La vuelta al mundo en vidrios

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130-GaunaEl artista plástico Leonardo Gauna reunió en un libro fotos de los dibujos que hizo con distintas técnicas en ventanas de La Plata, Buenos Aires, Brasil y Europa. Pinturas que cambian según la luz, el clima, la época y, sobre todo, según el observador.

Por Ana Laura Esperança

 Leonardo Gauna muestra un recientísimo dibujo suyo: una mujer acaricia un cuervo. Está hecho con trazos negros y apenas un poco de rojo, celeste y amarillo. Colores que acaso representen la vida, la muerte, la transformación.

Interpretar un dibujo puede resultar arriesgado pero también oportuno porque su autor, que acaba de editar el libro Proyecto ventanas (publicado gracias al sistema de financiamiento colectivo Ideame), es feliz cuando sus ilustraciones activan miradas más allá de la contemplación. Cuando el otro completa la obra que tiene enfrente.

Proyecto ventanas es un libro y es el resultado de un enorme trabajo de cuatro años en los que Gauna dibujó sobre ventanas. Cientos de ventanas, mayormente de La Plata y Buenos Aires pero también de Brasil y Europa. Para él, 2014 fue la recapitulación de ese proceso y un año en el que le pasaron cosas maravillosas, como ser elegido por la editorial alemana Taschen, por una de esas ventanas, para formar parte, con 150 ilustradores de todo el planeta, del libro Illustration Now 5, con las obras más recientes y vanguardistas.

“Me gusta que ver los dibujos, eso fue pensado de antemano en Ventanas, sea una experiencia in situ para el que los observa… Algo que termina de cerrarse en el momento”, dice. Y agrega, mientras mira el dibujo que acaba de concluir: “Quería entregarlo antes pero estoy trabajando en un libro de Ariel Magnus para una editorial de La Plata (Miriada)”.

Con su tono de voz suave, pacífico, asegura que cuando tiene un dibujo pendiente le agarra una ansiedad tremenda, como si debiera algo. “Anoche tuve un ratito y lo terminé. Quedó lindo”, le dice a La Pulseada. La ilustración tiene un epígrafe: “La admiración mezcló las cartas, levantó fantasmas y alargó distancias”. Tinta y fibras / Marzo 2015.

“Algo que disfruté de dibujar las ventanas es que el vidrio es un soporte que permite una mutación muy visual. No es lo mismo que atrás del vidrio haya un árbol, el cielo o la pared de un edificio a que se vean ramas llenas de hojas, el cielo azul o nublado. Todo afecta el estado de ánimo del dibujo y de quien lo ve. Mi interés con las ventanas era ése: que cambiara dependiendo del día, de la persona, la estación, el clima: en mayo era un dibujo, en septiembre, otro”, describe Leonardo sobre las tantas ventanas que recopiló en el libro. Muchas de ellas están situadas en edificios de La Plata (como el Pasaje Dardo Rocha, el bar Bukowski, la Facultad de Bellas Artes), otras en Belo Horizonte, Brasil, adonde fue becado por la Universidad Federal de Minas Gerais, y también algunas en Europa,donde realizó un viaje iniciático y dibujó el bote de un mendocino radicado en Londres, amigo de un colega que vive allá.

También dibujó sobre los vidrios de la biblioteca Julio Cortázar y en la Librería Shakespeare & Company de París. “Ese día me temblaba todo, veía los vidrios de la librería, que creo que existe desde 1940 y fue nombrada como una de las mejores del mundo, y tenía miedo de que se me viniera todo encima. Nunca antes había estado tan nervioso dibujando, transpiré muchísimo”, recuerda. Pero la gente no veía la pila de nervios que él sentía por dentro: veía a alguien dibujando maravillas en la superficie vidriada de unas ventanas.

—¿Cómo surgió el proyecto del libro?

—Fueron muchos factores. Uno muy claro: la explosión de grafitis y murales en La Plata en 2010. Yo quería vincularme con ese movimiento pero el aerosol no es una herramienta que me atraiga mucho ni que sepa manejar. Y como la ilustración es mi campo, quise involucrarme desde el lado de las líneas. Se me ocurrió lo de las ventanas viajando en micro a mi cuidad, Zárate. Siempre entendí que no era nada nuevo: no lo había inventado yo. Pero sí era el primero que lo hacía de manera serializada. Experiencias de gente dibujando en ventanas hay hace 200 años, pero que yo haya encontrado, ninguno de tanta cantidad. Y el librito salió de eso, de acumular ventanas.

—¿Fue el final de un trayecto?

—Sí. Hace poco hablábamos con el editor y le decía que para mí el libro es un cierre, porque él decía que después del libro iban a salir muchas ventanas más y otras oportunidades. Pero no: para mí se cierra el proyecto. Estoy queriendo agarrar otra cosa, todavía no sé bien qué. Calculo que dibujaré en ventanas por un tiempo más pero no con la sensación de experimento que tenía hace cuatro años, cuando empezó. Y fue muy lindo, pasaron cosas que no esperaba: viajar, relacionarme con gente muy interesante. Recuerdo con mucho cariño la ventana del Pasaje Dardo Rocha, estar dibujando y que la gente pasara y me saludara, hacían gestos desde el colectivo, eran muy amables. Y en el fondo eso fue lo lindo: cómo se vinculaba la gente mientras yo estaba ahí y después cómo lo hacían con el dibujo. También recuerdo cuando dibujé las ventanas del pasillo en la sede de Bellas Artes; habré estado dos semanas, todos los días, a veces hasta 12 horas. Y pasarían por ese lugar seis mil personas por día, gente re amable. Al principio fue difícil: sentía que tenía un huevo acá (señala la nuca y se ríe), pero fue muy lindo, la gente te lleva comida, se caga de risa.

—Qué bueno despertar eso en la gente…

—Calculo que a todos los grafiteros les pasa lo mismo. Pasar de estar en esta mesita, solo, porque dibujar es una actividad bastante solitaria, a hacerlo públicamente es un cambio enorme: fue lo que más me gustó del proyecto.

—¿Cómo fue el contacto con Wolkowicz para que editaran el libro?

—Ellos, que se especializan en diseño, arte y comunicación, conocían algo de mi trabajo Ventanas. Mandé el proyecto y enseguida aceptaron la edición.

El agujerito del comienzo

Leonardo trabajó de peajista y de ayudante en una verdulería, pintó casas y repartió comida.

Hace unos ocho años vive delo que le gusta: el dibujo.

—Un mes es la tapa de un disco, otro la nota para una revista y también hago remeras, pero tengo la suerte de que cada vez más me llegan trabajos interesantes, lo que me permite elegir.

—Una suerte trabajar haciendo lo que te gusta…

—Sí, sí. Es raro igual trabajar de lo que te gusta: podés arruinar una actividad que disfrutás para siempre. Hay que saber llevarlo. Esta postura es la contra frase de una muy conocida que dice: “trabaja de lo que amas y no lo amarás más”. Por eso yo trato siempre de repartir el tiempo en mis proyectos y poner mis energías en los libros y discos que me gustan.

—¿Cuándo te diste cuenta de que te ibas a dedicar a la ilustración?

—La anécdota de la mayoría de los dibujantes es: “Dibujé desde chico, simplemente seguí dibujando”. Pero sí hubo un momento: cuando tenía nueve años mi hermana se ganó un viaje a Disney, en Miami, en “El Agujerito sin fin”. Me acuerdo, hablando mal y pronto, haber ‘flasheado’ en los estudios donde hacían las películas: me impresionó estar en esa situación y ver que había gente que vivía de eso. Según mi hermana había gente dibujando, yo no me acuerdo. Recuerdo los tableros, las mesas, la organización. Calculo que fue un vistazo que de otra manera no hubiese podido tener porque en mi familia no hay otras personas que se hayan involucrado con el arte. Y después, tuve la suerte de conocer en la secundaria a una profesora de Plástica que me incentivó un montón para seguir estudiando en La Plata. Ya falleció. Era muy buena persona, una genia, en todas las actividades en que se involucraba fomentaba la socialización y la comunicación a través del arte. Fuimos muy amigos mucho tiempo. De hecho el 80% de los libros que están ahí (señala una pequeña biblioteca) eran de ella.

La mujer del dibujo tiene una gran melena, una enredadera de trazos acaracolados. Acaricia un cuervo donde los trazos se ajustan como las partes tensas de un tejido. Tal como si ahí se concentrara un poder desértico, árido y refractario pero a la vez fuerte y protector, el toque del pájaro parece simbolizar su resistencia, un escudo. En los bordes esos mismos trazos se relajan y respiran, se abren entre calaveras, nubes y flores silvestres. Y en el liencillo imaginario sobre el que la mujer está sentada parecen flotar, invisibles, espacios de papel en blanco como bocanadas de un alma que por fin sale a la superficie.

 

Apuntes de viaje

Belo Horizonte. “Me acuerdo de estar dibujando en las ventanas del Jardín Botánico. Es hermosísimo ese lugar… Daba lástima dibujarlas (…). Me sirvió para entender por primera vez lo que es vivir del arte. Fueron dos semanas destinadas a la ilustración con todo pago. Me decían: ‘Sí, vení, trabajá acá, estos son tus materiales, te llevamos, te traemos’. Me cambió mucho la cabeza. Fue volver y empezar a decir ‘Bueno, yo quiero hacer eso y así’”.

Francia. “Todo salió muy bien. La gente ahí, re amable. Fue medio surreal para mí toda esa experiencia, viajar para allá también.

Londres. “Es el único lugar donde la gente no fue receptiva a mi proyecto”.

Encontrarse. “Es lo más. El valor agregado a lo que uno hace lo pone la gente”.

 

La magia de los fotógrafos

A las imágenes de ventanas dibujadas que componen el libro se llegó gracias al trabajo de muchísimos fotógrafos. Gauna resume: “Las fotos del Fonseca (Bellas Artes, La Plata) las hizo Francisco Álvarez Raineri, que un día llegó y me dijo: ‘Voy a venir todos los días a filmarte y sacarte fotos’, y así lo hizo. En el Centro Cultural Malvinas fue Oscar García. A Europa viajé con una colega, Ayelén Ruiz de Infante, también diseñadora gráfica, que hizo el relevamiento de las ventanas (dibujadas) de allá… El libro tiene unas imágenes hermosas que son muchísimo mérito de ellos: hicieron magia”, destaca el artista.

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