La Plata en movimiento

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Grabado Juan Bertola

Grabado Juan Bertola

La ciudad de las diagonales es también la ciudad de los jóvenes y las bicicletas, la cultura autogestionada, las bandas de rock. Puede ser una metrópoli inundada en una pintura, la ciudad de los departamentos en PH en un cuento o el escenario del terror en una película. Nuestra ciudad vive en el arte: esa es la tesis de un reciente libro donde 80 autores se pusieron a pensar la ciudad más allá de Rocha, explorando los rincones, los recorridos y las personas que le dan vida.

Por Daniel Badenes

La historia oficial de La Plata habla del cuadrado perfecto, la “ciudad de la conciliación” y la universidad. Cuando hay referencias personales, todo parece congelado en las primeras décadas y en un puñado de nombres: Rocha y González, Spegazzini, Ameghino, Korn, Vucetich y Almafuerte, los hombres pródigos de la capital provincial. Pocos relatos nombran, por ejemplo, a Álvaro Yunque, a John Willliam Cooke o a Edgardo Antonio Vigo, un platense mundialmente reconocido y abrumadoramente ignorado en La Plata. Mucho menos a la ciudad en movimiento, esa ciudad de jóvenes donde proliferan las iniciativas culturales autogestionarias y las bandas de rock, esa urbe transitada en bicicletas donde todos, tarde o temprano, se vinculan con el arte. Contar eso fue la idea que inspiró La Plata, ciudad inventada, un libro y más que un libro, que saldrá a la luz este mes, publicado por la editorial Primer Párrafo y con auspicio de la Municipalidad. Para hacerlo, Celina Artigas –su compiladora- convocó a decenas de platenses por adopción a narrar sus historias. Al principio eran veintipico; terminaron siendo 80: unos invitaban a otros como si fuese un asado, cuentan.

La Plata, ciudad inventada es un libro sobre la cultura platense, donde la mayoría de los artículos hablan en primera persona y en tiempo presente. Es una obra colectiva, con muchos autores jóvenes y muchas lecturas posibles. Y materialmente, es más que un libro: viene acompañado por una caja con veinte postales y un mapa desplegable donde cada participante del libro señaló los sitios y los recorridos que lo identifican.

“La Plata es una ciudad gris pero colorida; desprolija y bullanguera que respira inocencia, inconsciencia, ingenuidad, complicidad. Hay edificios enteros de diez pisos habitados solamente por jóvenes que tienen entre 18 y 27 años…”, dice Esteban Rodríguez en el primer artículo del libro, que evoca su experiencia en la fundación del colectivo La Grieta en 1993, luego de formar un grupo universitario llamado Adoquines. “En aquel momento no había muchos espacios en la ciudad. Los coletazos de la última dictadura se reconocían todavía en las persianas caídas, en la desconfianza y la vida enjaulada de sus vecinos”. En apenas siete páginas, el texto se convierte en un mapa de esos lugares sostenidos a pulmón que hicieron y hacen a la vida cotidiana del arte en la ciudad: el subsuelo del Taller de Teatro de la Universidad, algunos clubes, la Rosa de Cobre, La Fabriquera, Galpón Sur, el Bulevar del Sol, la Hermandad de la Princesa, el Tinto Bar, el Viejo Almacén El obrero, el Centro Cultural Favero o la casa de Edgard de Santo, entre otros, muchos de los cuales han aparecido en nuestra Página de los centros culturales.

Pero el libro no se agota en esos centros, ni en las referencias de Rodríguez. En “La cocina del bar”, Gustavo Vallejos recuerda los orígenes de La Mulata, nacido como buffet de Unidos de Olmos, enfrente de la fábrica Mafissa, el mismo club que en los 80 albergó actuaciones estelares de Virus, Los abuelos de la nada, Fito Páez… En otro artículo, Jorge Muiña cuenta la historia de la librería Capítulo, desde la cultura de catacumbas de la dictadura, y convence con su tesis: no hay otro negocio –salvo alguna disquería o un bar- que posibilite intercambios tan enriquecedores.

Las marcas del miedo

Los textos del libro están organizados en cinco partes. La primera está dedicada a crónicas y ensayos sobre proyectos culturales: la librería y el bar, una banda, un festival, una feria de discos característica en la ciudad. La segunda, específicamente a la música. La tercera, en verso, propone diálogos entre poesías y canciones de trece autores, que transcurren entre el festejo del carnaval, la ausencia de Julio López y las historias de amor en calles y plazas platenses. La cuarta es para el teatro y el cine. Allí, en medio de obras teatrales, producciones audiovisuales y el recuerdo del Cine Select, Blas Arrese Igor opta por recordar el “espectáculo pintoresco, patético y desolador” que significó el festejo del Centenario durante la dictadura. Por último, la quinta parte del libro comprende seis ficciones ambientadas en la ciudad, entre las que sobresalen “Síntomas” de Alan Talevi y “Ruidos de alfil” de Maximiliano Costagliola.

En el cuarto capítulo Adrián García Bogliano se refiere a Sudor frío, su séptimo largometraje: Decidimos grabar la película en La Plata porque cada rincón de la ciudad tiene historias vinculadas a la última dictadura militar y porque me recuerda las historias de mi familia, de una enorme familia diezmada por los estragos de la persecución política y la represión más atroz”. A esa misma marca se refiere la actriz Febe Chaves en una interesante nota personal en la que recuerda su llegada a estas calles, a los 18, en julio de 1976: “Bajé del tren y caminé por diagonal 80 sin saber que era una diagonal. No tenía ningún dato sobre La Plata. O miento: muchos estudiantes, mucha represión, muchas plazas. Desemboqué en Casa de Gobierno y la imagen en el recuerdo es la de un gran edificio amurallado por soldados. Uno de ellos me apuntó con un fusil y me invitó a cruzar a Plaza San Martín”.

Lo que busca La Plata, ciudad inventada, es un relato de la post-dictadura, y también del post-menemismo. Entre líneas, las crónicas y ensayos transmiten las huellas de los 90, cuando algunos dejaron el país por la falta de horizontes, otros formaron grupos donde poder respirar, otros se refugiaron en la amistad, en los bares, en la música.

La ciudad del rock

Ya en la primera parte, dedicada en general a proyectos culturales, tres artículos sucesivos dejan en claro que el rock tiene una preeminencia en la edición –y quizá sea así en la ciudad: hace un tiempo, se estimaba que coexistían en La Plata unas 500 bandas-. La tendencia parece confirmarse en la segunda parte, abocada a lo musical a través de “entrevistas, conversaciones y confesiones”. Aunque formalmente hay un cuidadoso equilibrio de capítulos –uno rockero, otro jazzero, uno de folk y fusión, y finalmente uno sobre el tango-, el más logrado es el que trascribe una charla entre cuatro integrantes de la banda local Monstruo, el cantante de Pájaros, el bajista de Las Canoplas y Alfredo Calvelo; sólo comparable con la rica conversación sobre jazz que sostienen dos Sergios: Poli y Pujol. El fragmento dedicado a la fusión se queda en la presentación del género, pero habla poco de La Plata; en tanto Gustavo Provitina se enreda en atacar a los DJs, pero dice poco sobre cómo vive el tango en una ciudad de jóvenes, y sorprendentemente ignora aportes destacables como La Guardia Hereje.

Con el diálogo de los músicos de rock –de esos habilita esta ciudad de jóvenes, mate o pizza de por medio- el lector incursiona en “lugares donde pasaron cosas copadas” para el rock local, como El Boulevard del Sol.

Para Sergio Poli, invitado a conversar sobre jazz, los lugares de referencia fueron disquerías: Libro 49 o el Centro Cultural del Disco, “parecidos a lo que hoy es Génesis; lugares de culto”. Según su interlocutor, el historiador Sergio Pujol, aunque hoy escasean, los boliches han sido el ámbito más productivo para los grandes músicos: “Es raro lo que pasa con los platenses y los boliches. Hoy el bar Ciudad Vieja es una excepción. La Mulata, en todo caso, puede ser otra… Estuvo Notorius un tiempo, pero no anduvo. Yo extraño un sitio como Scat, sin dudas el mejor boliche que hubo en La Plata. Ahí se armó un verdadero ambiente entre músicos, público y propietarios, con una agenda musical impecable. Después se convirtió en cooperativa. Finalmente, se pelearon todos con todos”.

Más allá de señalar puntos en el mapa, quienes dialogan en el libro intentan caracterizar la cultura platense. Para el caso del jazz, por ejemplo, Pujol sugiere que “no hay un estilo platense, pero quizás hay una forma de escuchar platense. No diría que hay un jazz platense, como sí se afirma que existe un rock platense, una cierta identidad, que es un tema opinable”.

Martín Graziano, Agustín Masaedo y Mariel Zabiuk son los responsables, en el primer capítulo, de dejar bien parado al rock local. Graziano le pone nombre: fue Mister América, y más precisamente Gustavo Astarita, el “talismán” que le permitió volverse nativo en esta ciudad. En su artículo “Ritos rotos”, el periodista reivindica la ejecución en vivo y sostiene, adhiriendo a una idea de Pujol, que el rock es “esencialmente performático”.

Mister América también es una referencia para Zabiuk, que reconstruye la trama de espacios y ciclos donde vive el rock local. “Si algo sucede en La Plata –dice-, es que siempre hay varios recitales y fiestas en la misma noche y existe la sensación de que todo está más o menos cerca y que el tiempo da para todo”. Hay dos eventos que se destacan: el Freakshow –un festival de cine independiente que entra en combinación con el rock- y el Outlet –un ciclo de recitales con entrada libre, en dos escenarios, que duran desde la tarde hasta la noche-.

Casualmente o no, cuando tanto esta revista como La Plata, ciudad inventada iban camino a imprenta, se estaba desarrollando el Freak en el Pasaje Dardo Rocha. Y dentro de unas semanas, a días de la presentación del libro, se realizará el XIV Outlet dentro y fuera del Galpón de Encomiendas y Equipajes.

“Llegar al Outlet es sentir la confirmación de buena parte de las suposiciones sobre el rock platense”, afirma Zabiuk, convencida de todas ellas: “que tiene características particulares; que se puede hablar en términos musicales de una escena; que hay una conexión indudable de esta música con las artes plásticas; que es notable la independencia a la hora de grabar; que hay un montón de CDs editados en forma casera; que siempre hubo bandas locales que antecedieron con lo suyo al rumbo que luego toma buena parte del rock argentino en general”.

La Plata, ciudad inventada también confirma algunas sospechas, y abre nuevas preguntas. La compilación asume, con buen criterio, que se trata de una obra inconclusa. Así es. Podría haber un capítulo sobre pensiones, otro sobre teatro comunitario, uno sobre la actividad editorial, y siempre faltará más. Porque el movimiento cotidiano de este pueblo grande que recibe miles de jóvenes por año, de esta ciudad que se pedalea en bicicleta y se comparte con mate, deja viejo cualquier libro y desmiente toda crónica que pretenda contarla poniendo punto final.

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