaron a tener 50 presos, luego 14 en uno, 20 en otro, en una cárcel por la que pasaron cerca de 5 mil presos políticos de todo el país. Del Chaco, Tucumán, Buenos Aires, Mendoza, Neuquén. La mayoría eran del ERP y Montoneros. En el Pabellón 1, por ejemplo, estaban los dirigentes de ambas organizaciones. A algunos los fusilaron, a otros los trasladaron a centros clandestinos y después, cuando las denuncias internacionales pusieron en aprietos a la dictadura, unos dos mil debieron ser “blanqueados”. Además los militares idearon otros planes de exterminio. Primero, secuestraron a familiares de los presos y los llevaron a los centros clandestinos. Segundo, dejaban en una “falsa libertad” a los encarcelados. Después, en la calle, nadie los veía más y los hacían desaparecer silenciosamente. Pero los finalmente “blanqueados” sobrevivieron haciendo de la resistencia grupal un grito de vida y se enteraron, por las escasas visitas de los familiares, que gracias a la presión de los organismos de derechos humanos del exterior había una luz de esperanza. Las denuncias internacionales permitieron que el mundo supiese del accionar del terrorismo de Estado. En 1977, primero el Washington Post y luego Le Monde de Francia publicaron listas de los presos políticos argentinos en las que estaba incluido el nombre de Carlos Martínez.

Es el mismo que ahora, junto al productor Alberto Elizalde y el músico Héctor Vilche, entre otros, encararon la realización de Unidad 9, primera serie televisiva de docu-ficción efectuada por sus propios protagonistas, dado que los tres fueron militantes del PRT-EPR y estuvieron detenidos en La Plata como presos políticos. En realidad se trata de un proceso creativo colectivo que insumió más de seis años y del que también participaron otros ex detenidos como Gabriel Manera, Julio Mogordoy, Roberto Prefumo, Dalmiro Suárez y Eduardo Anguita. El ciclo -con destino de largometraje- fue filmado casi exclusivamente en el pabellón universitario de la misma unidad carcelaria. Allí, donde hoy se alojan presos comunes que estudian Derecho y Comunicación, bien dispuestos ahora a trabajar como extras televisivos, reinaron la tortura y los fusilamientos durante el Proceso comandado por Videla. Unidad 9 fue premiada en el concurso nacional organizado por el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) y declarada de interés legislativo y provincial. Alicia Zanca interpreta a la madre de uno de los militantes recluidos y se encargó además del entrenamiento de los actores. Facundo Espinosa, Guido Massri, Nicolás Pauls y Enrique Dumont también forman parte del elenco.

Martínez y Vilche, sobrevivientes del infierno que dicen sentirse “más fuertes que nunca”, dialogaron con La Pulseada sobre su forzado paso por esos pabellones de la muerte.

Desventuras de Plusvalito

A Carlos Martínez le decían Plusvalito: todos creían que el hombre, siempre, estaba viviendo un tiempo excedente.

Carlos vio cómo fusilaron a otros compañeros. Cómo corrían las amenazas. Cómo torturaban a la luz del día. Una mañana entraron a su celda, lo arrastraron por el piso y le taparon los ojos. Le tiraron a quemarropa. Nadie, salvo Plusvalito, zafó alguna vez de un remate semejante. Fueron tres tiros de un arma 9 milímetros. Uno le rozó la carótida, dejándole un estremecimiento en el cuello; el otro le pegó en medio del cráneo y rebotó hacia afuera en vez de penetrar, como si allí tuviera un blindado; y el último, el de gracia, le perforó el abdomen.

Cuando los milicos lo patearon como a una bolsa de basura lista para tirar al tacho, Carlos entreabrió los ojos y escupió sangre. En medio del infierno, ocurría un milagro. No se entendió por qué, en vez de darle con más puntería a centímetros de distancia, lo llevaron de la Unidad 9 al Hospital Fernández de Capital Federal. El impacto en el abdomen fue lo más duro. Una cirugía delicada, de esas que bordean el desfallecimiento. Los médicos se agarraban la cabeza del estupor. Días después, Carlos, parecido a una momia por los vendajes, volvió a la cárcel.

Plusvalito. Te creíamos muerto. Volviste al infierno-lo cargaban sus amigos de celda.

Martínez les sonreía con la picardía de los que se tienen guardada una última sorpresa. No era fácil gambetear los pabellones de la muerte. Mal alimentados y vestidos, aislados, los presos políticos sobrevivían a duras penas. A Plusvalito, que aún tenía los oídos zumbados por el tiro en el cráneo, le agarró una tuberculosis. Estuvo muy grave y otra vez olfateó la muerte. Al fin y al cabo, se dijo, estar en un pabellón con su nombre es una suerte de callejón sin salida. Cuando lo vieron reponerse, después de semanas convertido en un palo que tosía, los compañeros ya no le hacían ninguna broma. Plusvalito les ganaba por cansancio.

Más que Plusvalito, sos un gato hecho y derecho. Siete vidas, Carlos, siete vidas tenés-le dijeron.

“En el momento en que arreciaron las denuncias del exterior –cuenta Martínez-, se hizo un trabajo de inteligencia con la finalidad de catalogar a cada preso según su filiación política. Había muchos datos sobre ellos, entonces los militares centralizaron la información y la Unidad 9 fue clave. Por la presión internacional ya no nos podían hacer desaparecer ni fusilar, pero se nos separó. Se nos quería agotar físicamente, nos dejaban mucho tiempo a uno por celda y nos mataban emocionalmente”, explica.

“Querían eliminar a los dirigentes de la guerrilla y les jodía la presión internacional. En la Unidad 9, los militares llegaron a simular un túnel para hacer creer que los guerrilleros querían escaparse y así dar una razón válida para volver a los fusilamientos. Por suerte eso no volvió a ocurrir, porque a fines del 78 hubo una distribución de los presos en todo el país”, dice Plusvalito.

“Lo que ahora quisimos –prosigue- fue filmar los padecimientos, la resistencia y la lucha de los presos políticos, que son cosas que vivimos en carne y alma. Pero no elegimos la visión del horror ni la de la idealización. Los sobrevivientes no nos quedamos encerrados en nuestras casas: queremos contribuir con películas, canciones y otras manifestaciones culturales a la construcción de la memoria colectiva. Nosotros, con nuestros errores y virtudes, quisimos un país con una sociedad más justa y ahora, después de tanto tiempo, sentimos que si aquí estamos es porque el plan de los pabellones de la muerte fracasó. Seguimos vivos y más fuertes que nunca”, subraya el hombre de las vidas posibles. Plusvalito, ahora, cree en lo que dice el cartel que actualmente está posado sobre los presos que estudian en las cárceles: “Bienvenidos a la lucha con esperanza”.

La música del aguante

“Encontrarse hoy en esto es maravilloso –afirma con entusiasmo Héctor Vilche, autor de la banda de sonido de Unidad 9-. A Carlos Martínez lo conocí en la cárcel de Devoto y en las peores circunstancias. Él venía con tres tiros en el cuerpo y llevaba 25 días de huelga de hambre. Si alguien en ese momento me hubiera dicho que dentro de 35 años haría la música de una obra dirigida por Carlos yo le hubiese respondido que se drogase menos”, cuenta entre risas.

Vilche, apodado Flecha o simplemente El Flaco, tenía 18 años cuando fue secuestrado junto a sus padres en 1974. Militaba desde los 16 y participó en la fundación de la Juventud Guevarista, órgano semiclandestino del PRT. Motivado por los fusilamientos de Trelew, compartía la máxima del filósofo alemán Hermann Kesten: “La muerte de cualquier hombre me disminuye porque yo formo parte de la humanidad”.

36 años de torturas y de “turismo carcelario” en los que pasó por Devoto, Caseros y la Unidad 9, quedó bajo libertad vigilada en 1980. Lo primero que hizo fue ir a besar a las Madres en su ronda de los miércoles en la plaza. “Una inconciencia absoluta porque tenía un agente de seguridad que me seguía a todos lados. Antes de salir, me dijeron que mis padres, mi hermana y mi cuñado eran garantes de mi libertad: si me escapaba, los secuestraban a los cuatro. Me tenían agarrado de las pelotas pero sentí el deber moral de ir a saludarlas”, relata Vilche.

No era el primer pequeño acto de rebeldía que se permitía. Estando detenido en la Unidad 9 recuerda que se ponía a cantar dentro de la celda. Cuando el guardiacárcel se acercaba, se callaba. Lo hizo infinidad de veces. Desconocía lo que podría significarle aquella mínima trasgresión. Aquella “escena” fue incorporada por Carlos Martínez al guión de Unidad 9.

Con el tiempo, Flecha comprendió las sabias palabras que repetía su madre, que había llegado al país escapando de la Primera Guerra Mundial. “Ella siempre me decía: los melones se acomodan con el carro andando. Y yo me di cuenta de que el repartidor los tiraba en el carro y cuando el carro comenzaba a andar, los melones se acomodaban solos. Mirá las vueltas de la vida: mientras los verdugos, genocidas y ladrones están condenados, procesados, algunos ya con perpetua, otros escondidos bajo la mesa, nosotros tenemos vida pública. Yo hoy vuelvo a cantar y ese guardiacárcel está preso en Marcos Paz, condenado a 15 años de prisión. Y sí, los melones se acomodan andando”, insiste Vilches.

La cárcel de Caseros, inaugurada por Videla en 1979, seguía los lineamientos de diseño de la prisión norteamericana de Alcatraz. El dictador la estrenó con la detención de presos políticos y dirigentes sindicales. Vilche también estuvo allí: “un año y medio sin ver el sol”, fue torturado al negarse a responder los interrogatorios militares y conoció el infierno. Casi 30 años más tarde, por primera vez un presidente pedía perdón “en nombre del Estado” por los crímenes y torturas cometidos durante la dictadura. A poco de finalizar su mandato, Néstor Kirchner cumplió con el pedido de los sobrevivientes: culminar la demolición de ese nefasto edificio. Cuando terminó el acto, un compañero se acercó a Kirchner y le contó que Flecha había sido el preso político más joven del país y que también había pasado por allí. “El tipo me abrazó y se puso a llorar… Entonces yo le dije: Néstor, lloremos por Racing, yo soy hincha de Racing igual que vos”, recuerda visiblemente emocionado Vilche.

Reconoce que los tiempos cambiaron y que las utopías son otras, que en los 70 una responsabilidad mayor implicaba “jugarse la vida”, pero celebra el retorno a la militancia política de muchos jóvenes, impulsados por el discurso y la práctica del ex presidente. “¿Por dónde pasa hoy mi militancia política? Por trabajar incansablemente por la memoria, la verdad y la justicia. Cada 24 de marzo marcho junto a Madres y Abuelas; para mi ése es un compromiso marcado a fuego. Soy copresidente de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, miembro de Amnesty Internacional y colaborador de Abuelas. Mi pasión pasa por ahí. Mi trabajo consiste además en dejar, a través de la música, un aporte a la memoria. Por eso hago todo lo que hago, porque el deber del sobreviviente es dar testimonio”.

Vilche retoma la bandera del novelista Julius Fucik, activo miembro de la resistencia checa ante la ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Encarcelado y torturado por la Gestapo, Fucik escribió: “He vivido por la alegría, por la alegría lucho, por la alegría voy al combate, por la alegría muero. Que la tristeza no sea unida nunca a mi nombre”.

La era de la memoria

En 1989 Vilche formó “Viejos, Sucios y Feos”, grupo platense de rock que brilló dentro del under local y que llegó a compartir escenario con Las Pelotas, La Mississippi y la Bersuit, entre otras bandas.

Tras siete años sabáticos, Vilche y los Viejos volvieron al ruedo con su creación cumbre –La era de las cavernas-, una ópera rock destinada a reivindicar la lucha por los derechos humanos durante la última dictadura. La obra fue presentada en 2008 en el Coliseo Podestá, en una apuesta integral con proyección de imágenes, actores en escena y músicos de la Orquesta Sinfónica Nacional. A partir de una concatenación de temas, la ópera rock repasa historias de presos políticos, la incansable lucha de Madres y Abuelas, los exilios forzados, Malvinas… “Resistir es vencer”, “Soles, gaviotas y caramelos”, “En el nombre del padre” (referida a la complicidad de la iglesia católica con la dictadura) y “Por algo será” son algunas de las canciones incluidas. “Los 30 mil desaparecidos viven en tu música”, le dijo Nora Cortiñas a Flecha aquella noche cargada de emotividad.

Entre los planes futuros, Vilche subraya la posibilidad de presentar la obra para el próximo aniversario del golpe militar, la composición de otra ópera basada en el Popol Vuh –el libro sagrado de los mayas- y la cantata Pájaros Rojos II, en la que se propone musicalizar poemas de Graciela Pernas Martino, estudiante de arquitectura desaparecida en 1976. Mientras, los Viejos se presentan ocasionalmente, por el simple disfrute de tocar rock and roll, y cuentan con la fiel publicidad boca a boca de sus seguidores.

A la banda de sonido de Unidad 9 Vilches la compuso en sólo dos meses. Son 13 temas en total, uno para cada capítulo de la miniserie, entre los que se destacan “Unidad 9”, “Nada entre la nada” y “Solitario”.

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